viernes, 15 de agosto de 2008

Letra 83, 27 de julio de 2008

HACIENDO CAMINO CON LOS POBRES (III)
Julio de Santa Ana


Para muchos este cambio de posición es difícil; no sólo porque las experiencias sociales y políticas que han tenido eran de resistencia, sino también porque, a veces, tienen conciencia de que en muchos casos, los nuevos gobiernos no están a la altura de lo que los sectores populares anhelaban. A pesar de las nuevas opciones políticas, hay quienes entienden que la crisis del Estado permanece, y que a esa crisis se suma el hecho de que quienes están actualmente en el poder tienden a perder la legitimidad que tuvieron cuando lo ganaron gracias al apoyo popular que recibieron por medio del voto. Esta situación marcada por dudas, por tensiones internas, también afecta a muchos cristianos que forman parte de comunidades populares o que han optado por que se haga justicia los pobres.
Entendemos que debemos tener en cuenta esta situación cuando nos planteamos, como cristianos, la pregunta: ¿qué tenemos que hacer en el plano político, en nuestras situaciones nacionales respectivas en América Latina? ¿Cómo enfrentar los desafíos de esta situación inédita? Se trata de una cuestión práctica, lo que significa que debe ser comprendida en el contexto de sus relaciones y que, también, como todo lo que tiene que ver con la acción, supone un cierto riesgo. ¿Qué hacer? Cuando enfrentamos situaciones en las que tenemos que tomar decisiones sobre lo que lo que se debe hacer (o no hacer) no es claro que lo que decidimos sea lo conveniente. Son muchas las oportunidades en las que la certeza de que estamos haciendo lo que corresponde tarde o temprano, deja de ser tal y comprendemos que la acción en la que nos empeñamos tendría que haber sido diferente. Según la tradición bíblica, nadie puede justificarse ante Dios. Por eso afirmamos que somos salvos por la gracia, y es por ésta, y sólo por ésta, que podemos alcanzar la justicia de Dios. Pensamos que es necesario tener presente en la conciencia estos convencimientos de la vida de fe cuando tomamos decisiones sobre nuestro quehacer social y político; no podemos erigirnos en salvadores de las situaciones que nos desafían. Pero estamos llamados a dar un testimonio de fe. A dar razón de lo que creemos. En cuestiones de nuestra práctica social y política muchas veces, en virtud de nuestra fe, estamos llamados al arrepentimiento.
Llama la atención un hecho muy frecuente en estos tiempos: una reivindicación muy firme de que la ética tenga una preeminencia cada vez mayor para definir la conducta. Esto se aprecia en la exigencia de que las distintas profesiones respeten, por todos los medios a su alcance, la deontología que las orienta. Esta tendencia se advierte sobre todo cuando consideramos la acción política; no sólo la que llevan a cabo los partidos políticos, sino también las diversas organizaciones de la sociedad civil. Esta preocupación por las cuestiones éticas es consecuencia, seguramente, de un período en el que se advierte una multiplicación de casos y procesos marcados por la corrupción. Y no es una excepción la administración del Estado, dado que en muchos de esos casos de corrupción los responsables son partidos y grupos que fueron votados por sectores populares. Es común percibir una actitud ambivalente por parte de estos sectores que, al mismo tiempo que quieren romper con los corruptos; sienten que no deben hacerlo.
En el Brasil gobernado por Lula, en Chile donde Bachelet es presidenta, en Argentina, en Bolivia, en Uruguay, en Venezuela (para citar algunos casos evidentes), este conflicto que se plantea, por un lado, entre una voluntad de ruptura frente a la comprobación de que todavía siguen existiendo prácticas extraviadas, inaceptables, y, por otro lado, el entendimiento de que vale la pena seguir sosteniendo con lealtad a los dirigentes que no han sucumbido a la tentación que ha inducido a la corrupción, crea tensiones, conflictos, perplejidad y hasta puede llevar al desencanto, a un desinterés creciente por la cosa pública, e incluso a una parálisis en la práctica.

Paso previo: una reflexión sobre corrientes éticas vigentes
Me parece que, antes de intentar ofrecer algunas reflexiones positivas, es necesario adentrarnos en el campo de la teoría ética.
Puede que de este modo evitemos caer en trampas o enredos, propios de cosas que la prisa por actuar nos lleva a considerar de modo superficial. Diciéndolo con pocas palabras: en nuestro tiempo hay tres corrientes que predominan en el campo de la ética o la moral: existe una ética dogmática, que formula lo que se debe hacer antes de que llegue el momento de la decisión. Es una ética o moral de principios. Las normas tienen el significado de leyes que deben ser respetadas a todo precio. Las éticas legalistas de diverso tipo sirven de ejemplos. En realidad, el apremio, implícito a toda decisión existencial importante, queda eliminado por el carácter sagrado de normas fundamentales. En tiempos de Jesús de Nazaret, este tipo de ética era practicada por los fariseos.
Conviene precisar que generalmente quienes practican este tipo de moral son personas fiables. Como el mismo Jesús lo dijo en el “discurso evangélico” en la montaña (cf. Mt 5–7): la ley es siempre importante: No es posible hacer frente a las exigencias y avatares de la vida, sin tenerla en cuenta. Sin embargo, para ser fiel a Dios no tiene carácter supremo ni prioritario: “No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento. Sí, os lo aseguro: el cielo y la tierra pasarán antes que pase una i o una tilde de la Ley sin que todo suceda. Por tanto, el que traspase uno de estos mandamientos más pequeños y así lo enseñe a los hombres, será el más pequeño en el Reino de los Cielos; en cambio, el que los observe y los enseñe, ése será grande en el Reino de los Cielos. Porque os digo que, si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos. Habéis oído que se dijo a los antepasados: No matarás; y aquél que mate será reo ante el tribunal. Pues yo os digo: Todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal; pero el que llame a su hermano ‘imbécil’, será reo ante el Sanedrín; y el que le llame ‘renegado’ será reo ante la gehenna del fuego. Si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces que un hermano tuyo tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda, delante del altar, vete a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda.” (Mt 5.17-ss)
Es verdad, las leyes morales son muy importantes. No obstante, en la vida práctica hay aspectos que no fueron ni son contemplados por la normatividad de las leyes que son fundamentales. Situándolo en el contexto de las comunidades cristianas populares de América Latina, es posible decir que los “principios morales” tienen que ser considerados a la luz de contextos que son cambiantes. En consonancia con estos (“Si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que un hermano tuyo tiene algo contra ti…”) las relaciones humanas tienen más trascendencia (léase la continuación del pasaje en Mateo 5: 25 -43). No obstante, debe entenderse sin dudas que las leyes, aunque no son absolutamente prioritarias, son necesarias para vivir convenientemente. Hecha esta aclaración, sobre todo hay que decir que la prioridad es para quiénes nos acompañan, para “los otros”, sobre todo para aquellos que sufren injusticia y opresión., los pobres que nos rodean.
En segundo lugar cabe mencionar a aquel grupo de orientaciones morales que reciben el nombre de consecuencialistas. Son las que predominan en nuestro tiempo; proponen actuar de tal manera que se procure en toda situación obtener ventaja para sí, o para el grupo al que se pertenece. La tendencia ética preeminente de estas conductas proviene del utilitarismo. Es una ética individualista, que postula que el bienestar y la felicidad de la mayoría se logra cuando los obtenemos individualmente. En nuestro tiempo es la ética del mercado libre, que siempre busca obtener los mayores beneficios posibles para uno mismo. Admite, es verdad, la importancia del sacrificio; siempre y cuando sea el sacrificio del otro. En el día de hoy, entre latinoamericanos (aunque no sólo en América Latina) se propaga la así llamada “teología de la prosperidad” que afirma que Dios no quiere que existan pobres, lo que lleva a afirmar por consiguiente que “Dios anhela nuestra prosperidad”.
Es de lamentar que no se perciba que en el proceso social la prosperidad de una minoría se apoya en la vida de la mayoría pobre. Aquí está el problema: la felicidad individual, el bienestar del grupo al que uno pertenece, la prosperidad de los que llegan a vivir con privilegios, no es un don del cielo, sino sobre todo consecuencia de la injusticia social y política que se ejerce a través de las estructuras vigentes en la economía mundial. La ética consecuencialista, lamentablemente, es la que orienta el comportamiento de la mayoría de hombres y mujeres contemporáneos. A pesar de nuestra oposición a ella, tenemos que reconocer que muchas veces también caemos en sus redes: nos parece natural si algo nos ofrece ventajas; cuando podemos obtener beneficios y no examinamos por qué los tenemos mientras que a nuestro alrededor percibimos tanta injusticia y opresión. Esta tendencia ética no tiene en cuenta al otro y menos aún al pobre, al oprimido.
La tercera corriente, que ahora mencionamos, la podemos llamar ética finalista, o teleológica. Tiende a alcanzar un fin. No sólo para uno mismo o para la propia comunidad, sino para todos.

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