lunes, 1 de marzo de 2021

"La esperanza que nos está guardada en los cielos", L. Cervantes-O.

 

7 de marzo de 2021

…a causa de la esperanza que os está guardada en los cielos, de la cual ya habéis oído por la palabra verdadera del evangelio…

Colosenses 1.5, TLA

 Como parte del saludo que dirigieron el apóstol Pablo (preso en Éfeso) y Timoteo a los creyentes de la ciudad de Colosas, ubicada al este de la gran ruta comercial de Éfeso y Mileto, se afirma la importancia de la esperanza para la fe de ellos y de toda la cristiandad. Dado que estas cartas eran leídas como parte de la liturgia de las comunidades, el tono del saludo es elevado y desea transmitir la presencia de Dios. Ni los colosenses ni los laodicenses conocían personalmente al apóstol, por lo que la grandilocuencia de la presentación se explica como parte de un acercamiento fraterno que merecía ese lenguaje y estilo. El saludo es, pues, un auténtico deseo de bendición, así como una afirmación del carácter peculiar de la comunidad a la cual se dirigieron los autores: “Ustedes son parte del pueblo especial de Dios y han puesto su confianza en Cristo” (1.1b). Sigue luego la afirmación del apostolado paulino por voluntad divina (2a) y el deseo de que Dios les otorgase “mucho amor y paz” (2b). “Para el apóstol es fundamental estar en comunión con los hermanos y no hablar simplemente como una persona investida de autoridad de especial dignidad”.[1]

Después del saludo inicial a los “santos y fieles hermanos”, continúa la afirmación de que ambos oran siempre por ellos (3), agradeciendo al Padre de Jesucristo por el hecho de que confían en el Señor y porque “aman a todos los que forman parte del pueblo de Dios” (4). La tríada fe- amor-esperanza asoma aquí inmediatamente en la mención de lo que se ha oído sobre la práctica cristiana de los colosenses: “La fe, el amor y la esperanza se entendían originariamente abarcando todos los tiempos, en cuanto que la fe se funda en el pasado de la vida, de la muerte y de la resurrección de Jesucristo, el amor llena el presente de la comunidad y la esperanza está abierta al futuro”.[2] Esta fusión de tiempos abarca la totalidad de la experiencia cristiana y proyecta la vida espiritual de la comunidad en todas las dimensiones temporales. Dado que la fe se orienta principalmente hacia “Cristo presente”, celestial, la esperanza describe “lo que ya está reservado en el cielo”.

La carta abre, entonces, con la intención de aplicar en estos creyentes “la certeza y objetividad en la salvación exclusivamente garantizada por Dios; la idea de que el acontecimiento futuro estaba ya presente en Dios” era común en la apocalíptica judía. Por ello, lo relevante “es que la fe se funda en la esperanza y no a la inversa”. De ese modo, el pasado y el futuro se funden para fortalecer la vida presente. “La expresión ‘en el cielo’ significa, pues, que la salvación está ‘fuera’. Al hombre habitante de una tierra sin cielo se le dice que el sentido de toda vida no está en ella misma, ni en la humanidad o en la naturaleza, sino en aquel que, estando más allá de tales realidades, le sale al encuentro sin embargo en ellas. Los colosenses han oído hablar ya ‘antes’ de esta esperanza”.[3] La predicación que habían recibido (“el mensaje verdadero de la buena noticia”, 5a) fue una especie de anticipación del futuro. El énfasis puesto en la verdad contrasta con la superación de todas las deformaciones, aunque no con el matiz griego de alcanzarla necesariamente mediante la experiencia o la lógica. La verdad es, aquí, definitivamente, un don de Dios.

Esa buena noticia, como en una marcha triunfal, se estaba extendiendo por todo el Imperio con excelentes resultados (6a). La segunda parte del v. 6 subraya lo acontecido en la comunidad concreta cuando ésta comprendió la medida del amor de Dios. El vehículo para esa aceptación fue Epafras, el “amado consiervo” (7), su autoridad es la de Pablo y por ello Cristo es el sujeto real de su ministerio. El apóstol transfirió la autoridad a sus representantes. La sección finaliza con una nueva alusión al buen estado de la comunidad, en donde el Espíritu estaba haciendo su obra de amor y acompañamiento mutuo. Es notable que la carta comience con una acción de gracias y no con regaños ni lamentaciones. Esto es así, porque el autor tiene conocimiento de la “esperanza en el cielo”.

 

La santidad de la comunidad consiste en la salvación que Dios le ha preparado y hacia la que está orientada. La comunidad vive ‘en Cristo’. Cristo no es, pues, un mero concepto para diferenciar la comunidad «cristiana» frente a otra “mundana”.

La comunidad vive —del modo que sea— en él, como, a la inversa, “el mundo está en el maligno” (1 Jn 5.19). Cristo es el lugar donde la comunidad vive, el aire en que crece y que la penetra. Esto es así porque la comunidad escuchó la palabra en la que se puede confiar, una palabra que produce fruto y crece, acumula experiencia y por eso nunca se anquilosa. Así su fe sólo puede vivir como amor.[4]

 

“La carta considera que la comunidad ya ha resucitado, que su esperanza está ya preparada en el cielo, que su Señor ha vencido ya a todos los poderes y dominaciones, mientras que el ‘todavía no’ sólo se expresa en 3.2 s”.[5] La esperanza que está guardada (reservada, puesta aparte) en los cielos es la garantía, por encima del tiempo, de que todo lo anunciado como beneficio salvífico se cumplirá plenamente en el presente que viva la comunidad cristiana.



[1] Eduard Schweizer, La carta a los Colosenses. Salamanca, Ediciones Sígueme, 1987 (Biblioteca de estudios bíblicos, 58), pp. 34-35.

[2] Ibid., p. 38.

[3] Ibid., p. 39.

[4] Ibid., p. 43.

[5] Ibid., p. 24.

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