viernes, 26 de marzo de 2021

La esperanza en Jesús llegó para alegrar al pueblo, Hna. Citlali Palomino Cantú

28 de marzo de 2021

Hermanas, hermanos, hermanitas y hermanitos, les invito a pensar en un momento en que se sintieron muy alegres. ¿Pueden pensar en algún momento así? Quizá una fiesta de cumpleaños, un viaje, un tiempo de juego con sus amigos o amigas…

Para mí, cuando yo pienso en un momento alegre, casi siempre es con mi familia, con mi hijo. Recuerdo una vez que mi hijo y yo estábamos en el parque y comenzó a llover, pudimos haber corrido para regresar a la casa y resguardarnos de la lluvia, pero decidimos hacer lo contrario. Llovía a cántaros, el parque se quedó vacío, y mi hijo brincaba y daba vueltas sobre los charcos, mientras yo veía la lluvia a la luz de los faroles que se habían prendido. Una alegría inundó mi corazón con esa escena, a pesar de la lluvia y de estar solos en el parque, podía sentir una inmensa alegría. Cuando pienso en esa escena sigo sintiendo alegría.

Así como yo puedo pensar en momentos de alegría, seguramente tú también puedes pensar en alguno, y te invito a que al final del culto, durante la comida, lo compartas con tu familia.

Mientras escuchamos la meditación de hoy, quisiera que se fijaran en dos palabras muy importantes para las niñas y los niños que quieren seguir a Jesús, estas palabras son alegría y esperanza.  Hace mucho, mucho tiempo, muchas personas que vivían en Jerusalén se volcaron a las calles con mucha alegría y esperanza.

Para entender qué estaba pasando, te voy a invitar a hacer un viaje, pero no un viaje cualquiera, éste es un viaje en el tiempo para ver si podemos acompañar a estas personas con la imaginación.

Así que ponte tu traje especial para viajar en el tiempo, y cuando estés listo, cuando estés lista, cierra los ojos y no los abras hasta que yo te diga. Pero no te vayas a quedar dormida o dormido porque entonces te vas a perder toda la acción. ¿Listos? ¿Listas?

Yo te digo cuando los puedas abrir… ¡Ya mero llegamos!

¡Listo! puedes ir abriendo tus ojos. Te encuentras en un lugar que parece estar en ruinas, pero a lo lejos ves que hay gente que está construyendo casas y muros.  Aunque no reconoces bien el lugar, escuchas que estás en Jerusalén, ¡500 años antes de que Jesús naciera! Puedes escuchar a un profeta, que se llama Zacarías, decir:

 

¡Alégrate, bella ciudad de Jerusalén!

¡Ya tu rey viene hacia ti, montado en un burrito!

Es humilde pero justo, y viene a darte la victoria.

Destruirá todas las armas de guerra y en todo Israel destruirá los ejércitos;

Anunciará la paz en todas las naciones,

Y dominará de mar a mar, ¡del río Éufrates al fin del mundo!

 

Y tú volteas, y no… no ves a toda la gente en las calles, sólo ves al pueblo de Israel, o a lo poco que queda de él, reconstruyendo la ciudad. Y te preguntas: ¿cómo puede Zacarías hablar de Jesús si todavía no había nacido? Él era un profeta, Dios le hablaba y le enseñaba las cosas que pasarían y él las comunicaba al pueblo.

Ahora acompáñame 500 años después.

Aquí vamos a hacer varias paradas. Primero, somos invitados/as junto con Jesús y su mamá, a una boda. Vemos como bailan, platican, y se alegra Jesús junto con sus amigos y amigas. Vemos que Jesús participaba de las celebraciones y se alegraba junto con todos y todas. Este día Jesús comienza a compartir alegría y esperanza a los niños, las niñas, las mujeres, los enfermos y las enfermas, y a todos y todas los/as que se acercaban a él para aprender y seguirle.

Avancemos casi tres años, al día en que le avisaron a Jesús que un amigo muy querido estaba enfermo, y luego que había muerto. Jesús se puso muy triste y lloró junto con las hermanas de su amigo Lázaro. Pero fue en medio de las lágrimas, la tristeza y el dolor que sintió, que Jesús trajo esperanza a esta familia y Lázaro volvió a la vida, y las lágrimas las convirtió en alegría y esperanza.

Por fin llegamos a Jerusalén, no la misma Jerusalén en construcción de Zacarías, ésta era una ciudad ya muy grande, y con muchos soldados… romanos. Pero si te fijas bien, puedes reconocer a un hombre que viene montado sobre una burra. ¡Tal y como lo había dicho Zacarías el profeta hace 500 años! Pero hay mucha gente, gente muy alegre cantando, gritando, cortando palmas y poniendo mantos para que pase Jesús montando sobre el burro. ¡Qué alegría contemplar a la multitud, que aún bajo la mirada de los conquistadores romanos, se juntaron en las calles cantando y gritando! Si escuchas bien, oirás que dicen: “¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!”. La palabra hosanna significa: “¡Sálvanos ahora!”. Un grito que demostraba la esperanza que todas estas personas tenían en que Jesús las salvaría.

Después de entrar a Jerusalén, vamos junto con Jesús al templo. Un templo grande y majestuoso. Curiosamente, conforme nos acercamos, oímos mucho ruido, como de mercado. Se oyen gritos, hay animales, gente cambiando dinero, y ofreciendo productos para los sacrificios. De repente se oyen gritos y en medio de este lugar, está Jesús, muy enojado. En medio de este revuelo, se siguen oyendo los gritos de los niños y las niñas: “¡Hosanna al Hijo del rey David!”. Y cuando enojados los maestros y los sacerdotes le reclaman a Jesús y le preguntan si no oía lo que estos niños y estas niñas gritan, Él defiende a los niños y a las niñas y contesta: “Los oigo bien, ¿no recuerdan lo que dice la Biblia? Los/as niños/as pequeños/as, los/as que aún  son bebés, te cantarán alabanzas". ¿Cómo te hace sentir que Jesús defendió a los niños y niñas que le aclamaban? Seguramente estos niños y estas niñas se sintieron muy contentos/as e importantes. Platícalo con tu familia también.

En nuestra última parada, antes de irnos a otra época, estamos en un jardín, oscuro, de noche, unas cuantas personas nada más, y un hombre al fondo, orando, llorando, con una profunda tristeza. Jesús sintió mucha tristeza.

Conocemos el desenlace de esta historia, Jesús es crucificado, sufrió, se sintió abandonado y sintió mucho dolor. Pero también sabemos que Él resucitó. Jesús sufrió y resucitó para que pudiéramos tener la esperanza de una vida mejor y pudiéramos vivir la alegría que Él nos da al reconocer su amor y tener la esperanza de volvernos a encontrar con Él.

Nuestra penúltima parada nos lleva a una época en la que Jesús ya no está. El grupo de personas con las que estamos no conocieron a Jesús personalmente, pero se reúnen para aprender de Él y compartir sus enseñanzas.  Estos cristianos y estas cristianas están siendo perseguidos/as. No se les permite reunirse y corren el riesgo de ser encarcelados/as y hasta muertos/as por su fe. ¿Quién podría sentir alegría en estas circunstancias? Estos primeros cristianos y cristianas se sentían alegres en medio de la incertidumbre y el miedo porque ya sabían que Jesús había muerto por ellas y ellos y que tenían la salvación. Esto les permitía sentir la alegría que les daba la esperanza en la vida que Dios les daría después de su muerte.

¡Qué viaje! ¿Ya se cansaron? Espero que no, porque todavía nos falta una parada. Esta parada es en 2021, justo al cumplir un año de quedarnos en casa debido a la pandemia. Definitivamente un año muy difícil, donde experimentamos enojo por no poder salir, por estar encerrados y encerradas, sentimos miedo de contagiarnos o de que nuestros papás o mamás se contagiaran, sentimos tristeza por no poder ver a nuestros amigos, nuestras amigas, y por no poder ir a la escuela.  Quizá también sentimos mucha tristeza y dolor porque en nuestra familia hubo alguna pérdida. Recordar la vida de Jesús nos muestra que El sintió lo mismo que nosotros/as sentimos. Él conoce nuestros miedos, dolores, tristezas, y momentos felices. Conoce lo que has sentido en este tiempo porque Él lo experimentó también. Saber que Jesús nos acompaña en todo momento, que nos ha dado la salvación, y que vendrá nuevamente, no da la esperanza que nos permite sentir alegría en medio de todas nuestras circunstancias.

La entrada de Jesús en Jerusalén nos da la esperanza del reencuentro con El, cuando nuestra alegría sea completa y podamos cantar todos juntos y todas juntas: “¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!”.

Acompáñenme ahora a explicarles a los hermanos, las hermanas más grandes todo lo que hemos aprendido del viaje que hicimos en el tiempo. A ver si ellos/as pueden entender cómo es que la esperanza que tenemos en Jesús llegó para alegrar al pueblo. Quisiera continuar con una cita de Germán Rosa:

 

La esperanza de Jesús es la que se gestó en toda la historia del pueblo hebreo que tiene como fundamento la liberación de la esclavitud en Egipto, la tierra prometida, la alianza con Dios que también es creador del cielo y de la tierra, y cuya realeza garantiza la justicia y el derecho para los desprotegidos, los desamparados, los enfermos, los pobres, el huérfano, la viuda, etc. Esta esperanza es liberadora y es esperanza de plenitud de vida. La esperanza de Jesús expresada en el Reino de Dios es la liberación de todas las formas de esclavitud que destruyen la dignidad humana y también la creación entera. La esperanza de Jesús es el sueño de Dios de constituir un pueblo entero según su corazón. (www.vaticannews.va/es/iglesia/news/2020-06/german-rosa-esperanza-jesus-sueno-gran-pueblo.html)

 

¿Qué implica para nosotros, nosotras, la entrada de Jesús a Jerusalén? Sin lugar a dudas es motivo de alegría la esperanza que Jesús nos deja con este acto, así como con su muerte y resurrección, pero para esta reflexión quisiera que nos preguntemos qué implica para nosotros, nosotras el grito de: “¡Hosanna!”, el grito de: “¡Sálvanos, Mesías nuestro! ¡Bendito tú que vienes en el nombre de Dios! Por favor, ¡sálvanos, Dios altísimo!”.

Cuando Jesús entra en el templo y vuelca y tira las mesas, los niños y las niñas son los/as que siguen aclamando. Escucho las voces de los niños y niñas que gritaron y por quienes Jesús responde durante su  paso por el templo, pero también escucho las voces de los niños y las niñas que con esos mismos gritos claman: “¡Sálvanos Mesías nuestro!”, sólo que no hay palmas, no hay multitudes, el niño,  la niña clama en soledad, clama desde el dolor, desde el silencio, no se escucha su grito, porque se lo traga, porque no tiene quien le escuche, quien lo libere del maltrato que sufre en su propia casa, del maltrato que sufre en la escuela, a veces desde el hambre, el frío, la guerra, la indigencia o la orfandad. Quizá desde la enfermedad o las capacidades diferentes.

También clama desde las exigencias que vive el niño de ser un hombre y aguantarse; de las exigencias que vive la niña de callarse y servir. Claman los niños y niñas a quienes les hemos impedido acercarse a Dios desde nuestro adultocentrismo, con nuestras actitudes, miradas, regaños, exigencias, al ignorarlas e ignorarlos, al no ver cómo cuidar de sus necesidades de conocer el amor de Dios; al no reconocer sus anhelos; al exigirles que amen a Dios y nos ven destruyendo al prójimo, a la prójima, enfrascados/as siempre en críticas, en discursos, en logísticas, en demostrar que tengo la razón, que sé más y que soy mejor que el otro o la otra.

Escucho también el clamor de los niños y niñas obligados/as a trabajar, o vendidos/as como mano de obra; la de niños y niñas, hijos/as de nuestros/as hermanos/as que pertenecen a las culturas originarias de nuestro país, obligados/as a pedir dinero; las de niños y niñas traficadas para el comercio sexual, que no está de más comentar, resulta ser un negocio muy redituable, así como el tráfico de órganos. La lista es enorme de los niños y niñas que claman: “¡Sálvanos Mesías nuestro, por favor, sálvanos, Dios altísimo!”.

Escucho a los y las jóvenes unirse al clamor, cansados/as de ser víctimas de la violencia, de la inseguridad, del acoso escolar, de la falta de oportunidades, de la corrupción en las escuelas, de maestros y maestras faltos/as de vocación, de exigencias y estándares por encima de sus propias necesidades.

Al grito de los niños y las niñas, se unen los gritos de tantas mujeres, a lo largo de la historia, para ser salvadas, para no ser violentadas, que son invisibilizadas, acalladas, aisladas, secuestradas para comercio sexual, desaparecidas, engañadas para prostituirlas. (México conoce muy bien el sistema de engañar mujeres y casarse con ellas para luego prostituirlas, además de muchos otros negocios ilícitos, pero permitidos.)

Se oye el clamor de mujeres que sufren continuamente el abuso emocional que mina sus vidas, su psique, su salud y no pueden siquiera detectar que están siendo violentadas, porque esto es lo normal; porque se nos enseñó a las mujeres la vida del sacrificio y porque nos toca aguantar.  El clamor de las mujeres que sólo por el hecho de ser mujeres sufren en medio de una sociedad que las reconoce como ciudadanas de segunda. Todos y todas escuchamos el clamor de las mujeres que han sido muertas, reconocemos sus feminicidios.

Se une el clamor de las mujeres, que luchan día a día, con una paga menor, mayor responsabilidad de los hijos e hijas, y doble o triple jornada.

Al clamor también se unen las mujeres de los pueblos originarios, violentadas, expulsadas, burladas, menospreciadas y ninguneadas, junto con sus descendientes y comunidades.

Escucho también el clamor, cada vez más fuerte de mujeres preparadas y estudiosas de la palabra de Dios, y que hacen teología desde sus conocimientos, saberes, experiencias y espacios, movimientos y denuncias, pero que siguen siendo vilipendiadas, burladas, silenciadas y no reconocidas.

Con un grito un poco más débil se unen nuestras personas mayores, desde su soledad, desde su vitalidad interna y caminar más lento, que conocen el desprecio de la sociedad, de sus familiares, que viven solos, ninguneados y ninguneadas, y con menos recursos para su sustento, y que, además, ahora deben permanecer encerrados/as con miedo al contagio.

Poco a poco se van uniendo al clamor las voces de los hombres que se reconocen víctimas de las estructuras y culturas dominantes. Reconocen que sufrieron violencias, y que ocupan un lugar de privilegio. Se reconocen tanto víctimas como victimarios y reconocen su necesidad de sanar sus dolores y sus historias. Hombres que están dispuestos a caminar junto con los niños, las niñas, las mujeres, sus compañeras, y unirse al clamor de: “¡Sálvanos, Mesías!”.

Si escuchamos con atención, también oímos el clamor de la Tierra, de la creación, representada en las palmas que ponían a los pies de Jesús. El clamor de la Tierra al no resistir más el impacto del uso ilimitado, no de los recursos, sino de la creación misma.

Al clamor se une la humanidad, dolida, cansada, y con necesidad de sanar, perdonar, ser perdonados y perdonadas, y buscando ser salvados y salvadas por el Mesías, que humildemente cabalga sobre una burra, acompañando a su pueblo.

¿Qué otros clamores escuchamos?

La entrada de Jesús a Jerusalén no es sino muestra y recordatorio de Su presencia en medio de su pueblo, acompañando en el clamor de los suyos y las suyas. Esta presencia es la que nos permite vivir con alegría en cualquier circunstancia, aun en medio de la pandemia y la violencia alrededor nuestro, en medio de nuestros dolores y agobios. Alegría por la esperanza en la salvación que venía Jesús a concretar. Sigamos a ese Jesús, y clamemos junto con los niños y niñas: “¡Sálvanos Mesías nuestro, por favor sálvanos!”.

En el pasaje de I Pedro 1.1-8 se nos recuerda de dónde proviene esta alegría aun frente al dolor, la incertidumbre, la desesperanza. Al clamor de salvación, la palabra de Dios responde con una promesa: “Ustedes, aunque nunca han visto a Jesucristo, lo aman y creen en él, y tienen una alegría tan grande y hermosa que no puede describirse con palabras. Ustedes viven alegres porque ya saben que Dios los salvará, por eso confían en él”.

Es esa esperanza de la presencia y la salvación la que nos permite alegrarnos en medio de nuestras circunstancias, pero también la que nos invita a compartir esa esperanza y alegría hacia nuestros y nuestras semejantes, denunciando, participando, desinvisibilizando, acompañando y reconociendo. Es el reconocimiento del entorno en el que Dios nos ha puesto, la alegría que el reconocimiento de Jesús cabalgando entre nosotros y nosotras nos da, y las acciones que como seguidores/as suyo/as nos toca llevar a cabo, es lo que implica para nosotros hoy lo que conocemos como la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén.

Esta realidad de la presencia de Jesús en nuestras vidas la expresa Alfonso Ropero, de la siguiente forma: “No es una nueva imagen de Cristo la que necesitamos, sino a Cristo mismo hecho realidad en el centro de nuestra vida” (Ropero, Alfonso, La vida del cristiano centrada en Cristo. La gran transformación. Clie, 2016).

Participemos con Jesús en esa marcha, con la alegría que nos trae la esperanza de la salvación, y con Él hecho realidad en el centro de nuestra vida. Como Jesús acompañemos, reconozcamos, denunciemos y participemos para que esa esperanza pueda traer alegría a tantas vidas que claman, como los niños y las niñas en el templo: “¡Sálvanos, Mesías!”.

En otra cita, el mismo Alfonso Ropero nos describe la vida del cristiano, la cristiana de la siguiente forma:

 

La verdadera religión produce gozo, trae alegría a la vida. El cristiano, la cristiana verdadero/a es aquel, aquella, que hace que Cristo se convierta en música en su vida... Nada hay más serio en el mundo que el Evangelio de Jesucristo. Al mismo tiempo nada hay más alegre en este mundo que su mensaje. Quienes lo descubren encuentran que Dios cambia su lamento en baile. En medio de la persecución y de las pruebas, de la debilidad y los problemas, de las espinas y de los desprecios, los cristianos, las cristianas soportan todo con la serenidad propia de hijos, hijas de Dios…

 

Termino con un fragmento de un escrito de Jocabed Solano, teóloga de la nación Gunadule, Panamá: “Y Dios cantó…”.

 

Junto al camino, en distintas épocas, nos unimos para cantar el canto de los peregrinos liberados. Uno tras otro, se sumaron para seguir componiendo la más sublime obra musical que jamás habíamos escuchado, la partitura de la liberación y dentro un Selah prolongado que nos recuerda detenernos para escuchar la voz del solista, la singular voz de la roca, la voz de “Jesús”, el Creador. Su filarmonía destelló esperanza, el solista siguió cantando. Y cantó, cantó y cantó recorriendo la partitura de shalom para el cosmos.

¡Buenas noticias para todas y todos!, su voz como el estruendo de una catarata se escuchó en todo el universo y a ese nuevo cantar se unió la tierra y el cielo como testigos de su amor. 

Unámonos al canto de Jesús, con la alegría, esperanza y la transparencia del rostro de nuestras niñas y nuestros niños. “Que Dios, quien nos da seguridad, los llene de alegría. Que les dé la paz que trae el confiar en él. Y que, por el poder del Espíritu Santo, les llene de esperanza” (Romanos 15.13).

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