HIJOS
Karl Barth, Instantes
“Don de Dios son los hijos” (Salmo 127.3)
Los padres viven para sus hijos y
para que éstos arraiguen en la confianza de que es Dios quien, al igual que
hizo con sus padres, sale garante de ellos: como su valedor, como su asistente,
como el que verdaderamente vive para ellos, con todo lo que ellos pueden ser y
hacer, y no sólo como testigos suyos.
La verdadera autoridad de los
padres se ejerce en virtud del hecho de que los hijos se aperciben de que los
padres, a su vez, viven sometidos a una autoridad. En última instancia, tampoco
la autoridad se puede únicamente atestiguar.
Los padres han de considerar
que su cometido es limitado. Ni siquiera pueden sanar física o anímicamente a su
hijo, y menos aún convertirlo en una «buena persona», por no hablar ya de
transformarlo en una criatura grata a Dios, en un cristiano. De él no pueden
hacer absolutamente nada. Sólo les cabe esforzarse al máximo —aunque no lleguen
nunca hasta lo que realmente constituye la vida del hijo—, para luego cumplir
con la obligación de permanecer humildemente firmes ante lo que Dios quiere de
él, ante la evolución del hijo, sumamente personal, en esta o en aquella
dirección.
Al hacer todo cuanto en su
responsabilidad pueden y deben hacer, sólo les cabe encomendarlo a las manos de
Dios, de quien lo recibieron. Y, en definitiva, esto será lo mejor que los
padres puedan hacer por su hijo: considerar y tomar como norte que el Espíritu
Santo es el auténtico hacedor del bien, y que ellos como seres humanos tan sólo
pueden conducir a sus hijos hacia él.
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¿QUÉ ES LA BIBLIA? (I)
Juan Esteban Londoño
Lupa Protestante, 14 de
agosto de 2014
“La Biblia no es un libro: es una biblioteca” (Proverbio rabínico)
Biblia es una palabra de origen griego que significa “los libros”. Con este
término, se designa la colección de escritos sagrados para el pueblo judío y
para la iglesia cristiana. En ella, se encuentran los mensajes de los profetas,
de los poetas, de Jesús y de los apóstoles, los cuales tuvieron experiencias
profundas con Dios y las pusieron por escrito. Así que en la Biblia tenemos la
memoria primaria del pueblo de Israel y de la Iglesia cristiana de un Dios que
camina con su pueblo para liberarlo, y que envía a su hijo para dar un mensaje
de esperanza a la humanidad: el reinado de Dios.
Como colección de escritos, la
Biblia es un texto muy diverso. Cuenta diferentes experiencias vividas en
muchos lugares: montañas, valles, campo, ciudad, desierto, Egipto, Palestina,
Babilonia, Roma, Patmos; y también representa a muchos pueblos o individuos de
muchas naciones: caldeos como Abraham, cananeos como Rahab, israelitas como
Elías, judíos como David, moabitas como Ruth, griegos como Esteban, romanos
como Pablo, etíopes como el Eunuco, entre otros. En este sentido, se trata de
un texto en el que se encuentran muchas culturas, las cuales comparten muchos
elementos en común, como la forma de comer, de vestir o de interpretar la
realidad.
La Biblia es la tradición de
un pueblo, pero ante todo es una tradición literaria dada en un contexto histórico determinado, muy diferente al nuestro.
Por esto, el acercamiento a la Biblia implica un acercamiento cuidadoso y
respetuoso, al saber que no estamos con un texto que se escribió la noche
anterior, o que se hizo en nuestro propio idioma, sino que se trata de una
colección de textos escritos hace más de dos mil años y en otros idiomas. No es
inaccesible, por supuesto, pero requiere de mucho cuidado para interpretarla.
Para conocer la Biblia, es
importante conocer la historia. Como señala el biblista alemán Gerd Theissen (2002), los escritores
de los evangelios eran ante todo pastores que intentaban dar una orientación
para sus comunidades, en situaciones muy distintas a las que se dieron durante
la vida y muerte de Jesús. En las iglesias había discusiones conflictos sobre
qué cosas se podían comer, con quién se podía comer, cómo se debían relacionar
con personas que creían otras cosas y cómo debían actuar con respecto a las
políticas del imperio. Los escritores de estos textos buscaban ayudar
pastoralmente a las personas para que tomaran las decisiones más adecuadas al
mensaje liberador del evangelio y también a la situación específica. Por esto
es importante entender a los personajes de la época bíblica como si fueran
extranjeros, que hablan otro idioma y que piensan distinto, y no como nuestros
amigos o familiares. Esto nos permitirá tener distancia frente a pasajes
difíciles y realizar reflexiones apropiadas para poner en práctica la fe.
En segundo lugar, es
importante entender que la Biblia es literatura. Es decir, está compuesta de diversos géneros literarios: poesía,
narrativa, historia, profecía, leyes, cartas, evangelios, literatura
apocalíptica. Y por esto hay que diferenciar una imagen poética (una montaña
que salta como cordero, por ejemplo) de una ley (“no matarás”). Hay que
distinguir entre una imagen apocalíptica (una bestia con dos cabezas, por ejemplo)
y una descripción histórica (el trono de un rey). Esto ayuda a entender el
mensaje que hay detrás, a no confundir el estilo con la revelación, a diferir
entre una parábola con la historia real. Como sucede cuando leemos Las crónicas de Narnia: comprendemos que allí hay un mensaje profundo, de salvación humana,
pero sabemos que literalmente Jesús no era un león y que los ratones no hablan.
Lo importante es el mensaje que hay detrás, y las vestiduras de ese mensaje (el
estilo, el género literario) deben comprenderse de manera adecuada para
entender el mensaje.
En tercer lugar, debemos tener
en cuenta que, a pesar de la distancia, la Biblia sigue hablándonos. Es
importante tener cuidado con la historia, la cultura, el idioma y los patrones
literarios. Pero, realizando un estudio comprometido, hemos de saber que las
Escrituras tienen un mensaje actual de justicia y liberación, de un Dios que no
se conforma con la maldad humana, y que nos desafía a que construyamos una
sociedad mejor. Por esto, no se trata de hacer una lectura meramente
arqueológica o cientificista de la Biblia, sino de poner en práctica sus
enseñanzas y su mensaje de amor a Dios y al prójimo. Para esto, debemos leer la
Biblia en perspectiva hermenéutica.
Nuestro libro sagrado proviene
de una sociedad pastoril y agrícola que transmitía de manera oral las noticias
e historias de los antepasados y los vecinos. La Biblia como libro, el libro
que tenemos en nuestras manos, es el resultado de una larga historia de
narraciones de diversas familias y comunidades que, poco a poco, empezaron a
escribirse en pequeños textos. Esos pequeños textos empezaron a compilarse en
libros o “códices”. Esos libros empezaron a ser reunidos junto a otros libros.
Y con el paso de cientos de años, llegaron a convertirse en una colección de
libros.
Cuando nos preguntamos por quién escribió la Biblia, estamos mirando los textos antiguos con los lentes
de nuestra época. Hoy podemos leer la Biblia como un libro, incluso como un
libro digital. Pero debemos tener en cuenta que la Biblia proviene de un mundo
muy diferente al nuestro, en el que era más importante contar historias
alrededor de una fogata o en la cocina de la casa que ponerse a leer en una
biblioteca.
De igual manera como los
aspectos de una Constitución nacional se discuten con el paso del tiempo, las
narraciones, leyes y literatura de la Biblia fueron escuchados, transmitidos,
interpretados, escritos, reescritos, coleccionados, editados y finalmente
compilados en un libro de libros que hoy llamados “Biblia”.
Un texto bíblico puede
interpretarse como un texto constitucional para Israel y posteriormente para la
Iglesia, y aun así puede ser reinterpretado a lo largo del
tiempo. Por ejemplo, en 2 Samuel 7 se
promete al rey David que sus hijos reinarán por siempre en el trono de Israel.
Este texto tiene su origen en el siglo X a.C., en la época de la transición de
los pastores seminómadas hacia un Estado más urbano.
La promesa a David funcionó
como la ideología que dio autoridad al nuevo rey y a sus hijos. Pero con el
paso del tiempo esta monarquía fue decayendo. Con el ascenso del imperio
asirio, en el siglo VIII a.C., Israel casi desaparece. Pero algunas personas seguían creyendo que
Dios había prometido el reino a los descendientes de David para siempre (1 Re
11,36; 15,4; 2 Re 8,19). Luego, en el siglo VII, la promesa fue aplicada a un
rey y al templo, y se creyó que Dios habitaba con su pueblo en el templo. En el
siglo VI, el imperio babilonio se llevó a muchos judíos para el exilio,
perdiendo su tierra y todo el reino; el templo fue destruido e Israel se quedó
sin rey. Pero aun así seguían creyendo en la promesa hecha a David para el
futuro. De esta manera la misma promesa se reinterpretó, y muchas personas
esperaban que en el futuro llegara el reinado de Dios mediante un descendiente
de David, ya fuera real o simbólico.
En el siglo I d.C., cuando nació el cristianismo, muchas personas creyeron que la promesa
del rey davídico había llegado a su cumplimiento en la persona de Jesús de
Nazaret. Así es como un mensaje que empezó para legitimar al rey de Jerusalén,
terminó aplicándose a un carpintero de Galilea en quien reposaron todas las
esperanzas de la transformación de la comunidad frente a la invasión del
imperio romano.
En la época en que se escribió
la Biblia, la gran autoridad estaba en la transmisión oral y no tanto en los
textos escritos. La importancia del “autor” de un texto era desconocida en el
mundo antiguo. Los textos más importantes de Antiguo Oriente, tales como la Epopeya de Gilgamesh, el relato babilónico de la creación llamado Enumah Elish y muchos textos egipcios y cananeos no tienen un autor definido. Se
trata de relatos originalmente orales que en algún momento fueron puestos por
escrito por “escribas”, personas que tenían la profesión de escribir para las
cortes de los reyes, y que hacían reformas y correcciones, pero no eran lo que
conocemos por “autores”. De hecho la lengua hebrea antigua no tiene una palabra
que signifique “autor”, sino que se refiere a “escriba”, como alguien que
transmite una tradición y un texto de una generación a otra.
Las culturas antiguas eran
orales. Las tradiciones y las historias eran contadas de boca en boca,
especialmente por parte de las madres a los hijos y las personas ancianas.
Estas historias tenían mucha autoridad para la comunidad y por esto los padres
y las madres estaban obligados a enseñarlas a sus hijos, como dice Deuteronomio
6,6-7: “Las palabras que hoy te digo quedarán en tu memoria, se las inculcarás
a tus hijos y hablarás de ellas estando en casa y yendo de camino, acostado y
levantado”.
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