17 de agosto,
2014
Mientras
iban de camino, dijo uno a Jesús: —Estoy dispuesto a seguirte adondequiera que
vayas. Jesús le contestó: —Las zorras tienen guaridas y los pájaros nidos, pero
el Hijo del hombre ni siquiera tiene dónde recostar la cabeza.
A
otro le dijo: —Sígueme. A lo que respondió el interpelado: —Señor, permíteme
que vaya primero a enterrar a mi padre. Jesús le contestó: —Deja que los muertos
entierren a sus muertos. Tú dedícate a anunciar el reino de Dios.
Otro
le dijo también: —Estoy dispuesto a seguirte, Señor, pero permíteme que primero
me despida de los míos. Jesús le contestó: —Nadie que ponga su mano en el arado
y mire atrás es apto para el reino de Dios
Lucas 9.57-62, La Palabra (Hispanoamérica)
Una antigua
fórmula y resumen de lo acontecido en el desarrollo del Nuevo Testamento
establece que “Jesús anunció el Reino de Dios y lo que vino fue la Iglesia”, la
cual en su simplicidad describe muy bien la posible continuidad o
discontinuidad del proyecto comunitario que se observa en los documentos
posteriores a los cuatro Evangelios y el núcleo central de la enseñanza de
Jesús de Nazaret. Tal vez sea en la obra de Lucas en donde mejor se aprecia
esta transición debido a la evidente continuidad entre el evangelio y el libro
de los Hechos de los apóstoles, pues el movimiento de Jesús, ligado
profundamente al anuncio del Reino de Dios hecho por Jesús, se transformó
progresivamente en lo que sería la iglesia, una comunidad que se extendería en
diversas regiones del imperio romano.
En primer lugar, y para los propósitos de delinear el lugar de la
oración como parte de una espiritualidad directamente derivada del Reino de
Dios, queda bien clara en Lucas 9.57-62 la relación entre éste y el seguimiento
de Jesús, cuando alguien expresa el deseo de seguirle como clara alusión a un
compromiso personal con Jesús (v. 57), asumido como heraldo e introductor del
Reino de Dios en el mundo presente. La asociación entre la cercanía con él y su
mensaje representa la aceptación generalizada de que la enseñanza de Jesús
sobre el digna es digna de consideración al grado de que puede dedicarse la
vida entera a ello. Jesús escucha la solicitud en sintonía con el rechazo de
los samaritanos del que ha sido objeto y con lo que concluye esta larga porción
del evangelio. El seguimiento de Jesús en el marco del Reino es una clave
interpretativa fundamental para acentuar el compromiso con lo que Dios está
haciendo en el mundo.
La respuesta de Jesús, no obstante (v. 58) sitúa su labor en el marco de
un desprendimiento absoluto y falta de dedicación al yo como parte de un
sistema de pensamiento y acción dominante en el momento. Jesús no lo acepta ni
lo rechaza, aunque explica que, a diferencia de los animales salvajes,
desprotegidos de por sí, la existencia humana del Hijo del hombre es ajena al
aparente bienestar ofrecido por el mundo imperante. Subraya su carácter de profeta
apocalíptico itinerante, con el peregrinaje como énfasis principal de su labor
y servicio. La afirmación plena de una vida sin confort o garantía de sobrevivencia
coloca el compromiso con el Reino en primer lugar y el dilema, para quien
quiera seguirle, de afrontar y sobrevivir a esas condiciones. El seguimiento, base
de la participación en el Reino y de una oración consecuente con él, se
fundamenta en una actitud de cuestionamiento radical de la supuesta seguridad
que ofrece el sistema de valores presente, por lo que la nueva manera de
continuar en el mundo ha de funcionar mediante otros fundamentos espirituales,
morales y religiosos.
Inmediatamente después es Jesús quien llama a otra persona a seguirle (v.
59), pero ésta responde con una dilación seria y urgente: enterrar a su padre.
Sin imponer una interpretación arbitraria, la respuesta de Jesús (v. 60): “Deja
que los muertos entierren a sus muertos. Tú dedícate a anunciar el reino de
Dios” no es solamente radical sino que enfatiza y contrasta la superioridad de
la vida contenida en la vivencia de ese nuevo estado de cosas y el celo tanatofílico
que caracteriza a las tradiciones sociales que, con todo y el valor sentimental
que puedan tener, no alcanzan a satisfacer las demandas del Reino que Dios
viene a establecer en el mundo. Lo mismo sucede cuando otro hombre más le
manifiesta el mismo deseo de seguirle (v. 61) y él lo detiene en seco: “Nadie
que ponga su mano en el arado y mire atrás es apto para el reino de Dios” (v.
62). La relación con la vida doméstica expresada en algo como la despedida de
la familia, que no se le debería negar a nadie, es mostrada por Jesús como algo
que debe superarse efectivamente para lograr la aptitud para participar del
reino. En ningún momento Jesús habla de un sacrificio sino de sanear las
relaciones familiares de tal manera que
el Reino de Dios tenga la prioridad siempre. Y no cualquiera está dispuesto/a
a colocarlo como urgencia básica de la vida. Este sabor un tanto pesimista que
queda al final de Lc 9 se ve superado con el entusiasmo de Jesús al comienzo
del cap. 10 evidenciado en el envío de 70 mensajeros al servicio del Reino que
han asumido el compromiso, la espiritualidad y los desafíos de promover la
presencia de ese nuevo statu quo en
medio de una sociedad profundamente tradicional y acomodaticia.
Lucas presenta a Jesús como un profeta y el mesías en una práctica
continua de la oración. En el mismo cap. 9 aparece apartado de sus discípulos
orando (v. 18) momentos antes de preguntarles la opinión de la gente sobre su
persona y ministerio. “Jesús es, en su ser más íntimo, oración. Todos los actos
de su vida son también actos-oración”.[1]
Orar, en el horizonte de la espiritualidad del Reino de Dios es buscar la
sintonía ya presente con las bondades de ese nuevo régimen de vida que Dios ha
venido a instaurar y que está en una fuerte confrontación con las fuerzas
malignas, dentro y fuera de la persona humana. Esta búsqueda de sintonía
presente con el futuro de Dios que viene a superar todas las injusticias
actuales es lo que ha de caracterizar la oración de los seguidores/as de Jesús.
“La oración de Jesús es contagiosa (Lc 9.18). […] Ellos [los discípulos] ven en
su oración la clave de su vida”.[2]
De modo que la oración cristiana, que forma parte de una espiritualidad en el
marco de la esperanza y la praxis por el Reino de Dios, no puede sino
incorporar la orientación de Jesús en ese sentido. La oración, así, acompaña
las acciones de Dios para instaurar su Reino en plenitud en medio de nuestras necedades, contradicciones, infidelidades y dudas como representantes presentes de su impacto
ya visible, aunque en ocasiones nosotros mismos seamos quienes obstaculizamos
los grandes logros divinos en ese camino.
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