sábado, 8 de agosto de 2015

Propósitos de la Palabra revelada, L. Cervantes-O.

2 de agosto, 2015

Toda Escritura está inspirada por Dios y es provechosa para enseñar, para argumentar, para corregir y para educar en la rectitud, a fin de que el creyente esté perfectamente equipado para hacer toda clase de bien.
II Timoteo 3.16-17, La Palabra (Hispanoamérica)


La famosa exhortación de la escuela paulina que aparece en II Timoteo 3.10-17 busca marcar un contraste con los excesos del mundo que se vendrían como signos de advertencia ante los últimos tiempos. Es algo que, como se subraya desde el inicio, “no debe perderse de vista” (3.1a) El lenguaje es casi apocalíptico, pues busca destacar y señalar la diferencia de aquellos/as que desean cumplir los mandamientos divinos en medio de situaciones complejas (3.1b). Se describe un estado de decadencia moral mediante una enumeración casi interminable de males y excesos (3.2-4), que va del egocentrismo hasta el engreimiento total, pasando por la deslealtad, la disolución y la traición, sin olvidar la desobediencia a los padres. Se señalan alrededor de 20 actitudes y pecados. La lista de vicios es similar a la de I Tim 1.9-10. El llamado es categórico: “¡Apártate de esa clase de gente!” (5b) a fin de superar la aparente piedad de quienes fingen tener una espiritualidad que desmienten sus actos. La búsqueda de la verdad se tornará en una farsa plagada de inmoralidades (vv. 6-7). El aspecto ético es resaltado para no dejar lugar a dudas sobre el papel de la fe en Jesucristo como un auténtico revulsivo que efectivamente instala una vida nueva en la sociedad humana. El enfrentamiento con la verdad, tal como lo hicieron los falsos magos del faraón (vv. 8-9), redundará en que la verdadera fe se manifestará como la auténtica forma de experimentar la presencia de Dios en el mundo. “Sin la complicidad de un auditorio más inclinado a las frivolidades que a la doctrina sólida, los herejes no tendrían ningún éxito” (II Tim 4.3-4).[1] Ése es el horizonte de las llamadas “cartas pastorales”.
Inmediatamente después se afirma que Timoteo y la comunidad han seguido la enseñanza, el estilo de vida y los proyectos paulinos (10a). Esos tres elementos son fundamentales para definir una conducta intachable y fuera de toda acusación: el conocimiento trazado mediante una certeza doctrinal sólida, sostenida y consistente para pasar por encima de las pruebas de este mundo, en lo que juega un papel importantísimo el cultivo de la sabiduría. El estilo de vida, es decir, lo más visible en la cotidianidad también debía aflorar en todos los aspectos. Y la claridad en los proyectos, dominados ahora por la mirada puesta en los valores y horizontes del Reino de Dios. Ninguna otra prioridad debía sustituirlo en la conciencia cristiana de las personas. Asimismo, la imitación (mímesis) de la fe, de la mansedumbre, del amor y de la paciencia del maestro (10b) debía aplicar estos dones del Espíritu a todas las áreas de la vida. Estos son los recursos básicos para superar la superficialidad y la inconstancia que acechaban.
Por otra parte, Timoteo había acompañado a Pablo en muchas situaciones de persecución y sufrimiento (11), en la región de su llamado primer viaje misionero; Timoteo era originario de Listra, por lo que conocía bien los lugares y el ambiente hostil. Ése es el trasfondo para plantear, con firmeza y sin ocultar los riesgos que “todos los que aspiren a llevar una vida cristiana auténticamente piadosa, sufrirán persecución” (12). Los demás, “perversos y embaucadores”, “irán de mal en peor, engañando a los demás, pero siendo ellos los engañados” (13). “Hay aquí un juego de palabras: los falsos doctores engañan a otros (5-9), pero son a su vez engañados (por el demonio, 2.26)”.[2]
Con todo lo dicho, ya puede ahora asentarse la parte positiva de la exhortación: primeramente (v. 14), “Timoteo habrá de mantenerse firme en la doctrina recibida desde su infancia. Sus maestros principales fueron su propia madre y su abuela (cf. 1.5), además de Pablo (vv. 10-11; cf. 2,2)”.[3] Lo que sigue es una expresión corriente entre los judíos de habla griega (Filón, Josefo) para designar los libros sagrados: hiera grammata, “las Sagradas Letras”, “las Escrituras”, que en ese momento no podían ser otras que las contenidas en lo que hoy denominamos Antiguo Testamento. “Los padres judíos estaban obligados a procurar que sus hijos fueran instruidos en la Ley tan pronto como llegaban a la edad de cinco años” [v. 15]. La frase “toda Escritura” (16a) puede significar ‘cada pasaje de la Escritura’ o, preferiblemente, ‘la totalidad de la Escritura’”.[4] “El adjetivo theopneustos (“soplar, insuflar lo divino”, “que respira a Dios”) se usa en el griego helenístico casi únicamente con valor de pasiva: ‘inspirado por Dios’ […]. Este adjetivo podría entenderse en sentido predicativo (‘toda Escritura es inspirada por Dios’) o atributivo (‘toda Escritura, inspirada por Dios, es ciertamente útil...’)”.[5]; “la autoridad de la Biblia tiene sus raíces en la de Dios, que, en última instancia, es la causa de que existan estos libros con carácter normativo para la conducta del hombre”.[6]
Los propósitos de la Escritura revelada son claros: a) enseñar, b) argumentar, c) corregir, d) educar en la rectitud y e) equipar al creyente para hacer el bien en todas sus formas (16-17). La enseñanza “no es puramente teórica, sino que está ordenada a educar al oyente en la justicia y a sostenerlo con sus exhortaciones fervientes”.[7] “La Escritura no es menos indispensable para la refutación de los adversarios, como expresan los dos verbos ‘argüir’ y ‘corregir’. Así se dice que la ley es útil, no ya para el justo, sino para reprimir toda clase de vicios (1 Tim 1.8-11)”.[8] La Ley es algo excelente cuando se trata de aplicarla a los aspectos completos de la existencia humana.
Sólo una familiaridad informada y constante con las Escrituras puede producir, fortalecer y aplicar la “sana doctrina”. “A una lectura semejante es a la que tiene que entregarse Timoteo. Por tanto, siempre queda un progreso por realizar en la inteligencia de los textos para un mejor cumplimiento del ministerio”.[9] Pero esto vale para todo fiel cristiano/a que desee experimentar la capacidad renovadora y formativa de la Palabra divina producida por la manera en que obra el Espíritu a través de ella, como se afirma en II Tim 1.14: “Y, con la ayuda del Espíritu Santo que habita en nosotros, guarda la hermosa enseñanza que te ha sido confiada”.



[1] Edouard Cothenet, Las cartas pastorales. Estella, Verbo Divino, 1991 (Cuadernos bíblicos, 72), p. 16.
[2] George A. Denzer, “Cartas pastorales” en Comentario bíblico San Jerónimo. IV. Madrid, Ediciones Cristiandad, 1972, p. 267.
[3] Idem.
[4] Idem.
[5] Idem.
[6] Idem.
[7] E. Cothenet, op. cit., p. 28.
[8] Idem.
[9] Ídem.

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