domingo, 31 de agosto de 2014

Oración, profetismo y acción por la justicia, L. Cervantes-O.

31 de agosto, 2014

Todo árbol sano da buenos frutos, mientras que el árbol enfermo da frutos malos.
Mateo 7.17, La Palabra (Hispanoamérica)

El llamado Sermón del Monte, resumen de las enseñanzas de Jesús de Nazaret, visto como un todo, contiene muchas afirmaciones sobre la oración y la experiencia espiritual para quienes deseen participar en la esperanza de la venida del Reino de Dios al mundo. Mucho de lo expuesto ahí constituye una especie de “manual” para la vida presente en la cual la exigencia para experimentar dicha esperanza se complica por múltiples razones, especialmente por los afanes y preocupaciones de la vida cotidiana, justamente aquellas a las que se refiere el Señor Jesucristo al momento de transmitir la forma en que ese Reino debe instaurarse como la principal prioridad para sus seguidores/as.
Como parte de esa espiritualidad del Reino de Dios que enseñó él, la oración, el profetismo y la acción por la justicia se enlazan en una especie de “cadena mística” en la que, inevitablemente, debe encontrarse inmerso cada seguidor suyo. En este conjunto ninguno de los elementos sale sobrando porque su modelo de integración es el propio Señor, quien paralelamente a una vida de oración constante, realizó un trabajo profético intenso y comprometido, al mismo tiempo que ejerció una sólida acción por la justicia con su ministerio completo. La mística, la espiritualidad, la piedad y la acción solidaria, así sea mínima, no están nunca peleadas. Pero tal vez se les ha visto disociadas debido a la tentación por el dualismo que con mucha frecuencia asalta a las comunidades cristianas.
Muy cerca del final de este gran sermón, en Mateo 7, Jesús se refiere nuevamente a la oración y la presenta como una búsqueda permanente de que “Dios abra la puerta” (7.7) ante la certeza de que su respuesta será siempre sensible y atenta, incluso comparando a la actitud divina con la de los padres humanos: “Pues si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre que está en los cielos se las dará también a quienes se las pidan!” (7.11). Inmediatamente después, Jesús utiliza la metáfora de los dos caminos para referirse a las vías opuestas de la justicia y la injusticia (v.13). La puerta ancha, la de la “perdición”, es el camino de la injusticia, lo contrario a los propósitos renovadores del Reino de Dios para el mundo. “El Reino es el objetivo diario de la práctica y enseñanza de la comunidad. El ser riguroso y justo en la atención de la justicia —dikaiosyne— de la nueva Torá revelada por el Mesías Jesús, hacía parte de la práctica misionera y de la militancia política de la comunidad”.[1]
La oración misma se sitúa como una acción dentro de la dinámica “Práctica-enseñanza-justicia. Estas tres realidades se tenían que tocar para que el Reino aconteciese en la vida de la comunidad”. Orar ya es una forma de acción contra la injusticia que hay en el mundo. La puerta angosta es el camino de la justicia y de la práctica permanente de una acción sólidamente dirigida a hacer presente el Reino en el mundo (v. 14), en medio de todas las formas de oposición que enfrentará. Es un camino de vida, de paz y de armonía que debe insertarse en la conflictividad material del acontecer cotidiano. El propio sermón se refiere a ello al comienzo al desarrollar una de las bienaventuranzas relacionadas con la persecución y el rechazo hacia la labor profética: “Felices ustedes cuando los insulten y los persigan, y cuando digan falsamente de ustedes toda clase de infamias por ser mis discípulos. ¡Alégrense y estén contentos, porque en el cielo tienen una gran recompensa! ¡Así también fueron perseguidos los profetas que vivieron antes que ustedes!” (5.11-12). Mt 5.10 es aún más explícito porque se refiere a la persecución “por causa de la justicia” (por cumplir la voluntad de Dios), que es la causa misma de Jesús y del Reino de Dios.
Todo aquél/lla que entra por esa puerta afrontará un compromiso que lo deslindará y ayudará a enjuiciar y desenmascarar a los falsos profetas, verdadero peligro y riesgo de engaño (7.15). La acción por la justicia no puede realizarse a partir de medias verdades sino de un genuino compromiso con la verdad del Evangelio. Si como dice el aforismo del v. 17: “Todo árbol sano da buenos frutos, mientras que el árbol enfermo da frutos malos”, sólo se espera que la actitud, la conducta y el pensamiento de quienes asumen esta triple visión de la fe y la práctica se proyecten en el terreno de la realidad. Los frutos buenos, frutos de justicia, se oponen radicalmente al dudoso testimonio de quienes, hasta en el nombre mismo del Señor, llevan a cabo acciones contrarias, en esencia, a la voluntad de Dios.
La oración, el profetismo y la acción por la justicia, finalmente, se entrelazan de tal forma que, al hacerse visibles en los ámbitos conflictivos de la vida humana, dejan constancia de que el Reino de Dios sigue avanzando en el mundo para superar las relaciones de injusticia e instaurar un nuevo orden y formas nuevas de existencia comunitaria.



[1] P. Lockmann, “Una lectura del Sermón del Monte (Mateo 5—7). El Sermón del Monte en el Evangelio de Mateo”, en RIBLA, núm. 27, www.claiweb.org/ribla/ribla27/una%20lectura%20del%20semon%20del%20monte.html.

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