miércoles, 8 de abril de 2020

El Señor manifiesta su misión profética, L.C.-O.


JUAN BAUTISTA





El Greco, Juan el Bautista (1600/1605)

Marcos 11.27-33
7 de abril de 2020

La siguiente controversia de Jesús (que nuevamente transcurre en el templo) tuvo que ver, nada menos, que con la legitimidad de su labor profética y con la continuidad (o discontinuidad) de la misma ante los ojos del pueblo y de las autoridades religiosas de su tiempo. El trasfondo inmediato fue la impactante figura de Juan Bautista, quien en vida produjo una reacción ambigua entre sus contemporáneos, dada la radicalidad de su actuación y el respeto que se ganó gracias a ella. La pregunta, predecible, que escuchó de labios de sus interlocutores fue: “¿Con qué autoridad haces estas cosas, y quién te dio autoridad para hacer estas cosas?” (11.28) que evidencia el grado de preocupación que generó entre ellos.

Su interés fundamental era deslegitimar su labor ante el pueblo y así recuperar influencia sobre él. En su momento, rechazaron a Juan Bautista y su llamado a la conversión, lo que invalidó definitivamente su autoridad teológica y espiritual. Al remitirse a él en su contrapregunta (29-30), Jesús los encerró en un callejón sin salida, tal como se afirma en el comentario del propio texto, pues de haber aceptado su origen divino debieron hacer caso a su predicación y, si no lo hacían, ponían en duda su carácter de profeta verdadero, algo impensable (31-32).

Al negarse ellos a responder (33), Jesús sale airoso de la controversia, pues, entrando en detalles, reconocer el movimiento de Juan implicaba dejarse bautizar por él, a lo que parece que se negaron ellos.[1] Su rechazo hizo del bautismo una institución humana, de ahí que el dilema mostró a los adversarios de Jesús como unos oportunistas. El dilema al que los llevó Jesús contribuyó a descalificarlos más como intermediarios entre Dios y el pueblo. La categoría de profeta incluiría al propio nazareno, por lo que este nuevo conflicto lo reivindicó ante el pueblo, testigo silencioso de cada controversia con los escribas y sacerdotes.

Lo que queda claro también es la incredulidad de los judíos ante cualquier tipo de acción divina, pues ni el mensaje intransigente de Juan, ni la acción mesurada y aleccionadora de Jesús captó su atención o los condujo al arrepentimiento. Eso mismo descalificó su autoridad y los orilló a recurrir a la violencia física como última y definitiva medida: “De esta manera es el precursor el que señala también el camino de Jesús a la pasión”.[2]




[1] Joachim Gnilka, El evangelio según san Marcos. II. Salamanca, Ediciones Sígueme, 1986 (Biblioteca de estudios bíblicos, 56), p. 163.
[2] Ibid., p. 165.


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