7 de marzo de 2021
…a causa de la esperanza que os está guardada en los cielos, de la cual ya habéis oído por la palabra verdadera del evangelio…
Colosenses 1.5, TLA
Después del saludo inicial a los “santos y fieles hermanos”, continúa la
afirmación de que ambos oran siempre por ellos (3), agradeciendo al Padre de
Jesucristo por el hecho de que confían en el Señor y porque “aman a todos los
que forman parte del pueblo de Dios” (4). La tríada fe- amor-esperanza asoma
aquí inmediatamente en la mención de lo que se ha oído sobre la práctica cristiana
de los colosenses: “La fe, el amor y la esperanza se entendían originariamente abarcando
todos los tiempos, en cuanto que la fe se funda en el pasado de la vida, de la
muerte y de la resurrección de Jesucristo, el amor llena el presente de la
comunidad y la esperanza está abierta al futuro”.[2] Esta
fusión de tiempos abarca la totalidad de la experiencia cristiana y proyecta la
vida espiritual de la comunidad en todas las dimensiones temporales. Dado que la
fe se orienta principalmente hacia “Cristo presente”, celestial, la esperanza
describe “lo que ya está reservado en el cielo”.
La carta abre, entonces, con la intención de aplicar en estos creyentes “la
certeza y objetividad en la salvación exclusivamente garantizada por Dios; la
idea de que el acontecimiento futuro estaba ya presente en Dios” era común en
la apocalíptica judía. Por ello, lo relevante “es que la fe se funda en la
esperanza y no a la inversa”. De ese modo, el pasado y el futuro se funden para
fortalecer la vida presente. “La expresión ‘en el cielo’ significa, pues, que
la salvación está ‘fuera’. Al hombre habitante de una tierra sin cielo se le
dice que el sentido de toda vida no está en ella misma, ni en la humanidad o en
la naturaleza, sino en aquel que, estando más allá de tales realidades, le sale
al encuentro sin embargo en ellas. Los colosenses han oído hablar ya ‘antes’ de
esta esperanza”.[3]
La predicación que habían recibido (“el mensaje verdadero de la buena noticia”,
5a) fue una especie de anticipación del futuro. El énfasis puesto en la verdad
contrasta con la superación de todas las deformaciones, aunque no con el matiz
griego de alcanzarla necesariamente mediante la
experiencia o la lógica. La verdad es, aquí, definitivamente, un don de Dios.
Esa buena noticia, como en una marcha triunfal, se estaba extendiendo
por todo el Imperio con excelentes resultados (6a). La segunda parte del v. 6 subraya
lo acontecido en la comunidad concreta cuando ésta comprendió la medida del
amor de Dios. El vehículo para esa aceptación fue Epafras, el “amado consiervo”
(7), su autoridad es la de Pablo y por ello Cristo es el sujeto real de su ministerio.
El apóstol transfirió la autoridad a sus representantes. La sección finaliza con
una nueva alusión al buen estado de la comunidad, en donde el Espíritu estaba
haciendo su obra de amor y acompañamiento mutuo. Es notable que la carta
comience con una acción de gracias y no con regaños ni lamentaciones. Esto es
así, porque el autor tiene conocimiento de la “esperanza en el cielo”.
La santidad de la comunidad consiste en la
salvación que Dios le ha preparado y hacia la que está orientada. La comunidad vive
‘en Cristo’. Cristo no es, pues, un mero concepto para diferenciar la comunidad
«cristiana» frente a otra “mundana”.
La comunidad
vive —del modo que sea— en él, como, a la inversa, “el mundo está en el maligno”
(1 Jn 5.19). Cristo es el lugar donde la comunidad vive, el aire en que crece y
que la penetra. Esto es así porque la comunidad escuchó la palabra en la que se
puede confiar, una palabra que produce fruto y crece, acumula experiencia y por
eso nunca se anquilosa. Así su fe sólo puede vivir como amor.[4]
“La carta considera que la comunidad ya ha resucitado, que su esperanza está
ya preparada en el cielo, que su Señor ha vencido ya a todos los poderes y
dominaciones, mientras que el ‘todavía no’ sólo se expresa en 3.2 s”.[5] La esperanza que está guardada (reservada, puesta aparte) en los cielos
es la garantía, por encima del tiempo, de que todo lo anunciado como beneficio
salvífico se cumplirá plenamente en el presente que viva la comunidad cristiana.
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