sábado, 29 de noviembre de 2014

La oración de los santos/as y la justicia de Dios, L. Cervantes-O.

30 de noviembre, 2014

Apenas recibió el libro, los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos se postraron ante el Cordero; todos tenían cítaras y copas de oro llenas de perfume, que son las oraciones de los santos.
Apocalipsis 5.8, La Palabra (Hispanoamérica)

¿Cuál es la relación que existe entre las oraciones de los creyentes y la respuesta divina para manifestar y aplicar la justicia en el mundo? En el Apocalipsis este cuestionamiento se plantea a partir del simbolismo de la acumulación de las plegarias como perfume en copas de oro, que posteriormente serán vaciadas sobre el mundo para precipitar las acciones radicales de Dios para establecer su justicia y llevar a juicio a los culpables, todo ello desde la visión particular que le dio su nombre al libro final de la Biblia. La mentalidad, pero sobre todo, la esperanza apocalíptica consistió en creer y esperar que, ante la insistencia de sus fieles, Dios tendría que responder con demostraciones visibles contundentes para acabar con el predominio del mal.

Las oraciones de los santos son como carbones encendidos sobre los que se depositan los granos de incienso, haciendo que el humo se eleve ante el trono de Dios. Mientras que en 5.8 las copas de incienso usadas en la liturgia hímnica que celebra la entronización real del Cordero simbolizan las oraciones de los santos, aquí [cap. 8] las oraciones de los santos encienden y mantienen encendido el fuego del altar, que significa la cólera y el juicio de Dios. Lo mismo que el grito de los mártires en 6.9-11, también las oraciones de los santos perseguidos exigen justicia y tratan de provocar el juicio de Dios.[1]

Mientras esperan la intervención divina, los seguidores de Jesús, comenta, Javier López: “Impulsan la historia hacia adelante con su oración y acción”.[2] El gran grito que brota de las oraciones del Apocalipsis está ejemplificado en la expresión típica de 6.10, “¡Hasta cuándo!”, “Señor santo y veraz, ¿cuánto vas a tardar en hacernos justicia y vengar la muerte que nos dieron los que habitan tierra?”, se hacen eco de un estilo que no era nuevo en absoluto, pues los salmos llamados “imprecatorios” tenían un tono marcado por la ansiedad y la urgencia para solicitar la intervención divina en la vida de las personas necesitadas. La iglesia, en la representación apocalíptica de la realidad, está viviendo, adorando, pero por encima de todo, orando para rogar la intervención visible de Dios para evitar la injusticia y la impunidad. La cólera y la ira de Dios se ha contagiado a los creyentes, pero no en un sentido ingenuo de una venganza fácil sino a partir de una correcta y sana comprensión de la vigilancia que Dios realiza estrechamente sobre su creación.

Y el aroma de los perfumes, junto con las oraciones de los santos, subió de la mano del ángel hasta la presencia de Dios. Entonces, el ángel tomó el incensario, lo llenó con las brasas del altar y lo arrojó sobre la tierra. Y retumbaron los truenos, los relámpagos cruzaron el cielo y se produjo un terremoto.
Apocalipsis 8.4-5

Si en la primera mención (5.8), las oraciones de los santos forman parte del conjunto litúrgico ante la presencia del Cordero-Jesús, en el cap. 8 esas plegarias van a mostrar su impacto sobre la situación presente, conflicto e insoportable para quienes se identifican con el Mesías. El incienso, el perfume, el aroma agradable, simboliza la forma en que el Señor recibe las oraciones de los santos. El ambiente es, nuevamente, litúrgico pero ahora con el agregado de que está por realizarse el juicio de Dios:

Sobre el altar se elevan, con el fuego, como aroma y humo bueno, las oraciones de los santos. Conforme a la visión normal de la Biblia, son santos (hagioi) los israelitas ritualmente puros. Los apocalípticos llaman santos a los ángeles (espíritus puros, no demonios) y a los miembros de su propia comunidad. Para el Apocalipsis, santos son ante todo los cristianos fieles (cf. 11.18; 13.7, 10; 16.6; etc.). Pero aquí parece que el término se amplía, pudiéndose aplicar por un lado a los difuntos asesinados (los de 6.9) y por otro a todos los que sufren opresión sobre la tierra.[3]

Ahora las oraciones son los detonantes mismos para que la acción divina se muestre en toda su intensidad en su juicio total sobre el mal y el crimen. La oración intercesoria permanente de ellos/as alcanza su culminación máxima cuando Dios, basándose en la acumulación de las mismas, hace sentir su respuesta, pues como explica Pikaza: “Los seres celestiales (Ap 4-5) proclaman la grandeza de Dios, pero no intervienen en la historia. Sólo la oración de dolor de los humanos pone en marcha el drama salvador”.[4] Y luego agrega, sobre los “momentos” que experimenta esa oración: primero, la oración “sube como incienso hasta un Dios (8.4) amigo que recibe el dolor de oración de los humanos” y luego “suscita el juicio contra los humanos (8.5)”. El ángel arroja las brasas del altar sobre la tierra, produciendo “relámpagos, voces, rayos, terremotos”.
En resumen, cada vez que la iglesia histórica, militante, visible ante el mundo, ruega o suplica por la justicia divina, pone en marcha mecanismos que, en el momento que Dios lo determine, manifestarán el juicio de Dios sobre toda forma de injusticia, venga de quien venga, pues la palabra impunidad no forma parte de su vocabulario. Orar es un instrumento de protesta, de lucha, así como un recurso mediante el cual es posible sumarse a las tareas divinas para preservar y promover la paz, la armonía y, sobre todo, la justicia para todos/as.



[1] Elisabeth Schüssler Fiorenza, Apocalipsis: visión de un mundo justo. Estella, Verbo Divino, 2003, p. 55.
[2] J. López, “Aportes del Apocalipsis para una evangelización de la política”, en Revista de Interpretación Bíblica Latinoamericana, núm. 16, www.claiweb.org/ribla/ribla16/aportes%20del%20apocalipsis.html.
[3] Xabier Pikaza, Apocalipsis. Estella, Verbo Divino, 1999, p. 117.
[4] Idem, énfasis agregado.

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