viernes, 15 de agosto de 2008

Letra 84, 3 de agosto de 2008

LA BIBLIA Y LA BIBLIA DEL OSO
Plutarco Bonilla
www.labibliaweb.com


La Biblia ha sido el libro de la Iglesia prácticamente desde que ésta nació. Al principio, por supuesto, ese libro lo constituían solo las Escrituras hebreas que usaban los cristianos antes que fueran escribiéndose y añadiéndose al canon los textos del Nuevo Testamento. Este último hecho fue un proceso que duró cierto tiempo. Cuando la iglesia cristiana, en el ejercicio de la vocación misionera que había recibido del Señor resucitado, se extendió por el mundo, muy pronto se hizo sentir la necesidad de traducir el sagrado libro a las nuevas lenguas en las que se anunciaba el evangelio. Las Escrituras hebreas ya habían sido traducidas al griego, idioma en que se escribió la totalidad de los libros del Nuevo Testamento. Luego aparecieron diversas traducciones al latín, al copto, al siríaco, etcétera.
El castellano no podía ser una excepción. Así, tan pronto como se forma la lengua, aparecieron diversas traducciones, hechas por judíos, de los textos de la Biblia hebrea. También los cristianos tradujeron toda la Biblia, pero fueron traducciones del latín y no de los idiomas originales. Sí hubo traducciones del Nuevo Testamento hechas del griego (como las de Enzinas [1543] y Juan Pérez de Pineda [1556], aunque algunos consideran que esta no fue una traducción propiamente dicha sino una revisión de la de Enzinas).
En 1569 vio la luz, por primera vez, la Biblia del Oso. Fue obra de don Casiodoro de Reina, aunque hubiese contado con ayuda de colaboradores. Acerca de esta edición de la primera traducción castellana de la Biblia hecha cotejando los idiomas originales, mucho se ha escrito. Al final del presente trabajo incluimos una pequeña bibliografía dirigida a aquellos lectores que tuvieran interés en continuar el estudio de ese tema.

Las revisiones
El castellano de la Biblia del Oso corresponde, como es natural, a la manera como se escribía nuestro idioma en la segunda mitad del siglo XVI. Para comenzar, nótese que el apellido de Reina se escribía indistintamente con «i» y con «y»: Reina y Reyna. Este simple ejemplo no es más que una muestra de que, desde esa época a la actual han cambiado muchas cosas; entre ellas: el vocabulario, la formación de los verbos, la sintaxis u organización de las palabras en la frase. También han cambiado tanto el conjunto de libros que se incluyen en la Biblia como la base textual, especialmente del Nuevo Testamento, que usó Reina. En la segunda mitad del siglo 16, la ortografía castellana no se había fijado, por lo que encontramos que una misma palabra los escritores la escribían de diferentes maneras. (Esto no debe extrañar, pues todavía hoy hay palabras que pueden escribirse «con dos ortografías», al menos según consta en los diccionarios: armonía y harmonía [y sus derivados]; pentagrama y pentágrama; zábila, zabila y sábila; icaco e hicaco; ibero e íbero; pelícano y pelicano; conciencia y consciencia; arveja y alverja... y muchas otras.)
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HACIENDO CAMINO CON LOS POBRES (IV)
Julio de Santa Ana
www.alcnoticias.org


La tercera corriente, que ahora mencionamos, la podemos llamar ética finalista, o teleológica. Tiende a alcanzar un fin. No sólo para uno mismo o para la propia comunidad, sino para todos. Es aquella tendencia a la que más se adhieren las comunidades cristianas: buscan un fin. Metafóricamente hablando, el fin es el “reino de Dios” mentado en la Biblia, principalmente por Jesús de Nazaret. Es “el nuevo cielo y la nueva tierra”, “la nueva creación”, figuras de lenguaje que expresan la utopía de nuestra comunidad, el contenido misterioso de nuestro sueño. Hay que acercarse más a lo que los profetas, y sobre todo Jesús, nos dicen para poder precisar ese sueño y conseguir ver más claramente, con mayor justeza, lo que significa. En un intento de decirlo muy sintéticamente, “el Reino” pertenece a tres grupos de personas: a los niños (porque son inocentes), a los pobres (“porque vuestro es el Reino de Dios”, les dijo Jesús según San Lucas. Véase Lc 6.20. En el discurso evangélico pronunciado en la montaña, la versión de San Mateo dice, hablándole a los discípulos: “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos”. Véase Mt 5.3). En el mismo Evangelio según San Mateo, Jesús añadió “Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos” (Mt 5.10). Se puede decir que el fin que buscan los creyentes es algo que la Biblia llama “reino”, y lo podemos entender como una sociedad, un mundo, un estado social preocupado y cuidadoso con los niños, los pobres y los que son perseguidos por causa de la justicia. También es el Reino del Espíritu”, que en la riqueza de significados que tiene en la Biblia se lo entiende asimismo por “reino de la libertad” (“Porque el Señor es el Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad”, afirma San Pablo en 2ª Co 3.17).
Fue necesario hacer este largo recorrido por las tendencias predominantes en las prácticas de nuestro tiempo para enfocar el desafío sobre qué hacer en nuestras situaciones concretas. Debe quedar claro que sólo pueden hacerse distinciones claras entre estas tendencias en el plano de la abstracción teórica. En la vida práctica, aunque seamos más favorables y simpatizantes de una de ellas sobre las otras (en mi caso, por ejemplo, doy prioridad a la ética finalista o teleológica), cabe reconocer que, algunas veces nos comportamos según una ética dogmática, otras siguiendo orientaciones consecuencialistas, y otras aún tendemos hacia un fin, hacia una meta. No obstante, las comunidades cristianas están llamadas a dar cuenta de su fe. Para ello uno de los campos ineludibles es el de la práctica social y política.

Un camino a seguir; un marco necesario
¿Qué hacer? Procurar una meta es marchar hacia un fin, tender hacia un blanco. Los autores bíblicos, así como también grandes personalidades de otras religiones, emplean repetidas veces la metáfora del “camino” para comunicar el contenido y el sentido de la vida de fe. Es un camino “estrecho”, según Jesús. Podemos salir, escapar, desviarnos, escurrirnos de la senda. Perder el rumbo que buscamos; empeñados en hacer el bien, podemos perder el rumbo que buscamos. Ante estos riesgos, una cosa importante consiste en abalizar, en poner jalones que siempre tenemos que respetar (aquí se impone el uso de metáforas que tienen que ver con “el camino”. Advierto además, que esos jalones que requieren nuestro respeto, significan normas que deben ser observadas; es decir, leyes, mandatos). El camino a seguir es una senda que tenemos que cubrir con los pobres. Este es el marco del camino. No hay que perderlo. Salirse de ese marco es perder el camino en el que tenemos que andar. Ese marco es necesario.
Esta referencia al marco de la práctica social y política es algo que se puede entender mejor examinando el pensamiento de los grandes nombres que marcan la evolución de la teología cristiana a través de los siglos. Desde San Pablo (que expresa sus convicciones en la Epístola a los Romanos, en especial en los capítulos 12 y 13),de que la comunidad cristiana era el marco a respetar; a hacer valer; pasando por San Agustín, quien en La Ciudad de Dios, en el contexto de la crisis histórica que afectó al Imperio Romano a comienzos del siglo IV; señaló que la Iglesia era el soporte indicado para que la civitas romana no fuese destruida; siguiendo por Santo Tomás de Aquino y su comprensión de que es prioritario referirse a la ley natural, abriendo el curso a un profundo cambio de orientación teológica y capacitando así el pensamiento cristiano de Occidente para poder entrar en diálogo con el Islam y ganar fuerza y convicción; hasta que pocos siglos más tarde –cuando el Renacimiento y el Humanismo fueron tendencias que indicaron un cambio histórico que era impulsado por la burguesía- los aportes de la Reforma, principalmente de Lutero y de Calvino, que señalaron a los “órdenes de la creación” el primero, y al significado de la Ley (como norma para la vida individual y social, como aya que conduce al arrepentimiento y a la salvación) el segundo, implícita o explícitamente, que el camino hacia el “Reino” es indicado para ser respetado Todos ellos (y otros que los siguieron) entendieron que la definición de un marco era fundamental para la práctica social de los cristianos.
Reflexionar sobre el marco a respetar en el camino a seguir nos lleva a considerar la importancia de esta metáfora para poder indicar con aproximación esta certeza de nuestra fe. El camino es una imagen bíblica muy importante. No hay que olvidar que Abraham, padre de la fe, se puso en marcha desde su tierra natal, en Ur de los caldeos. El libro del Génesis, desde el capítulo 12 hasta el 25 nos relata algunas de sus andanzas y de los riesgos que corrió. Abraham comenzó a abrir el camino. También es la metáfora privilegiada para caracterizar el éxodo de Israel a través del desierto, durante los largos años vividos desde que fue liberado en Egipto hasta llegar a la tierra prometida a Abraham y a sus descendientes. Otro camino tuvo que recorrer el pueblo judío cuando sus dirigentes fueron conducidos al exilio babilónico. Camino de tristezas y pesares cuando vivieron la experiencia de aquella emigración forzosa. Volvieron al cabo de varias décadas; eso los llevó gradualmente a desandar el camino. Esta vez su marcha estuvo impulsada por la esperanza.
Jesús de Nazaret no tuvo una existencia sosegada; durante el período de su ministerio público marchó incesantemente de un lugar a otro de Palestina y los alrededores. Años más tarde, las comunidades cristianas que intentaban vivir la fe siguiendo las enseñanzas de Cristo fueron conocidas como seguidoras “del Camino” (Hch 9:2. También Hch 18:26; etc.). El mismo Jesús dijo ser “el camino, la verdad y la vida” (Jn 14:6). Sin embargo, advirtió a sus discípulos de los riesgos y dificultades que hay que enfrentar en su peregrinación. En el discurso evangélico del Evangelio de Mateo advirtió a los discípulos: “Entrad por la puerta angosta, porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; pero angosta es la puerta y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan”. (Mt. 13-14).
Utilizamos metáforas con el propósito de expresar algo que experimentamos y que los sustantivos de que disponemos en nuestro lenguaje no consiguen hacerlo. Se trata de una experiencia de la vida cristiana, en la que hay momentos alumbrados por una luz radiante y otros en los que nos rodean las sombras de la noche oscura del alma. Nuestra fe nos incita a seguir a Jesús por las sendas que conducen al “Reino”. En el camino del testimonio social de la fe bíblica, en el día de hoy en Latinoamérica, ese sendero requiere fe, coraje, valentía.

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