30 de noviembre,
2014
Apenas
recibió el libro, los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos se
postraron ante el Cordero; todos tenían cítaras y copas de oro llenas de
perfume, que son las oraciones de los santos.
Apocalipsis 5.8, La Palabra (Hispanoamérica)
¿Cuál es la relación que existe entre las oraciones de los creyentes y
la respuesta divina para manifestar y aplicar la justicia en el mundo? En el
Apocalipsis este cuestionamiento se plantea a partir del simbolismo de la
acumulación de las plegarias como perfume en copas de oro, que posteriormente
serán vaciadas sobre el mundo para precipitar las acciones radicales de Dios
para establecer su justicia y llevar a juicio a los culpables, todo ello desde
la visión particular que le dio su nombre al libro final de la Biblia. La mentalidad,
pero sobre todo, la esperanza apocalíptica consistió en creer y esperar que,
ante la insistencia de sus fieles, Dios tendría que responder con
demostraciones visibles contundentes para acabar con el predominio del mal.
Las oraciones de los santos son como carbones
encendidos sobre los que se depositan los granos de incienso, haciendo que el
humo se eleve ante el trono de Dios. Mientras que en 5.8 las copas de incienso
usadas en la liturgia hímnica que celebra la entronización real del Cordero
simbolizan las oraciones de los santos, aquí [cap. 8] las oraciones de los
santos encienden y mantienen encendido el fuego del altar, que significa la
cólera y el juicio de Dios. Lo mismo que el grito de los mártires en 6.9-11,
también las oraciones de los santos perseguidos exigen justicia y tratan de
provocar el juicio de Dios.[1]
Mientras esperan
la intervención divina, los seguidores de Jesús, comenta, Javier López: “Impulsan
la historia hacia adelante con su oración y acción”.[2]
El gran grito que brota de las oraciones del Apocalipsis está ejemplificado en
la expresión típica de 6.10, “¡Hasta cuándo!”, “Señor santo y veraz, ¿cuánto
vas a tardar en hacernos justicia y vengar la muerte que nos dieron los que
habitan tierra?”, se hacen eco de un estilo que no era nuevo en
absoluto, pues los salmos llamados “imprecatorios” tenían un tono marcado por
la ansiedad y la urgencia para solicitar la intervención divina en la vida de
las personas necesitadas. La iglesia, en la representación apocalíptica de la
realidad, está viviendo, adorando, pero por encima de todo, orando para rogar
la intervención visible de Dios para evitar la injusticia y la impunidad. La
cólera y la ira de Dios se ha contagiado a los creyentes, pero no en un sentido
ingenuo de una venganza fácil sino a partir de una correcta y sana comprensión
de la vigilancia que Dios realiza estrechamente sobre su creación.
Y
el aroma de los perfumes, junto con las oraciones de los santos, subió de la
mano del ángel hasta la presencia de Dios. Entonces, el ángel tomó el
incensario, lo llenó con las brasas del altar y lo arrojó sobre la tierra. Y
retumbaron los truenos, los relámpagos cruzaron el cielo y se produjo un
terremoto.
Apocalipsis 8.4-5
Si en la primera
mención (5.8), las oraciones de los santos forman parte del conjunto litúrgico
ante la presencia del Cordero-Jesús, en el cap. 8 esas plegarias van a mostrar
su impacto sobre la situación presente, conflicto e insoportable para quienes
se identifican con el Mesías. El incienso, el perfume, el aroma agradable,
simboliza la forma en que el Señor recibe las oraciones de los santos. El
ambiente es, nuevamente, litúrgico pero ahora con el agregado de que está por
realizarse el juicio de Dios:
Sobre el altar se elevan, con el fuego, como aroma y
humo bueno, las oraciones de los santos. Conforme a la visión normal de la
Biblia, son santos (hagioi) los
israelitas ritualmente puros. Los apocalípticos llaman santos a los ángeles (espíritus
puros, no demonios) y a los miembros de su propia comunidad. Para el
Apocalipsis, santos son ante todo los cristianos fieles (cf. 11.18; 13.7, 10;
16.6; etc.). Pero aquí parece que el término se amplía, pudiéndose aplicar por
un lado a los difuntos asesinados (los de 6.9) y por otro a todos los que
sufren opresión sobre la tierra.[3]
Ahora las oraciones son los detonantes mismos para que la acción divina
se muestre en toda su intensidad en su juicio total sobre el mal y el crimen. La
oración intercesoria permanente de ellos/as alcanza su culminación máxima
cuando Dios, basándose en la acumulación de las mismas, hace sentir su
respuesta, pues como explica Pikaza: “Los seres celestiales (Ap 4-5) proclaman la
grandeza de Dios, pero no intervienen en la historia. Sólo la oración de dolor de los humanos pone en marcha el drama
salvador”.[4]
Y luego agrega, sobre los “momentos” que experimenta esa oración: primero, la oración “sube
como incienso hasta
un Dios (8.4) amigo que recibe el dolor de oración de los humanos” y luego “suscita
el juicio contra los humanos (8.5)”.
El ángel arroja las brasas del altar sobre la tierra, produciendo “relámpagos, voces, rayos, terremotos”.
En resumen, cada vez que la iglesia histórica, militante, visible ante
el mundo, ruega o suplica por la justicia divina, pone en marcha mecanismos
que, en el momento que Dios lo determine, manifestarán el juicio de Dios sobre
toda forma de injusticia, venga de quien venga, pues la palabra impunidad no forma parte de su
vocabulario. Orar es un instrumento de protesta, de lucha, así como un recurso
mediante el cual es posible sumarse a las tareas divinas para preservar y
promover la paz, la armonía y, sobre todo, la justicia para todos/as.
[1] Elisabeth Schüssler Fiorenza, Apocalipsis: visión de un mundo justo. Estella, Verbo Divino, 2003,
p. 55.
[2] J. López, “Aportes
del Apocalipsis para una evangelización de la política”, en Revista de Interpretación Bíblica Latinoamericana,
núm. 16, www.claiweb.org/ribla/ribla16/aportes%20del%20apocalipsis.html.
[3] Xabier Pikaza, Apocalipsis.
Estella, Verbo Divino, 1999, p. 117.
[4] Idem,
énfasis
agregado.
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