IGLESIA
PRESBITERIANA AMMI-SHADDAY
MINISTERIOS
PASTORAL Y DE EDUCACIÓN CRISTIANA
TALLER BÍBLICO
DOCTRINAL: ¿INMORTALIDAD DEL ALMA O RESURRECCIÓN DE LOS CUERPOS?
30
de noviembre de 2014
Y
como a último enemigo, destruirá a la muerte, porque Dios todo lo sometió
debajo de sus pies.
I
Corintios 15.26-27a
1. Algunos presupuestos básicos sobre escatología cristiana
1.1 Un concepto adecuado de escatología
Jürgen Moltmann, “La trasposición de la
escatología a la eternidad”, La venida de Dios. Escatología cristiana. Salamanca,
Sígueme, 2004 (Verdad e imagen, 149).
El eschaton,
del que habla la escatología cristiana, no es el final temporal de nuestros
días históricos, […] sino que es el presente de la eternidad en cualquier
instante de esta historia. “Ante el Eterno no hay más que un tiempo: la
eternidad”, había afirmado Kierkegaard. Y así lo entendió también Karl Barth en su segundo
comentario a la Carta a los romanos, de 1922 […]: “De manera incomparable se
halla el instante eterno frente a todos los instantes, precisamente porque él
es el sentido trascendental de todos los instantes”. (pp. 37-38)
Si
por eschaton se entiende no el tiempo
del fin, sino la eternidad, entonces la escatología no tendrá ya tampoco nada
que ver con el futuro. Su tensión no es la que existe entre el presente y el
futuro, entre el “ahora ya” y el “todavía no”, sino que es la tensión entre la
eternidad y el tiempo en el pasado, presente y futuro. Cuando Jesús proclama la
“cercanía” del reino de Dios, entonces no está mirando al futuro en sentido
temporal, sino que está mirando al cielo presente. El Reino no “viene” desde el
futuro al presente, sino desde el cielo a la tierra, como dice el Padrenuestro.
(p. 39)
1.2
Dios, el tiempo y la eternidad
En
Ap 1.4 se dice: “Paz a vosotros de parte del que es y del que era y del
que viene”. Esperaríamos que se
dijera: “...y del que será”, porque, según el griego, la presencia de Dios en
los tres modos de tiempo es expresión de su eternidad atemporal y simultánea.
[…] Pero en el texto citado, en vez del futuro del verbo ser (eínai), se emplea el futuro del verbo
venir (erjestai). El concepto de
tiempo lineal se interrumpe en el tercer miembro. Esto tiene considerable
importancia para la comprensión de Dios y del tiempo. El futuro de Dios no es
que él será, al igual que él era y que él es, sino que él está en movimiento y
llega al mundo. El ser de Dios está en el venir, no en el devenir. (p. 48)
Si
para Dios no existe el tiempo terrenal en el que unas personas se suceden a
otras, entonces todas las personas, cualquiera que sea el tiempo terrenal en
que hayan muerto, se encontrarán con Dios al mismo tiempo, a saber, en el
tiempo de Dios, que es el presente de la eternidad. (p. 146)
2. La incompatibilidad de
fondo
Oscar Cullmann, “¿Inmortalidad
del alma o resurrección de los cuerpos?”, en Del evangelio a la formación de la teología cristiana. Salamanca,
Sígueme, 1972 (Verdad e imagen, 31).
2.1 La idea
griega de la inmortalidad del alma
Preguntemos
a un cristiano, protestante o católico, intelectual o no, la siguiente
cuestión: ¿qué enseña el Nuevo Testamento sobre el futuro individual del hombre
después de la muerte? Salvo rarísimas excepciones, obtendremos siempre la misma
respuesta: la inmortalidad del alma. Sin embargo, esta opinión, por muy
extendida que esté, significa uno de los más peligrosos malentendidos del
cristianismo. (p. 233)
Preguntémonos
ahora: ¿sería compatible la fe de los primeros cristianos en la resurrección
con la concepción de la inmortalidad del alma? ¿No enseña el Nuevo Testamento,
sobre todo el Evangelio de Juan, que ya poseemos la vida eterna? Y, ¿no es la
muerte, ciertamente, en el Nuevo Testamento el “último enemigo”? ¿Está
concebida de una manera diametralmente opuesta al pensamiento griego que ve en
ella un amigo? No escribe san Pablo: “¿Dónde está, muerte, tu aguijón?”. (p. 234)
Este
malentendido, de que el Nuevo Testamento enseña la inmortalidad del alma, se ve
favorecido por el hecho de que los primeros discípulos poseen la convicción
tras la pascua, de que con la resurrección corporal de Cristo, la muerte ha
perdido todo su terror; desde ese momento, el Espíritu Santo hace nacer ya a la
vida de la resurrección a aquel que cree. Pero, con esta afirmación conforme al
Nuevo Testamento, es preciso subrayar las palabras “tras la pascua”, y esto
demuestra todo el abismo que separa la concepción primigenia de los cristianos
de la concepción griega. (p. 234)
En
el Nuevo Testamento la muerte y la vida eterna están ligadas a la historia de
Cristo. Está claro que para los primeros cristianos el alma no es inmortal en
sí, sino que ha llegado a serlo únicamente por la resurrección de Jesucristo, “primogénito
de entre los muertos”, y por la fe en él. Está claro también que la muerte en
sí no es “el amigo”; solamente por la victoria que Jesús obtuvo sobre ella, con
su muerte y resurrección corporal, su “aguijón” ha sido detenido, su poder
vencido. Y por fin, es obvio que la resurrección del alma que ha tenido ya
lugar no ha experimentado el estado de cumplimiento: es preciso esperar al
tiempo en que nuestro cuerpo resucite y esto tendrá lugar al final de los
tiempos. (p. 235)
2.2
Sócrates y Jesús
Conocemos
las razones que el filósofo griego alega en favor de la inmortalidad del alma.
Nuestro cuerpo es un vestido exterior que, mientras que vivimos, impide al alma
moverse libremente y vivir conforme a su propia naturaleza eterna. Le impone
una ley que no es válida para ella: el alma está encerrada en el cuerpo como en
una camisa de fuerza, en una prisión. La muerte es la gran liberadora. Ella
rompe las cadenas haciendo salir al alma de la prisión del cuerpo y la
introduce en la patria eterna. Cuerpo y alma son radicalmente opuestos entre sí
y pertenecen a dos mundos distintos; la destrucción del cuerpo no podrá
coincidir con la destrucción del alma, de la misma manera que una obra de arte
no será destruida aunque lo sea el instrumento ejecutor de ella. (p. 236-237)
Hemos
confrontado la muerte de Sócrates con la de Jesús. Porque nada nos muestra
mejor la diferencia radical entre la doctrina griega de la inmortalidad y la fe
cristiana en la resurrección. Ya que Jesús ha -pasado por la muerte en todo su
horror, no solamente en su cuerpo sino también en su alma (“Dios mío, Dios mío,
¿por qué me has abandonado?”), puede y debe ser para el cristiano que ve en él
al redentor, aquel que triunfa de la misma muerte con su propia muerte. Allí
donde la muerte sea concebida como el enemigo de Dios, no puede haber
“inmortalidad” sin una obra óntica de Cristo, sin una historia de la salvación donde
la victoria sobre la muerte es el centro y el fin. Jesús no puede conseguir
esta victoria si continúa vivo en su alma inmortal y en el fondo, sin morir. No
puede vencer la muerte más que muriendo realmente, entregándose a su dominio,
dominio de la nada, de la separación de Dios. (p. 241)
2.3 La afirmación cristiana de la resurrección: vivir en Dios
Jürgen Moltmann, “¿Inmortalidad del alma o
resurrección de la carne?”, La venida de Dios. Escatología cristiana. Salamanca,
Sígueme, 2004 (Verdad e imagen, 149).
La
inmortalidad del alma es una idea; la resurrección de los muertos, una
esperanza. Lo primero es confiar en algo inmortal que hay en el hombre; lo
segundo es confiar en aquel Dios que llama a la existencia a las cosas que no
existen y que vivifica a los muertos. Con la confianza en esta alma inmortal,
aceptamos la muerte y la anticipamos en cierto modo. Con la confianza puesta en
el Dios vivificador, aguardamos la victoria sobre la muerte: “La muerte ha sido
absorbida por la victoria” (I Cor 15.54), y aguardamos una vida eterna en la
que “ya no habrá muerte” (Ap 21.4). El alma inmortal puede acoger a la muerte
como a una “amiga”, porque la muerte la rescata del cuerpo terrenal. Para la
esperanza en la resurrección, la muerte es “el último enemigo” (I Cor 15.26)
del Dios vivo y de las criaturas de su amor. (p. 99)
Así
como la muerte no es sólo el final sino un acontecimiento de toda la vida, así
también la resurrección no se puede reducir a una “vida después de la muerte”.
La resurrección es igualmente un acontecimiento de toda la vida. Fundamenta la
plena aceptación de la vida aquí y hace que los hombres se entreguen sin
reservas a toda la vida. (p. 99)
3. Las afirmaciones esenciales
3.1
El mensaje del Nuevo Testamento sobre la resurrección
Oscar Cullmann, “El rescate
anticipado del cuerpo humano según el Nuevo Testamento”, en Del evangelio a la formación de la teología
cristiana. Salamanca, Sígueme, 1972 (Verdad e imagen, 31).
Nuestros
cuerpos no resucitarán inmediatamente después de la muerte individual de cada
uno, sino solamente al fin de los tiempos. Tal es la esperanza general del
Nuevo Testamento que, en este aspecto, se opone no solamente a la creencia
griega en la inmortalidad del alma, sino también a la opinión según la cual los
muertos vivirán antes de la parusía fuera del tiempo y se beneficiarán también
del cumplimiento final. (p. 135)
Ni
la frase de Jesús (Lc 23.43): “En verdad te digo hoy estarás conmigo en el
paraíso”, ni la parábola del rico epulón y del pobre Lázaro que, después de su
muerte, fue llevado por los ángeles “al seno de Abraham” (Lc 16.22), ni la
expresión del apóstol Pablo (Fil 1.23): “yo deseo morir y estar con Cristo”, ni
su exposición en II Cor 5.1s sobre el estado de “desnudez”, atestiguan la idea
de que aquellos que mueren en Cristo antes de la parusía sean inmediatamente revestidos
de un cuerpo de resurrección. (p. 135)
Estos
textos afirman únicamente que el hecho de pertenecer a Cristo tiene también
consecuencias para aquellos “que duermen”, y el pasaje de II Cor 5.1s muestra
en particular que las “arras del Espíritu” (v. 5) otorgadas a los creyentes quitan
al estado de desnudez de los muertos fallecidos antes de la parusía todo lo que
podría tener de terrorífico. Gracias al pneuma
[espíritu], ellos estarán “junto al Señor” ya durante este estado
intermedio, que es descrito con ayuda de la imagen del “sueño” (I Tes 4.13) o
de aquélla del lugar privilegiado que ellos ocupan “bajo el altar” (Ap 6.9).
(pp. 135-136)
En
realidad, no hay más que un solo cuerpo que ya ha resucitado y que existe desde
ahora como soma pneumatikón [“cuerpo
espiritual”]: el de Cristo, que por lo mismo es el primogénito entre los
muertos (Col 1.18; Ap 1.5). Por esta resurrección, la victoria decisiva sobre
la muerte ya ha sido obtenida (Hch 2.24). Es verdad que la muerte ejerce
todavía su poder sobre los hombres, pero ya ha perdido su omnipotencia
definitivamente (II Tim 1.10). (p. 136)
3.2 Importancia del
cuerpo en la doctrina de la resurrección
Oscar Cullmann, “¿Inmortalidad
del alma o resurrección de los cuerpos?”, en Del evangelio a la formación de la teología cristiana. Salamanca,
Sígueme, 1972 (Verdad e imagen, 31).
Tras
la concepción pesimista de la muerte hay una concepción optimista de la
creación. Por el contrario, donde la muerte es considerada como libertadora,
como en el platonismo, el mundo visible no es reconocido como creación divina,
y cuando los platónicos consideran el cuerpo como bello, no es considerado así
por sí mismo, sino en cuanto permite transparentar algo del alma inmortal, única
realidad divina verdadera. Para el cristiano el cuerpo actual no es la sombra
de un cuerpo mejor, sino de un cuerpo mejor. La diferencia aquí no es, como
para Platón, entre lo que es corporal y la idea inmaterial sino entre la creación
presente, corrompida por el pecado, y la nueva creación liberada del pecado;
entre el cuerpo corruptible y el incorruptible. (p. 245)
La
transformación del cuerpo carnal en cuerpo de resurrección no tendrá lugar más
que en el momento en que toda la creación sea creada de nuevo por el Espíritu Santo;
entonces la muerte no existirá. La sustancia del cuerpo no será ya carne, sino
Espíritu. Habrá, según san Pablo, un “cuerpo espiritual”. Esta resurrección del
cuerpo no será más que una parte de toda la nueva creación. “Esperamos un cielo
nuevo y una tierra nueva”, dice II Pe 3.13. La esperanza cristiana no abarca
sólo mi suerte individual sino la creación entera. (p. 249)
Jürgen Moltmann, “¿Inmortalidad del alma o
resurrección de la carne?”, La venida de Dios. Escatología cristiana. Salamanca,
Sígueme, 2004 (Verdad e imagen, 149).
En
la expectación de la resurrección de los muertos, quien espera arroja de sí el
manto protector del alma con que el corazón herido se había arropado para no
dejar que ya nada se acercara a él: nosotros nos entregamos a esta vida; nos
vaciamos de nosotros mismos para llegarnos al ámbito mortal de la no identidad,
y lo hacemos en virtud de la esperanza de que Dios nos va a encontrar sacándonos
de la muerte y nos va a resucitar y a congregar. La esperanza en la “resurrección
de la carne” nos permite no menospreciar ni rebajar la vida corporal ni las
experiencias de los sentidos, sino que las afirma profundamente y concede su
honor supremo a la “carne” menospreciada. Para expresar la relación entre la
entrega a la vida aquí y la resurrección de los muertos allá, Pablo utiliza la
imagen de la semilla: “Se siembra algo corruptible, resucita incorruptible; se
siembra algo mísero, resucita glorioso; se siembra algo débil, resucita pleno de
vigor; se siembra un cuerpo natural, resucita un cuerpo espiritual” (I Co 15.42-44;
cf. también Jn 12.24; Mt 10.39; Lc 17.33). (p. 100)
En
la dialéctica de la resurrección, el alma no tiene que retirarse del cuerpo,
sino que, por el contrario, se corporizará y se hará carne. No tiene que negar
los afectos, sino que los vivificará en el amor. No tiene que anticipar la
muerte en el memento mori, sino que
-en medio de la vida- la superará mediante el amor. En esta dialéctica de la
resurrección, el hombre no tiene que tratar continuamente de mantener su identidad
mediante la unidad constante consigo mismo, sino que se vaciará de sí mismo
llegando a la no identidad, porque sabe que por esos actos de vaciarse de sí
mismo es llevado de nuevo a sí mismo. (p. 100)
3.3
Los alcances de la resurrección
La
vida no es un “experimento”. En todo caso, la esperanza de la resurrección no
deja la vida aquí en el “estado de suspensión”. Esa esperanza no permite
ninguna “vida aplazada”. Para el amor a la vida -ese amor que la hace posible-
todo es singularísimo y definitivo. La trascendencia de la esperanza se vive en
la encarnación del amor: yo viviré aquí enteramente
y moriré enteramente y resucitaré
allá enteramente. (p. 100)
No sólo
“el cuerpo actual, sino también su materia, la carne, será partícipe de la
futura resurrección”. Con ello se afirma, con rigor antiespiritualista, “la
identidad de la materia de la ‘carne’”. Por consiguiente, “la vida eterna»
abarca a este ser humano, y a este ser
humano en su totalidad, en el alma y
el cuerpo, y además a todo ser vivo, de tal manera que en el mundo futuro quedará redimida también la
“criatura que gime” (Ro 8.19-21) bajo la transitoriedad, porque entonces ya no
habrá muerte. (pp. 103-104)
La
resurrección para la vida eterna significa entonces que Dios no deja que nada
se pierda, ni los dolores de esta vida ni los instantes de felicidad. El hombre
volverá a encontrar en Dios no sólo el último instante, sino también toda su
historia, pero como historia de su vida, reconciliada, enderezada y consumada
ya. Lo que en esta vida se experimenta como gracia, se consumará en la gloria.
(p. 104)
Si
la esperanza cristiana en la resurrección difiere tan plenamente de la teoría
acerca de la inmortalidad del alma, entonces en esta vida que se encamina a la
muerte ¿no habrá nada que permanezca y sustente y que haga al hombre
invulnerable e inmortal? Según la concepción cristiana, Dios resucitará a los
muertos por medio de su Espíritu de vida. Este Espíritu vivificador se
experimenta ya en esta vida, en la comunión con Cristo, como “el poder de la
resurrección”. Por ser este poder, el Espíritu de vida es más fuerte que la
muerte y, por tanto, a él debe llamársele también “inmortal”. (p. 105)
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