viernes, 26 de marzo de 2021

"¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas!", Pbro. Héctor Mendoza Núñez

30 de marzo de 2021

Jesús nos ama. “Cristo me ama, bien lo sé, pues la Biblia dice así”, dice un himno (569).  Esta es una verdad sublime que no sólo conocemos a la luz de la Palabra, sino también a la luz de la experiencia de nuestra propia vida. Dios amó al mundo, y en razón de ese amor envió a su único Hijo para ofrendar su vida con el propósito de que no hubiese pérdidas humanas; con el propósito de que nadie se perdiera. El amor de Dios es entrega; es sacrificio, y es desprendimiento generoso de sí mismo.

Pero, es un amor que se encontró con una humanidad incapaz de recibir tan sublime don. Deseoso de dar y compartir a lo largo de toda la historia de Israel, Dios sólo recibió rechazo e indiferencia. Y en su insensatez, Israel se volvió contra los enviados de Dios, desoyendo las quejas, lamentos y advertencias que había contra la nación, y su invitación a volverse a Dios.

Jesús habría de encontrar la misma actitud, su generación era fiel heredera de sus antepasados, asesinos de sabios y profetas. Jesús se encontró con una ciudad indiferente, y más aún, de reacciones violentas. Por eso Jesús exclamó: “¡Jerusalén, Jerusalén!” v. 1. Es el lamento de un amante despreciado, y más tarde, violentado cruelmente.

 I. La crítica de Jesús a una religión de simulación, vv. 1-7.

A.  Encontramos aquí una de las grandes observaciones que Jesús hiciera a una religión de simulación, que cargaba a las personas de pesadas cargas que sus líderes no querían mover.

B.  “No hagan como los fariseos”. Jesús, estando en el templo, se dirige a las multitudes y a sus discípulos. Cada una de las declaraciones que aparecen en el capítulo 23 nos sorprenden. En los capítulos 21 y 22 Jesús entra en un rudo conflicto con los escribas y fariseos, y Jesús quiere que sus discípulos aprovechen ese tesoro para ellos mismos.

C.  Así que los discípulos de Jesús debían honrar el cargo que estos hombres ocupaban y hacer lo que enseñaban, siempre y cuando estuviera de acuerdo con la Torá.

D.  “Mas no hagáis conforme a sus obras” (v. 3b).

La enseñanza de los escribas y fariseos era buena cuando no llevaba adornos excesivos. Pero su ejemplo personal era abominable. Habían sido llamados a una posición especial para proveer consejo experto en materia de vida y fe a gente que no tenía oportunidad de estudiar la Torá día y noche, que frecuentemente eran analfabetas y que incluso no tenían acceso a los rollos aun si pudieran leerlos.

E. Y como resultado de haber malentendido su labor, cometieron por lo menos tres grandes errores:

1.  “Decían, y no hacían”, v 3c. Porque cuando de enseñanza se trata, nada es tan efectivo como un buen ejemplo, pero también, nada es tan destructivo como un mal ejemplo. Su conducta debía proveer una lección visible. Debían mostrar en la comunidad cómo era una vida acorde con la Torá. Habían fallado en la práctica aunque el sustento teológico era bueno. La falta de integridad socavó su obra y su autoridad.

Jesús estaba diciéndole a sus discípulos: no permitan que la Palabra del Señor pierda su autoridad en ustedes debido a estos personajes (representan un papel).

2.  “Ataban cargas pesadas y difíciles de llevar, y las ponían en los hombros de los hombres; mas ni aun con su dedo las querían mover” v. 4. Los escribas y fariseos eran malísimos ejemplos porque esperaban más de otros que de ellos mismos. Eran duros con otros, pero muy indulgentes consigo mismos. Se creían responsables ante Dios de obligar a la gente a mantener altos estándares de conducta.

Miraban al pueblo desde una posición de superioridad. Lo cual habla más de un desprecio que de una compasión. La distancia que mediaba entre la gente y Dios, a los ojos de escribas y fariseos, era insuperable y por lo tanto, sin esperanza alguna.

3.  “Todas sus obras (las) hacían para ser mirados de los hombres”, vv. 5-7. “Hacían cosas buenas sólo para figurar como más importantes que los demás.

 II. Las quejas o lamentos de Jesús hacia los escribas y fariseos, vv.13-36.

Es evidente que el Señor se expresó con palabras ásperas en esta sección.

Jesús habló con dureza aquí, sin embargo, este no es un el lenguaje de irritación personal, sino de advertencia y desaprobación. “Esta serie de ‘ayes’ le es familiar a los profetas del Antiguo Testamento (por ejemplo, Isaías 5:8-23; Habacuc 2:6-19), donde el tono es de reprobación, y ese es el énfasis aquí también”.

Casi puede sentirse la fuerza fulminante de estas palabras, sin embargo, detrás de todo está el corazón de Jesús, y los “ayes” se funden en un lamento de agonía. Era como el dolor  y el llanto de una madre por un hijo(a) extraviado.

III. El lamento de Jesús por Jerusalén, vv. 37-39.

A.   “Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas…”

B. Con cierta frecuencia la repetición de un nombre expresa, en el pensamiento bíblico, tristeza, dolor o frustración: “¡Hijo mío Absalón, hijo mío, hijo mío Absalón! ¡Quién me diera que muriera yo en lugar de ti, Absalón, hijo mío, hijo mío!” (2º Samuel 18:33).

”Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas coas” (Lc. 10:41) y “Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo” (Lc. 10:31).

C.  Se trata de un llanto de lamento de un corazón roto que quiere salvar a un ser querido. Es el lamento de Jesús, pero también es el lamento de Dios, como resultado de una larga y frustrada historia con Jerusalén. Lucas nos dice que antes de entrar Jesús a Jerusalén, lloró.

D.  Jesús no olvida que Jerusalén fue la antigua Salem del sacerdote Melquisedec, ciudad de ofrenda generosa a Abraham. Tampoco olvida que es la ciudad de David, estrado de los pies de Dios, pueblo escogido para edificar templo al Señor y asentamiento del sacerdocio de Aarón.

E. ¡Cómo olvidar la historia de una ciudad señalada continuamente por las mismas Escrituras de la permanente acción de Dios!

F.   Pero también ¡cómo pasar por alto la gran descomposición social, gemela de la dureza de corazón y de la corrupción de su fe! El Señor hoy vuelve a lamentar porque la historia de Israel rechazando a Dios no es nueva.

       El texto refleja de forma específica el corazón de Jesús hacia Jerusalén y de forma general hacia la humanidad. En su brevedad nos muestra aspectos importantes de cómo piensa y cómo siente el Señor hacia los seres humanos. Nos habla de su amor incondicional que le llevó a entregar su vida. Nos habla de su paciencia continua hacia una humanidad que, a pesar de caminar hacia la autodestrucción, rechaza vez tras vez la invitación de Dios para llevar a cabo una reconciliación. Nos habla, finalmente, de una posible actitud nuestra de dureza hacia el amor y la paciencia de Dios.


G.  Ellos profesaban venerar a los profetas muertos, pero rechazaban a los profetas vivos. Al hacerlo, mostraron que realmente eran hijos de los que asesinaron a los profetas en los días de antaño

H.  “Jerusalén, Jerusalén” Observemos la ironía: Jerusalén es la Ciudad del gran rey, la Ciudad Sagrada, es la “Ciudad de David”; Jerusalén el prototipo de la Ciudad de Dios. Jerusalén es donde se alaba en el templo; Jerusalén es la anfitriona del peregrino, y sin embargo, Jesús dice: “que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados”. 

Conclusión

En este capítulo, Jesús hizo una de las acusaciones más severas contra escribas y fariseos Estas advertencias sirven también para nosotros hoy en día.

 

Predicaban, pero no practicaban lo que anunciaban.

Actuaban sólo para ser admirados por los demás. No para agradar a Dios.

Rechazaron el llamado al servicio a los demás y buscaron ser prominentes y enaltecidos.

En su simulación, no buscaban a Dios ni permitían que otros lo hicieran.

En su simulación, alardeaban a la hora de dar el diezmo hasta de las mínimas cosas:
eneldo, comino, canela, pimienta, pero descuidaban lo más importante: la justicia y la
misericordia.

En su simulación, enfatizaban la apariencia externa, mientras que por dentro estaban
llenos de codicia y orgullo.

Eran exactamente iguales a sus antepasados, que abusando de su autoridad y poder,
mataron a sabios y profetas enviados a Israel. 

Pero lo extraordinario es que, a pesar de las duras acusaciones, Jesús demuestra amor y compasión por los escribas y fariseos y por las demás personas, como queda claro en los versículos 37 y 38. El amor de Dios se muestra cabalmente cuando teniendo razones más que suficientes para ser rechazados, él nos acepta y es capaz de perdonarnos. Alabemos su nombre por este grande amor.

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