sábado, 29 de noviembre de 2014

Letra 396, 30 de noviembre de 2014

ENFERMEDAD
Karl Barth, Instantes
Santander, Sal Terrae, 2005, p. 74.

“Señor, aquel al que quieres está enfermo” (Juan 11.3)

La enfermedad es un aspecto de la sublevación del caos contra la creación de Dios, una manifestación del diablo y de los demonios. Es impotente frente a Dios, porque sólo es real, violenta y peligrosa en cuanto elemento de lo negado por él. La enfermedad es un signo de la perdición, frente a la cual no hay salvación alguna salvo en la compasión de Dios en Jesucristo. Sin Dios o contra Dios, no hay en este asunto nada que hacer. Quien lo sabe respondería con infidelidad a la fidelidad de Dios si, frente a la enfermedad, pretendiera cruzarse de brazos. Frente a la enfermedad, lo mismo que frente a todo ese reino de lo siniestro, ha de querer precisamente lo que Dios quiso desde siempre: unido a Dios, ha de decirle no. Capitular frente a ella no puede ser nunca obediencia a Dios. Una gotita de resolución en la resistencia contra ese reino, y por tanto contra la enfermedad, es mejor que todo un océano de supuesta humildad cristiana.
¿Qué más cabe añadir? Sólo esto: lo que conocemos como enfermedad tiene también, profundamente oculta, una figura en la que no sólo se refleja el poder del diablo, sino también la cordial buena intención de Dios. Lo importante no es entonces la capitulación ante la enfermedad, sino precisamente la capitulación ante Dios, que también es el Señor de la  enfermedad y sigue siendo benévolo con el ser humano cuando le hace enfermar. Lo importante no es, pues, abandonar la lucha contra la enfermedad, sino precisamente que esa lucha incluya la paciencia.

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LAS REGLAS DE LA ORACIÓN (VII)
Juan Calvino
Institución de la Religión Cristiana, Libro III, capítulo XX

La oración debe ser pública y privada
Aunque esta oración ininterrumpida ha de entenderse principalmente de cada persona particular, no obstante también en cierta manera se refiere a las oraciones públicas de la Iglesia, aunque no pueden ser continuas y han de hacerse de acuerdo con el orden dispuesto por el consentimiento común de la Iglesia. De aquí viene que haya ordenadas ciertas horas, las cuales en cuanto a Dios son indiferentes, pero al hombre le es necesario servirse de ellas, a fin de tener en cuenta la comodidad general, y que como dice el Apóstol, todo se haga decentemente y con orden (I Co 14.40). Pero esto no impide que cada Iglesia se estimule a una mayor frecuencia en el ejercicio de la oración, singularmente cuando se vea oprimida por alguna particular necesidad.
En cuanto a la perseverancia, que tiene gran parentesco con la continuidad, al fin tendremos ocasión de hablar de ella.

¡Nada de redundancias!
Pero esto no sirve en absoluto para mantener la supersticiosa y prolongada repetición de palabras en la oración, que Cristo nos prohibió (Mt 6.7). Él, en efecto, no nos prohíbe que insistamos en la oración por mucho tiempo, una y otra vez y con gran afecto; lo que nos enseña es que no confiemos en que obligamos a Dios a concedernos lo que le pedimos, importunándolo con una excesiva locuacidad, como si El pudiese cambiar y dejarse convencer con nuestras razones, cual si fuese un hombre. Bien sabemos que los hipócritas, que no se dan cuenta que tratan con Dios, despliegan gran pompa y se conducen llamativamente cuando oran, no de otra manera que si celebrasen un triunfo. Como aquel fariseo que daba gracias a Dios porque no era como los otros; éste sin duda alguna se ensalzaba ante los hombres, como si por medio de la oración quisiera ganar fama de santidad (Lc 18.11-12).
De aquí la repetición de palabras que actualmente por la misma causa reina en el papado; los unos pasan el tiempo repitiendo en vano una misma oración, recitando avemaría tras avemaría, o un padrenuestro tras otro; otros hojeando día y noche sus libros de coro y sus breviarios, venden sus largas oraciones al pueblo.1 Puesto que esta palabrería no sirve más que para burlarse de Dios, como si fuese un niño de pecho, no es de extrañar que Jesucristo cierre la puerta para que no tenga lugar en su Iglesia, donde no se debe oír cosa que no esté hecha con seriedad y nazca de lo íntimo del corazón.

a) Cualidades de la oración privada. Existe un segundo abuso muy semejante a éste, que también condena Jesucristo; a saber, que los hipócritas para mayor ostentación procuran ser vistos por muchos y prefieren más ir a orar a la plaza pública, que consentir que sus oraciones no sean alabadas por todo el mundo. Mas como el fin de la oración es —según lo hemos expuesto antes— que nuestro espíritu se eleve hasta Dios para bendecirlo y pedirle socorro, se puede por ello comprender que lo principal de la oración radica en el corazón y en el espíritu; o. mejor dicho, que la oración propiamente no es otra cosa que este afecto interno del corazón que se manifiesta delante de Dios, quien escudriña los corazones.
Ésa es la causa de que nuestro celestial Doctor, Cristo, queriendo establecer una ley perfecta de oración mandó que entremos en nuestro aposento y allí, cerrada la puerta, oremos al Padre que está en secreto, para que nuestro Padre que ve en lo secreto, nos recompense (Mt 6.6). Porque después de prohibirnos imitar a los hipócritas, que con ambiciosa pretensión de orar pretenden lograr crédito entre los hombres, añade lo que debemos hacer; a saber, entrar en nuestro aposento y allí, con la puerta cerrada, orar. Palabras con las que, a mi parecer, nos enseñó que hemos de buscar un lugar apartado que nos ayude a entrar en nuestro corazón, prometiéndonos que estos afectos de nuestro corazón serán bendecidos por Dios, de quien nuestros cuerpos deben ser templos. Pues Él no quiere negar que no sea lícito orar en ningún otro sitio que en nuestros aposentos; sino solamente enseñarnos que la oración es una cosa secreta, que radica principalmente en el corazón y el espíritu, y que requiere sosiego y que echemos afuera todos los afectos y cuidados que tenemos. No sin razón el mismo Señor, queriendo entregarse a la oración, se retiraba del tumulto de los hombres a un lugar apartado (Mt 14.23; Lc 5.16); pero esto lo hacía ante todo para advertirnos con su ejemplo que no menospreciemos esas ayudas con las cuales nuestro espíritu, de suyo tan frágil, se eleve más fácilmente para orar más de veras. Sin embargo, así como Él no se abstenía de orar en medio de grandes multitudes, si la ocasión se ofrecía, igualmente nosotros no sintamos dificultad en elevar nuestras manos al cielo en cualquier lugar que sea, siempre que fuere menester. También hemos de estar convencidos de que todo el que rehúsa orar en la congregación de los fieles no sabe lo que es orar a solas, o en un lugar apartado, o en su casa. Por el contrario, el que no hace caso de orar a solas, por mucho que frecuente las congregaciones públicas, sepa que sus oraciones son vanas y frívolas. Y la causa es, porque da más valor a la opinión de los hombres, que al juicio secreto de Dios.

b) Necesidad de las oraciones públicas. Sin embargo, para que las oraciones públicas de la Iglesia no fuesen menospreciadas, Dios las ha adornado de títulos excelsos, sobre todo al llamar a su templo “casa de oración” (Is. 56.7). Pues con esto nos enseña que la oración es el elemento principal del culto y servicio con que quiere ser honrado; y que a fin de que los fieles de común acuerdo se ejercitasen en este culto, Él les había edificado el templo, que había de servirles a modo de bandera, bajo la cual se acogieran. Y además se añadió una preciosa promesa: “Tuya es la alabanza en Sión, oh Dios, y a ti se pagarán los votos” (Sal.65.1); palabras con las que el profeta nos advierte que nunca son vanas las oraciones de la Iglesia, porque Dios siempre da a su pueblo motivo para alabarle con alegría. Ahora bien, aunque las sombras de la Ley han cesado y tenido fin, no obstante, como Dios ha querido mantenernos con esta ceremonia en la unidad de la fe, no hay duda que también se refiere a nosotros esta promesa que por lo demás Cristo mismo ha ratificado por su boca y san Pablo afirma que tendrá perpetuamente fuerza y valor.

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CASO AYOTZINAPA DEBE LLEVAR A UNA REVOLUCIÓN DE CONCIENCIAS; ¿CÓMO CANALIZAR EL DESCONTENTO?: MESA MVS
aristeguinoticias.com, 3 de noviembre de 2014

Luego de varias semanas de marchas en Lo ocurrido en Iguala, donde agredieron y desaparecieron a estudiantes de Ayotzinapa, ¿va a llevar a una revolución en México? Ojalá sí, pero no una revolución armada, violenta, sino una revolución de las conciencias, dijo la politóloga Denise Dresser.
En la mesa política de MVS, señaló que sería lamentable que lo que ha ocurrido forme parte del anecdotario de la tragedia del país o parte del paisaje de nuestra “normalidad anormal”.
Los hechos recientes deben cambiar la forma de gobernar y la relación con quienes pagan a quienes gobiernan, enfatizó. Ahora se debe demandar que toda la información sobre el caso Iguala, sea informado. Además de demandar que los niveles distintos de gobierno, digan qué van a hacer para lidiar con la crisis en Guerrero y en el resto del país, subrayó.
Contra quienes nos han dicho que lo nuestro es sufrir la violencia cotidiana, Dresser sostuvo que ya es hora de adoptar ideas transformativas, para que el gobierno rinda cuentas, que los culpables sean sancionados y todo esto sirva como catalizador “para cambiar la forma en la que llevamos padeciendo al gobierno de México desde hace demasiado tiempo”.
Dresser remarcó que hoy por hoy los estudiantes son quienes nos están dando lecciones a todos, en la construcción de una ciudadanía.
Y rechazó “seguir subcontratando el destino del país a los partidos”, entre ellos Morena.
Denise recordó que el cambio es lento, pero empieza con ciudadanos indignados, aglutinados en una idea que parece imposible -como era imposible que el aborto fuera despenalizado, que los homosexuales se casaran, que cayera el muro de Berlín, que votaran las mujeres.
La doctora confió en que encontraremos la forma, como lo están encontrando los estudiantes, de cambiar a México; pero indicó que esto “no es una carrera rápida, es un maratón”.
“Hay que seguir creyendo en México, en el patriotismo, en la justicia social, en lo que mira más allá de esos hombres cínicos y fríos en los Pinos y en Iguala”, afirmó.
Para eso están las “limpias decisiones de tantos mexicanos”, los que saltan paralizando el ruido mediocre de las calles, las voces que pelean contra el miedo, la impunidad, el abuso, el río de fatigas”.
No nos dejemos llevar por el río de fatigas, pidió. Construyamos una balsa común, fuera de las instituciones y de partidos, agregó.

Lorenzo Meyer criticó a la “retahíla de publicaciones extranjeras” que no se daban cuenta de lo que ocurría en México, sino que celebraban que “se estaba moviendo” y “se le iba a salvar”. Ahora es Iguala y Tlatlaya “la gota que derrama el vaso“, pero debajo hay miles de casos que se fueron acumulando, remarcó.
En las calles la “energía va a seguir”, refirió sobre las protestas. “Todas son muestras de energía”, continuó. “Pero, ¿cómo se va a conducir para que no se disipe?”, preguntó y encendió el debate. Meyer sostuvo que los 3 principales partidos del país son inútiles, unas sanguijuelas que no le sirven a la sociedad.
El historiador también desestimó a los poderes fácticos y a la Iglesia como posibles cauces de la energía social, de una sociedad que “tiene muchos agravios”. “¿Cómo hacer que eso (la sociedad) se enfrente al PRI de Atlacomulco, a los poderes fácticos y los enfrente con éxito? Eso es lo que yo no veo por dónde ir, los agravios los tenemos desde hace tiempo, ¿cómo canalizamos eso?”, preguntó.
Meyer llamó a no ser demagógicos, y decir simplemente no nos dejemos, no permitamos que nos pisoteen.  “No veo en México la vía institucional que hay que seguir, aunque fuera una solo”, aseguró. “Hay que ser un poco más complejos en el razonamiento porque nos estamos enfrentando a una maquinaria con muchísimos años en el poder que en realidad nunca se fue… cínicos en extremo”, apuntó. Y preguntó dónde estaban estudiantes cuando se puso el énfasis en el petróleo (la reforma energética), por lo que consideró que “había razones poderosísimas para que salieran” a manifestarse.
Meyer mencionó que “la sociedad se moviliza por sectores, por momentos”; ante ello, “¿cómo lo vamos a canalizar? es lo que yo me pregunto”. Afirmó que Morena podría estar en el centro de las protestas actuales, por ser un partido nuevo, pero no lo está. Enfatizó que hay un peligro de cansancio si las protestas no conducen a algo específico y rápido; “se diluyen, a eso le están apostando”. “Más que en la bondad de nuestra queja, es cómo le hacemos para que no vuelva a pasar lo que pasó”, enfatizó.
A su vez, Sergio Aguayo coincidió en que las protesta no logran cuajar en un movimiento nacional. El académico refirió que Morena no está tomando esta oportunidad de encabezar protestas porque, al igual que los otros partidos, no están dispuestos a representarnos. Abundó que Morena no acaba de dar el paso para encabezar protestas “porque siguen seducidos por las jerarquías por obtener el cargo”. El razonamiento del partido de los lopezobradoristas, apuntó, es que primero tienen que estar en el poder para lograr los cambios.
Por lo pronto, la gente deseosa de los cambios carece de quién los represente. Y se vuelve un círculo vicioso en el que la energía no tiene la salida suficiente, “porque partidos y organizaciones nacionales no lo quieren hacer porque tienen miedo de la ciudadanía”. Aguayo celebró que las universidades están dando el paso y están organizando a los ciudadanos, como en el caso de las protestas contra la desaparición de estudiantes de Ayotzinapa. Y sostuvo que la situación ya es absolutamente intolerable, pero las protestas deben encontrar un cauce, o si no, languidecerán.

www.youtube.com/watch?v=kFfZjOtSWws


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