viernes, 15 de agosto de 2008

Las Escrituras no tienen dueño: son también para las víctimas, Jorge Pixley

10 de agosto de 2008

Desde que los obispos de las ciudades imperiales tomaron el poder en las iglesias, se declararon dueños de las Escrituras. El movimiento de lectura popular reivindica la libertad de las Escrituras. Urge consolidar esta lectura para liberar la fuerza de la Biblia y también para contribuir a un nuevo sistema global donde la vida de las mayorías estará en sus propias manos, la única salida viable para la humanidad.
La Biblia se ha usado en la historia de la humanidad para fines muy opuestos. Con ella se ha legitimado la esclavitud de los negros por ser supuestamente descendientes de Cam, el hijo maldito de Noé. Con ella también, en sentido contrario, se han nutrido la dignidad y las ansias de liberación de los negros esclavizados en la América, especialmente de los estados sureños de E.U. Con la Biblia se ha querido demostrar que los judíos son los asesinos de Dios y que deben, por ello, ser eliminados de la faz de la tierra. Pero también con ella se ha justificado a la nación de Israel en su lucha por establecer un santuario para los judíos aun al costo de despojar a los palestinos árabes, y en sus éxitos en este sentido muchos ven el cumplimiento de las profecías de la Biblia.
No hay fin de los ejemplos con los cuales se demuestra que la Biblia es un libro con un potencial político inmenso, aparentemente inagotable. Sin embargo, el poder de la Biblia no se ejerce si no hay una institución o un movimiento capaz de canalizarlo y utilizarlo para sus propios fines. En el siglo IV la Biblia se usó para legitimar el poder de los obispos de las ciudades imperiales, Roma, Alejandría, Antioquía, Constantinopla y Jerusalén, y apoyándose en la legislación imperial, para ir quitándoles a los rabinos su capacidad de usar el poder de la Biblia. Los rabinos, por su lado, se organizaron primero en Jamnia en el sudoeste palestino, luego en Tiberias, y finalmente, en Babilonia para establecer un poder contrario que pudo consolidarse bajo el amparo del imperio persa que le servía en el siglo IV como contrapeso al imperio romano. Los obispos, bajo la sombra de Roma, consolidaron su reclamo a ser los legítimos dueños de la Biblia, por un lado, mientras que el colegio de rabinos lo hizo, por otro lado, en el oriente del imperio romano y fuera de sus límites bajo la sombra de los persas.
En América Latina estamos montando un cuestionamiento de este tipo de lectura de la Biblia desde el poder, y lo que pretendemos es establecer la legitimidad de otra lectura, una lectura desde los pobres, las mayorías, los débiles. […]
Las tribus de Israel son los primeros
sujetos de las tradiciones bíblicas. La naturaleza de su organización como una alianza de familias para defender su autonomía frente a los reyes de las llanuras ha quedado definida por Norman Gottwald y los biblistas que le siguen en el norte y en América Latina. La confesión fundante de la liga de las tribus fue la confesión de que Yavé, su Dios, los sacó de la esclavitud de Egipto. Esta confesión se preserva en un texto muy recubierto de reflexiones posteriores en el actual libro bíblico del Éxodo. El libro actual puede leerse como la obra de Yavé, el Dios de la nación Israel , que rescató a su pueblo del imperio egipcio. También puede leerse como el rescate de la «asamblea de Yavé» de Egipto para que pudieran libremente ofrecer su culto a Yavé bajo la supervisión de sus propios sacerdotes. Pero hoy no es posible negar que en el origen de la confesión hubo unos «apiru», grupos marginados en Egipto, que se rebelaron bajo la conducción de Moisés el profeta de un Dios Yavé de los pobres.
Es decir, en los orígenes, en el relato fundante del pueblo que nos dio la Biblia, está la historia de un pueblo pobre que se rebeló contra la dominación de la clase pudiente de Egipto. El Yavé bíblico se conoció primero en esta rebelión. Después comienza el proceso mediante el cual diversos grupos de poder se disputaron las tradiciones bíblicas. […]
El mismo origen popular se percibe de los escritos bíblicos que los cristianos reconocemos como los libros del «nuevo testamento». Jesús de Nazaret fue un carpintero e hijo de un carpintero que formó un movimiento de mujeres y hombres reclutados de las clases humildes de Galilea para cuestionar las formas sociales de su tiempo.

RIBLA, núm. 11, www.claiweb.org

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