domingo, 15 de marzo de 2020

Dios siempre actúa a favor de su pueblo, L. Cervantes-O.



15 de marzo, 2020

Él fue su salvador en el peligro:
no fue un mensajero ni un enviado,
él en persona los salvó, por su amor y su clemencia los rescató,
y los liberó y los llevó siempre a cuestas en todos los peligros.
Isaías 63.9, L. Alonso Schökel y J.L. Sicre

Toda recapitulación de los episodios antiguos de la historia de la salvación, en los que se mezclaron sucesos sociopolíticos, implica una nueva elaboración de la fe según la época. Es el caso de Isaías 63, en el que al inicio (vv. 1-6) se incluye una actualización en relación con Edom, pueblo heredero de la figura de Esaú, con quien Israel siguió teniendo fuertes diferencias. El gran parentesco de este salmo con Is 59 consiste en el lenguaje de súplica o lamentación y de confesión de pecados, e incluso son pasajes simétricos. “La situación es una desgracia nacional, como las antiguas. El pueblo se dirige al Dios de su historia, pidiéndole que intervenga para salvar. Y como la desgracia ha sido provocada en parte por los pecados, el pueblo confiesa su culpa y pide perdón. Todo comienza con un repaso histórico, del que brota la insistencia en el tema del recuerdo (7, 11; 4, 6, 8), y por el que evoca el salmo 78”.[1]

A partir del v. 7 comienza una remembranza de “la misericordia del Señor”, de todo lo que antes hizo Yahvé por su pueblo, los beneficios que le dio, su compasión y su gran misericordia. La meditación histórica incluye la afirmación de la filiación divina del pueblo (8) y, sobre todo, que las intervenciones directas de Dios no requirieron de otro mediador, pues fue él, “en persona”, quien “los salvó, por su amor y su clemencia los rescató, / y los liberó y los llevó siempre a cuestas en todos los peligros” (9b). En el v. 10 aparece el tono autocrítico de reconocimiento de los errores comunitarios y la reacción divina al volverse contra ellos por causa de la desobediencia. En el 11 se retoma la memoria histórica en la búsqueda de una nueva intervención divina con base en las anteriores:

El paso a la memoria es típico del citado salmo 78. La palabra mose suena como nombre propio, Moisés, y como participio de msh = sacar: a Moisés lo “sacaron” del agua (Ex 2.10), Dios “saca” a David de las aguas (Sal 18.17). La ambigüedad es intencionada y significativa; en cambio, en el verso siguiente emplea otro verbo para “sacar”. Moisés tenía espíritu santo, es decir, espíritu de Dios (Nm 11.17), que se repartió entre los setenta ancianos. La desgracia suscita el recuerdo de otros tiempos desgraciados en que Dios intervino para salvar al pueblo; por eso el destierro de Babilonia traía el recuerdo del éxodo. La memoria contiene en germen salvación (con tal de no ser puramente nostálgica, 43.18): si Dios lo permite y provoca, es que su enemistad es táctica y provisional. El pueblo, recordando, ya está suplicando (énfasis agregado).

El Dios que siempre estuvo al lado de Moisés ahora puede estar nuevamente con el pueblo. La nostalgia por esas acciones liberadoras es el motor que impulsa al pueblo a suplicar para mostrar nuevamente las grandezas divinas: dividió el mar (12a), los hizo atravesarlo para salvarse (13-14a). Fue “el espíritu del Señor [el que] los llevó al descanso” (14b) y gracias a esa manera de conducir al pueblo, Yahvé se ganó un “renombre glorioso” (14c). El Dios de Israel está ante la oportunidad de ganarse nueva fama, lo que será un estímulo doble para los integrantes de la alianza y un motivo de esperanza comunitaria que podrá renovarse ante la certeza de que el Señor siempre actúa en favor de su pueblo incluso en las peores circunstancias.

El texto prepara de esta manera la súplica coyuntural que permitiera renovar el favor divino para asomarse a un mejor futuro inmediato, lo que anhelaba profundamente la comunidad de fe al instalarse en la tierra con mejores augurios.


[1] L. Alonso Schökel y J.L. Sicre, Profetas. I. Madrid, Cristiandad, 1980, p. 376.

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