20 de julio, 2008
1. Economía, Espíritu y ética
Cuando se confronta la labor económica de los seres humanos con la obra del Espíritu Santo en medio de la Iglesia resulta muy evidente que existe un cierto desfase entre la comprensión de la vida desde la perspectiva económica (dinero, inversiones, productividad, etcétera) y la acción del Espíritu que tarde o temprano los frutos que Dios quiere. La economía, en sí, es una actividad humana casi natural, encaminada a hacer que los recursos naturales se transformen en productos que resulten útiles. El Espíritu, por su parte, trabaja con vidas, las mismas que están encaminadas a experimentar las situaciones a que la materialidad las obliga. Pero acaso la gran diferencia entre ambos procesos consista en que quienes dirigen la economía o reflexionan sobre ella suponen que es posible desarrollarla sin apelar a la moralidad o la ética. En ese sentido piensan que el único objetivo de la economía es obtener ganancias, cueste lo que cueste y pase lo que pase. Con ello se contraviene abiertamente la voluntad de Dios expresada en la Biblia, pues para ella el principal valor es la vida en todas sus formas y manifestaciones.
De ahí que una de las exigencias cristianas para la economía sea que se respete ese valor y este respeto se desdoble en perspectivas de justicia y equidad. Las intuiciones bíblicas al respecto son muy variadas. Por ejemplo, el Eclesiastés se lamenta profundamente acerca de los resultados malévolos de la relación entre injusticia y éxito económico que manifiestan cómo ciertas personas que no siguen los preceptos éticos son “retribuidos” por el sistema imperante con beneficios que les permiten vivir holgadamente, mientras que algunas otras, cuya escala de valores está bien definida no alcanzan a ver el fruto de su trabajo. Esta desigualdad en los resultados, cuyo origen no está suficientemente explicado por el texto bíblico, es una constatación de que algo no está funcionando bien. El apóstol Pablo, por su parte, exhortaba a los creyentes de Tesalónica a trabajar, pues veía que mediante esa práctica constante, a la luz de la tardanza de la segunda venida de Jesús, se ponía en práctica una ética para la vida que debe caracterizar a los cristianos: “El que no trabaje, tampoco coma” es una consigna de validez universal que exhorta no sólo a ser productivos en el sentido comúnmente entendido, sino a “redimir el tiempo”, esto es, a encontrarse con Dios en cada aspecto de la existencia y a vivirla con dignidad.
2. Frutos económicos y frutos del Espíritu
Veamos ahora los puntos en común desde el punto de vista de Jesús mismo. Él no fue productivo en el sentido que trató de imponerle el sistema en que vivió, basado en la explotación de un imperio que exigía el tributo de las personas sometidas. Su trabajo fue más allá de lo que se esperaba de él y produjo lo que el Espíritu Santo quería, pues con él se entendía en este sentido. Su trabajo produjo esperanza y otorgó un sentido a la vida de las personas que lo conocieron y supieron de su esfuerzo en favor del Reino de Dios. “Mi Padre trabaja y yo trabajo” y “Por sus frutos los conoceréis”, son dos frases que resumen su concepción de la “productividad espiritual”, la cual no se puede medir en pesos o centavos sino en los alcances humanos para el servicio a la sociedad carente de posibilidades de desarrollo económico. La aparente improductividad de Jesús se compensó con el trabajo que llevó a cabo entre la gente sometida al peso de las cargas económicas, religiosas, pues éstas se relacionaban estrechamente. Jesús dio los frutos que el Espíritu propició en su persona mediante la vocación de un servicio apasionado.
Por ello, cuando Pablo habla de los frutos del Espíritu, pareciera que buscó atribuirle todos los puntos positivos para una vida impecable: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza. Se trata de valores, prácticas y actitudes que son condiciones necesarias para la construcción de una nueva forma de vivir, a contracorriente de la negatividad expuesta líneas atrás en Gálatas 5, cuando Pablo describe los males de su sociedad. El telón de fondo de los frutos del Espíritu es bastante oscuro, pues la lucha contra ese estado de cosas es eminentemente espiritual, pero exige también una toma de postura ética, teológica y política para resolverse a vivir según el Espíritu, como expresa Pablo en otro momento. Por ello la metáfora de la cosecha, que también había utilizado Jesús, es muy exacta: los frutos no surgen de la noche a la mañana, pues hay que cultivarlos con cuidado, cariño y dedicación, igual que una planta o un sembradío. Hay que tener mucha paciencia para que ellos lleguen.
Pero la parte más importante de su exposición es quizá la manera en que la concluye: “contra tales cosas no hay ley”. Pablo estaba muy consciente del legalismo de su época. Y subraya precisamente por ello: quien viva de esta manera no estará expuesto a la injusticia de una ley teledirigida y sesgada, pues estos frutos, siendo resultado de la acción del Espíritu, producirán beneficios donde quiera que se practiquen, ante lo cual no puede haber ley que valga y menos las que están dominadas por el interés y la imposición de criterios contrarios a la voluntad divina.
1. Economía, Espíritu y ética
Cuando se confronta la labor económica de los seres humanos con la obra del Espíritu Santo en medio de la Iglesia resulta muy evidente que existe un cierto desfase entre la comprensión de la vida desde la perspectiva económica (dinero, inversiones, productividad, etcétera) y la acción del Espíritu que tarde o temprano los frutos que Dios quiere. La economía, en sí, es una actividad humana casi natural, encaminada a hacer que los recursos naturales se transformen en productos que resulten útiles. El Espíritu, por su parte, trabaja con vidas, las mismas que están encaminadas a experimentar las situaciones a que la materialidad las obliga. Pero acaso la gran diferencia entre ambos procesos consista en que quienes dirigen la economía o reflexionan sobre ella suponen que es posible desarrollarla sin apelar a la moralidad o la ética. En ese sentido piensan que el único objetivo de la economía es obtener ganancias, cueste lo que cueste y pase lo que pase. Con ello se contraviene abiertamente la voluntad de Dios expresada en la Biblia, pues para ella el principal valor es la vida en todas sus formas y manifestaciones.
De ahí que una de las exigencias cristianas para la economía sea que se respete ese valor y este respeto se desdoble en perspectivas de justicia y equidad. Las intuiciones bíblicas al respecto son muy variadas. Por ejemplo, el Eclesiastés se lamenta profundamente acerca de los resultados malévolos de la relación entre injusticia y éxito económico que manifiestan cómo ciertas personas que no siguen los preceptos éticos son “retribuidos” por el sistema imperante con beneficios que les permiten vivir holgadamente, mientras que algunas otras, cuya escala de valores está bien definida no alcanzan a ver el fruto de su trabajo. Esta desigualdad en los resultados, cuyo origen no está suficientemente explicado por el texto bíblico, es una constatación de que algo no está funcionando bien. El apóstol Pablo, por su parte, exhortaba a los creyentes de Tesalónica a trabajar, pues veía que mediante esa práctica constante, a la luz de la tardanza de la segunda venida de Jesús, se ponía en práctica una ética para la vida que debe caracterizar a los cristianos: “El que no trabaje, tampoco coma” es una consigna de validez universal que exhorta no sólo a ser productivos en el sentido comúnmente entendido, sino a “redimir el tiempo”, esto es, a encontrarse con Dios en cada aspecto de la existencia y a vivirla con dignidad.
2. Frutos económicos y frutos del Espíritu
Veamos ahora los puntos en común desde el punto de vista de Jesús mismo. Él no fue productivo en el sentido que trató de imponerle el sistema en que vivió, basado en la explotación de un imperio que exigía el tributo de las personas sometidas. Su trabajo fue más allá de lo que se esperaba de él y produjo lo que el Espíritu Santo quería, pues con él se entendía en este sentido. Su trabajo produjo esperanza y otorgó un sentido a la vida de las personas que lo conocieron y supieron de su esfuerzo en favor del Reino de Dios. “Mi Padre trabaja y yo trabajo” y “Por sus frutos los conoceréis”, son dos frases que resumen su concepción de la “productividad espiritual”, la cual no se puede medir en pesos o centavos sino en los alcances humanos para el servicio a la sociedad carente de posibilidades de desarrollo económico. La aparente improductividad de Jesús se compensó con el trabajo que llevó a cabo entre la gente sometida al peso de las cargas económicas, religiosas, pues éstas se relacionaban estrechamente. Jesús dio los frutos que el Espíritu propició en su persona mediante la vocación de un servicio apasionado.
Por ello, cuando Pablo habla de los frutos del Espíritu, pareciera que buscó atribuirle todos los puntos positivos para una vida impecable: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza. Se trata de valores, prácticas y actitudes que son condiciones necesarias para la construcción de una nueva forma de vivir, a contracorriente de la negatividad expuesta líneas atrás en Gálatas 5, cuando Pablo describe los males de su sociedad. El telón de fondo de los frutos del Espíritu es bastante oscuro, pues la lucha contra ese estado de cosas es eminentemente espiritual, pero exige también una toma de postura ética, teológica y política para resolverse a vivir según el Espíritu, como expresa Pablo en otro momento. Por ello la metáfora de la cosecha, que también había utilizado Jesús, es muy exacta: los frutos no surgen de la noche a la mañana, pues hay que cultivarlos con cuidado, cariño y dedicación, igual que una planta o un sembradío. Hay que tener mucha paciencia para que ellos lleguen.
Pero la parte más importante de su exposición es quizá la manera en que la concluye: “contra tales cosas no hay ley”. Pablo estaba muy consciente del legalismo de su época. Y subraya precisamente por ello: quien viva de esta manera no estará expuesto a la injusticia de una ley teledirigida y sesgada, pues estos frutos, siendo resultado de la acción del Espíritu, producirán beneficios donde quiera que se practiquen, ante lo cual no puede haber ley que valga y menos las que están dominadas por el interés y la imposición de criterios contrarios a la voluntad divina.
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