domingo, 12 de abril de 2020

El Señor manifiesta el triunfo de la vida, L. Cervantes-O.

Las 25 mejores imágenes de La resurrección de Jesús en el Arte ...

Mijail Nesterov, La resurrección de Cristo (1890)

12 de abril, 2020

El domingo muy temprano, después de que Jesús resucitó, se le apareció a María Magdalena. Tiempo atrás, Jesús había expulsado de ella a siete demonios. Mientras los discípulos estaban tristes y llorando por la muerte de Jesús, llegó ella y les contó que Jesús estaba vivo. Marcos 16.9-10, TLA

No basta con que sepamos que Cristo ha resucitado, que la tumba ha quedado intacta. Tienes que dar un paso más y aprender a captar en ti la utilidad y el fruto de la resurrección; y a estar pendiente de que sería cosa tuya cuando no padecemos con, morimos y resucitamos con.[1] Martín Lutero

María Magdalena, primera testigo de la resurrección
Si la primera parte del final del relato de Marcos está dominada por la sensación de miedo y temor que dominó a las mujeres que buscaron el sepulcro de Jesús y lo encontraron vacío, además de que recibieron la orientación de un personaje angelical acerca de lo sucedido, pero optaron por guardar silencio, en la segunda parte de este final se parecía una voluntad dominante inversa, es decir, que a partir de esa nueva reconstrucción de lo acontecido con Jesús después de su muerte, se infundió un profundo despertar y un ánimo por dar a conocer la resurrección del Señor. Parecería como si, después de un tiempo en que se había impuesto la visión pesimista que controló la experiencia de los discípulos/as, un factor externo, acaso la forma en que Lucas retomó en su propia versión la historia, especialmente en el cap. 24 (con base en el famoso encuentro de Jesús con los caminantes hacia Emmaús), hubiera dotado de nuevos bríos a la comunidad surgida de lo contado por Marcos (cuyo lenguaje y vocabulario no coincide con esta sección) para reconsiderar lo expuesto y relanzarlo con los énfasis que finalmente permitieron concluir el texto evangélico con un cierre canónico y definitivo. Mr 6.9-20 “probablemente fue utilizado como una especie de catecismo pascual den la enseñanza de la comunidad”.[2]

El esquema de esta última sección del texto es bastante claro: a) experiencia de María Magdalena (vv. 9-11); b) experiencia de los dos caminantes (vv. 12-13); c) experiencia de los Once (14-20).[3] Como se ve, hay un movimiento de expansión numérica, para que un mayor grupo de personas se enterase de la gran noticia de la resurrección. “La primera experiencia de su presencia definitiva en la historia la tiene una mujer de la que Jesús había expulsado siete demonios, o sea, toda maldad (v. 9), pero de una fidelidad y un amor a toda prueba”.[4] Esta mujer se había ganado a pulso un lugar entre los seguidores del Maestro y su participación como primera persona testigo de la resurrección destaca como un momento crucial en el desarrollo de la fe pascual. Aquí, la influencia notoria es Juan 20.11-18.

Pero el texto destaca la respuesta de incredulidad de los hombres que escucharon su testimonio, pues no era digno de crédito por todos los obstáculos acumulados en su contra: ser mujer y con una carga moral terrible (le habían sido expulsados siete demonios). “Esta primicia resultó sumamente provocativa para una cultura patriarcal machista como era la judía. La reacción de incredulidad de los apóstoles se entiende en ese contexto cultural. Imposible que ella, precisamente ella, una mujer y de mala reputación, hubiera visto a Jesus (y no ellos)”.[5] “Para despertar su fe pascual será necesaria la cristofanía. Esto da credibilidad al mensaje pascual, pero es también una crítica a aquellos miembros de la comunidad que responden con la duda al mensaje”.[6] No obstante, la cristofanía anunciada a Pedro (v. 7) no se cumple en él sino en María (protofanía), a quien se le aparece para dar continuidad a lo expresado en 16.2.

Jürgen Moltmann, en una impactante conferencia de 2009, se refirió a este episodio de María Magdalena con unas palabras que le hacen enorme justicia a su papel como mensajera de la Resurrección, como Apostola Apostolorum (“Apóstola de los apóstoles”, “evangelizadora de los apóstoles”): “Pero entonces leo que el apóstol Pablo dice que las mujeres deben ‘callarse’ y guardar silencio en la congregación. Luego me pregunto qué afirmación está más cerca de Cristo. Y mi decisión es clara. Si las mujeres estuvieran en silencio todo el tiempo, entonces no tendríamos conocimiento de la resurrección de Cristo. Porque esto fue gracias a María Magdalena”.[7]

Segunda y tercera apariciones: dos discípulos y los Once
De manera muy abreviada en relación con el extenso relato de Lc 24.13-35, a estos dos discípulos que al parecer no eran de los Doce, también se les apareció el Señor (16.12-13), pero su testimonio tampoco fue creído. “No eran de fiar. El factor común es la incredulidad total. No sólo no les creen, sino que no creen en la fuerza de Dios ni en el testimonio de los hermanos”.[8] La reelaboración abreviada al máximo de lo sucedido con los caminantes de Emmaús aparece aquí como síntesis de la incredulidad que debió enfrentar el mensaje de la resurrección que, ahora con dos testigos varones, tampoco alcanzó el crédito buscado. La incredulidad aparece, entonces, como la gran preocupación para el momento en que la iglesia consideró necesario cerrar este evangelio con la presencia desplegada del Resucitado.

Al manifestarse al grupo de once (16.14-20), ya fragmentado por la separación de Judas, no deja de escucharse el reproche en los labios del Señor, precisamente como crítica de la incredulidad mostrada, pues ahora ya no quedaba margen de duda: “Los reprendió por su falta de confianza y por su terquedad; ellos no habían creído a los que lo habían visto resucitado” (v. 14b). El balance para varios de ellos dejaba mucho que desear: “No pueden ser testigos de nada quienes huyen a esconderse llorando de aflicción. Uno de ellos lo entregó a la muerte, otro lo negó tres veces seguidas, los demás huyeron a esconderse. ¿Quién se fiaría de ellos como testigos? Pero el incorregible Jesús se les hace presente también a ellos, aunque ya no son los Doce, sino sólo Once, un grupo roto por la traición y la falta de fe. El número doce es de plenitud; once no es nada”.[9]

Como rastro de la influencia de Lucas aparece el consabido motivo del reencuentro de Jesús con el grupo “mientras comían” (14a), como parte de la comunión y fraternidad requeridas como espacio de revelación del Hijo de Dios resucitado para la vida de la iglesia. Y a ese grupo con tan fuertes tendencias para la disgregación y con una fe tan raquítica, Jesús Resucitado entregó la enorme tarea de hacer visible su presencia en el mundo, desde entonces hasta hoy. El encargo recibido siempre estaría más allá de las fuerzas del grupo, con todo y que su nuevo camino comunitario debía responder a las nuevas premisas establecidas. La transmisión de la tarea es casi una definición de la iglesia de todos los tiempos que hoy recibimos también, en medio de nuestra condición tan limitada y condicionada, tan similar a la de entonces:

De ese grupo fragmentado, de incrédulos y duros de corazón, nació la Iglesia, nacimos nosotros. A ellos (a nosotros) confía una misión: Ir al mundo entero a proclamar la Buena Noticia y a construir la comunidad de fe [15-16]. No tenemos ningún mérito ni título; ni siquiera capacidades. Sólo una misión, una tarea y unos signos, que acompañan a los que creen: Exorcizar los demonios que amenazan al mundo, hablar lenguas y contenidos nuevos de manera comprensible para todos, dominar al enemigo del hombre, simbolizado en la serpiente, superar lo que daña a la vida, contagiar la salud [17-18].[10]

Todo ello nos enseña que necesitamos resucitar continuamente como comunidad del reino, como grupo de fe dispuesto a morir y resucitar tantas veces como sea necesario, para comprender y experimentar la dinámica del propio Señor quien, aun así, observando tan profundamente nuestra incredulidad y desobediencia, confía en que intentaremos poner en práctica esta voluntad de fe, a pesar, incluso, de nosotros mismos, los primeros boicoteadores/as del proyecto divino de Jesús, el Resucitado.

Así, capacitando a los discípulos para proseguir su misión, terminó Jesús su obra terrena. Y nos dejó. Nos dejó la historia como el espacio donde construir el mundo nuevo que nos enseñó a soñar y a forjar. Los discípulos salieron a poner por obra la misión confiada. Y el Señor Jesús les (nos) dejó la historia como el espacio encargado a los hombres; como su tarea. Y desde el cielo los (nos) acompaña, trabajando hombro a hombro con ellos (con nosotros), confirmando su (nuestro) mensaje con los signos que acompañan su (nuestra) palabra.[11]

Conclusión
Esos signos (16.20b;con tantos paralelos tomados del libro de los Hechos, adonde la iglesia los experimentó efectivamente y con enorme eficacia), a veces tan definitivamente escasos en la vida y praxis de las iglesias, son los que casi siempre se espera que broten de la comunidad de fe. Específicamente el servicio de la salud y la integridad humanas, incomprendido también con gran frecuencia, está ahí como encomienda que el Resucitado dejó para que lo desarrolle su pueblo en plenitud. En esas señales “se pondrá de manifiesto que ”.[12] Ha sido la poesía latinoamericana la que, mediante profundas intuiciones, ha indagado en los misterios, dilemas y proyecciones de la resurrección de Jesús, como en el caso de un poeta-guerrillero guatemalteco, Roberto Obregón (1940), desaparecido alrededor de 1970:

Resurrección
Cristo se fue desprendiendo del madero
Quedóse con los clavos con las espinas
retoñando ya en las manos y en la frente
Volvía robustecido de crímenes y leyendas
Milagros y amenazas de destrucción y advenimiento
Allí mismo nos sentamos a jugar a los dados
Yo apuesto a la vida pronunció serenamente
Y yo por qué no voy a apostar a la vida respondí
(sonreí maliciosamente si le llevaba ventaja)
Yo tiré AFIRMASTE ser el camino la verdad y la vida
Mas indicaste vía irreal no contando la crueldad
Mas en el primer encontrón pusiste la otra mejilla
aunque en ciertas cosas claro poseías la razón
Y para rematar a tus amigos preferiste la muerte
Cada quien reconoce su lugar y le señalé la cruz
Juguemos entonces apostemos con la eterna moneda
antes de descender y precipitarme en el gólgota
Cara me apresuré y él no tuvo más que decir CRUZ
y el hacha de un abismo nos separó a los dos
Él allá en una orilla y yo desde aquí clamoreaba
YO MISMO ESCOGÍ ESTE MUNDO Y AGUANTARÉ
NADIE ME MANDÓ YO SOLITO COMO CUALQUIER CRISTIANO
El viento solamente el viento allá en el fondo
arrancaba tierra a los pies de la alegoría

Ya no quiero saber nada nada nada me alejaba
con el dolor y los sueños de barro del hombre
y la historia toda del que se llame Juan o María

En pasando tres días al disiparse la bruma
la cruz surgió desnuda así como antes del símbolo
fresca y olorosa a árbol derramando sombra
Se le subió Adán a la cabeza informó la prensa
y a teletipo difundieron el rumor entre la muchedumbre
En menos de lo que canta un gallo
en los amplios dominios de Jehová
en plenas narices le reventó un foco guerrillero
comandado por el hijo de un carpintero[13]
(El fuego perdido, 1966)


[1] M. Lutero, WA 17/1, p. 183, cit. por J. Gnilka, El evangelio según san Marcos. II. Salamanca, Ediciones Sígueme, 1986 (Biblioteca de estudios bíblicos, 56) p. 408.
[2] J. Gnilka, op. cit., p. 414.
[3] C. Bravo Gallardo, Jesús, hombre en conflicto. El relato de Marcos en América Latina. México, CRT-UIA, 1996, p. 244.
[4] Ibid., p. 245.
[5] Ibid., pp. 245-246.
[6] J. Gnilka, op. cit., p. 416.
[7] Jürgen Moltmann, comentarios a la conferencia presentada en Emergent Village Theological Conversation, 2009, texto y audio: https://postbarthian.com/2014/01/09/jurgen-moltmann-on-women/ Cf. Susan Haskins, “Apostola Apostolorum”, en María Magdalena: mito y metáfora. Barcelona, Herder, 1996, pp. 79-120.
[8] C. Bravo Gallardo, op. cit., p. 246.
[9] Ídem.
[10] Ídem.
[11] Ídem.
[12] J. Gnilka, op. cit., p. 418.
[13] Recogido en L. Cervantes-O., ed., El salmo fugitivo. Antología de poesía religiosa latinoamericana. Terrassa, CLIE, 2009, pp. 501-502.

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