Oswaldo Guayasamín, La última cena (1965)
9 de abril, 2020
Jesús les dijo: “Esto es mi sangre, y con ella Dios
hace un trato con todos ustedes. Esta sangre servirá para que muchos puedan ser
salvos. Será la última vez que yo beba este vino con ustedes. Pero cuando
estemos juntos otra vez en el reino de Dios, entonces beberemos del vino nuevo”.
Marcos 14.24-25, TLA
Traición y sombras
La
noche de la entrega total, del desprendimiento absoluto, del desmayo completo
para asumir la tarea de redención desde lo más profundo. Pero también la noche
de la comunión y de la intimidad, Jesús en medio de lo humano con sus luces y
sombras, aunque también en la búsqueda abismal de la voluntad del Padre. “La entrega
vuelve a ser el elemento clave. A diferencia de otras interpretaciones
teológicas, aquí no es Dios quien entrega al Hijo del hombre, sino “uno de
ustedes, que come conmigo”; no es resultado de una necesidad eterna (a pesar de
que se dice que su ida está escrita), sino del rejuego de voluntades
humanas: la alianza de uno de los Doce con el Centro judío”. Marcos expone
linealmente lo acontecido en la vida de Jesús como parte de una simbiosis entre
la experiencia humana más triste, pero al mismo tiempo de la conciencia
redentora más diáfana y efectiva. Ched Myers ha resumido bien lo sucedido:
El “juego de la pasión” de Marcos corresponde exactamente a
un cuadro político pintado con tonos de tragedia, de realismo y de parodia. En
él, Marcos dramatiza el conflicto final entre la acción simbólica no violenta
de Jesús, el aparato de seguridad de las autoridades y los anhelos
revolucionarios de los rebeldes, la “guerra en el cielo” que irrumpe en el
teatro de la vida real de los tribunales judío y romano, de sus prisiones y de
sus torturas.[1]
Efectivamente, hay dos niveles en el relato: el
histórico y el espiritual. En el primero, los hechos acontecen lógica e irremediablemente
en una espiral de violencia incontrolable. En el segundo, el plan divino de
salvación se desarrolla según sus cánones, en conflicto dialéctico con los
sucesos visibles. En ese sentido, no se esconde el hecho de que Jesús fue
traicionado dentro de la comunidad para cumplir el plan en su contra (14.1b-2).
Si le llegaron al precio a Judas Iscariote o no, o si sus ansias nacionalistas
fueron intensas, o su desesperación por la falta de radicalidad de Jesús hacia
el imperio romano evidenció su pasado zelota, todo ello es posible plantearlo
al momento de tratar de entender por qué traicionó a su maestro. Mr 14.10-11 es
muy claro al respecto: la iniciativa fue suya después de que Jesús fue ungido
por una mujer y de escuchar a Jesús anunciar que sería asesinado (14.8b).
Carlos Bravo Gallardo comenta: “Se puede suponer que haya mediado una desilusión
de Judas respecto del papel jugado por Jesús en la liberación del pueblo. O que
Judas quisiera presionar a Jesús y a la gente para que tuvieran una reacción de
fuerza en contra de los romanos”.[2] El texto subraya que comenzó a buscar “una buena
oportunidad” para entregarlo. “Ése será para Jesús un kairós de
perdición”.[3] La suerte estaba echada y todo lo sucedido previamente
se había acumulado alrededor de él se vendría en cascada para precipitar los
acontecimientos de la pasión y muerte.
Desde el principio, este banquete está lleno de ansiedad, ya
que Jesús anuncia que está al tanto de la infiltración (14.18), entendiendo la
gravedad de la violación de la confianza en su alusión al lamento del Salmo 41.9.
La comunidad reacciona con dudas sobre sí misma y su solidaridad comienza a
desmoronarse. La condena dirigida a Judas, bajo un contrato lucrativo como
agente (14.21), es un recordatorio aleccionador de la advertencia anterior de
Jesús: “¿Y no
hay nada que una persona pueda dar para salvar su vida?”.[4]
Entrega y comunión
Pero
más allá de la traición de Judas, sobre la que se han escrito cientos y cientos
de textos (uno de ellos, del escritor místico francés Lanza del Vasto, 1938),
lo que destaca en este episodio crucial de la vida de Jesús es su disposición
para la entrega, es decir, para dejarse llevar por la dinámica propia de los
sucesos en su contra y, en medio de ella, asumir una actitud de desprendimiento
total hacia su vida e intereses personales, a fin de someter su existencia
completa al proyecto máximo de Dios. En la reunión con los discípulos para
conmemorar la liberación del pueblo en Egipto, sucede algo similar a la entrada
en la ciudad: la preparación es enigmática, en los bordes de la clandestinidad,
pues Jesús tenía aliados en la ciudad que colaboraban con él, pero directa
(12-16). Al momento de la cena pascual, Jesús advirtió acerca de la traición de
uno de los presentes (18) y, ante el estupor generalizado (19), subraya que es
quien estaba comiendo con él en su plato (20).
A continuación, Jesús mismo
estableció los dos niveles del momento: por un lado, afirmó que la Escritura
anuncia la muerte necesaria del Mesías (21a), y por otro, destacó la terrible
ignominia de la traición (21b). Quien lo entregaba tendría un fin trágico y
vergonzoso (21c), pero aun así no dejó de participar en la cena. “Judas debe
ayudarlos a prender a Jesús y a apartarlo de la posibilidad de protección o respuesta
públicas, en el “momento exacto” (eukairos) en que la comunidad puede
ser tomada desprevenida. El Getsemaní en el silencio absoluto de la noche […]
reunirá todos esos requisitos, irónico contraste con el “momento” de vigilancia
recomendado por Jesús en el sermón apocalíptico”.[5]
La entrega de Jesús, en sus tres sentidos, primero por
causa de la traición, segundo por su propia decisión redentora, y tercero por
su carácter sacramental, aparece como el núcleo de esa cena pascual en la que
él entrega su cuerpo y su sangre (22-24) “para que muchos puedan ser salvos”
(24b).
En el contexto de la Cena Pascual y del recuerdo del Éxodo a
través del cual conquistó el pueblo la libertad y fue regalado con la Alianza,
que lo constituyó como Pueblo y como pueblo de Dios, un pan partido y entregado
y una copa de vino compartida son usados por Jesús para expresar el sentido de
su entrega. Ha compartido con la gente su pan, su vida, su fe en el Reinado del
Padre; ahora comparte su cuerpo-pan para la vida, y su sangre será el sello de
la Alianza que constituya al nuevo pueblo de Dios.[6]
La pascua-entrega de Jesús estaría marcada por el
sufrimiento: “Con ello nace un sentido completamente nuevo de la celebración de
la pascua. Tal vez en la palabra páscha percibió Marcos también la
palabra griega páscho (‘sufrir’). La etimología es equivocada, pero la
temática no se encuentra distanciada”.[7] Ese banquete tenía, además, una proyección
escatológica que apareció inmediatamente en la que se apunta hacia la
consumación del reino de Dios, adonde ya no habrá traiciones ni sombras. En ese
futuro anunciado, la comunión de los discípulos con el Maestro y Salvador será
total, absoluta. La entrega de Jesús a su misión salvadora habrá rendido su
fruto cuando la comunión del pueblo que surgiría de la cruz y de la
resurrección haga suya la entrega al mundo en testimonio y obra.
[1] C. Myers, O Evangelho de São
Marcos. São Paulo, Paulinas, 1992, pp. 421-422. versión de Alberto F.
Roldán, Jesús en acción. II. Buenos Aires, Publicaciones
Alianza, 2003, p. 134. Cf. C. Myers, Binding the strong man: A political
reading of the Gospel according to Mark. Versión abreviada: https://martinnewellcp.files.wordpress.com/2019/03/binding-the-strongman-abridged-by-ched-myers-with-forward-by-daniel-berrigan.pdf.
[2] C. Bravo Gallardo, Jesús,
hombre en conflicto. El relato de Marcos en América latina. México,
CRT-UIA, 1996, p. 219, nota 32.
[3] Ibid., p. 220.
[4] C.
Myers, Binding the strong man, p. 34.
[5] C. Myers, O Evangelho de São Marcos, p. 428.
[6] C. Bravo Gallardo, Jesús, hombre en conflicto. El
relato de Marcos desde América Latina. 2ª ed. corregida y aumentada.
México, Centro de Reflexión Teológica-Universidad Iberoamericana, 1996, pp.
5-6.
[7] J. Gnilka, p. 274.
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