domingo, 23 de noviembre de 2014

Taller bíblico-doctrinal, 30 de noviembre, 17.30 horas

IGLESIA PRESBITERIANA AMMI-SHADDAY
MINISTERIOS PASTORAL Y DE EDUCACIÓN CRISTIANA
TALLER BÍBLICO DOCTRINAL: ¿INMORTALIDAD DEL ALMA O RESURRECCIÓN DE LOS CUERPOS?
30 de noviembre de 2014

Y como a último enemigo, destruirá a la muerte, porque Dios todo lo sometió debajo de sus pies.
I Corintios 15.26-27a

1. Algunos presupuestos básicos sobre escatología cristiana

1.1 Un concepto adecuado de escatología

Jürgen Moltmann, “La trasposición de la escatología a la eternidad”, La venida de Dios. Escatología cristiana. Salamanca, Sígueme, 2004 (Verdad e imagen, 149).

El eschaton, del que habla la escatología cristiana, no es el final temporal de nuestros días históricos, […] sino que es el presente de la eternidad en cualquier instante de esta historia. “Ante el Eterno no hay más que un tiempo: la eternidad”, había afirmado Kierkegaard. Y así lo entendió también Karl Barth en su segundo comentario a la Carta a los romanos, de 1922 […]: “De manera incomparable se halla el instante eterno frente a todos los instantes, precisamente porque él es el sentido trascendental de todos los instantes”. (pp. 37-38)

Si por eschaton se entiende no el tiempo del fin, sino la eternidad, entonces la escatología no tendrá ya tampoco nada que ver con el futuro. Su tensión no es la que existe entre el presente y el futuro, entre el “ahora ya” y el “todavía no”, sino que es la tensión entre la eternidad y el tiempo en el pasado, presente y futuro. Cuando Jesús proclama la “cercanía” del reino de Dios, entonces no está mirando al futuro en sentido temporal, sino que está mirando al cielo presente. El Reino no “viene” desde el futuro al presente, sino desde el cielo a la tierra, como dice el Padrenuestro. (p. 39)

1.2 Dios, el tiempo y la eternidad

En Ap 1.4 se dice: “Paz a vosotros de parte del que es y del que era y del que viene”. Esperaríamos que se dijera: “...y del que será”, porque, según el griego, la presencia de Dios en los tres modos de tiempo es expresión de su eternidad atemporal y simultánea. […] Pero en el texto citado, en vez del futuro del verbo ser (eínai), se emplea el futuro del verbo venir (erjestai). El concepto de tiempo lineal se interrumpe en el tercer miembro. Esto tiene considerable importancia para la comprensión de Dios y del tiempo. El futuro de Dios no es que él será, al igual que él era y que él es, sino que él está en movimiento y llega al mundo. El ser de Dios está en el venir, no en el devenir. (p. 48)

Si para Dios no existe el tiempo terrenal en el que unas personas se suceden a otras, entonces todas las personas, cualquiera que sea el tiempo terrenal en que hayan muerto, se encontrarán con Dios al mismo tiempo, a saber, en el tiempo de Dios, que es el presente de la eternidad. (p. 146)
  
2. La incompatibilidad de fondo

Oscar Cullmann, “¿Inmortalidad del alma o resurrección de los cuerpos?”, en Del evangelio a la formación de la teología cristiana. Salamanca, Sígueme, 1972 (Verdad e imagen, 31).

2.1 La idea griega de la inmortalidad del alma

Preguntemos a un cristiano, protestante o católico, intelectual o no, la siguiente cuestión: ¿qué enseña el Nuevo Testamento sobre el futuro individual del hombre después de la muerte? Salvo rarísimas excepciones, obtendremos siempre la misma respuesta: la inmortalidad del alma. Sin embargo, esta opinión, por muy extendida que esté, significa uno de los más peligrosos malentendidos del cristianismo. (p. 233)

Preguntémonos ahora: ¿sería compatible la fe de los primeros cristianos en la resurrección con la concepción de la inmortalidad del alma? ¿No enseña el Nuevo Testamento, sobre todo el Evangelio de Juan, que ya poseemos la vida eterna? Y, ¿no es la muerte, ciertamente, en el Nuevo Testamento el “último enemigo”? ¿Está concebida de una manera diametralmente opuesta al pensamiento griego que ve en ella un amigo? No escribe san Pablo: “¿Dónde está, muerte, tu aguijón?”. (p. 234)

Este malentendido, de que el Nuevo Testamento enseña la inmortalidad del alma, se ve favorecido por el hecho de que los primeros discípulos poseen la convicción tras la pascua, de que con la resurrección corporal de Cristo, la muerte ha perdido todo su terror; desde ese momento, el Espíritu Santo hace nacer ya a la vida de la resurrección a aquel que cree. Pero, con esta afirmación conforme al Nuevo Testamento, es preciso subrayar las palabras “tras la pascua”, y esto demuestra todo el abismo que separa la concepción primigenia de los cristianos de la concepción griega. (p. 234)

En el Nuevo Testamento la muerte y la vida eterna están ligadas a la historia de Cristo. Está claro que para los primeros cristianos el alma no es inmortal en sí, sino que ha llegado a serlo únicamente por la resurrección de Jesucristo, “primogénito de entre los muertos”, y por la fe en él. Está claro también que la muerte en sí no es “el amigo”; solamente por la victoria que Jesús obtuvo sobre ella, con su muerte y resurrección corporal, su “aguijón” ha sido detenido, su poder vencido. Y por fin, es obvio que la resurrección del alma que ha tenido ya lugar no ha experimentado el estado de cumplimiento: es preciso esperar al tiempo en que nuestro cuerpo resucite y esto tendrá lugar al final de los tiempos. (p. 235)

2.2 Sócrates y Jesús

Conocemos las razones que el filósofo griego alega en favor de la inmortalidad del alma. Nuestro cuerpo es un vestido exterior que, mientras que vivimos, impide al alma moverse libremente y vivir conforme a su propia naturaleza eterna. Le impone una ley que no es válida para ella: el alma está encerrada en el cuerpo como en una camisa de fuerza, en una prisión. La muerte es la gran liberadora. Ella rompe las cadenas haciendo salir al alma de la prisión del cuerpo y la introduce en la patria eterna. Cuerpo y alma son radicalmente opuestos entre sí y pertenecen a dos mundos distintos; la destrucción del cuerpo no podrá coincidir con la destrucción del alma, de la misma manera que una obra de arte no será destruida aunque lo sea el instrumento ejecutor de ella. (p. 236-237)

Hemos confrontado la muerte de Sócrates con la de Jesús. Porque nada nos muestra mejor la diferencia radical entre la doctrina griega de la inmortalidad y la fe cristiana en la resurrección. Ya que Jesús ha -pasado por la muerte en todo su horror, no solamente en su cuerpo sino también en su alma (“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”), puede y debe ser para el cristiano que ve en él al redentor, aquel que triunfa de la misma muerte con su propia muerte. Allí donde la muerte sea concebida como el enemigo de Dios, no puede haber “inmortalidad” sin una obra óntica de Cristo, sin una historia de la salvación donde la victoria sobre la muerte es el centro y el fin. Jesús no puede conseguir esta victoria si continúa vivo en su alma inmortal y en el fondo, sin morir. No puede vencer la muerte más que muriendo realmente, entregándose a su dominio, dominio de la nada, de la separación de Dios. (p. 241)

2.3 La afirmación cristiana de la resurrección: vivir en Dios

Jürgen Moltmann, “¿Inmortalidad del alma o resurrección de la carne?”, La venida de Dios. Escatología cristiana. Salamanca, Sígueme, 2004 (Verdad e imagen, 149).

La inmortalidad del alma es una idea; la resurrección de los muertos, una esperanza. Lo primero es confiar en algo inmortal que hay en el hombre; lo segundo es confiar en aquel Dios que llama a la existencia a las cosas que no existen y que vivifica a los muertos. Con la confianza en esta alma inmortal, aceptamos la muerte y la anticipamos en cierto modo. Con la confianza puesta en el Dios vivificador, aguardamos la victoria sobre la muerte: “La muerte ha sido absorbida por la victoria” (I Cor 15.54), y aguardamos una vida eterna en la que “ya no habrá muerte” (Ap 21.4). El alma inmortal puede acoger a la muerte como a una “amiga”, porque la muerte la rescata del cuerpo terrenal. Para la esperanza en la resurrección, la muerte es “el último enemigo” (I Cor 15.26) del Dios vivo y de las criaturas de su amor. (p. 99)

Así como la muerte no es sólo el final sino un acontecimiento de toda la vida, así también la resurrección no se puede reducir a una “vida después de la muerte”. La resurrección es igualmente un acontecimiento de toda la vida. Fundamenta la plena aceptación de la vida aquí y hace que los hombres se entreguen sin reservas a toda la vida. (p. 99)

3. Las afirmaciones esenciales

3.1 El mensaje del Nuevo Testamento sobre la resurrección

Oscar Cullmann, “El rescate anticipado del cuerpo humano según el Nuevo Testamento”, en Del evangelio a la formación de la teología cristiana. Salamanca, Sígueme, 1972 (Verdad e imagen, 31).

Nuestros cuerpos no resucitarán inmediatamente después de la muerte individual de cada uno, sino solamente al fin de los tiempos. Tal es la esperanza general del Nuevo Testamento que, en este aspecto, se opone no solamente a la creencia griega en la inmortalidad del alma, sino también a la opinión según la cual los muertos vivirán antes de la parusía fuera del tiempo y se beneficiarán también del cumplimiento final. (p. 135)

Ni la frase de Jesús (Lc 23.43): “En verdad te digo hoy estarás conmigo en el paraíso”, ni la parábola del rico epulón y del pobre Lázaro que, después de su muerte, fue llevado por los ángeles “al seno de Abraham” (Lc 16.22), ni la expresión del apóstol Pablo (Fil 1.23): “yo deseo morir y estar con Cristo”, ni su exposición en II Cor 5.1s sobre el estado de “desnudez”, atestiguan la idea de que aquellos que mueren en Cristo antes de la parusía sean inmediatamente revestidos de un cuerpo de resurrección. (p. 135)

Estos textos afirman únicamente que el hecho de pertenecer a Cristo tiene también consecuencias para aquellos “que duermen”, y el pasaje de II Cor 5.1s muestra en particular que las “arras del Espíritu” (v. 5) otorgadas a los creyentes quitan al estado de desnudez de los muertos fallecidos antes de la parusía todo lo que podría tener de terrorífico. Gracias al pneuma [espíritu], ellos estarán “junto al Señor” ya durante este estado intermedio, que es descrito con ayuda de la imagen del “sueño” (I Tes 4.13) o de aquélla del lugar privilegiado que ellos ocupan “bajo el altar” (Ap 6.9). (pp. 135-136)

En realidad, no hay más que un solo cuerpo que ya ha resucitado y que existe desde ahora como soma pneumatikón [“cuerpo espiritual”]: el de Cristo, que por lo mismo es el primogénito entre los muertos (Col 1.18; Ap 1.5). Por esta resurrección, la victoria decisiva sobre la muerte ya ha sido obtenida (Hch 2.24). Es verdad que la muerte ejerce todavía su poder sobre los hombres, pero ya ha perdido su omnipotencia definitivamente (II Tim 1.10). (p. 136)

3.2 Importancia del cuerpo en la doctrina de la resurrección

Oscar Cullmann, “¿Inmortalidad del alma o resurrección de los cuerpos?”, en Del evangelio a la formación de la teología cristiana. Salamanca, Sígueme, 1972 (Verdad e imagen, 31).

Tras la concepción pesimista de la muerte hay una concepción optimista de la creación. Por el contrario, donde la muerte es considerada como libertadora, como en el platonismo, el mundo visible no es reconocido como creación divina, y cuando los platónicos consideran el cuerpo como bello, no es considerado así por sí mismo, sino en cuanto permite transparentar algo del alma inmortal, única realidad divina verdadera. Para el cristiano el cuerpo actual no es la sombra de un cuerpo mejor, sino de un cuerpo mejor. La diferencia aquí no es, como para Platón, entre lo que es corporal y la idea inmaterial sino entre la creación presente, corrompida por el pecado, y la nueva creación liberada del pecado; entre el cuerpo corruptible y el incorruptible. (p. 245)

La transformación del cuerpo carnal en cuerpo de resurrección no tendrá lugar más que en el momento en que toda la creación sea creada de nuevo por el Espíritu Santo; entonces la muerte no existirá. La sustancia del cuerpo no será ya carne, sino Espíritu. Habrá, según san Pablo, un “cuerpo espiritual”. Esta resurrección del cuerpo no será más que una parte de toda la nueva creación. “Esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva”, dice II Pe 3.13. La esperanza cristiana no abarca sólo mi suerte individual sino la creación entera. (p. 249)

Jürgen Moltmann, “¿Inmortalidad del alma o resurrección de la carne?”, La venida de Dios. Escatología cristiana. Salamanca, Sígueme, 2004 (Verdad e imagen, 149).

En la expectación de la resurrección de los muertos, quien espera arroja de sí el manto protector del alma con que el corazón herido se había arropado para no dejar que ya nada se acercara a él: nosotros nos entregamos a esta vida; nos vaciamos de nosotros mismos para llegarnos al ámbito mortal de la no identidad, y lo hacemos en virtud de la esperanza de que Dios nos va a encontrar sacándonos de la muerte y nos va a resucitar y a congregar. La esperanza en la “resurrección de la carne” nos permite no menospreciar ni rebajar la vida corporal ni las experiencias de los sentidos, sino que las afirma profundamente y concede su honor supremo a la “carne” menospreciada. Para expresar la relación entre la entrega a la vida aquí y la resurrección de los muertos allá, Pablo utiliza la imagen de la semilla: “Se siembra algo corruptible, resucita incorruptible; se siembra algo mísero, resucita glorioso; se siembra algo débil, resucita pleno de vigor; se siembra un cuerpo natural, resucita un cuerpo espiritual” (I Co 15.42-44; cf. también Jn 12.24; Mt 10.39; Lc 17.33). (p. 100)
  
En la dialéctica de la resurrección, el alma no tiene que retirarse del cuerpo, sino que, por el contrario, se corporizará y se hará carne. No tiene que negar los afectos, sino que los vivificará en el amor. No tiene que anticipar la muerte en el memento mori, sino que -en medio de la vida- la superará mediante el amor. En esta dialéctica de la resurrección, el hombre no tiene que tratar continuamente de mantener su identidad mediante la unidad constante consigo mismo, sino que se vaciará de sí mismo llegando a la no identidad, porque sabe que por esos actos de vaciarse de sí mismo es llevado de nuevo a sí mismo. (p. 100)

3.3 Los alcances de la resurrección

La vida no es un “experimento”. En todo caso, la esperanza de la resurrección no deja la vida aquí en el “estado de suspensión”. Esa esperanza no permite ninguna “vida aplazada”. Para el amor a la vida -ese amor que la hace posible- todo es singularísimo y definitivo. La trascendencia de la esperanza se vive en la encarnación del amor: yo viviré aquí enteramente y moriré enteramente y resucitaré allá enteramente. (p. 100)

No sólo “el cuerpo actual, sino también su materia, la carne, será partícipe de la futura resurrección”. Con ello se afirma, con rigor antiespiritualista, “la identidad de la materia de la ‘carne’”. Por consiguiente, “la vida eterna» abarca a este ser humano, y a este ser humano en su totalidad, en el alma y el cuerpo, y además a todo ser vivo, de tal manera que en el mundo futuro quedará redimida también la “criatura que gime” (Ro 8.19-21) bajo la transitoriedad, porque entonces ya no habrá muerte. (pp. 103-104)

La resurrección para la vida eterna significa entonces que Dios no deja que nada se pierda, ni los dolores de esta vida ni los instantes de felicidad. El hombre volverá a encontrar en Dios no sólo el último instante, sino también toda su historia, pero como historia de su vida, reconciliada, enderezada y consumada ya. Lo que en esta vida se experimenta como gracia, se consumará en la gloria. (p. 104)

Si la esperanza cristiana en la resurrección difiere tan plenamente de la teoría acerca de la inmortalidad del alma, entonces en esta vida que se encamina a la muerte ¿no habrá nada que permanezca y sustente y que haga al hombre invulnerable e inmortal? Según la concepción cristiana, Dios resucitará a los muertos por medio de su Espíritu de vida. Este Espíritu vivificador se experimenta ya en esta vida, en la comunión con Cristo, como “el poder de la resurrección”. Por ser este poder, el Espíritu de vida es más fuerte que la muerte y, por tanto, a él debe llamársele también “inmortal”. (p. 105)

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