1 Así dice el Señor:
El cielo es mi trono, y la tierra, el
estrado de mis pies:
¿qué templo podréis
construirme o qué lugar para mi descanso?
2 Todo esto lo hicieron
mis manos,
y existió todo esto —oráculo
del Señor.
Pero en ése pondré
mis ojos: en el humilde y en el abatido
que se estremece
ante mis palabras.
3 Hay quien inmola un toro, y es como si
matara a un hombre;
hay quien sacrifica una
oveja, y es como si desnucara un perro;
hay quien trae una ofrenda,
y es como si fuera sangre de puerco;
hay quien inciensa
invocando, y es como si bendijera a un ídolo.
Todos ellos eligieron
su camino y escogieron sus abominaciones,
4 pues yo también elegiré sus castigos
y les mandaré lo que más temen;
porque llamé, y nadie contestó; hablé, y no
escucharon;
hicieron lo que no me agrada, escogieron lo
que no quería.
5 Oíd la palabra del Señor,
los que os estremecéis ante sus palabras:
Dicen vuestros hermanos, los que os detestan,
los que os rechazan por mi nombre:
“Que el Señor muestre
su gloria y veamos nosotros vuestra alegría”.
Pues serán confundidos ellos.
6 Una voz atruena en la ciudad, una voz en templo:
es la voz del Señor, que paga su merecido a
sus enemigos.
7 Antes de los espasmos dio a luz,
antes que le llegaran los dolores ha dado
vida a un varón:
8 ¿Quién ha oído tal cosa o quién ha visto algo semejante?
¿Se engendra todo un país en un solo día,
se da a luz a un pueblo de una sola vez?
Apenas sintió los espasmos, Sión dio a luz a
sus hijos.
9 Abro yo la matriz, ¿y no haré que dé a
luz? —dice el Señor
Yo, que hago dar a luz,
¿la voy a cerrar? —dice tu Dios.
***
16 Jesús le dijo: —Ve a llamar a tu esposo y regresa aquí con él.
17 —No tengo esposo —respondió la mujer.
Jesús le dijo: —Es cierto, 18 porque has tenido cinco, y el hombre con el que ahora vives no es tu esposo.
19 Al oír esto, la mujer le dijo: —Señor, me parece que usted es un profeta. 20 Desde hace mucho tiempo mis antepasados han adorado a Dios en este cerro,[c] pero ustedes los judíos dicen que se debe adorar a Dios en Jerusalén.
21 Jesús le contestó: —Créeme, mujer, pronto llegará el tiempo cuando, para adorar a Dios, nadie tendrá que venir a este cerro ni ir a Jerusalén. 22 Ustedes los samaritanos no saben a quién adoran. Pero nosotros los judíos sí sabemos a quién adoramos. Porque el salvador saldrá de los judíos. 23-24 Dios es espíritu, y los que lo adoran, para que lo adoren como se debe, tienen que ser guiados por el Espíritu. Se acerca el tiempo en que los que adoran a Dios el Padre lo harán como se debe, guiados por el Espíritu, porque así es como el Padre quiere ser adorado. ¡Y ese tiempo ya ha llegado!
25 La mujer le dijo: —Yo sé que va a venir el Mesías, a quien también llamamos el Cristo. Cuando él venga, nos explicará todas las cosas.
26 Jesús le dijo: —Yo soy el Mesías. Yo soy, el que habla contigo.
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