sábado, 8 de agosto de 2015

Letra 430, 9 de agosto de 2015

TRABAJO
Karl Barth
Instantes. Santander, Sal Terrae, 2005, p. 120.

¡Ánimo, pueblo entero, al trabajo!
Hageo 2.4

He Qi

E
n general, en todos los campos del trabajo humano la cuestión es que los seres humanos quieren “ganarse” la vida. Lo decisivo, lo que el ser humano necesita para existir, sólo puede dárselo Dios. Pero a él le queda, al menos cuando está sano, un espacio en el que puede ocuparse de lo que garantiza su existencia. En dicho espacio el ser humano se esfuerza por ganarse el sustento. Ahí manifiesta, en efecto, su propia aceptación activa de su existencia. Ahí se hace cargo de sí mismo. Cuando el ser humano se hace cargo de sí mismo, está siempre expuesto al peligro de hacerse, y dejarse hacer, prisionero. Por tanto, su trabajo precisamente se debe proteger para evitar que esa amenaza se cumpla. Para hacerlo como es debido, el trabajo requiere distensión.
El trabajo realizado en tensión es un trabajo enfermo, malo, que se opone a Dios y destruye al ser humano. En este caso, en efecto, suele, de hecho, perderse la dimensión comunitaria del verdadero trabajo. Se enreda la mirada en las justificadas exigencias vitales, y el ser humano se entrega humano a apetitos vacuos. Suele olvidarse también de preguntar por la distinción entre objetivos laborales razonables y absurdos. Tampoco estará ya en situación de trabajar con sobriedad. La tensión convierte el trabajo en una plaga. Podemos dejarnos rescatar de esa presión. El ser humano puede y debe trabajar. Puede y debe aceptar activamente su existencia, pero sólo con la mirada puesta en que ésta se encuentra ya afirmada por su creador, y con el alivio que se deriva del hecho de saberlo.

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LA PREDICACIÓN, VOZ PROFÉTICA
Juan Stam
Protestante Digital, 12 de julio de 2015

Si la predicación es palabra viva de Dios, lo cual es la esencia de la profecía, entonces la predicación debe entenderse como palabra profética. Jesús mismo, el Verbo encarnado, vino con un marcado carácter profético (Mt 16:14), y las escrituras tienen un carácter marcadamente profético, desde el profeta Moisés hasta los profetas hebreos, por lo que la predicación de Cristo y de las escrituras también debe ser profética.
Se puede decir que en la Biblia los primeros predicadores, y no sólo maestros de la ley, fueron los profetas en Israel. Aunque hoy tenemos sus profecías en forma escrita, originalmente ellos pronunciaron sus incendiarios discursos en plaza pública. Y hoy, si nuestra predicación es palabra de Dios, como hemos afirmado, entonces toda predicación debe tener algo de carácter profético. Eso es la falta más común y más seria en la mayor parte de la predicación; de hecho, a menudo la predicación en muchas iglesias es anti-profética y alienante. Tal predicación es infiel a la vocación con que Dios nos ha llamado.
La palabra "profecía" es uno de los términos bíblicos que peor se entienden. Se suele entenderla como esencialmente predicción del futuro, como revelación sobrenatural de información secreta, o como una palabra divinamente autorizada que nadie debe cuestionar. ¡Todo equivocado! El vaticinio de eventos futuros constituye una mínima parte del mensaje profético. El profeta no lo era por predecir, ni dejaba de serlo si no predecía.
En segundo lugar, el AT prohíbe y condena la adivinación, a lo que corresponde un gran porcentaje de supuestas "palabras proféticas" hoy. Y lejos de otorgarles a los profetas una autoridad incuestionable, casi divina, Pablo dos veces exhorta a los fieles a examinar las profecías con discernimiento crítico (1 Tes 5:21; 1 Cor 14:29). Un aspecto del significado del día de Pentecostés, pocas veces reconocido, es que aquel día marcó para siempre la naturaleza carismática y profética de toda la iglesia, sin distingo de género, edad o condición social (Hch 2:17-18). Eso significa un llamado profético especialmente para los y las líderes de la iglesia y una responsabilidad ante Dios y la historia de no traicionar esa vocación.
Una iglesia que no encuentra su voz profética, sobre todo en momentos de crisis histórica, es simplemente una iglesia infiel. La palabra viva de Dios exige obediencia en medio del pueblo y de la historia. Una predicación que semana tras semana no conlleva exigencia profética, y no tiene cómo obedecerse en todas las esferas de la vida, de seguro no es Palabra de Dios. Se dedica a ofrecer un menú variado de productos de consumo religioso pero no nos llama a tomar la cruz y seguir al Crucificado en discipulado radical (Mt 16:24). Nuestros tiempos nos han traído, junto con infinidad de voces anti-proféticas, otras voces que valientemente proclamaron las buenas nuevas del Reino de Dios y su justicia, del Shalom de Dios y del gran Jubileo con su programa profético de igualdad. Los tres más destacados —Dietrich Bonhoeffer, Martin Luther King y Oscar Arnulfo Romero— sellaron su testimonio con su sangre. Dios nos los envió, en el más auténtico linaje de los grandes profetas de los tiempos bíblicos. Que Dios nos ayude a aprender de ellos y seguir su ejemplo.
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VALORES DE LA TRADICIÓN REFORMADA PARA UN MUNDO
EN CRISIS (II)
Lupa Protestante, 3 de marzo de 2015

Si se trataba de “interpretar el mundo”, muchos calvinistas de hoy aún suscriben lo expuesto en los documentos antiguos mencionados, pero con la escasa intención de contribuir a la transformación del mundo, pues se considera que será la conversión de los individuos y, particularmente de quienes ejercen cargos de gobierno, lo que llevará a un cambio genuino, pero no de las estructuras sociales o económicas, sino del “corazón” para llevar adelante el tan ansiado proceso de “conquista” del mundo para “la gloria de Dios”. Para muchos, se trata únicamente de definir quiénes serán salvos y quiénes no en una suerte de “tómbola metafísica” regida por lo contrario del azar: una férrea voluntad absoluta que ha elegido a unos y descartado a otros para la eternidad sin que el “periodo penúltimo” (en palabras de Dietrich Bonhoeffer y Paul Tillich), o sea, la historia concreta de los sujetos y las colectividades, importe mucho. Para Moltmann, la vocación (el tan reiterado “llamamiento” para una misión específica) y la fe: “No provocan la huida ni el desprecio del mundo, sino que colocan al hombre bajo la luz boreal del futuro de Dios que ha de brillar en el mundo”.
No existe, además, suficiente conciencia de la necesidad de una sólida “teología política”, otro asunto trabajado por Moltmann (y antes, por Karl Barth, aunque sin olvidar las fuertes raíces del tema en el propio Calvino y en otros autores), quien se expresa así al respecto de las derivaciones de la ética reformada. “De aquí se origina la determinación de colocar bajo el mandato de Dios la vida pública entera; una ética que, por encima de la moral privada del individuo ejerce una influencia crítica tanto en la cultura como en la economía y, finalmente, la disposición a la resistencia política contra la tiranía”. Marta García Alonso, desde España, ha estudiado la ética política calviniana en profundidad y ha encontrado que “Calvino entiende que la política es el único medio para oponerse al desorden que amenaza a toda sociedad”.
Lo que un creyente reformado/a ha de hacer es trabajar, ahorrar y participar en el mundo, no a su pesar, sino con la mente puesta en la auténtica transformación de las realidades terrenales (intramundanas) para “la gloria de Dios”, una zona doctrinal que implica la conexión con las realidades escatológicas anunciadas y anticipadas en el Nuevo Testamento. Es de ahí de donde surge la necesidad de que toda teología reformada sea profética en proclamación y acción, es decir, en el vigor con que la vida litúrgica comunitaria contenga la voz y las prácticas encaminadas a promover una presencia cada vez más clara del reino de Dios en el mundo.

Algunos aspectos críticos para el día de hoy
La libertad que adquiere el/la creyente reformado/a para vivir en el mundo y confrontarlo adquiere, en la dimensión integral de la vida el rostro de un compromiso de fe con la obligada transformación de las realidades históricas que no están acordes con el designio divino, ni con su gloria, ni con su Reino anunciado. Al profundizar con mayor detalle en los diversos aspectos en que la perspectiva reformada se ha desdoblado dentro y fuera de las iglesias, es posible advertir que los signos de ese Reino por venir son asumidos de manera muy limitada debido a la persistente incapacidad para percibir cómo se han adaptado los contenidos doctrinales para ejercer un impacto real en la vida social. Cada espacio o desprendimiento efectivo de dicha influencia es susceptible de un análisis teológico que deconstruya tales transformaciones y las exponga como derivaciones simbólicas de los postulados religiosos que les dieron origen. Así, es posible afirmar, yendo de lo básico a lo complejo, en un ejercicio dialéctico que, con base en lo expuesto con anterioridad, desglose apenas algunos de los múltiples tópicos en los que es hasta urgente llevar a cabo tal proyecto de deconstrucción teológica e ideológica:

1.    En el caso de la espiritualidad propuesta por la fe reformada, ésta no es ni puede ser alienante ni alienada sino una devoción puesta al servicio de la nueva manera de situarse en el mundo. Porque acaso los llamados “calvinismos periféricos” no hemos sido lo suficientemente capaces de traducir, de manera visible, los hilos y los resortes que unen al fervor religioso con la lucha por el cambio social. Recordemos, simplemente, las luchas por los derechos civiles en Estados Unidos, encabezadas en gran medida, por pastores o clérigos.
2.    La afirmación de sujetos libres, responsables y conscientes de su lugar en un mundo complejo y necesitado de redención, ciertamente, pero sin ningún afán triunfalista de trascenderlo o escapar hacia una “gloria de Dios” atemporal o ahistórica. La arena socio-política y económica, lejos de ser un ámbito dominado por fuerzas ultraterrenas contrarias al designio divino, es un espacio de fuertes conflictos ideológico-prácticos en los que la fe de las personas no puede ser un botín para ninguna de las fuerzas en pugna.
3.    La fe reformada tampoco puede promover formas de “teología de la prosperidad” sino más bien “prácticas espirituales” donde la primacía del don y la solidaridad sea la que resista los embates de políticas económicas al servicio del lucro desbocado y de la clasificación de las personas en imprescindibles y prescindibles, esto es, desechables. Las iglesias, se ha dicho, son “reservorios éticos” en los que se espera que el abandono social de las exigencias se demuestre como una gran falta para las sociedades en su conjunto. El clamor por la falta de valores ha invadido a las comunidades cristianas como si éstas no contaran con elementos sólidos para su práctica y promoción en sus mismas tradiciones teológicas como un patrimonio propio pocas veces puesto a funcionar.
4.    Culturalmente, ¿cómo se puede experimentar la pertenencia a un conjunto de personas predestinadas como parte de una sociedad o una cultura que, en su conjunto, más bien parece lo contrario de una comunidad predestinada? Ese dilema, estudiado “desde fuera” por alguien como Ortega y Medina, no ha aparecido como crucial para definir el lugar de la tradición reformada en México (y en diversas regiones de América Latina), quien sin ninguna conexión eclesiástica trabajó, en los años cercanos a la organización de la Asamblea General de la Iglesia Nacional Presbiteriana (1947) ese asunto y otros más, así como el impacto de la influencia doctrinal en una práctica política que ha afectado tanto al país, el llamado “destino manifiesto”.
(LC-O)

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