21 de marzo, 2021
…a quienes quiso Dios dar
a conocer cuál es la riqueza de la gloria del misterio este entre los gentiles,
el cual es Cristo en vosotros, la esperanza de gloria…
Colosenses 1.27, El
Nuevo Testamento interlineal palabra por palabra
Cuaresma, ¿es una temporada protestante?: con esta pregunta queremos iniciar la reflexión a escasa una semana de la conmemoración de los acontecimientos redentores que la fe cristiana proclama. Aún resuena la protesta radical de Ulrich Zwinglio cuando en 1522 defendió a un grupo de cristianos de Zúrich por comer de ostentosamente salchichas durante la Cuaresma. Su argumento central es que la Cuaresma no aparece en la Biblia. El único punto de contacto con ella es la idea de preparación, esto es, que tal como lo hacía la iglesia inicial, pues “durante algunas semanas catequizaban a quienes serían bautizados/as en la mañana de resurrección, instruyéndolos en la totalidad de la fe. Otros que se habían alejado de la comunidad eran llamados al arrepentimiento para ser recibidos plenamente también”.[1] De modo que, sin guardar necesariamente esos 40 días, es posible hacer planes o proyectos de preparación para llegar a esos días tan significativos con una reflexión bíblica y espiritual previa.
En el caso del pasaje que nos ocupa, la perspectiva cristológica paulina
que apunta a colocar en el centro la figura de Cristo como “esperanza de gloria”
para los destinatarios de su carta es un excelente motivo de preparación para
los días que se aproximan. Luego de continuar su recuento de las acciones
espirituales que ha llevado a cabo por causa de los colosenses cristianos (“me
alegro de sufrir por ustedes, pues así voy completando en mi propio cuerpo los
sufrimientos del cuerpo de Cristo, que es la iglesia”, v. 24), el apóstol Pablo
subraya su carácter de servidor de la iglesia enviado por Dios para anunciar su
mensaje (25). Éste, un mensaje planeado desde muy antiguamente, y que Él había
mantenido en secreto, pero que ahora se ha revelado (26). El plan maravilloso
es que “Dios envió a Cristo, para que habite en ustedes y les dé la seguridad
de que van a compartir el poder y la gloria de Dios” (27b). “El texto proclama
una vez más la divulgación del conocimiento y al mismo tiempo la libertad de la
voluntad divina”.[2]
El estilo de la redacción paulina “señala la plenitud del misterio revelado,
que transciende todas las posibilidades del lenguaje humano: la presencia de la
gloria de Dios”.
“La expresión [“entre los pueblos”] es asumida de nuevo en la definición
del contenido del misterio revelado: ‘Cristo entre vosotros’. Esto significa
que el Cristo presente ahora entre los pueblos pasa a ser el auténtico tema. La
expresión ‘entre vosotros’ no es, pues, incidental, sino que presenta a Cristo
como objeto de la revelación que atrae a todo el mundo dentro de su órbita y
también como objeto de la respuesta de fe que se sigue de ahí”.[3]
“Cristo entre ustedes” es una fórmula que subraya la presencia del Señor en
medio de la comunidad cristiana gentil para cumplir con el plan original de
Dios de hacerse presente en todos los pueblos:
Cristo es aquel por cuyo medio Dios se hizo
presente a los gentiles y los ganó para sí (1 Tim 3.16). Por eso no se habla ya
de misterios, de revelaciones sobre el curso de los acontecimientos finales o
de descripciones del cielo, como ocurre a menudo en la apocalíptica, sino de un
solo misterio que todo lo abarca en sí: Cristo mismo. El hecho de que se vuelva
a hacer mención, precisamente aquí, de la “esperanza de la gloria” o (según lo
dicho en 1.5) del “anticipo de gloria”, caracteriza este paso de Cristo por las
naciones por una parte como acontecimiento escatológico, como anticipo del
reino de Dios y, por otra parte, como acontecimiento que no está concluido y
que persigue una meta que todavía está pendiente. El misterio revelado no está,
por tanto, a la simple disposición del hombre. Cristo, que recorre el mundo
pagano por medio de sus mensajeros, mientras éstos sufren las “tribulaciones de
Cristo” aún sin completar (v. 24), ocupa aquí, en cierto modo, el lugar que
ocupa en Pablo el Espíritu como “arras” y “primicia” de la plenitud futura (Rom
8.23; 2 Cor 1.22; 5.5).[4]
San Pablo anunciaba ese mensaje con la certeza de que el plan divino
estaba cumpliéndose a través de su anuncio fiel, a fin de que todos alcanzasen
la perfección de Cristo (28): “El peso del
mensaje apostólico que da lugar a la fundación de la Iglesia se desplaza hacia
el consejo y la asistencia, ligada con aquél, pero necesaria sólo
en un segundo momento y que en Pablo suele ser competencia de los miembros de
la comunidad” (Énfasis agregado).[5]
A eso consagró todo su esfuerzo sostenido por el poder de Cristo (29). La
esperanza se realizaba ya en el hecho de que Cristo mismo estaba ya entre los
colosenses haciendo presente su efecto salvífico. Y no hubo nada mejor para los
colosenses que verse a sí mismos como objeto de la acción divina para
participar de la salvación que se ofrecía en Cristo a toda la humanidad.
[1] Shirley Heeg, “A very full time:
How can we observe Lent?”, en Reformed Worship, diciembre de 1989, www.reformedworship.org/article/december-1989/very-full-time-how-can-we-observe-lent.
Versión: LC-O. Cf. Jonathan Landry Cruse, “Ash Wednesday”, en Modern
Reformation, 26 de febrero de 2020, https://modernreformation.org/resource-library/web-exclusive-articles/the-mod-ash-wednesday/
[2] Eduard Schweizer, La
carta a los Colosenses. Salamanca, Ediciones Sígueme, 1987 (Biblioteca de
estudios bíblicos, 58), p. 99.
[3] Ídem.
[4] Ibid., p. 100.
[5] Ibid., p. 101.
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