30 de marzo de 2021
Jesús nos ama. “Cristo me ama, bien lo sé,
pues la Biblia dice así”, dice un himno (569).
Esta es una verdad sublime que no sólo conocemos a la luz de la Palabra,
sino también a la luz de la experiencia de nuestra propia vida. Dios amó al
mundo, y en razón de ese amor envió a su único Hijo para ofrendar su vida con
el propósito de que no hubiese pérdidas humanas; con el propósito de que nadie
se perdiera. El amor de Dios es entrega; es sacrificio, y es desprendimiento
generoso de sí mismo.
Pero, es un amor que
se encontró con una humanidad incapaz de recibir tan sublime don. Deseoso de
dar y compartir a lo largo de toda la historia de Israel, Dios sólo recibió
rechazo e indiferencia. Y en su insensatez, Israel se volvió contra los
enviados de Dios, desoyendo las quejas, lamentos y advertencias que había
contra la nación, y su invitación a volverse a Dios.
Jesús habría de
encontrar la misma actitud, su generación era fiel heredera de sus antepasados,
asesinos de sabios y profetas. Jesús se encontró con una ciudad indiferente, y
más aún, de reacciones violentas. Por eso Jesús exclamó: “¡Jerusalén,
Jerusalén!” v. 1. Es el lamento de un amante despreciado, y más tarde,
violentado cruelmente.
A. Encontramos
aquí una de las grandes observaciones que Jesús hiciera a una religión de
simulación, que cargaba a las personas de pesadas cargas que sus líderes no
querían mover.
B. “No hagan
como los fariseos”. Jesús, estando en el templo, se dirige a las multitudes y a
sus discípulos. Cada una de las declaraciones que aparecen en el capítulo 23
nos sorprenden. En los capítulos 21 y 22 Jesús entra en un rudo conflicto con
los escribas y fariseos, y Jesús quiere
que sus discípulos aprovechen ese tesoro para ellos mismos.
C. Así que
los discípulos de Jesús debían honrar el cargo que estos hombres ocupaban y
hacer lo que enseñaban, siempre y cuando estuviera de acuerdo con la Torá.
D. “Mas no
hagáis conforme a sus obras” (v. 3b).
La enseñanza de los escribas y
fariseos era buena cuando no llevaba adornos excesivos. Pero su ejemplo
personal era abominable. Habían sido llamados a una posición especial para
proveer consejo experto en materia de vida y fe a gente que no tenía
oportunidad de estudiar la Torá día y noche, que frecuentemente eran
analfabetas y que incluso no tenían acceso a los rollos aun si pudieran
leerlos.
E. Y como
resultado de haber malentendido su labor, cometieron por lo menos tres grandes
errores:
1. “Decían,
y no hacían”, v 3c. Porque cuando de enseñanza se trata, nada es tan efectivo
como un buen ejemplo, pero también, nada es tan destructivo como un mal
ejemplo. Su conducta debía proveer una lección visible. Debían mostrar en la
comunidad cómo era una vida acorde con la Torá. Habían fallado en la práctica
aunque el sustento teológico era bueno. La falta de integridad socavó su obra y
su autoridad.
Jesús estaba diciéndole a sus
discípulos: no permitan que la Palabra del Señor pierda su autoridad en ustedes
debido a estos personajes (representan un papel).
2. “Ataban
cargas pesadas y difíciles de llevar, y las ponían en los hombros de los
hombres; mas ni aun con su dedo las querían mover” v. 4. Los escribas y
fariseos eran malísimos ejemplos porque esperaban más de otros que de ellos
mismos. Eran duros con otros, pero muy indulgentes consigo mismos. Se creían
responsables ante Dios de obligar a la gente a mantener altos estándares de
conducta.
Miraban al pueblo desde una
posición de superioridad. Lo cual habla más de un desprecio que de una
compasión. La distancia que mediaba entre la gente y Dios, a los ojos de
escribas y fariseos, era insuperable y por lo tanto, sin esperanza alguna.
3. “Todas sus obras (las) hacían para ser mirados
de los hombres”, vv. 5-7. “Hacían cosas buenas sólo para figurar como más
importantes que los demás.
Es evidente que el Señor se expresó con
palabras ásperas en esta sección.
Jesús habló con dureza aquí, sin embargo,
este no es un el lenguaje de irritación personal, sino de advertencia y
desaprobación. “Esta serie de ‘ayes’ le es familiar a los profetas del Antiguo
Testamento (por ejemplo, Isaías 5:8-23; Habacuc 2:6-19), donde el tono es de reprobación, y ese es
el énfasis aquí también”.
Casi puede sentirse la fuerza fulminante de estas palabras, sin embargo, detrás de todo está el corazón de Jesús, y los “ayes” se funden en un lamento de agonía. Era como el dolor y el llanto de una madre por un hijo(a) extraviado.
III. El lamento de Jesús por Jerusalén, vv. 37-39.
A. “Jerusalén,
Jerusalén, que matas a los profetas…”
B. Con
cierta frecuencia la repetición de un nombre expresa, en el pensamiento
bíblico, tristeza, dolor o frustración: “¡Hijo mío Absalón, hijo mío, hijo mío
Absalón! ¡Quién me diera que muriera yo en lugar de ti, Absalón, hijo mío, hijo
mío!” (2º Samuel 18:33).
”Marta, Marta, afanada y turbada
estás con muchas coas” (Lc. 10:41) y “Simón, Simón, he aquí Satanás os ha
pedido para zarandearos como a trigo” (Lc. 10:31).
C. Se trata
de un llanto de lamento de un corazón roto que quiere salvar a un ser querido.
Es el lamento de Jesús, pero también es el lamento de Dios, como resultado de
una larga y frustrada historia con Jerusalén. Lucas nos dice que antes de
entrar Jesús a Jerusalén, lloró.
D. Jesús no
olvida que Jerusalén fue la antigua Salem del sacerdote Melquisedec, ciudad de
ofrenda generosa a Abraham. Tampoco olvida que es la ciudad de David, estrado
de los pies de Dios, pueblo escogido para edificar templo al Señor y asentamiento
del sacerdocio de Aarón.
E. ¡Cómo
olvidar la historia de una ciudad señalada continuamente por las mismas
Escrituras de la permanente acción de Dios!
F. Pero
también ¡cómo pasar por alto la gran descomposición social, gemela de la dureza
de corazón y de la corrupción de su fe! El Señor hoy vuelve a lamentar porque
la historia de Israel rechazando a Dios no es nueva.
El texto refleja de forma específica el corazón de
Jesús hacia Jerusalén y de forma general hacia la humanidad. En su brevedad nos
muestra aspectos importantes de cómo piensa y cómo siente el Señor hacia los
seres humanos. Nos habla de su amor incondicional que le llevó a entregar su
vida. Nos habla de su paciencia continua hacia una humanidad que, a pesar de
caminar hacia la autodestrucción, rechaza vez tras vez la invitación de Dios
para llevar a cabo una reconciliación. Nos habla, finalmente, de una posible
actitud nuestra de dureza hacia el amor y la paciencia de Dios.
G. Ellos
profesaban venerar a los profetas muertos, pero rechazaban a los profetas
vivos. Al hacerlo, mostraron que realmente eran hijos de los que asesinaron a
los profetas en los días de antaño
H. “Jerusalén, Jerusalén” Observemos la ironía: Jerusalén es la Ciudad del gran rey, la Ciudad Sagrada, es la “Ciudad de David”; Jerusalén el prototipo de la Ciudad de Dios. Jerusalén es donde se alaba en el templo; Jerusalén es la anfitriona del peregrino, y sin embargo, Jesús dice: “que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados”.
Conclusión
En este capítulo, Jesús hizo una de las
acusaciones más severas contra escribas y fariseos Estas advertencias sirven
también para nosotros hoy en día.
Predicaban, pero no practicaban lo que anunciaban.
Actuaban sólo para ser admirados por los demás. No para agradar a Dios.
Rechazaron el llamado al servicio a los demás y buscaron ser prominentes y enaltecidos.
En su simulación, no buscaban a Dios ni permitían que otros lo hicieran.
En su
simulación, alardeaban a la hora de dar el diezmo hasta de las mínimas cosas:
eneldo, comino, canela, pimienta, pero descuidaban lo más importante: la
justicia y la
misericordia.
En su
simulación, enfatizaban la apariencia externa, mientras que por dentro estaban
llenos de codicia y orgullo.
Eran
exactamente iguales a sus antepasados, que abusando de su autoridad y poder,
mataron a sabios y profetas enviados a Israel.
Pero lo extraordinario es que, a pesar de las duras acusaciones, Jesús demuestra amor y compasión por los escribas y fariseos y por las demás personas, como queda claro en los versículos 37 y 38. El amor de Dios se muestra cabalmente cuando teniendo razones más que suficientes para ser rechazados, él nos acepta y es capaz de perdonarnos. Alabemos su nombre por este grande amor.
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