sábado, 9 de agosto de 2014

Oramos al Dios que viene a establecer su Reino, L. Cervantes-O.

10 de agosto, 2014

El séptimo ángel tocó la trompeta, y se oyeron en el cielo voces poderosas que proclamaban: —A nuestro Señor y a su Cristo pertenece el dominio del mundo, y lo ejercerá por siempre y para siempre.
Apocalipsis 11.15, La Palabra (Hispanoamérica)

Un aspecto fundamental de la oración de los cristianos/as se deriva de la petición central de la plegaria que Jesús enseñó a sus discípulos: “Venga tu Reino”, es decir, la realización de los máximos sueños divino-humanos de paz, bienestar, igualdad y justicia, porque en ella se concentra el horizonte de fe y esperanza que compartía con sus contemporáneos y que modificó para proyectar en sus seguidores/as a fin de moldear la mentalidad espiritual y política de la nueva comunidad: “…ha aparecido la novedad de Dios y ellos mismos se experimentan como hombres [y mujeres] nuevos”,[1] tal como lo resume el teólogo hispano-salvadoreño Jon Sobrino.

Al recibir ese modelo de oración como patrimonio y herencia, resulta obligatorio que la masa de creyentes en Jesús de Nazaret la sitúe y actualice en el horizonte que Jesús la colocó, pero ahora en la confrontación con nuevas realidades y problemas. Es la “memoria subversiva de Jesús”, en palabras de Mortimer Arias, lo que se expresa al momento de afirmar la venida del Reino anunciado y vivido por él.[2] Si los integrantes de las diversas iglesias repiten esa oración han de hacerlo en el espíritu de quien la pronunció por primera vez en el contexto múltiple, cambiante y exigente, que se vive a cada paso.

Es en este sentido que Sobrino ha abordado los dos elementos como parte de una misma realidad: la oración de Jesús y del cristiano en el mismo nivel de compromiso con la acción directa de Dios en medio de la historia humana. Al referirse a Jesús, afirma: “La oración de Jesús es la expresión de ese ‘más’ que va surgiendo en su propia historia. Ese ‘más’ va apareciendo en la búsqueda de la voluntad de Dios, en la alegría de que llegue el reino, en la aceptación fiel hasta el final de la voluntad de Dios y en la confianza incondicional hacia el Padre. […] …para Jesús el Padre era el Dios del reino”.[3]

Para el cristiano/a, la situación es muy similar: “La oración de los cristianos es, pues, aun después de la resurrección, como la de Jesús. […] Es la oración posibilitada por la realidad de ser ‘hijo’ y en la medida en que se es hijo”.[4] Llamar abba a Dios es ya un signo de pertenencia al Reino de Dios y de su realización parcial en el mundo. Cada creyente es un anticipo de la presencia efectiva del Reino cuya venida o manifestación intermitente, marginal, coyuntural o eventual es siempre conflictiva porque provoca la reacción de las fuerzas contrarias, las del anti-Reino o las del anticristo como les llaman las cartas de Juan a las mismas.

La oración en el Apocalipsis es un acto de protesta y de denuncia radicales (5.8; 8.3-4), pues muchos de los/as creyentes se manifiestan ante el Dios de Jesús con el martirio como horizonte inmediato (6.10) en medio de la negación de su esperanza más profunda que, no obstante, se sigue afirmando a pesar de la persecución y la muerte de que fueron objeto.[5] Elisabeth Schüssler Fiorenza explica dicha denuncia y la coloca en la perspectiva histórico-escatológica, propia del último libro de la Biblia: “Las oraciones de los santos son como carbones encendidos sobre los que se depositan los granos de incienso, haciendo que el humo se eleve ante el trono de Dios. […] las oraciones de los santos encienden y mantienen encendido el fuego del altar, que significa la cólera y el juicio de Dios. […] también las oraciones de los santos perseguidos exigen justicia y tratan de provocar el juicio de Dios”.[6] Y agrega:

La simbolización visionaria que ofrece el Apocalipsis de la salvación y el bienestar escatológicos, así como la denuncia de todos los poderes destructivos, han inspirado movimientos quiliásticos [milenaristas] a lo largo de la historia cristiana, en lugar de contribuir al establecimiento del cristianismo. […] Lo han leído como promesa liberadora de las estructuras eclesiásticas opresoras y del dominio destructor de quienes detentan el poder en este mundo. Han defendido siempre que el imperio de Dios significa salvación para este mundo, y no salvación de este mundo o salvación del alma. Los poderes opresores, sean políticos, sociales o religiosos, no pueden coexistir con el imperio y el poder de Dios, un poder generador de vida. El grito del Apocalipsis pidiendo justicia y juicio sólo puede ser entendido plenamente por quienes tienen hambre y sed de justicia.[7]

Apocalipsis 11.15 es, así, una afirmación rotunda de la manera en que se vislumbra, desde la esperanza cristiana, la venida definitiva del Reino de Dios para abarcar todas las esferas del mundo y, además, sintoniza perfectamente con el espíritu de la oración de Jesús, transmitido a sus seguidores/as, que proclama la victoria definitiva del poder del amor y la justicia sobre las fuerzas opresoras y de muerte propias del anti-Reino. La  victoria escatológica ya consumada se trasladará a los escenarios conflictivos del mundo para hacerse visible en toda su plenitud. La oración de los/as creyentes se sitúa en ese mismo nivel de crítica, rebeldía, insumisión y certidumbre:

Sobre un mundo dominado por diversos reyes de la tierra proclama Juan profeta el reino de Dios (Kyrios) y su Cristo, superando la lectura espiritualizante que a veces se ha hecho de Jn 18.38 (“mi reino no es de este mundo”). Según el Apocalipsis, el reino del Kyrios-Dios y de su Cristo proviene de (o se proclama en) el cielo, pero se realiza en este mundo. Lógicamente, sus seguidores no pueden aceptar la pretensión regia y sacral de Roma. Esta palabra celeste de proclamación del reino de Dios-Cristo es, por lo tanto, una voz de insumisión y rebeldía contra la pretensión total de Roma.[8]





[1] J. Sobrino, La oración de Jesús y del cristiano. 3ª ed. Bogotá, Ediciones Paulinas, 1986 (Comunidad y misión), pp. 58-59.
[2] Cf. M. Arias, Venga tu Reino: la memoria subversiva de Jesús. México, Casa Unida de Publicaciones, 1980.
[3] Ibid., pp. 33, 55.
[4] Ibid., pp. 63, 68.
[5] Cf. X. Pikaza Ibarrondo, Apocalipsis. Estella, Verbo Divino, 1999 (Guías de lectura del Nuevo Testamento), p. 298: “La sangre inocente pide a Dios venganza, desde el fondo del altar de la historia (6.10), y su grito será escuchado: Juan sabe que Dios juzgará a los asesinos, en gesto de talión histórico (hará beber sangre a quienes la han derramado: 16.6; 19.2)”.
[6] E. Schüssler Fiorenza, Apocalipsis: visión de un mundo justo. Estella, Verbo Divino, 2003 (Ágora, 3), p. 103.
[7] Ibid., pp. 181-182. Énfasis agregado.
[8] X. Pikaza Ibarrondo, op. cit., p. 136.

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