28 de marzo de 2021
Hermanas, hermanos, hermanitas y hermanitos, les invito a pensar en un momento en que se sintieron muy alegres. ¿Pueden pensar en algún momento así? Quizá una fiesta de cumpleaños, un viaje, un tiempo de juego con sus amigos o amigas…
Para
mí, cuando yo pienso en un momento alegre, casi siempre es con mi familia, con
mi hijo. Recuerdo una vez que mi hijo y yo estábamos en el parque y comenzó a
llover, pudimos haber corrido para regresar a la casa y resguardarnos de la
lluvia, pero decidimos hacer lo contrario. Llovía a cántaros, el parque se
quedó vacío, y mi hijo brincaba y daba vueltas sobre los charcos, mientras yo
veía la lluvia a la luz de los faroles que se habían prendido. Una alegría
inundó mi corazón con esa escena, a pesar de la lluvia y de estar solos en el
parque, podía sentir una inmensa alegría. Cuando pienso en esa escena sigo
sintiendo alegría.
Así
como yo puedo pensar en momentos de alegría, seguramente tú también puedes
pensar en alguno, y te invito a que al final del culto, durante la comida, lo
compartas con tu familia.
Mientras
escuchamos la meditación de hoy, quisiera que se fijaran en dos palabras muy
importantes para las niñas y los niños que quieren seguir a Jesús, estas
palabras son alegría y esperanza. Hace
mucho, mucho tiempo, muchas personas que vivían en Jerusalén se volcaron a las
calles con mucha alegría y esperanza.
Para
entender qué estaba pasando, te voy a invitar a hacer un viaje, pero no un
viaje cualquiera, éste es un viaje en el tiempo para ver si podemos acompañar a
estas personas con la imaginación.
Así
que ponte tu traje especial para viajar en el tiempo, y cuando estés listo,
cuando estés lista, cierra los ojos y no los abras hasta que yo te diga. Pero
no te vayas a quedar dormida o dormido porque entonces te vas a perder toda la
acción. ¿Listos? ¿Listas?
Yo
te digo cuando los puedas abrir… ¡Ya mero llegamos!
¡Listo!
puedes ir abriendo tus ojos. Te encuentras en un lugar que parece estar en
ruinas, pero a lo lejos ves que hay gente que está construyendo casas y muros. Aunque no reconoces bien el lugar, escuchas
que estás en Jerusalén, ¡500 años antes de que Jesús naciera! Puedes escuchar a
un profeta, que se llama Zacarías, decir:
¡Alégrate,
bella ciudad de Jerusalén!
¡Ya
tu rey viene hacia ti, montado en un burrito!
Es
humilde pero justo, y viene a darte la victoria.
Destruirá
todas las armas de guerra y en todo Israel destruirá los ejércitos;
Anunciará
la paz en todas las naciones,
Y
dominará de mar a mar, ¡del río Éufrates al fin del mundo!
Y
tú volteas, y no… no ves a toda la gente en las calles, sólo ves al pueblo de
Israel, o a lo poco que queda de él, reconstruyendo la ciudad. Y te preguntas:
¿cómo puede Zacarías hablar de Jesús si todavía no había nacido? Él era un profeta,
Dios le hablaba y le enseñaba las cosas que pasarían y él las comunicaba al
pueblo.
Ahora
acompáñame 500 años después.
Aquí
vamos a hacer varias paradas. Primero, somos invitados/as junto con Jesús y su
mamá, a una boda. Vemos como bailan, platican, y se alegra Jesús junto con sus
amigos y amigas. Vemos que Jesús participaba de las celebraciones y se alegraba
junto con todos y todas. Este día Jesús comienza a compartir alegría y
esperanza a los niños, las niñas, las mujeres, los enfermos y las enfermas, y a
todos y todas los/as que se acercaban a él para aprender y seguirle.
Avancemos
casi tres años, al día en que le avisaron a Jesús que un amigo muy querido
estaba enfermo, y luego que había muerto. Jesús se puso muy triste y lloró
junto con las hermanas de su amigo Lázaro. Pero fue en medio de las lágrimas,
la tristeza y el dolor que sintió, que Jesús trajo esperanza a esta familia y
Lázaro volvió a la vida, y las lágrimas las convirtió en alegría y esperanza.
Por
fin llegamos a Jerusalén, no la misma Jerusalén en construcción de Zacarías, ésta
era una ciudad ya muy grande, y con muchos soldados… romanos. Pero si te fijas
bien, puedes reconocer a un hombre que viene montado sobre una burra. ¡Tal y
como lo había dicho Zacarías el profeta hace 500 años! Pero hay mucha gente,
gente muy alegre cantando, gritando, cortando palmas y poniendo mantos para que
pase Jesús montando sobre el burro. ¡Qué alegría contemplar a la multitud, que
aún bajo la mirada de los conquistadores romanos, se juntaron en las calles
cantando y gritando! Si escuchas bien, oirás que dicen: “¡Hosanna al Hijo de
David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!”.
La palabra hosanna significa: “¡Sálvanos ahora!”. Un grito que
demostraba la esperanza que todas estas personas tenían en que Jesús las
salvaría.
Después
de entrar a Jerusalén, vamos junto con Jesús al templo. Un templo grande y
majestuoso. Curiosamente, conforme nos acercamos, oímos mucho ruido, como de
mercado. Se oyen gritos, hay animales, gente cambiando dinero, y ofreciendo
productos para los sacrificios. De repente se oyen gritos y en medio de este
lugar, está Jesús, muy enojado. En medio de este revuelo, se siguen oyendo los
gritos de los niños y las niñas: “¡Hosanna al Hijo del rey David!”. Y cuando
enojados los maestros y los sacerdotes le reclaman a Jesús y le preguntan si no
oía lo que estos niños y estas niñas gritan, Él defiende a los niños y a las
niñas y contesta: “Los oigo bien, ¿no recuerdan lo que dice la Biblia? Los/as niños/as pequeños/as, los/as que aún son bebés, te cantarán alabanzas". ¿Cómo te hace sentir que Jesús defendió a
los niños y niñas que le aclamaban? Seguramente estos niños y estas niñas se
sintieron muy contentos/as e importantes. Platícalo con tu familia también.
En
nuestra última parada, antes de irnos a otra época, estamos en un jardín,
oscuro, de noche, unas cuantas personas nada más, y un hombre al fondo, orando,
llorando, con una profunda tristeza. Jesús sintió mucha tristeza.
Conocemos
el desenlace de esta historia, Jesús es crucificado, sufrió, se sintió
abandonado y sintió mucho dolor. Pero también sabemos que Él resucitó. Jesús
sufrió y resucitó para que pudiéramos tener la esperanza de una vida mejor y pudiéramos
vivir la alegría que Él nos da al reconocer su amor y tener la esperanza de
volvernos a encontrar con Él.
Nuestra
penúltima parada nos lleva a una época en la que Jesús ya no está. El grupo de
personas con las que estamos no conocieron a Jesús personalmente, pero se
reúnen para aprender de Él y compartir sus enseñanzas. Estos cristianos y estas cristianas están
siendo perseguidos/as. No se les permite reunirse y corren el riesgo de ser
encarcelados/as y hasta muertos/as por su fe. ¿Quién podría sentir alegría en
estas circunstancias? Estos primeros cristianos y cristianas se sentían alegres
en medio de la incertidumbre y el miedo porque ya sabían que Jesús había muerto
por ellas y ellos y que tenían la salvación. Esto les permitía sentir la
alegría que les daba la esperanza en la vida que Dios les daría después de su
muerte.
¡Qué
viaje! ¿Ya se cansaron? Espero que no, porque todavía nos falta una parada.
Esta parada es en 2021, justo al cumplir un año de quedarnos en casa debido a
la pandemia. Definitivamente un año muy difícil, donde experimentamos enojo por
no poder salir, por estar encerrados y encerradas, sentimos miedo de
contagiarnos o de que nuestros papás o mamás se contagiaran, sentimos tristeza
por no poder ver a nuestros amigos, nuestras amigas, y por no poder ir a la
escuela. Quizá también sentimos mucha
tristeza y dolor porque en nuestra familia hubo alguna pérdida. Recordar la vida de Jesús nos muestra que El sintió
lo mismo que nosotros/as sentimos. Él conoce nuestros miedos, dolores,
tristezas, y momentos felices. Conoce lo que has sentido en este tiempo porque
Él lo experimentó también. Saber que Jesús nos acompaña en todo momento, que
nos ha dado la salvación, y que vendrá nuevamente, no da la esperanza que nos
permite sentir alegría en medio de todas nuestras circunstancias.
La
entrada de Jesús en Jerusalén nos da la esperanza del reencuentro con El, cuando
nuestra alegría sea completa y podamos cantar todos juntos y todas juntas: “¡Bendito
el que viene en el nombre del Señor!”.
Acompáñenme ahora a explicarles a los hermanos, las hermanas más grandes todo lo que hemos aprendido del viaje que hicimos en el tiempo. A ver si ellos/as pueden entender cómo es que la esperanza que tenemos en Jesús llegó para alegrar al pueblo. Quisiera continuar con una cita de Germán Rosa:
La esperanza de Jesús es la que se gestó en toda
la historia del pueblo hebreo que tiene como fundamento la liberación de la
esclavitud en Egipto, la tierra prometida, la alianza con Dios que también es
creador del cielo y de la tierra, y cuya realeza garantiza la justicia y el
derecho para los desprotegidos, los desamparados, los enfermos, los pobres, el
huérfano, la viuda, etc. Esta esperanza es liberadora y es esperanza de
plenitud de vida. La esperanza de Jesús expresada en el Reino de Dios es la
liberación de todas las formas de esclavitud que destruyen la dignidad humana y
también la creación entera. La esperanza de Jesús es el sueño de Dios de
constituir un pueblo entero según su corazón. (www.vaticannews.va/es/iglesia/news/2020-06/german-rosa-esperanza-jesus-sueno-gran-pueblo.html)
¿Qué
implica para nosotros, nosotras, la entrada de Jesús a Jerusalén? Sin lugar a
dudas es motivo de alegría la esperanza que Jesús nos deja con este acto, así
como con su muerte y resurrección, pero para esta reflexión quisiera que nos
preguntemos qué implica para nosotros, nosotras el grito de: “¡Hosanna!”, el
grito de: “¡Sálvanos, Mesías nuestro! ¡Bendito tú que vienes en el nombre de
Dios! Por favor, ¡sálvanos, Dios altísimo!”.
Cuando
Jesús entra en el templo y vuelca y tira las mesas, los niños y las niñas son los/as
que siguen aclamando. Escucho las voces de los niños y niñas que gritaron y por
quienes Jesús responde durante su paso
por el templo, pero también escucho las voces de los niños y las niñas que con
esos mismos gritos claman: “¡Sálvanos Mesías nuestro!”, sólo que no hay palmas,
no hay multitudes, el niño, la niña clama
en soledad, clama desde el dolor, desde el silencio, no se escucha su grito,
porque se lo traga, porque no tiene quien le escuche, quien lo libere del
maltrato que sufre en su propia casa, del maltrato que sufre en la escuela, a
veces desde el hambre, el frío, la guerra, la indigencia o la orfandad. Quizá
desde la enfermedad o las capacidades diferentes.
También
clama desde las exigencias que vive el niño de ser un hombre y aguantarse; de
las exigencias que vive la niña de callarse y servir. Claman los niños y niñas
a quienes les hemos impedido acercarse a Dios desde nuestro adultocentrismo,
con nuestras actitudes, miradas, regaños, exigencias, al ignorarlas e ignorarlos,
al no ver cómo cuidar de sus necesidades de conocer el amor de Dios; al no
reconocer sus anhelos; al exigirles que amen a Dios y nos ven destruyendo al
prójimo, a la prójima, enfrascados/as siempre en críticas, en discursos, en
logísticas, en demostrar que tengo la razón, que sé más y que soy mejor que el
otro o la otra.
Escucho
también el clamor de los niños y niñas obligados/as a trabajar, o vendidos/as
como mano de obra; la de niños y niñas, hijos/as de nuestros/as hermanos/as que
pertenecen a las culturas originarias de nuestro país, obligados/as a pedir
dinero; las de niños y niñas traficadas para el comercio sexual, que no está de
más comentar, resulta ser un negocio muy redituable, así como el tráfico de
órganos. La lista es enorme de los niños y niñas que claman: “¡Sálvanos Mesías
nuestro, por favor, sálvanos, Dios altísimo!”.
Escucho
a los y las jóvenes unirse al clamor, cansados/as de ser víctimas de la
violencia, de la inseguridad, del acoso escolar, de la falta de oportunidades,
de la corrupción en las escuelas, de maestros y maestras faltos/as de vocación,
de exigencias y estándares por encima de sus propias necesidades.
Al
grito de los niños y las niñas, se unen los gritos de tantas mujeres, a lo
largo de la historia, para ser salvadas, para no ser violentadas, que son invisibilizadas,
acalladas, aisladas, secuestradas para comercio sexual, desaparecidas,
engañadas para prostituirlas. (México conoce muy bien el sistema de engañar
mujeres y casarse con ellas para luego prostituirlas, además de muchos otros
negocios ilícitos, pero permitidos.)
Se
oye el clamor de mujeres que sufren continuamente el abuso emocional que mina
sus vidas, su psique, su salud y no pueden siquiera detectar que están siendo
violentadas, porque esto es lo normal; porque se nos enseñó a las mujeres la
vida del sacrificio y porque nos toca aguantar. El clamor de las mujeres que sólo por el hecho
de ser mujeres sufren en medio de una sociedad que las reconoce como ciudadanas
de segunda. Todos y todas escuchamos el clamor de las mujeres que han sido
muertas, reconocemos sus feminicidios.
Se
une el clamor de las mujeres, que luchan día a día, con una paga menor, mayor
responsabilidad de los hijos e hijas, y doble o triple jornada.
Al
clamor también se unen las mujeres de los pueblos originarios, violentadas,
expulsadas, burladas, menospreciadas y ninguneadas, junto con sus descendientes
y comunidades.
Escucho
también el clamor, cada vez más fuerte de mujeres preparadas y estudiosas de la
palabra de Dios, y que hacen teología desde sus conocimientos, saberes, experiencias
y espacios, movimientos y denuncias, pero que siguen siendo vilipendiadas,
burladas, silenciadas y no reconocidas.
Con
un grito un poco más débil se unen nuestras personas mayores, desde su soledad,
desde su vitalidad interna y caminar más lento, que conocen el desprecio de la
sociedad, de sus familiares, que viven solos, ninguneados y ninguneadas, y con
menos recursos para su sustento, y que, además, ahora deben permanecer encerrados/as
con miedo al contagio.
Poco
a poco se van uniendo al clamor las voces de los hombres que se reconocen
víctimas de las estructuras y culturas dominantes. Reconocen que sufrieron
violencias, y que ocupan un lugar de privilegio. Se reconocen tanto víctimas
como victimarios y reconocen su necesidad de sanar sus dolores y sus historias.
Hombres que están dispuestos a caminar junto con los niños, las niñas, las
mujeres, sus compañeras, y unirse al clamor de: “¡Sálvanos, Mesías!”.
Si
escuchamos con atención, también oímos el clamor de la Tierra, de la creación,
representada en las palmas que ponían a los pies de Jesús. El clamor de la
Tierra al no resistir más el impacto del uso ilimitado, no de los recursos,
sino de la creación misma.
Al
clamor se une la humanidad, dolida, cansada, y con necesidad de sanar, perdonar,
ser perdonados y perdonadas, y buscando ser salvados y salvadas por el Mesías,
que humildemente cabalga sobre una burra, acompañando a su pueblo.
¿Qué
otros clamores escuchamos?
La
entrada de Jesús a Jerusalén no es sino muestra y recordatorio de Su presencia
en medio de su pueblo, acompañando en el clamor de los suyos y las suyas. Esta
presencia es la que nos permite vivir con alegría en cualquier circunstancia,
aun en medio de la pandemia y la violencia alrededor nuestro, en medio de
nuestros dolores y agobios. Alegría por la esperanza en la salvación que venía
Jesús a concretar. Sigamos a ese Jesús, y clamemos junto con los niños y niñas:
“¡Sálvanos Mesías nuestro, por favor sálvanos!”.
En
el pasaje de I Pedro 1.1-8 se nos recuerda de dónde proviene esta alegría aun frente
al dolor, la incertidumbre, la desesperanza. Al clamor de salvación, la palabra
de Dios responde con una promesa: “Ustedes, aunque nunca han visto a
Jesucristo, lo aman y creen en él, y tienen una alegría tan grande y hermosa
que no puede describirse con palabras. Ustedes viven alegres porque ya saben
que Dios los salvará, por eso confían en él”.
Es
esa esperanza de la presencia y la salvación la que nos permite alegrarnos en
medio de nuestras circunstancias, pero también la que nos invita a compartir
esa esperanza y alegría hacia nuestros y nuestras semejantes, denunciando,
participando, desinvisibilizando, acompañando y reconociendo. Es el
reconocimiento del entorno en el que Dios nos ha puesto, la alegría que el
reconocimiento de Jesús cabalgando entre nosotros y nosotras nos da, y las acciones
que como seguidores/as suyo/as nos toca llevar a cabo, es lo que implica para
nosotros hoy lo que conocemos como la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén.
Esta
realidad de la presencia de Jesús en nuestras vidas la expresa Alfonso Ropero, de
la siguiente forma: “No es una nueva imagen de Cristo la que necesitamos, sino
a Cristo mismo hecho realidad en el centro de nuestra vida” (Ropero, Alfonso, La
vida del cristiano centrada en Cristo. La gran transformación. Clie, 2016).
Participemos
con Jesús en esa marcha, con la alegría que nos trae la esperanza de la
salvación, y con Él hecho realidad en el centro de nuestra vida. Como Jesús acompañemos,
reconozcamos, denunciemos y participemos para que esa esperanza pueda traer
alegría a tantas vidas que claman, como los niños y las niñas en el templo: “¡Sálvanos,
Mesías!”.
En
otra cita, el mismo Alfonso Ropero nos describe la vida del cristiano, la
cristiana de la siguiente forma:
La
verdadera religión produce gozo, trae alegría a la vida. El cristiano, la
cristiana verdadero/a es aquel, aquella, que hace que Cristo se convierta en
música en su vida... Nada hay más serio en el mundo que el Evangelio de
Jesucristo. Al mismo tiempo nada hay más alegre en este mundo que su mensaje.
Quienes lo descubren encuentran que Dios cambia su lamento en baile. En medio
de la persecución y de las pruebas, de la debilidad y los problemas, de las
espinas y de los desprecios, los cristianos, las cristianas soportan todo con
la serenidad propia de hijos, hijas de Dios…
Termino con un fragmento de un escrito de Jocabed Solano, teóloga de la nación Gunadule, Panamá: “Y Dios cantó…”.
Junto al camino, en
distintas épocas, nos unimos para cantar el canto de los peregrinos liberados.
Uno tras otro, se sumaron para seguir componiendo la más sublime obra musical que jamás
habíamos escuchado, la partitura de la liberación y dentro un Selah prolongado que nos recuerda detenernos para escuchar la voz
del solista, la singular voz de la roca, la voz de “Jesús”, el Creador. Su filarmonía destelló esperanza, el solista siguió cantando. Y cantó,
cantó y cantó recorriendo la partitura de shalom para el cosmos.
¡Buenas noticias para todas y todos!, su voz como el estruendo de una catarata se escuchó en todo el universo y a ese nuevo cantar se unió la tierra y el cielo como testigos de su amor.
Unámonos
al canto de Jesús, con la alegría, esperanza y la transparencia del rostro de
nuestras niñas y nuestros niños. “Que Dios, quien
nos da seguridad, los llene de alegría. Que les dé la paz que trae el confiar
en él. Y que, por el poder del Espíritu Santo, les llene de esperanza” (Romanos
15.13).
No hay comentarios:
Publicar un comentario