TRABAJO
Karl Barth
Instantes.
Santander, Sal Terrae, 2005, p. 120.
¡Ánimo,
pueblo entero, al trabajo!
Hageo 2.4
He Qi
E
|
n general, en todos los campos del
trabajo humano la cuestión es que los seres humanos quieren “ganarse” la vida. Lo
decisivo, lo que el ser humano necesita para existir, sólo puede dárselo Dios.
Pero a él le queda, al menos cuando está sano, un espacio en el que puede
ocuparse de lo que garantiza su existencia. En dicho espacio el ser humano se esfuerza
por ganarse el sustento. Ahí manifiesta, en efecto, su propia aceptación activa
de su existencia. Ahí se hace cargo de sí mismo. Cuando el ser humano se hace
cargo de sí mismo, está siempre expuesto al peligro de hacerse, y dejarse hacer,
prisionero. Por tanto, su trabajo precisamente se debe proteger para evitar que
esa amenaza se cumpla. Para hacerlo como es debido, el trabajo requiere
distensión.
El trabajo realizado en
tensión es un trabajo enfermo, malo, que se opone a Dios y destruye al ser
humano. En este caso, en efecto, suele, de hecho, perderse la dimensión comunitaria
del verdadero trabajo. Se enreda la mirada en las justificadas exigencias
vitales, y el ser humano se entrega humano a apetitos vacuos. Suele olvidarse
también de preguntar por la distinción entre objetivos laborales razonables y
absurdos. Tampoco estará ya en situación de trabajar con sobriedad. La tensión
convierte el trabajo en una plaga. Podemos dejarnos rescatar de esa presión. El
ser humano puede y debe trabajar. Puede y debe aceptar activamente su
existencia, pero sólo con la mirada puesta en que ésta se encuentra ya afirmada
por su creador, y con el alivio que se deriva del hecho de saberlo.
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LA PREDICACIÓN, VOZ PROFÉTICA
Juan Stam
Protestante Digital, 12 de julio de 2015
Si la predicación es palabra
viva de Dios, lo cual es la esencia de la profecía, entonces la predicación
debe entenderse como palabra profética. Jesús mismo, el Verbo encarnado, vino
con un marcado carácter profético (Mt 16:14), y las escrituras tienen un
carácter marcadamente profético, desde el profeta Moisés hasta los profetas
hebreos, por lo que la predicación de Cristo y de las escrituras también debe
ser profética.
Se puede decir que en la Biblia los primeros
predicadores, y no sólo maestros de la ley, fueron los profetas en Israel.
Aunque hoy tenemos sus profecías en forma escrita, originalmente ellos
pronunciaron sus incendiarios discursos en plaza pública. Y hoy, si nuestra
predicación es palabra de Dios, como hemos afirmado, entonces toda predicación
debe tener algo de carácter profético. Eso es la falta más común y más seria en
la mayor parte de la predicación; de hecho, a menudo la predicación en muchas
iglesias es anti-profética y alienante. Tal predicación es infiel a la vocación
con que Dios nos ha llamado.
La palabra "profecía" es uno de los
términos bíblicos que peor se entienden. Se suele entenderla como esencialmente
predicción del futuro, como revelación sobrenatural de información secreta, o
como una palabra divinamente autorizada que nadie debe cuestionar. ¡Todo
equivocado! El vaticinio de eventos futuros constituye una mínima parte del
mensaje profético. El profeta no lo era por predecir, ni dejaba de serlo si no
predecía.
En segundo lugar, el AT prohíbe y condena la
adivinación, a lo que corresponde un gran porcentaje de supuestas
"palabras proféticas" hoy. Y lejos de otorgarles a los profetas una
autoridad incuestionable, casi divina, Pablo dos veces exhorta a los fieles a
examinar las profecías con discernimiento crítico (1 Tes 5:21; 1 Cor 14:29). Un
aspecto del significado del día de Pentecostés, pocas veces reconocido, es que
aquel día marcó para siempre la naturaleza carismática y profética de toda la
iglesia, sin distingo de género, edad o condición social (Hch 2:17-18). Eso
significa un llamado profético especialmente para los y las líderes de la
iglesia y una responsabilidad ante Dios y la historia de no traicionar esa
vocación.
Una iglesia que no encuentra su voz profética,
sobre todo en momentos de crisis histórica, es simplemente una iglesia infiel.
La palabra viva de Dios exige obediencia en medio del pueblo y de la historia.
Una predicación que semana tras semana no conlleva exigencia profética, y no
tiene cómo obedecerse en todas las esferas de la vida, de seguro no es Palabra
de Dios. Se dedica a ofrecer un menú variado de productos de consumo religioso
pero no nos llama a tomar la cruz y seguir al Crucificado en discipulado
radical (Mt 16:24). Nuestros tiempos nos han traído, junto con infinidad de voces
anti-proféticas, otras voces que valientemente proclamaron las buenas nuevas
del Reino de Dios y su justicia, del Shalom de Dios y del gran Jubileo con su
programa profético de igualdad. Los tres más destacados —Dietrich Bonhoeffer,
Martin Luther King y Oscar Arnulfo Romero— sellaron su testimonio con su
sangre. Dios nos los envió, en el más auténtico linaje de los grandes profetas
de los tiempos bíblicos. Que Dios nos ayude a aprender de ellos y seguir su
ejemplo.
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VALORES DE LA TRADICIÓN REFORMADA PARA UN MUNDO
EN CRISIS (II)
Lupa Protestante, 3 de marzo de 2015
Si se trataba de “interpretar el mundo”,
muchos calvinistas de hoy aún suscriben lo expuesto en los documentos antiguos
mencionados, pero con la escasa intención de contribuir a la transformación del
mundo, pues se considera que será la conversión de los individuos y,
particularmente de quienes ejercen cargos de gobierno, lo que llevará a un
cambio genuino, pero no de las estructuras sociales o económicas, sino del
“corazón” para llevar adelante el tan ansiado proceso de “conquista” del mundo
para “la gloria de Dios”. Para muchos, se trata únicamente de definir quiénes
serán salvos y quiénes no en una suerte de “tómbola metafísica” regida por lo
contrario del azar: una férrea voluntad absoluta que ha elegido a unos y
descartado a otros para la eternidad sin que el “periodo penúltimo” (en
palabras de Dietrich Bonhoeffer y Paul Tillich), o sea, la historia concreta de
los sujetos y las colectividades, importe mucho. Para Moltmann, la vocación (el
tan reiterado “llamamiento” para una misión específica) y la fe: “No provocan
la huida ni el desprecio del mundo, sino que colocan al hombre bajo la luz
boreal del futuro de Dios que ha de brillar en el mundo”.
No existe, además, suficiente conciencia de la
necesidad de una sólida “teología política”, otro asunto trabajado por Moltmann
(y antes, por Karl Barth, aunque sin olvidar las fuertes raíces del tema en el
propio Calvino y en otros autores), quien se expresa así al respecto de las
derivaciones de la ética reformada. “De aquí se origina la determinación de
colocar bajo el mandato de Dios la vida pública entera; una ética que, por
encima de la moral privada del individuo ejerce una influencia crítica tanto en
la cultura como en la economía y, finalmente, la disposición a la resistencia
política contra la tiranía”. Marta García Alonso, desde España, ha estudiado la
ética política calviniana en profundidad y ha encontrado que “Calvino entiende
que la política es el único medio para oponerse al desorden que amenaza a toda
sociedad”.
Lo que un creyente reformado/a ha de hacer es
trabajar, ahorrar y participar en el mundo, no a su pesar, sino con la mente
puesta en la auténtica transformación de las realidades terrenales
(intramundanas) para “la gloria de Dios”, una zona doctrinal que implica la
conexión con las realidades escatológicas anunciadas y anticipadas en el Nuevo
Testamento. Es de ahí de donde surge la necesidad de que toda teología
reformada sea profética en proclamación y acción, es decir, en el vigor con que
la vida litúrgica comunitaria contenga la voz y las prácticas encaminadas a
promover una presencia cada vez más clara del reino de Dios en el mundo.
Algunos
aspectos críticos para el día de hoy
La libertad que adquiere el/la creyente
reformado/a para vivir en el mundo y confrontarlo adquiere, en la dimensión
integral de la vida el rostro de un compromiso de fe con la obligada
transformación de las realidades históricas que no están acordes con el
designio divino, ni con su gloria, ni con su Reino anunciado. Al profundizar
con mayor detalle en los diversos aspectos en que la perspectiva reformada se
ha desdoblado dentro y fuera de las iglesias, es posible advertir que los
signos de ese Reino por venir son asumidos de manera muy limitada debido a la
persistente incapacidad para percibir cómo se han adaptado los contenidos
doctrinales para ejercer un impacto real en la vida social. Cada
espacio o desprendimiento efectivo de dicha influencia es susceptible de un
análisis teológico que deconstruya tales transformaciones y las exponga como
derivaciones simbólicas de los postulados religiosos que les dieron origen.
Así, es posible afirmar, yendo de lo básico a lo complejo, en un ejercicio
dialéctico que, con base en lo expuesto con anterioridad, desglose apenas
algunos de los múltiples tópicos en los que es hasta urgente llevar a cabo tal
proyecto de deconstrucción teológica e ideológica:
1. En el caso de la espiritualidad propuesta por
la fe reformada, ésta no es ni puede ser alienante ni alienada sino una
devoción puesta al servicio de la nueva manera de situarse en el mundo. Porque
acaso los llamados “calvinismos periféricos” no hemos sido lo suficientemente
capaces de traducir, de manera visible, los hilos y los resortes que unen al
fervor religioso con la lucha por el cambio social. Recordemos, simplemente,
las luchas por los derechos civiles en Estados Unidos, encabezadas en gran
medida, por pastores o clérigos.
2. La afirmación de sujetos libres, responsables
y conscientes de su lugar en un mundo complejo y necesitado de redención,
ciertamente, pero sin ningún afán triunfalista de trascenderlo o escapar hacia
una “gloria de Dios” atemporal o ahistórica. La arena socio-política y
económica, lejos de ser un ámbito dominado por fuerzas ultraterrenas contrarias
al designio divino, es un espacio de fuertes conflictos ideológico-prácticos en
los que la fe de las personas no puede ser un botín para ninguna de las fuerzas
en pugna.
3. La fe reformada tampoco puede promover formas
de “teología de la prosperidad” sino más bien “prácticas espirituales” donde la
primacía del don y la solidaridad sea la que resista los embates de políticas
económicas al servicio del lucro desbocado y de la clasificación de las
personas en imprescindibles y prescindibles, esto es, desechables. Las
iglesias, se ha dicho, son “reservorios éticos” en los que se espera que el
abandono social de las exigencias se demuestre como una gran falta para las
sociedades en su conjunto. El clamor por la falta de valores ha invadido a las
comunidades cristianas como si éstas no contaran con elementos sólidos para su
práctica y promoción en sus mismas tradiciones teológicas como un patrimonio
propio pocas veces puesto a funcionar.
4. Culturalmente, ¿cómo se puede experimentar la
pertenencia a un conjunto de personas predestinadas como parte de una sociedad
o una cultura que, en su conjunto, más bien parece lo contrario de una
comunidad predestinada? Ese dilema, estudiado “desde fuera” por alguien como
Ortega y Medina, no ha aparecido como crucial para definir el lugar de la
tradición reformada en México (y en diversas regiones de América Latina), quien
sin ninguna conexión eclesiástica trabajó, en los años cercanos a la
organización de la Asamblea General de la Iglesia Nacional Presbiteriana (1947)
ese asunto y otros más, así como el impacto de la influencia doctrinal en una
práctica política que ha afectado tanto al país, el llamado “destino
manifiesto”.
(LC-O)
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