10 de agosto,
2014
El
séptimo ángel tocó la trompeta, y se oyeron en el cielo voces poderosas que
proclamaban: —A nuestro Señor y a su Cristo pertenece el dominio del mundo, y
lo ejercerá por siempre y para siempre.
Apocalipsis 11.15, La Palabra (Hispanoamérica)
Un aspecto
fundamental de la oración de los cristianos/as se deriva de la petición central
de la plegaria que Jesús enseñó a sus discípulos: “Venga tu Reino”, es decir,
la realización de los máximos sueños divino-humanos de paz, bienestar, igualdad
y justicia, porque en ella se concentra el horizonte de fe y esperanza que
compartía con sus contemporáneos y que modificó para proyectar en sus
seguidores/as a fin de moldear la mentalidad espiritual y política de la nueva
comunidad: “…ha aparecido la novedad de Dios y ellos mismos se experimentan
como hombres [y mujeres] nuevos”,[1]
tal como lo resume el teólogo hispano-salvadoreño Jon Sobrino.
Al recibir ese modelo de oración como patrimonio y herencia, resulta
obligatorio que la masa de creyentes en Jesús de Nazaret la sitúe y actualice
en el horizonte que Jesús la colocó, pero ahora en la confrontación con nuevas
realidades y problemas. Es la “memoria subversiva de Jesús”, en palabras de
Mortimer Arias, lo que se expresa al momento de afirmar la venida del Reino
anunciado y vivido por él.[2]
Si los integrantes de las diversas iglesias repiten esa oración han de hacerlo
en el espíritu de quien la pronunció por primera vez en el contexto múltiple,
cambiante y exigente, que se vive a cada paso.
Es en este sentido que Sobrino ha abordado los dos elementos como parte
de una misma realidad: la oración de Jesús y del cristiano en el mismo nivel de
compromiso con la acción directa de Dios en medio de la historia humana. Al
referirse a Jesús, afirma: “La oración de Jesús es la expresión de ese ‘más’
que va surgiendo en su propia historia. Ese ‘más’ va apareciendo en la búsqueda
de la voluntad de Dios, en la alegría de
que llegue el reino, en la aceptación fiel hasta el final de la voluntad de
Dios y en la confianza incondicional hacia el Padre. […] …para Jesús el Padre
era el Dios del reino”.[3]
Para el cristiano/a, la situación es muy similar: “La oración de los
cristianos es, pues, aun después de la resurrección, como la de Jesús. […] Es
la oración posibilitada por la realidad de ser ‘hijo’ y en la medida en que se
es hijo”.[4]
Llamar abba a Dios es ya un signo de
pertenencia al Reino de Dios y de su realización parcial en el mundo. Cada
creyente es un anticipo de la presencia efectiva del Reino cuya venida o manifestación
intermitente, marginal, coyuntural o eventual es siempre conflictiva porque
provoca la reacción de las fuerzas contrarias, las del anti-Reino o las del anticristo como les llaman las cartas de
Juan a las mismas.
La oración en el Apocalipsis es un acto de protesta y de denuncia
radicales (5.8; 8.3-4), pues muchos de los/as creyentes se manifiestan ante el
Dios de Jesús con el martirio como horizonte inmediato (6.10) en medio de la negación
de su esperanza más profunda que, no obstante, se sigue afirmando a pesar de la
persecución y la muerte de que fueron objeto.[5]
Elisabeth Schüssler Fiorenza explica dicha denuncia y la coloca en la perspectiva
histórico-escatológica, propia del último libro de la Biblia: “Las oraciones de
los santos son como carbones encendidos sobre los que se depositan los granos
de incienso, haciendo que el humo se eleve ante el trono de Dios. […] las
oraciones de los santos encienden y mantienen encendido el fuego del altar, que
significa la cólera y el juicio de Dios. […] también las oraciones de los
santos perseguidos exigen justicia y tratan de provocar el juicio de Dios”.[6]
Y agrega:
La
simbolización visionaria que ofrece el Apocalipsis de la salvación y el
bienestar escatológicos, así como la denuncia de todos los poderes
destructivos, han inspirado movimientos quiliásticos [milenaristas] a lo largo
de la historia cristiana, en lugar de contribuir al establecimiento del cristianismo.
[…] Lo han leído como promesa liberadora de las estructuras eclesiásticas
opresoras y del dominio destructor de quienes detentan el poder en este mundo. Han defendido siempre que el imperio de Dios
significa salvación para este mundo, y no salvación de este mundo o salvación
del alma. Los poderes opresores, sean políticos, sociales o religiosos, no
pueden coexistir con el imperio y el poder de Dios, un poder generador de vida.
El grito del Apocalipsis pidiendo justicia y juicio sólo puede ser
entendido plenamente por quienes tienen hambre y sed de justicia.[7]
Apocalipsis 11.15 es, así, una afirmación rotunda de la manera en que se
vislumbra, desde la esperanza cristiana, la venida definitiva del Reino de Dios
para abarcar todas las esferas del mundo y, además, sintoniza perfectamente con
el espíritu de la oración de Jesús, transmitido a sus seguidores/as, que
proclama la victoria definitiva del poder del amor y la justicia sobre las
fuerzas opresoras y de muerte propias del anti-Reino. La victoria escatológica ya consumada se
trasladará a los escenarios conflictivos del mundo para hacerse visible en toda
su plenitud. La oración de los/as creyentes se sitúa en ese mismo nivel de crítica,
rebeldía, insumisión y certidumbre:
Sobre
un mundo dominado por diversos reyes de la tierra proclama Juan profeta el
reino de Dios (Kyrios) y su Cristo,
superando la lectura espiritualizante que a veces se ha hecho de Jn 18.38 (“mi
reino no es de este mundo”). Según el Apocalipsis, el reino del Kyrios-Dios y
de su Cristo proviene de (o se proclama en) el cielo, pero se realiza en este
mundo. Lógicamente, sus seguidores no pueden aceptar la pretensión regia y
sacral de Roma. Esta palabra celeste de proclamación del reino de Dios-Cristo
es, por lo tanto, una voz de insumisión y rebeldía contra la pretensión total
de Roma.[8]
[1] J. Sobrino, La
oración de Jesús y del cristiano. 3ª ed. Bogotá, Ediciones Paulinas, 1986
(Comunidad y misión), pp. 58-59.
[2] Cf. M. Arias, Venga
tu Reino: la memoria subversiva de Jesús. México, Casa Unida de Publicaciones, 1980.
[3] Ibid., pp. 33, 55.
[4] Ibid.,
pp.
63, 68.
[5] Cf. X. Pikaza Ibarrondo, Apocalipsis. Estella, Verbo Divino, 1999
(Guías de lectura del Nuevo Testamento), p.
298: “La sangre inocente pide a Dios venganza, desde el fondo del altar de la
historia (6.10), y su grito será escuchado: Juan sabe que Dios juzgará a los
asesinos, en gesto de talión histórico (hará beber sangre a quienes la han
derramado: 16.6; 19.2)”.
[6] E. Schüssler Fiorenza, Apocalipsis: visión de un mundo justo. Estella, Verbo Divino, 2003
(Ágora, 3), p. 103.
[7] Ibid.,
pp.
181-182. Énfasis agregado.
[8] X. Pikaza Ibarrondo, op. cit., p. 136.
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