sábado, 22 de agosto de 2015

Una Palabra que lo penetra y lo revela todo, L. Cervantes-O.

23 de agosto, 2015

En efecto, la palabra de Dios es fuente de vida y de eficacia; es más cortante que espada de dos filos y penetra hasta dividir lo que el ser humano tiene de más íntimo, hasta llegar a lo más profundo de su ser, poniendo al descubierto los más secretos pensamientos e intenciones.
Hebreos 4.12, La Palabra (Hispanoamérica)


Palabra, proclamación y predicación en Jeremías
El impactante episodio de la quema del rollo profético de Jeremías (609-598 a.C.) por parte del rey Joaquín, hijo nada menos que de Josías (622-609 a.C.), ejemplifica la manera en que los profetas experimentaron la fidelidad a la palabra recibida por mediación del Espíritu. Se puede decir que con el propio Jeremías se funda la conciencia de una auténtica teología de la palabra divina a contracorriente de los vaivenes espirituales e ideológicos propios de los intereses del poder en turno. Porque si algo estaba bien claro en su mente fue precisamente eso: los regímenes van y vienen, se suceden uno tras otro y caducan inevitablemente, pero la Palabra de Yahvé permanece incólume y eterna (Is 40.8). Cada monarca, opuesto o favorable a la exposición del mensaje sagrado, marcaba una relación positiva o negativa con esa palabra que sólo podía venir de Dios para enjuiciar y cuestionar las políticas oficiales pues era éstas eran medidas en relación con las enseñanzas de la Ley y las exigencias proféticas. De ahí que para Jeremías, quien había experimentado una auténtica dislocación de su vida para estar al servicio de la Palabra, la reacción de Joaquín no era más que la previsible respuesta de un rey impactado por la fuerza de la crítica divina a su actuación al frente del pueblo. Así se puede resumir la experiencia de Jeremías en su trato con la dabar divina:

En Jeremías el cumplimiento de la misión consiste en la transmisión de la palabra de Dios: “Mira, yo pongo mis palabras en tu boca” (1.9). Para Jeremías la transmisión de la palabra de Dios al profeta no significa que él pueda disponer de la palabra, sino que implica el conocimiento de la libertad de Yahve, que mantiene al profeta en actitud de espera del acontecimiento de la palabra Por la transmisión de la palabra de Dios se convierte Jeremías en mandatario de la palabra, y se le establece «sobre pueblos y reyes», a él, y solo a él, se le da el poder de intervenir en la historia de pueblos y de reyes Aquí no se refleja un delirio de grandeza por el que “la prosperidad o la desgracia de pueblos enteros dependa de la palabra de un jovenzuelo pronunciada en un insignificante país” […], lo que aquí se muestra es el poder de la palabra de Dios que se lanza con toda su fuerza en la historia (cf. Is 9.7) El cometido de la palabra del profeta es doble (1.10) “arrancar y arrasar, edificar y plantar”. Aquí, en la vocación, resalta ya claramente la conciencia del doble aspecto de la palabra de Dios, que es a la vez palabra de juicio (cap 1-25) y de salvación (caps. 30 a 32).[1]

Cuando Jeremías decide no predicar más, el irresistible impulso por hacerlo de nuevo reaparece y reubica al profeta en una dimensión religiosa y socio-política que él no imaginó:

La decisión del profeta de no proclamar más la palabra de Yahvé (20.9a) tropieza con el empuje irresistible de esta palabra, que interna y externamente se le impone como una magnitud objetiva la palabra de Dios ahogada en el interior del profeta arde como fuego en sus entrañas y amenaza con hacerle estallar, de manera que resultan más soportables la injuria y los malos tratos que la quemazón de esta palabra que le devora. Puesto que Jeremías cuando la palabra de Dios le acomete está del lado de los afectados y, en su calidad de mensajero de la palabra critica, penetra en el dolor de Dios por su pueblo, la destrucción del testigo pertenece a la realización de la palabra de Dios En ningún otro profeta saltan tan claramente a la vista como en Jeremías la fuerza de la palabra de juicio impuesta al profeta, su dolor por la arremetida de la palabra de Dios, el sufrimiento causado por esta palabra proclamada y aparentemente incumplida, y la conciencia de la ineludibilidad de la misión encomendada por la palabra de Dios.[2]

El momento de la acción de Joaquín plantea una crisis espiritual sin límites, compatible con los sucesos que condujeron a la monarquía israelita a su total desaparición: “Igual que el martirio de Jeremías, también la historia del libro (= rollo), que se relata en el cap. 36, debe entenderse como historia de la pasión de la palabra del Señor. El hombre se propone quemar la palabra (36,23), pero la palabra de Yahvé se muestra más activa aún que antes (36.32). El hecho de que en Jeremías el sufrimiento constituye una parte integrante del servicio profético desde un punto de vista formal, se expresa muy particularmente por la característica de que, a diferencia de los profetas que le precedieron, en el ya no se puede percibir una delimitación formal entre denuncia profética y lo que es la palabra de juicio propia de Dios”.[3]

El sujeto de la Palabra revelada en Hebreos
La afirmación inicial de esta epístola marca el resto de sus afirmaciones relativas a la Palabra divina y al llegar a 4.12 se afirma sin lugar a dudas una de las características más profundas de la palabra divina: su capacidad para discernir, para cortar, para abrir la realidad hasta sus más rotundas consecuencias para que así, caiga quien caiga, se proclame que la verdad de Dios está absolutamente por encima de las mezquindades y mentiras humanas.

Este hablar de Dios en el Hijo como palabra de Dios definitiva y que introduce un giro en el mundo es una exhortación, al mismo tiempo, para que no perdamos el reposo prometido (4.1, 11). En cuanto está orientada a un cumplimiento futuro, esta palabra de promesa es vida y eficaz, tal como lo fue la “palabra de Dios” proclamada en toda su validez como los ángeles en el Sinaí (2.2), pero si se descuida, puede comportar también muerte y juicio, en cuanto es más tajante que una espada de dos filos (4.12). Esta palabra de Dios, que se inició en la palabra de Jesús (2.3), está basada decisivamente en la exaltación de Dios, a la diestra del Padre (1.5ss) y en su situación de sumo sacerdote escatológico (7.1ss).[4]

La palabra de Dios tiene, entonces, un vigor y una vigencia que no depende de las veleidades de sus propios mensajeros o de la reacción opuesta de sus enemigos, internos o externos, sino de la fuerza espiritual que transmite y que es capaz de desnudar las más aviesas intenciones de los seres humanos, escondidas o enmascaradas detrás de instituciones o estructuras sociales o de poder que pretenden imponerse como la última palabra. Cuando eso sucede, la Palabra divina se levanta como la luz que es capaz de alumbrar incluso las más terribles tinieblas. Ésa es la garantía que ofrece el propio Dios al enviarla al mundo y hacerse presente como crítica de toda forma de injusticia e impiedad (Ro 1.18).



[1] B. Klappert, “Palabra”, en Lothar Coemen, et al., dirs., Diccionario teológico del Nuevo Testamento. III. 3ª ed. Salamanca, Sígueme, 1993, p. 260.
[2] Ibid., p. 261.
[3] Idem.
[4] Ibid., p. 272.

No hay comentarios:

Apocalipsis 1.9, L. Cervantes-O.

29 de agosto, 2021   Yo, Juan, soy su hermano en Cristo, pues ustedes y yo confiamos en él. Y por confiar en él, pertenezco al reino de Di...