viernes, 15 de agosto de 2008

"¿Y cómo oirán sin haber quien les predique?" (Palabra, revelación y fe), Romanos 10.1-17, L. Cervantes-Ortiz

10 de agosto, 2008

1. La “familiaridad” con la Palabra
Frecuentemente se escucha a las personas cuando, al entregar alguna propaganda o folleto, afirman que están entregando la “Palabra de Dios”. Esa observación superficial plantea el difícil problema de la distinción entre Biblia y Palabra de Dios, pues la primera es el libro, el objeto cultural con el que podemos estar en contacto directamente, pero la Palabra de Dios es una realidad que no necesariamente brota en cada contacto con aquella. Por ello resulta un poco irresponsable que en las propias iglesias no se lleve a cabo la adecuada distinción entre ambas, pues la Biblia puede ser tomada como un objeto mágico, de culto, cuyo contenido, al ser pasado por alto, puede alejarnos de la posibilidad de acceder a la Palabra misma de Dios. Y es que esta realidad extraordinaria, la Palabra pronunciada por el propio de Dios es testificada por la existencia de la Biblia, pero su presencia efectiva va más allá de la ligereza con que a veces se maneja el libro en la búsqueda de transmitir el mensaje de Jesucristo.
Eliot, el poeta inglés, en “Los coros de La roca”, expone muy bien la lejanía de la humanidad con respecto a la Palabra

El infinito ciclo de las ideas y de los actos,
infinita invención, experimento infinito,
Trae conocimiento de la movilidad, pero no de la quietud;
Conocimiento del habla, pero no del silencio;
Conocimiento de las palabras e ignorancia de la Palabra.
Todo nuestro conocimiento nos acerca a nuestra ignorancia,
toda nuestra ignorancia nos acerca a la muerte,
pero la cercanía de la muerte no nos acerca a Dios.
¿Dónde está la vida que hemos perdido en vivir?
¿Dónde está la sabiduría que hemos perdido en conocimiento?
¿Dónde el conocimiento que hemos perdido en información?
Los ciclos celestiales en veinte siglos
nos apartan de Dios y nos aproximan al polvo.[1]

Paradójicamente, la aparente familiaridad con la Biblia puede servir para alejarnos de la posibilidad de acceder a la Palabra de Dios, pero al mismo tiempo, la Biblia es una puerta de entrada a dicha Palabra. Por todo eso, el apóstol de los gentiles se planteó el enorme dilema de cómo el judaísmo antiguo y de su época habían estado en tan estrecha relación (física, ritual y simbólica) con la ley de Dios y se hallaban en riesgo de quedar excluidos de la salvación, dada la manera en que enfocaron su relación con él a través de su Palabra. Para ellos, resultó casi trágica esa familiaridad con la Ley (Ro 10.3-5), pues su incapacidad para reconocer los caminos de Dios en Jesús de Nazaret los colocó en una enorme incredulidad debido a que se preciaban de saber cómo actuaba Dios y lo habían convertido, en su opinión, en alguien impredecible, olvidando que es en su Palabra adonde Dios, primordialmente, manifiesta su soberanía.

2. La predicación, acción teológica que acerca la Palabra de Dios a la humanidad
Las preguntas retóricas de Pablo, en el contexto de su preocupación por la salvación de los judíos, adquieren una dimensión misionera que va más allá del horizonte tan reducido con que se entiende, mayoritariamente, la evangelización y la misión cristianas. Cuando se observan, por ejemplo, los esfuerzos por “ganar” toda una ciudad o un país “para Cristo”, se deja de lado que la Palabra misionera de Dios siempre va precedida por una serie de acciones al interior del mismo Dios (missio Dei), que predisponen y preparan el ambiente para lo que él espera y desea que suceda. La interacción conflictiva con el libre albedrío humano, esto es, su capacidad para aceptar o rechazar el Evangelio, es la plataforma de lanzamiento de cualquier esfuerzo serio por entender el proceso mediante el cual Dios se acerca en Cristo a los seres humanos para redimirlos. La cercanía de la Palabra de la que habla Pablo (vv. 8-10) muestra una presencia histórica de la voluntad de Dios en medio de la necesidad humana y evidencia la forma en que él ha buscado responder a ésta. Asimismo, Dios ha borrado las diferencias étnicas y raciales (vv. 12-13), por lo que cualquiera que invoque el nombre de Dios por medio de Jesús entra a la esfera salvífica, pero precisamente esta nueva situación reclama a los y las portadores del mensaje (¡no sólo los evangelistas profesionales!) la capacidad de discernir entre para encontrar el vehículo más adecuado para su transmisión.
La serie de preguntas que inicia con: “¿Cómo invocarán a aquél en el cual no han creído?” (v. 14a) da testimonio de un proceso que desencadena el propio Espíritu de Dios en su afán por alcanzar a la humanidad para redimirla: invocar, creer, oír, predicar, enviar… Este proceso, al mismo tiempo, obliga a redimensionar la participación humana en la predicación y en el envío, como las partes más susceptibles de una cierta planificación para sumarse a la missio Dei, pues Dios es el principal sujeto de la evangelización y no las agencias misioneras transnacionales, financiadas a veces por corporaciones interesadas en que sus productos se puedan vender en nuevos mercados. De ahí la necesidad de romper con la ecuación creyente-consumidor si queremos ser fieles al Evangelio en estos tiempos globalizados para bien y para mal.
Actualmente, se interpreta el rechazo de las personas al Evangelio de Jesucristo como resultado de la acción de espíritu demoniacos territoriales que, dentro de un esquema fruto de una visión mágica y hasta chamánica del asunto, están impidiendo la aceptación de este mensaje. En consecuencia, se dice ahora que hay que “ungir” las ciudades y regiones para bloquear esta acción satánica. Con ello se dejan de lado varias cosas, entre ellas, la falta de un buen testimonio por parte de las iglesias, el desgaste natural de una práctica religiosa que ha acompañado la vida social y se ha convertido en un componente desprovisto de sus elementos renovadores y de transformación auténtica, e incluso hasta la falta de creatividad e imaginación eclesiástica para transmitir la frescura y novedad permanentes del Evangelio. Con esto, se dejan de ver los conflictos inherentes a la vehiculación religiosa de la obra de Dios en el mundo: ideológicos (porque cada portador del mensaje conlleva el uso de una ideología), políticos (porque siempre los poderes terrenales pretenden servirse de la religión para sus fines) y culturales (porque el Evangelio siempre está en posibilidad de adaptarse o no a cada nuevo ambiente humano).

3. Palabra y predicación evangelizadora en conflicto
Cuando una iglesia, cualquier iglesia, quiere predicar de verdad el Evangelio, según el espíritu de la carta a los Romanos, debe abandonar, en primer lugar, la pose de la evangelización como programa para asumirlo más bien como forma de vida, esto es, en el espíritu del propio Dios, quien no ceja en sus intentos por alcanzar cada vida humana todo el tiempo. Dios es, en esencia, un Dios evangelizador, pero que respeta, por sobre todas las cosas, la libertad de elección. Por ello Pablo no lograba entender la ruptura étnica para aceptar que entre su propio pueblo podía haber incrédulos profesionales, igual que hoy: “Mas no todos obedecieron al Evangelio…” (v. 16a), dice, con un aire de profunda amargura, pues muchos quisiéramos que todos acepten el mensaje cristiano, pero eso no es lo relevante sino que siempre se sepa, en cada momento de la historia, que hay un Evangelio real, predicado con seriedad y responsabilidad, para que no nos suceda lo que a Orlando Costas en sus viajes a la Ciudad de México cuando preguntaba en dónde podía escuchar un buen sermón, serio, expositivo y contextual, y su anfitrión lo pensaba para decirle que sabía de dos o tres lugares apenas. La predicación reveladora de la voluntad de Dios, con amplio respeto por la precariedad humana y las coyunturas sociales, debería ser la constante en todos los espacios cristianos, para no seguir dependiendo de los estrellas anglosajones (Rick Warren a la cabeza de ellos en estos días), quienes, con todo respeto, llegan como aves migratorias a otro ambiente, únicamente por conocer nuevos aires y engrosar su currículum, con todo y que se paguen ellos mismos sus boletos de avión gracias a las ofrendas deducibles de impuestos con que se mueven por todo el mundo. Se trata de las modas evangelizadoras que cíclicamente nos aquejan. ¡Pues eso es lo que menos puede ser la evangelización para la Iglesia: una moda pasajera y glamorosa!
“El Evangelio es mensaje de salvación —dice Barth en unas palabras iluminadoras— precisamente porque contrapone la soberanía absoluta de Dios a todos los empalmes, mediaciones y requisitos previos humanos”.
[2] Esa premisa, la predicación de un Dios libre a hombres y mujeres libres, que son llamados en su circunstancia específica por Jesús de Nazaret a unirse a su proyecto, es la base de cualquier intento por decir, todavía hoy, que la Iglesia de verdad está preocupada no sólo por añadirse nuevos integrantes sino por participar de manera real, no fingida, en la construcción de un nuevo mundo y un a nueva sociedad, en la espera expectante y comprometida de la venida plena del reino de Dios.

Notas
[1] T.S. Eliot, “Primer coro de La roca”, traducción de Jorge Luis Borges, en http://2por2-4.blog.com.es/2006/03/28/t_s_eliot_primer_coro_de_la_roca~681098.
[2] K. Barth, Carta a los Romanos. Trad. De A. Martínez de de la Pera. Madrid, BAC, 1999, p. 457.

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