LA FE TÓXICA MATA
José Manuel Capella-Pratts, Presbyonline, 25 de marzo de 2020
Entonces el diablo lo llevó a la
santa ciudad, lo puso sobre la parte más alta del templo, y le dijo: “Si eres
Hijo de Dios, lánzate hacia abajo; porque escrito está: ‘A sus ángeles mandará
alrededor de ti”, y también: “En sus manos te sostendrán, Para que no tropieces
con piedra alguna”. Jesús le dijo: «También está escrito: “No tentarás al Señor
tu Dios”.
Mateo 4:5-7 RVC
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Al momento de escribir estas
líneas me encuentro triste. Es el undécimo día desde que decidimos suspender
servicios y reuniones presenciales en nuestra congregación, como medida para
combatir la propagación del COVID-19. Cuando tomamos esta decisión, ya la
Organización Mundial de la Salud había declarado la pandemia. No era asunto de
fomentar el pánico, sino de ser responsables y no exponer a nadie a un posible
contagio, ya que, a todas luces, en ese momento algunos(as) de nosotros
estaríamos contagiados sin saberlo y nos convertiríamos en portadores del Coronavirus.
Uno de los proverbios bíblicos nos aconseja: “El prudente ve el peligro y lo
evita; el imprudente sigue adelante y sufre el daño.” (Proverbios 22.3, Dios Habla Hoy)
Aquel
sábado 14 de marzo tuve que llevar a cabo algo que jamás había imaginado
tendría que hacer: colocar letreros en las puertas del templo, indicando que
estará cerrado hasta nuevo aviso. Me provocó gran dolor: he pasado mis 23 años
de carrera pastoral invitando personas a entrar al templo, y en ese momento
estaba haciendo todo lo contrario. Fue lo prudente.
Aquel
día y en días siguientes, aún al momento de escribir estos pensamientos,
observé iglesias y grupos religiosos desafiando lo que ya en muchos lugares son
toques de queda oficiales. Algunos lo hacen citando pasajes bíblicos, a manera
de amuletos mágicos que les protegerán de todo peligro y enfermedad... “Caerán
a tu lado mil, y diez mil a tu diestra; mas a ti no llegará” (Salmo 91.7, RV60). “El ángel de Jehová
acampa alrededor de los que le temen, Y los defiende” (Salmo 34:7 RV60). Y no podía faltar el clásico: “Todo lo
puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses
4.13, RV60)
Lanzados
como si fueran píldoras para el dolor de cabeza, los pasajes bíblicos citados
fuera de contexto pueden convertirse en instrumento de muerte en lugar de ser
instrumento de vida. Todo esto me hizo recordar un episodio en la vida de
Jesús, sobre el que leíamos al comienzo de la temporada de Cuaresma. Cuenta el
Evangelio Según Mateo que estando en el desierto, luego de haber ayunado por 40
días y noches, Jesús recibió la visita del tentador, quien con sus artimañas
buscó poner en juego la identidad y misión del divino maestro...
Uno
de los retos presentados ante Jesús, lo invita a lanzarse al vacío desde un
lugar muy alto, teniendo como garantía de protección dos versos de la Escritura
Sagrada (casualmente del Salmo 91). De primera intención, el desafío pudiera
tener sentido: ¿Por qué no hacerlo, sobre todo cuando la “promesa bíblica” ha
sido dada? La respuesta de Jesús fue tajante: “No tentarás al Señor tu Dios” (Deuteronomio 6.16).
Mi
madre me enseñó de pequeño que podemos confiar en el cuidado y la providencia
divina; y también me enseñó a mirar ambos lados antes de cruzar una calle. El
mensaje bíblico nunca debe servir de fundamento para la imprudencia y la
irresponsabilidad. Eso es fe tóxica. Y la fe tóxica ha costado muchas vidas a
lo largo de la historia. Hablando sin rodeos: la fe tóxica mata. Repito: la fe
tóxica mata.
Estamos
viviendo tiempos muy difíciles. Apenas estamos comenzando a ver la magnitud de
la pandemia en nuestra propia comunidad Miamense. No es tiempo de aventurarse y
descuidarse con el pretexto de que la fe de alguna manera nos hace inmunes. El
pueblo creyente no está exento del dolor, la enfermedad y la muerte. Es tiempo de
ser prudentes. Es tiempo de poner en práctica el amor al prójimo tomando todas
las precauciones a nuestro alcance para evitar contagios. Es tiempo de mantener
la distancia física a la vez que mantenemos la interacción social a través del
teléfono o la internet. Es tiempo de hacer uso de la capacidad para razonar,
cosa que identificamos como regalo de Dios. Es tiempo de ser pacientes. Esta
gran prueba colectiva será superada, pero no con soluciones rápidas carentes de
esfuerzo. Roguemos al Señor que nos conceda su gracia y su fortaleza para
resistir durante esta gran calamidad, ejercitando la solidaridad y la empatía. Soli
Deo Gloria.
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LA REFORMA DE LA IGLESIA INVISIBLE (I)
Raúl Méndez Yáñez
Una nueva conciencia de comunidad
D
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ebido a la crisis sanitaria que
ha afectado, al momento de escribir este texto, a más de 160 países, con un registro de 392 149 infectados y 17 736 muertes, vivimos en una situación inaudita para la generación que está sobre el planeta
en estos momentos, independiente de los rangos de edad. Boomers,
Millennials, Centennials, todos somos ahora la generación de la pandemia.
Somos
la generación de quienes no nos habíamos enfrentado a una situación tan
drástica como la que tenemos encima en estos momentos. Solamente aquellos que
pasaron por situaciones de guerra o en localidades como Chernóbil, donde hubo
verdaderos desastres bioquímicos, habían tenido noción de una situación como la
que, ahora el planeta entero se encuentra viviendo.
En
esta reclusión y aislamiento, parece paradójico tener que hablar de la
comunidad. ¿Cómo hacer comunidad en un contexto en el que nos encontramos
separados por una necesidad de cuidado y salud? El amor ya no se demuestra por
la cercanía, sino por la “sana distancia”.
Esto
no es un paréntesis que durará dos o tres meses. Este distanciamiento será la
nueva regla del juego social a partir de estos momentos. Tenemos que cobrar
conciencia que, según las estimaciones de la OMS, al final de esta pandemia, 60%
de la población habrá sido infectada en algún momento. El objetivo es no
contagiarnos todos al mismo tiempo. Lo que hará que esta situación de alerta
dure mucho tiempo. Se estima, incluso, que años.
Pero
más allá del momento en que finalmente podamos salir de esta contingencia
sanitaria, lo cierto es que cambiarán las cosas en los hábitos, valores y
creencias de la sociedad. Y por supuesto, también marcará a las futuras
generaciones. El sentido de grupo y lo colectivo está siendo resignificado de
una manera muy profunda. El contacto cara a cara, la cercanía piel a piel, está
llegando a un punto sin retorno, en el que habrá que cambiar toda la
interacción que tenemos como seres humanos.
Típicamente
se hablaba de las culturas de la distancia y las culturas de la cercanía.[1] Las culturas de la
distancia son aquellas como los ingleses, los alemanes, los coreanos, quienes
en sus gestos y saludos respetan mucho el espacio personal o, como la
antropóloga Mary Douglas le llamaba, el “registro de dignidad" de las
personas.[2] De ahí que era muy
frecuente hablar de la sorpresa que se llevaba el inglés que venía a una comunidad
de México y era besado y abrazado por todos, y llegaba a sentirse incómodo al
respecto, porque él forma parte de una cultura de la distancia, en la que 30 o
40 cm de alejamiento entre los cuerpos era apenas el mínimo necesario.
Por
otra parte, se encuentran las culturas de la cercanía, entre las que destacan
las de los árabes y las de los países latinoamericanos, a quienes nos gusta mucho
el apapacho, el beso y la cercanía. Esta proxemia, es decir, esta relación de
distancia entre los cuerpos, a partir de estos momentos ya no será la misma
para ninguno de los dos tipos de culturas. 30 o 40 centímetros ya no son
suficientes, sino al menos metro y medio de distancia.
La
situación es la siguiente. Esto va a provocar que, incluso cuando hayamos
salido de esta contingencia sanitaria, las personas sigan preocupadas por quién
se les acerca y vamos a vivir en un estado de constante “hermenéutica de la
sospecha” o, mejor dicho, una hermenéutica de la sospecha del riesgo de
contagio. Van a existir nuevas interacciones entre los cuerpos, los saludos, el
momento de comer, el momento de estar juntos en un espacio cerrado y, por su
puesto, las aglomeraciones multitudinarias en conciertos o en mítines
políticos. Todo eso ya está teniendo un drástico cambio del que no podemos
anticipar completamente cómo nos marcará.
Desde
luego las comunidades de trabajo como las ONG o las iglesias, los cultos y, por
supuesto la atención pastoral, también se verán afectadas por este nuevo tipo
de conciencia de comunidad que está surgiendo alrededor del mundo.
La iglesia invisible se
visibiliza
¿Cómo entonces podemos pensar en
pastorales comunitarias en un contexto de aislamiento y separación? El COVID-19
vino a transformar nuestras eclesiologías haciéndolas caducas. Estamos juntos
en esto y debemos pensar en forma cooperativa cómo vamos a ejercer ahora la
pastoral. Personalmente tengo más dudas y cuestionamientos que respuestas.
Porque no sé exactamente cuál sea la mejor forma de responder. Será entre todas
y todos que iremos construyendo este nuevo sentido de comunidad.
Un
concepto que es de pertinencia retomar es aquella categoría eclesiológica
acuñada por Agustín de Hipona y retomada con singular entusiasmo por la Reforma
desde Lutero y Calvino, la llamada “iglesia invisible".
Atendamos
al Catecismo Mayor de Westminster.
P.
64. ¿Qué es la iglesia invisible? R. La iglesia invisible es todo el número de
los elegidos que han sido, son y serán reunidos en uno bajo Cristo la cabeza.
Efesios 1.10, 22, 23; Juan 10.16; 11.52.
La
iglesia invisible es el conjunto de los fieles que adoran en todo el planeta y
en todo momento a Dios, y quienes "gozan por Cristo de unión y comunión
con él en gracia y gloria"(respuesta 65). Se distingue de la iglesia
visible por ser esta el territorio de confinamiento en el cual se realiza un acto
devocional, un culto, una eucaristía o un servicio a Dios. Es el templo
cotidiano que podemos ver a simple vista y sus congregantes.
La
iglesia invisible, por su parte, es lo más cercano a una comunidad virtual,[3] porque se encuentra
dispersa en todo el mundo; no habita el mismo espacio específico de adoración,
cada quien adora en cualquier región y parte del globo.
Algo
estamos aprendiendo. Ya no es necesario estar en multitud para poder tener una
experiencia significativa de fe, causa común o solidaria. Ahora, desde el
aislamiento y la intimidad del hogar se crean los vínculos subjetivos desapegados
del espacio físico. No es necesario estar en el mismo territorio para tener la
misma causa. Esa es la iglesia invisible.
¿Cómo
entonces generar un diálogo con alguien que no está a mi lado?, ¿cómo generar
una interlocución con una persona distante y a quien quizá pueda ver por la
pantalla, pero no tocar, oler ni tener toda la experiencia organoléptica que se
da en el encuentro con el Otro. Ahora serán encuentros, más asépticos, con la
menor invasión y contacto posible.
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Héctor Laporta Velásquez
C
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omo humanidad estamos
experimentando tiempos excepcionales. La pandemia de la Covid-19 registra ya 20
mil muertos, 464 mil personas contagiadas y en recuperación más de 113 mil
pacientes alrededor de nuestra aldea global. Cifras que día a día aumentan. Pero
también un tercio de la humanidad nos encontramos confinados a nuestras
viviendas teniendo cambios drásticos, en nuestros hábitos, dietas y rutinas
cotidianas.
Frente
a ello, se han manifestado gobernantes, agentes de salud, pero también líderes
de iglesias.
Dentro
de estos últimos ha habido dos tendencias: Unos, como Ralph Drollinger (pastor
del entorno de Trump), señalan que la pandemia es el resultado de la ira de
Dios frente a la permisividad contra los ecologistas, lesbianas y gays;
mientras otros nos invitan "solo" a orar, a mantener la calma y a
sujetarse a las recomendaciones de nuestras autoridades.
Leía
en estos días los trabajos de Juan Wesley sobre la salud y en ellos el subraya
su disconformidad con aquellos que "reducen" la salvación al ámbito
de lo espiritual; debido a que ello minimiza las afirmaciones bíblicas de la
salud en la vida presente. En otro de sus sermones ataca a los sistemas de
salud injustos y prácticas deshonestas y discriminatorias de la salud.
Muchos
hoy en día se han concentrado su atención en conocer más sobre este virus,
sobre el cual los científicos no se ponen de acuerdo si es una entidad química
o un ser vivo; y de cómo evitar su contagio. Sin embargo, es importante señalar
que este pequeño microorganismo no es el responsable de esta tremenda crisis.
Esta
pandemia refleja el "pecado" de nuestra sociedad global y capitalista
donde se rige por lo económico y el mercado bursátil y no por la salud y el
acceso a ella por parte de todos, especialmente de los más débiles.
Lo
que esta pandemia pone en evidencia y que debemos denunciar como teólogos y
pastores es la fragilidad de nuestros sistemas de salud; la poca inversión del
estado en salud, no llegando a los dos dígitos de nuestros presupuestos
nacionales; la economía informal que limita a la gran mayoría de trabajadores
en el mundo al acceso de beneficios sociales; la precariedad de las viviendas
de las grandes mayorías sin acceso a servicios básicos alrededor de toda la
aldea global.
Finalmente,
Juan Wesley nos exhorta a cultivar el cuidado cotidiano de la salud, a nivel
personal y social, en vez de recurrir a Dios sólo en tiempos de emergencia y de
pandemias y de "sólo" orar.
Gracia
y paz.
[1] Edward Hall, La dimensión oculta. México, Siglo
XXI, 2003.
[2], Mary Douglas, Estilos de pensar. Ensayos críticos sobre el buen
gusto. Barcelona, Gedisa, 1998.
[3] R. Méndez, "Dios te ha confirmado como amigo.
Narratividad y religiosidad identitaria juvenil en las redes sociales Hi5 y
Facebook", en Alberto Hernández, coord., Nuevos caminos de la fe.
Prácticas y creencias al margen institucional. México, Colef, 2011.