sábado, 22 de noviembre de 2014

Letra 394, 16 de noviembre de 2014

MENTIRA
Karl Barth, Instantes
Santander, Sal Terrae, 2005, pp. 72.

“Han transformado en mentira la verdad de Dios” (Romanos 1.25)

La mentira del ser humano llega a ser un acontecimiento por el hecho de que el ser humano intenta rehuir a Jesucristo, el testigo veraz que le sale al encuentro. Ese personaje que rehúye a conciencia y que se esconde en todos nosotros no pone en entredicho la verdad. En realidad, el mentiroso no la niega —sólo hace tal cosa cuando aún es un principiante o cuando, debilitado por la edad, regresa a sus comienzos—. El mentiroso que miente en plenitud de facultades confiesa la verdad...; lo que sucede es que ésta queda convertida en falsedad por el hecho de que, en sus labios, sólo puede ser ya la verdad cristiana sometida a su control. El impulso de dicha verdad queda sencillamente reducido a algo inofensivo. Así es como procede la mentira. La mentira verdadera y tremenda huele siempre a verdad.
La mentira verdadera y tremenda muestra un rostro realmente resplandeciente de justicia y santidad, de sabiduría y prudencia, de amor a Dios y al prójimo. La mentira es la forma específicamente cristiana del pecado. De nuevo tiene el cristianismo la ocasión de darse primero golpes de pecho, para luego ser capaz de llamar mentira a la mentira vulgar, y también para ocuparse sinceramente de las verdades profanas. Debería hacerse la luz en él para que haya más claridad en el mundo. Pero precisamente en él se llegará también, una vez más, a la destrucción de la mentira piadosa, y así se hará la luz. Entre nosotros la mentira puede conseguir muchas cosas temporalmente. Ante Jesucristo no aparece sobre sus cortas piernas ni siquiera temporalmente.
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LAS REGLAS DE LA ORACIÓN (V)
Juan Calvino
Institución de la Religión Cristiana, Libro III, capítulo XX

¿En qué sentido los santos alegan su buena conciencia al orar? 
Es verdad que algunas veces parece que los santos alegan su propia justicia como ayuda, a fin de alcanzar más fácilmente de Dios lo que piden; como cuando dice David: “Guarda mi alma, porque soy piadoso” (Sal. 86,2). Y Ezequías: “Te ruego, oh Jehová, te ruego que hagas memoria de que he andado delante de ti en verdad y con íntegro corazón, y que he hecho las cosas que te agradan” (2 Re. 20,3). Sin embargo, tales expresiones no querían significar otra cosa, sino testimoniar que ellos eran por su regeneración siervos e hijos de Dios, a los cuales Él promete serles propicio. Él enseña por su profeta, según lo hemos visto, que tiene sus ojos sobre los justos y sus oídos atentos a su clamor (Sal. 34, 17). Y por un apóstol, que alcanzaremos cuanto pidiéremos, si guardamos sus mandamientos (1 Jn. 3,22); expresiones, que no quieren decir que las oraciones serán estimadas conforme a los méritos de las obras, sino que de esta manera quiere establecer y confirmar la confianza de aquellos que sienten sus conciencias puras y limpias y sin hipocresía alguna, lo cual debe realizarse en todos los fieles en general. Porque lo que dice san Juan al ciego, al cual le había sido devuelta la vista, está tomado de la verdad misma: que “Dios no oye a los pecadores” (Jn. 9,31); si por pecadores entendemos, conforme a la manera común de hablar de la Escritura, los que se adormecen y reposan totalmente en sus pecados sin deseo alguno de obrar bien; puesto que jamás brotará del corazón una invocación, si a la vez no anhela la piedad y aspira a ella y a servir a Dios. Estas protestas, pues, que hacen los santos, con las que traen a la memoria su santidad e inocencia, responden a tales promesas, a fin de que sientan que se les concede aquello que todos los siervos de Dios deben esperar. 
Además se ve claramente que ellos han usado esta manera de orar cuando ante el Señor se comparaban con sus enemigos, pidiendo a Dios que los librase de su maldad. Ahora bien, no hay que extrañarse de que en esta comparación hayan alegado la justicia y sinceridad de su corazón, a fin de mover a Dios a que a la vista de la equidad y justicia de su causa, los socorriese.
No quitamos, pues, al alma fiel que goce delante del Señor de la pureza y limpieza de corazón para consolarse en las promesas con que el Señor sustenta y consuela a aquellos que con recto corazón le sirven; lo que enseñamos es que la confianza que tenemos de alcanzar alguna cosa de Dios se apoya en la sola clemencia divina sin consideración alguna de nuestros méritos. 

La firme seguridad de ser oídos
La cuarta regla será que estando así abatidos y postrados con verdadera humildad, tengamos sin embargo buen ánimo para orar, esperando que ciertamente seremos escuchados. Parecen cosas bien contrarias a primera vista unir con el sentimiento de la justa cólera de Dios, la confianza en su favor; y, sin embargo, ambas cosas están muy de acuerdo entre sí, si oprimidos por nuestros propios vicios, somos levantados por la sola bondad de Dios, Porque, como ya hemos enseñado, la penitencia y la fe van siempre de la mano y están atadas con un lazo indisoluble; aunque no obstante, de ellas, una nos espanta y la otra nos regocija; y así de la misma manera es preciso que vayan acompañadas y de la mano en nuestras oraciones. 
Esta armonía y conveniencia entre el temor y la confianza, la expone en pocas palabras David: “Yo”, dice, “por la abundancia de tu misericordia entraré en tu casa, adoraré hacia tu santo templo en tu temor” (Sal. 5,7). Bajo la expresión bondad de Dios, David entiende la fe, sin excluir, sin embargo, el temor. Porque no solamente Su majestad nos induce y nos fuerza a que nos sometamos a Él, sino incluso nuestra propia indignidad, haciéndonos olvidar toda presunción y seguridad, nos mantiene en el temor. Y hay que saber que por confianza yo no entiendo una cierta seguridad que libre al alma de todo sentimiento de congoja y la mantenga en un perfecto y pleno reposo; porque semejante quietud es propia de aquellos a quienes todo les sucede a pedir de boca; por lo que no sienten cuidado ninguno ni deseo alguno los angustia, ni el temor los atormenta. Ahora bien, el mejor estímulo para mover a los fieles a que le invoquen es la gran inquietud que les atormenta al verse apretados por la necesidad, hasta tal punto, que se sienten desfallecer mientras no reciben la oportuna ayuda de la fe. Porque entre tales angustias, de tal manera resplandece la bondad de Dios, que, agobiados por el peso de los males que en el momento padecen, aún temen otros mayores y se sienten atormentados; y sin embargo, confiados en la bondad de Dios, superan la dificultad y se consuelan esperando llegar a buen término.
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ANTE EL CLAMOR POR LOS ESTUDIANTES DESAPARECIDOS (I)
ALC Noticias,  8 de noviembre de 2014

Ante las crecientes manifestaciones de protesta y de exigencia por que aparezcan vivos los 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa, Guerrero, la sociedad mexicana se encuentra hoy en un verdadero marasmo de dudas, escepticismo e indignación. Lo que produce más rabia y desesperación es el hecho de que ninguno de los tres niveles de gobierno haya asumido su papel de garante de las libertades y la seguridad de las personas. Pasmosamente se asiste a un espectáculo en el que los políticos de turno que encabezan esos niveles siguen sin ofrecer pistas o, al menos, alguna posibilidad de resolución del gigantesco problema en que se encuentran y que ha trascendido hasta alcanzar a la opinión pública global.
Desde la presidencia de la República hasta las autoridades municipales, pasando por la Procuraduría General de Justicia y la gubernatura estatal, que ya ocupa otra persona, nadie es capaz de ofrecer una mínima respuesta a los reclamos de los familiares, estudiantes, movimientos sociales, organismos defensores de los derechos humanos, iglesias y otros grupos que siguen demandando, en todos los  tonos  posibles,
la presentación con vida de los estudiantes desparecidos entre el 26 y 27 de septiembre pasado.
Por el contrario, al cumplirse un mes de lo sucedido, y cuando los diversos movimientos se organizaron para agrandar la protesta masiva, la incertidumbre aumenta y el temor de que se anuncie en algún momento que, efectivamente, fueron asesinados crece en todos los espacios e instancias. La suspensión de labores en algunas escuelas y universidades entre el 5 y 7 de noviembre, es una muestra de que el descontento ha alcanzado ya dimensiones inimaginables en los últimos años.
El ayuno de 43 horas convocado por algunos grupos le ha otorgado a la protesta un perfil que tampoco se había visto en los tiempos recientes ante situaciones similares. En el ámbito religioso, varias iglesias se han manifestado a favor de la presentación con vida de los estudiantes: los jóvenes luteranos de la Iglesia Cristo de la capital, luego los seis obispos metodistas del país y, en los últimos días el Movimiento Estudiantil Cristiano por la Equidad (MEC) y la Comunión Mexicana de Iglesias Reformadas y Presbiterianas. Los primeros, en un documento emitido el 19 de octubre, afirman: “El silencio nos hace cómplices, hermanos, hermanas, en este día los invitamos a alzar la voz, a no quedarnos callados, a ayudar, a ser empáticos con los que sufren y sobre toda a que la violencia no se nos haga costumbre”.
Los obispos metodistas señalaron que “la lucha de poder que se da entre las mafias y el crimen organizado, pero también en las instituciones, lo que ha derivado en el hallazgo de fosas clandestinas no sólo en Guerrero sino en muchas partes del país”, en abierta alusión al descubrimiento de otros restos humanos, lo que ha generado aún más molestia entre la población. El MEC, el 11 de octubre, y la FUMEC (organismo que agrupa a movimientos estudiantiles a nivel mundial) en su sección latinoamericana el 13 de octubre, lanzaron una campaña de solidaridad y denuncia por estos lamentables hechos. Promovieron en redes sociales la campaña “Todos somos Ayotzinapa” y el 4 de noviembre convocaron a una jornada ecuménica de solidaridad, oración y ayuno, además de que se sumaron a una de las mayores marchas.

La CMIRP, a su vez, el 26 de octubre, justo un mes después de los acontecimientos, dio a conocer un comunicado en el que se exige la presentación con vida de los normalistas, la superación de la impunidad, juicio y castigo a los responsables, además del resarcimiento a todos los afectados y el restablecimiento del estado de derecho, entre otras cosas. El Consejo Mundial de Iglesias (CMI) se hizo eco de estas expresiones de dolor y protesta en una nota publicada en su página principal. La iglesia Católica, por su parte, se expresó así: “Al tiempo de expresar nuestra preocupación por toda forma de violencia, corrupción, actividad ilícita, nexos con el crimen organizado e impunidad, hacemos un llamado a las autoridades a redoblar esfuerzos para encontrar a los estudiantes desaparecidos, sancionar a los culpables y hacer prevalecer el estado de derecho, a fin de garantizar la seguridad y una vida digna a todos los mexicanos y mexicanas.”. (LC-O)

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