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Llegó Jesús, acompañado de sus discípulos, al lugar llamado Getsemaní, y les dijo:
—Quédense aquí sentados mientras yo voy un poco más allá a orar. 37
Se llevó consigo a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo y comenzó a sentirse
afligido y angustiado; 38 entonces les dijo: —Me está invadiendo una
tristeza de muerte. Quédense aquí y velen conmigo. 39 Se adelantó unos
pasos más y, postrándose rostro en tierra, oró así: —Padre mío, si es posible,
aparta de mí esta copa de amargura; pero no se haga lo que yo quiero, sino lo
que quieres tú.
40 Volvió entonces a
donde estaban los discípulos y, al encontrarlos dormidos, dijo a Pedro: —¿Ni
siquiera han podido velar una hora conmigo? 41 Velen y oren para que no desfallezcan en la prueba. Es
cierto que tienen buena voluntad, pero les faltan las fuerzas. 42
Por segunda vez se alejó de ellos y oró así: —Padre mío, si no es posible que
esta copa de amargura pase sin que yo la beba, hágase lo que tú quieras. 43
Regresó de nuevo a donde estaban los discípulos, y volvió a encontrarlos
dormidos pues tenían los ojos cargados de sueño. 44 Así que los dejó
como estaban y, apartándose de ellos, oró por tercera vez con las mismas
palabras. 45 Cuando volvió, les dijo: —¿Aún siguen durmiendo y
descansando? Fíjense que ha llegado la hora y el Hijo del hombre va a ser
entregado en manos de pecadores. 46 ¡Levántense, vámonos! Ya está
aquí el que me va a entregar.
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