El Greco, Juan el Bautista (1600/1605)
Marcos 11.27-33
7 de abril de 2020
La
siguiente controversia de Jesús (que nuevamente transcurre en el templo) tuvo
que ver, nada menos, que con la legitimidad de su labor profética y con la
continuidad (o discontinuidad) de la misma ante los ojos del pueblo y de las
autoridades religiosas de su tiempo. El trasfondo inmediato fue la impactante
figura de Juan Bautista, quien en vida produjo una reacción ambigua entre sus
contemporáneos, dada la radicalidad de su actuación y el respeto que se ganó
gracias a ella. La pregunta, predecible, que escuchó de labios de sus
interlocutores fue: “¿Con qué autoridad haces estas cosas, y quién te dio
autoridad para hacer estas cosas?” (11.28) que evidencia el grado de preocupación
que generó entre ellos.
Su interés fundamental era deslegitimar su labor ante
el pueblo y así recuperar influencia sobre él. En su momento, rechazaron a Juan
Bautista y su llamado a la conversión, lo que invalidó definitivamente su
autoridad teológica y espiritual. Al remitirse a él en su contrapregunta
(29-30), Jesús los encerró en un callejón sin salida, tal como se afirma en el
comentario del propio texto, pues de haber aceptado su origen divino debieron
hacer caso a su predicación y, si no lo hacían, ponían en duda su carácter de
profeta verdadero, algo impensable (31-32).
Al negarse ellos a responder (33), Jesús sale airoso de
la controversia, pues, entrando en detalles, reconocer el movimiento de Juan
implicaba dejarse bautizar por él, a lo que parece que se negaron ellos.[1] Su rechazo hizo del bautismo una institución humana,
de ahí que el dilema mostró a los adversarios de Jesús como unos oportunistas.
El dilema al que los llevó Jesús contribuyó a descalificarlos más como
intermediarios entre Dios y el pueblo. La categoría de profeta incluiría al
propio nazareno, por lo que este nuevo conflicto lo reivindicó ante el pueblo,
testigo silencioso de cada controversia con los escribas y sacerdotes.
Lo que
queda claro también es la incredulidad de los judíos ante cualquier tipo de
acción divina, pues ni el mensaje intransigente de Juan, ni la acción mesurada
y aleccionadora de Jesús captó su atención o los condujo al arrepentimiento.
Eso mismo descalificó su autoridad y los orilló a recurrir a la violencia
física como última y definitiva medida: “De esta manera es el precursor el que
señala también el camino de Jesús a la pasión”.[2]
[1] Joachim Gnilka, El
evangelio según san Marcos. II. Salamanca, Ediciones Sígueme, 1986
(Biblioteca de estudios bíblicos, 56), p. 163.
[2] Ibid., p. 165.
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