1 de marzo, 2020
Así como de la tierra
brotan las semillas,
y en el jardín nacen las plantas,
así Dios hará brotar
la justicia y la alabanza
entre todas las naciones.
Isaías 61.12, TLA
Luego
de la visión utópica de Jerusalén como ciudad luminosa, el centro de toda la
sección de Isaías 56-66 es el cap. 61, en el que el profeta presenta su
vocación como parte de un programa completo de actuación promotora de la utopía
y de la esperanza. Tradicionalmente leído como un anuncio mesiánico centrado en
la figura de Jesús por causa de lo narrado en Lucas 4.16-30, el pasaje reclama
una recuperación contextual, lado a lado con la circunstancia que le dio
origen. De la misma manera que Isaías 53, en la que la identificación del
personaje que habla es bastante enigmática, en este caso, el sujeto que habla
se describe a sí mismo como un profeta que pondría en marcha una serie de
acontecimientos jubilares, todos relacionados con las acciones
liberadoras de Yahvé acumuladas en el tiempo. En él se manifestará plenamente
la realidad de la conciencia colectiva acerca de la acción de Dios en la vida
del pueblo, especialmente en el contexto paralelo a la reconstrucción integral del
culto, el templo y la ciudad.
El profeta que habla (un auténtico “pregonero de
justicia”) desea situar el ambicioso programa divino en ese ambiente tan
complejo que se desarrollaba en ese momento. La apelación al Espíritu de Dios
es la garantía tradicional de la validez del mensaje por anunciarse como “una
fuerza que ha venido sobre él y que da valor a su ministerio”.[1] La
frase “el Señor me ha ungido”, identifica “su misión con la de un rey que
proclama un edicto para su pueblo. La Traducción Ecuménica de la Biblia acentúa
esta dimensión real traduciendo: ‘El Señor ha hecho de mí un mesías’”, que
recuerda que el mesías era uno de los títulos del rey de Jerusalén (Sal 2.2;
132.10, 17). A la función real, el profeta añade la función profética.
Esta identificación explica la posibilidad de realizar
un programa social, político y espiritual tan amplio, el cual incluye aspectos
marcados por la urgencia del momento, sobre todo aquellos relacionados con la
población más desfavorecida (pobres, afligidos, prisioneros, v. 1). “El autor
está hablando de una restauración que ha de suceder en la patria y que se abre
hacia el futuro. Comprende dos elementos paralelos y complementarios: dentro
tiene que triunfar la justicia en las relaciones ciudadanas, fuera han de cesar
las injusticias y opresiones contra los judíos”.[2]
Eliminar la opresión interna es condición para que cese la externa y en los dos
casos el resultado es una reconstrucción social. La exigencia profética es ir
más allá de un jubileo, de un perdón o de una condonación de deudas que permita
una renovación profunda: “…la exigencia profética interpela e impulsa a una
praxis social de todo momento”.[3]
Para los oprimidos, este anuncio es un auténtico evangelio: un conjunto
de “buenas noticias” (“evangelizar”, dicen los traductores griegos) que les
permitan sobrevivir con esperanza en acciones concretas de igualación o
distribución equitativa de la justicia. “Con su palabra [este mensajero]
comienza curando por dentro a los que sufren, porque pregona y promulga un año
jubilar de parte del Señor”.[4]
Este planteamiento impactaría profundamente la relectura de Lucas,
especialmente en la sección correspondiente a las “bienaventuranzas”: “Mirada
ahora atentamente la construcción de los siete verbos que explican los
objetivos del ‘envío’ del profeta, la tarea de consolar a los que lloran
aparece como la más comentada (2b-3a), ya que ocupa todo el tramo que sigue al
centro (v.2a)”.[5]
tal como comenta Xabier Pikaza: “Isaías 61.2 situaba el jubileo en un contexto
judicial de tipo israelita, proclamando así una ‘doble suerte’: un Año de
Gracia de Yahvé, el Señor, para los fieles, un Día de Venganza de nuestro Dios,
para los infieles. La profecía puede inscribirse así dentro de la experiencia
nacional, ratificando la singularidad y la elección del pueblo de la alianza
[...] que el libro de Ester ha desplegado de un modo impresionante”.[6]
Lo siguiente es la proyección profética y utópica,
ligada a ese anuncio, en la que “el ‘año’ sabático o jubilar es reemplazado (si
era conocido) por el ‘tiempo’ profético, que no se mide por días o años de
calendario sino por la realidad”.[7] Ese
horizonte es expuesto desde el v. 2, que incluye también una forma de desquite
por lo acontecido hasta entonces en contra de los más débiles. En Is 59.18,
dicho desquite se aplicaba a los “adversarios internos” de Dios, miembros
indignos de la comunidad judía. En 2b-3a se aprecia bien la enorme
condescendencia de Yahvé hacia quienes padecen: “Se está anunciando su
intervención salvífica en la historia de los que sufren”.[8] Su
derrota es convertida en victoria y su tristeza en alabanzas alegres. La imagen
vegetal (“robles victoriosos”) alude a los jardines idolátricos plantados a
nombre de Baal, pues ahora, por contraste, Yahvé quiere que su pueblo sea el
bosque plantado en su honor, 3b): “«Grandes árboles de salvación y plantío del
Señor para hacer que se vea su grandeza”.
Los habitantes de Jerusalén, por todo ello,
experimentarán la reconstrucción completa de las demás ciudades (4), además de
que al venir extranjeros a hacer las labores agrícolas y de ganadería (5), el
pueblo estaría libre para su actividad sacerdotal (6a). A continuación, se hace
sentir el énfasis nacionalista para redistribuir y disfrutar las riquezas de
las naciones (6b). Pero inmediatamente después reaparece el afán
reivindicatorio para el pueblo (7): a causa del sufrimiento, la compensación
será doble en cantidad y la duración de la bonanza no tendrá límites, lo que
muestra la apertura a un futuro más prolongado, escatológico.
El capítulo concluye con una serie de afirmaciones en
las que Yahvé reitera su compromiso irrestricto con la justicia y su rotunda
oposición al robo (“latrocinio”, RVR1960) y el crimen enmascarados por
actitudes piadosas (8a). Él anuncia su disposición para establecer, como
recompensa, un pacto interminable con estas bases (8b): “El pacto perpetuo
(55.3) desborda los límites de una justicia conmutativa o distributiva al
establecer un sistema nuevo de relaciones”.[9] La
descendencia del pueblo tendrá fama “entre todas las naciones” (9a) y esa
presencia (acompañada de su profunda conciencia histórica y espiritual) los
hará visibles (como en el caso del rabino polaco Abraham J. Heschel
[1907-1972], quien luchó al lado de Martin Luther King en contra de la
segregación racial[10])
y signo de la bendición de Dios (9b). Todo ello será motivo de alegría y de
reconocimiento de las acciones divinas para el profeta (10a), quien destaca la
justicia del Señor (10b) y su capacidad para hacer de su pueblo un auténtico
renuevo de “justicia y la alabanza / entre todas las naciones” (11b). Eso hará
posible la impactante manifestación de la intervención de Yahvé en la historia
de su pueblo y de toda la humanidad.
[1]
Samuel Amsler, Los últimos profetas. Ageo, Zacarías, Malaquías y algunos
otros. Estella, Verbo Divino, 1996 (Cuadernos bíblicos, 90), 48.
[2] L. Alonso Schökel y J.L. Sicre, Profetas.
I. Madrid, Cristiandad, 1980, p. 369.
[3] José Severino Croatto, “Del Año
Jubilar Levítico al tiempo de liberación profético”, en RIBLA, núm.
33, 1999, p. 82.
[4] L. Alonso Schökel y J.L. Sicre, op.
cit., p. 370.
[5] J.S.
Croatto, op. cit., p. 86.
[6] X. Pikaza, Dios preso: teología y
pastoral penitenciaria. Salamanca, Secretariado Trinitario, 2005. p.
157.
[7] J.S. Croatto, op. cit., p. 80.
[8] Ibíd., p. 84.
[9] L. Alonso Schökel y J.L. Sicre, op.
cit., p. 371.
[10] Cf. Susannah Heschel, “Dos amigos, dos
profetas: Abraham Joshua Heschel y Martin Luther King Jr.”, en Plough, www.plough.com/es/temas/justicia/justicia-social/dos-amigos-dos-profetas.
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