3 de agosto de 2008
Según el doctor José María Bueno Montreal, cardenal arzobispo de Sevilla, España, las Sagradas Escrituras llegaron al Nuevo Mundo en una de las carabelas de Cristóbal Colón. “Apenas comenzó aquel glorioso descubrimiento, desde esta misma diócesis —afirma Bueno Montreal— partieron no pocos misioneros, incluso acompañando al propio Colón en sus viajes. En el reducido equipaje de aquellos misioneros iban ejemplares de las Sagradas Escrituras. Del mismo Colón se dice que, ya en el primer viaje, cuando las tempestades del océano hacían peligrar las frágiles carabelas, tomaba en sus manos un ejemplar de los Evangelios y, con ferviente espíritu de fe, leía en voz alta como el primer remedio para apaciguar las encrespadas olas, el prólogo de San Juan”.
La cita anterior es tomada del prefacio de una edición de la Biblia hecha por Editorial Herder, en 1962. Sabemos sí, que en aquellos días la Escritura era utilizada sólo por el alto clero y por intelectuales de alto nivel cultural, sin que llegara en forma directa a manos del pueblo. Así ocurrió durante muchos años. Ante tal situación, surgió la obra de las Sociedades Bíblicas, la primera de las cuales fue la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera, organización que en 1818 envió a Latinoamérica al doctor Jaime Thomson para impulsar la creación de escuelas lancasterianas y promover la distribución y estudio de la Biblia en esas latitudes.
Thomson inició sus labores en Uruguay y de allí pasó a Argentina, Chile, Perú, Ecuador, Colombia y México. A este último país llegó en 1827, donde desarrolló una admirable misión que, al regresar a Inglaterra, dejó en manos del doctor José María Luis Mora, brillante escritor. Después de la salida de Thomson y del viaje de Mora a París, en calidad de refugiado político, hubo un largo silencio.
A finales del siglo XIX la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera reanudó labores en diversos países del continente y la Sociedad Bíblica Americana hizo lo mismo en forma simultánea. Así nacieron las agencias bíblicas en cada país latinoamericano, las cuales actuaron sin descanso durante largos años hasta conformar lo que se conoció como Sociedades Bíblicas nacionales y autónomas, hoy en pleno desarrollo.
Cabe recordar que durante largo tiempo la circulación de la Biblia a nivel popular tuvo una fuerte oposición. Pero Dios no se calla ni se cansa en sus propósitos. Por tal razón, hizo que no pocos intelectuales de habla hispana, y de lengua portuguesa, fijaran en sus escritos los valores de las Sagradas Escrituras. Entre tales pensadores debemos citar los nombres de Andrés Belio, Domingo Faustino Sarmiento, José Enrique Rodó, Rabón Dardo, Jorge Isaacs, José Martí, Arturo Capdevila, Gabriela Mistral, Juan Montalvo, Sor Juana Inés de la Cruz y muchos más. Hoy asistimos a una nueva época en que las iglesias todas promueven la circulación y el estudio del Libro de los libros. En síntesis, Dios tiene sus planes y los impulsa buscando colaboradores eficientes. Primero lo hizo por medio de Cristóbal Colón, luego con misioneros como Bartolomé de las Casas y Jaime Thomson, después a través de las iglesias. ¿Qué vendrá después? Dios lo sabe. Creo que si las iglesias del presente fallan en esta labor, cosa que dudo, Dios buscará otros medios para darnos a conocer su voluntad.
Reflexionando en ello, salta a la mente el Salmo 147: “Dios envía su Palabra a la tierra, y su Palabra corre a toda prisa. Él produce la nieve como si fuera lana y esparce la escarcha como si fuera polvo. Él envía el hielo en forma de granizo: con el frío que envía el agua se congela. Pero envía su Palabra y la derrite; hace soplar el viento y el agua corre; Él dio a conocer a Jacob, a Israel, su Palabra, sus leyes y decretos. No hizo lo mismo con otras naciones” (Sal 147.15-20). ¿Sólo a Israel? Sí, en aquellos días a ese pueblo; hoy la envía a todas las naciones, a cada una en su propia lengua o idioma. Por lo general se cree que el estudio de la Biblia trae la conversión de sus lectores. Así es, así debe ser, pero si esto no es posible, afirmo que si la Biblia es acatada por todo tipo de personas, creyentes o no, vendrá un día luminoso para la humanidad. La Biblia dice: “No robes”, “No cometas adulterio”, “No mates”, etcétera. Y si el lector obedece lo que la Biblia pide, no habrá ladrones, ni adúlteros, ni asesinos.
“No habrá un continente nuevo, sin hombres nuevos”, dice un documento redactado hace varios años. Y, para crear hombres nuevos, es indispensable el estudio y la práctica de la Biblia.
La cita anterior es tomada del prefacio de una edición de la Biblia hecha por Editorial Herder, en 1962. Sabemos sí, que en aquellos días la Escritura era utilizada sólo por el alto clero y por intelectuales de alto nivel cultural, sin que llegara en forma directa a manos del pueblo. Así ocurrió durante muchos años. Ante tal situación, surgió la obra de las Sociedades Bíblicas, la primera de las cuales fue la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera, organización que en 1818 envió a Latinoamérica al doctor Jaime Thomson para impulsar la creación de escuelas lancasterianas y promover la distribución y estudio de la Biblia en esas latitudes.
Thomson inició sus labores en Uruguay y de allí pasó a Argentina, Chile, Perú, Ecuador, Colombia y México. A este último país llegó en 1827, donde desarrolló una admirable misión que, al regresar a Inglaterra, dejó en manos del doctor José María Luis Mora, brillante escritor. Después de la salida de Thomson y del viaje de Mora a París, en calidad de refugiado político, hubo un largo silencio.
A finales del siglo XIX la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera reanudó labores en diversos países del continente y la Sociedad Bíblica Americana hizo lo mismo en forma simultánea. Así nacieron las agencias bíblicas en cada país latinoamericano, las cuales actuaron sin descanso durante largos años hasta conformar lo que se conoció como Sociedades Bíblicas nacionales y autónomas, hoy en pleno desarrollo.
Cabe recordar que durante largo tiempo la circulación de la Biblia a nivel popular tuvo una fuerte oposición. Pero Dios no se calla ni se cansa en sus propósitos. Por tal razón, hizo que no pocos intelectuales de habla hispana, y de lengua portuguesa, fijaran en sus escritos los valores de las Sagradas Escrituras. Entre tales pensadores debemos citar los nombres de Andrés Belio, Domingo Faustino Sarmiento, José Enrique Rodó, Rabón Dardo, Jorge Isaacs, José Martí, Arturo Capdevila, Gabriela Mistral, Juan Montalvo, Sor Juana Inés de la Cruz y muchos más. Hoy asistimos a una nueva época en que las iglesias todas promueven la circulación y el estudio del Libro de los libros. En síntesis, Dios tiene sus planes y los impulsa buscando colaboradores eficientes. Primero lo hizo por medio de Cristóbal Colón, luego con misioneros como Bartolomé de las Casas y Jaime Thomson, después a través de las iglesias. ¿Qué vendrá después? Dios lo sabe. Creo que si las iglesias del presente fallan en esta labor, cosa que dudo, Dios buscará otros medios para darnos a conocer su voluntad.
Reflexionando en ello, salta a la mente el Salmo 147: “Dios envía su Palabra a la tierra, y su Palabra corre a toda prisa. Él produce la nieve como si fuera lana y esparce la escarcha como si fuera polvo. Él envía el hielo en forma de granizo: con el frío que envía el agua se congela. Pero envía su Palabra y la derrite; hace soplar el viento y el agua corre; Él dio a conocer a Jacob, a Israel, su Palabra, sus leyes y decretos. No hizo lo mismo con otras naciones” (Sal 147.15-20). ¿Sólo a Israel? Sí, en aquellos días a ese pueblo; hoy la envía a todas las naciones, a cada una en su propia lengua o idioma. Por lo general se cree que el estudio de la Biblia trae la conversión de sus lectores. Así es, así debe ser, pero si esto no es posible, afirmo que si la Biblia es acatada por todo tipo de personas, creyentes o no, vendrá un día luminoso para la humanidad. La Biblia dice: “No robes”, “No cometas adulterio”, “No mates”, etcétera. Y si el lector obedece lo que la Biblia pide, no habrá ladrones, ni adúlteros, ni asesinos.
“No habrá un continente nuevo, sin hombres nuevos”, dice un documento redactado hace varios años. Y, para crear hombres nuevos, es indispensable el estudio y la práctica de la Biblia.
La Biblia Web, 2001
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