sábado, 18 de abril de 2020

"Me alegraré... y me gozaré de mi pueblo", L. Cervantes-O.



19 de abril, 2020

…mirad, voy a transformar a Jerusalén en alegría
y a su población en gozo;
me alegraré de Jerusalén y me gozaré de mi pueblo,
y ya no se oirán en ella gemidos ni llantos…
Isaías 65.18b-19, Luis Alonso Schökel y José Luis Sicre

¡Cuántas veces la iglesia de hoy desearía escuchar estas palabras del profeta conocido como el Tercer Isaías! ¡Una palabra divina no solamente de aprobación sino también de celebración, gozo y reconocimiento! Todo ello en medio de un contexto que no dejaba de ser conflictivo y exigente para la comunidad de fe acechada por tentaciones, pruebas y sumisión. Al llegar a la parte final de esta sección del libro profético queda la sensación de que al fin se han superado los malentendidos, las desobediencias y los reajustes acontecidos en la época del Segundo Templo. Todos los avatares alrededor de la reconstrucción de los diferentes aspectos de la nación judía bajo el imperio persa pasarían a un segundo plano en el momento de relanzar toda la fe y la esperanza acumuladas hacia un futuro nuevo y prometedor. Isaías 65 no deja de mostrar dificultades, especialmente al principio, cuando se vuelve a apreciar que una de las tendencias del pueblo era no hacer suficiente caso al proyecto salvífico integral del Señor.

Los primeros versículos (1-7) exponen precisamente la dificultad causada por la búsqueda infructuosa de Dios hacia un pueblo poco receptivo: “Yo ofrecía respuesta a los que no preguntaban, / salía al encuentro de los que no me buscaban; / decía: ‘Aquí estoy, aquí estoy’ / al pueblo que no invocaba mi nombre”. La rebeldía la desobediencia eran las constantes (2-3) ante Dios, quien no dejaba de extender su mano, y la alteración del culto, así como actitudes contrarias al designio divino (4-5a), por lo que la cólera de Yahvé era una realidad también (5b). Él haría justicia ante todo ello dadas las afrentas recibidas (6-7).

El pueblo que no busca y el pueblo que busca señalan los límites de esta sección y definen los dos términos de un juicio de discernimiento. Como comienza y se amplifica la sentencia condenatoria, el grupo salvado surge como un resto de la totalidad. Una serie de términos dice que Dios se dirige a su pueblo escogido en lenguaje de tradición profética; por tanto, la distinción se hace dentro del pueblo escogido. La respuesta a la iniciativa generosa de su Dios determina su destino respectivo.[1]

Hay aquí una gran relación con Is 55.6 (“Ahora es el momento oportuno: / ¡busquen a Dios!; / ¡llámenlo ahora que está cerca!”), tan clara que este texto podría ser la continuación de aquél, con base en tantos temas y giros comunes en las dos secciones del libro completo: “La oferta que Dios hacía en labios de Isaías II ha sido rechazada por ‘una nación... un pueblo’: ¿quedándose en Babilonia como apóstatas de su religión?, ¿trayendo a la patria costumbres paganas?”.[2] “Y llega el momento de castigar los delitos acumulados de varias generaciones: como sucedió con el destierro (2 Re 24,27), por culpa de Manasés. Si los padres pecaron en alturas y collados, los hijos han pecado en jardines y sobre ladrillos”.[3]

En la segunda parte del texto se suaviza esa voluntad justiciera y aparecen los tonos ligados al perdón y la condescendencia (8-10), subrayando que habrá piedad para el pueblo que lo busque (10b), no se destruye a la totalidad, no pagan justos por pecadores. Con todo, se anuncia juicio para quienes han cometido maldad y han buscado otras fuentes de seguridad y apoyo (11-16), quizá la nigromancia, el culto a la muerte o buscando oráculos por medio de sueños. Todas ellas, prácticas prohibidas por la ley mosaica. La acción por parte de Dios es una cadena de liberaciones que alcanza aquí un clímax notable:

En el primer éxodo, Dios sacó a los esclavos de Egipto, en el segundo sacó a los cautivos de Babilonia, en este tercero saca una descendencia escogida, destinada a consumar la salvación. De alguna manera eso sucedió en el desierto, cuando el primer éxodo (Nm 14), Ezequiel aplica un esquema parecido, de selección, a los salidos de Babilonia (20.35-38), también a Abrahán se le prometía un heredero de la tierra “salido” de sus entrañas (Gn 15) En la descendencia se cumple la primera bendición: fecundidad, ella cumplirá la segunda posesión de la tierra.[4]

La tercera sección prolonga el énfasis positivo y anuncia formalmente el cese del mal y el sufrimiento: “Sí, se olvidarán las angustias de antaño / y hasta de mi vista desaparecerán” (16b). La proyección escatológica futurista y cósmica se va a unir a una visión del pueblo en la que se cumplirán las promesas de bien y bendición. Ahora se anuncia sin margen de duda la instauración del orden nuevo, de una nueva realidad que abarca todas las cosas (17a), con lo que se elimina la memoria del dolor (17b). La invitación a la alegría parte del hecho de superar los sucesos pasados, de abandonar los conflictos pasados para entrar de lleno en la nueva creación divina (18a), pues de hecho, la nueva creación consiste en que Jerusalén misma será alegría y el pueblo, gozo (18b). Las realidades humanas y espirituales que representan son lo que le interesa a Dios para llevar a cabo su proyecto de recreación. Él también se alegrará en Jerusalén y se gozará en su pueblo (19), eliminando el llanto y el dolor, lo cual sería un momento supremo de reencuentro y reinicio de la relación de la alianza. El lenguaje utópico que surge a continuación (20: recién nacidos sin riesgos, adultos de larga vida) ejemplifica el nivel de renovación de todo lo re-creado.

Se alude a la reconstrucción con las casas nuevas que habrá (21a) y la fertilidad de la tierra (21b). Asimismo, el trabajo será para beneficio propio (22a) y la longevidad del pueblo será real (22b), además de que la creatividad se desarrollará ampliamente (22c). El cansancio del trabajo tendrá fruto (23a) y las nuevas generaciones no arrastrarán maldición alguna (23b). “La gran maldición de las madres es criar hijos para la muerte: para pestes, hambres y guerras. La bendición de Dios asegura contra cualquier calamidad, porque es bendición de una nueva creación”.[5] El contacto con Dios mediante la oración será estrecho e inmediato (24). El horizonte ecológico también se verá beneficiado con la paz entre especies antagónicas (25a) y nadie dañará el patrimonio del Señor (25b), es decir, su creación entera.

Un panorama así de alentador no puede venir mejor a cuento en esta celebración de todo lo bueno y nuevo que puede hacer en su creación y en medio de su pueblo. Ambas realidades son el espacio de su manifestación de bondad y misericordia. Por eso la bendición divina viene al mundo como una capa completa de fulgor y luz para iniciar siempre de nuevo confiados en su poder creador y recreador que sigue intacto por los siglos de los siglos. Por todo esto el Apocalipsis retomó estas palabras y la visión de un mundo completamente nuevo gracias a ese poder y percibió la manera en que Dios eliminaría todo dolor y dolencia, de la misma manera en que lo esperamos hoy:

Después vi un cielo nuevo y una tierra nueva, pues ya el primer cielo y la primera tierra habían dejado de existir, lo mismo que el mar. […] Y oí que del trono salía una fuerte voz que decía: “Aquí es donde Dios vive con su pueblo. Dios vivirá con ellos, y ellos serán suyos para siempre. En efecto, Dios mismo será su único Dios. Él secará sus lágrimas, y no morirán jamás. Tampoco volverán a llorar, ni a lamentarse, ni sentirán ningún dolor, porque lo que antes existía ha dejado de existir”.
Dios dijo desde su trono: “¡Yo hago todo nuevo!”. Y también dijo: “Escribe, porque estas palabras son verdaderas y dignas de confianza”.
Después me dijo: “¡Ya todo está hecho! Yo soy el principio y el fin. Al que tenga sed, a cambio de nada le daré a beber del agua de la fuente que da vida eterna. A los que triunfen sobre las dificultades y sigan confiando en mí, les daré todo eso, y serán mis hijos, y yo seré su Dios”. (Apoc 21.1, 3-7)

Una visión así fue retomada por la poesía latinoamericana, especialmente la de Ernesto Cardenal, poeta-sacerdote nicaragüense frecuentemente fallecido en un poema que no podía llamarse de otra manera, “Apocalipsis”:

y el Organismo recubría toda la redondez del planeta
y era redondo como una célula (pero sus dimensiones eran planetarias)
y la Célula estaba engalanada como una Esposa esperando al Esposo
y la Tierra estaba de fiesta
                      (como cuando celebró la primera célula su Fiesta de Bodas)
y había un Cántico Nuevo
y todos los demás planetas habitados oyeron cantar a la Tierra
                    y era un canto de amor[6]




[1] L. Alonso Schökel y J.L. Sicre, Profetas. I. Madrid, Ediciones Cristiandad, 1980, p. 385.
[2] Ídem.
[3] Ibid., p. 386.
[4] Ibid., p. 387. Énfasis agregado.
[5] Ibid., p. 389.
[6] E. Cardenal, “Apocalipsis”, en Poesía completa. Tomo I. Xalapa, Universidad Veracruzana, 2007 (Ficción), p. 220.

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