James Tissot, Procesión en las calles de Jerusalén (1886/1894)
5 de abril, 2020
Mucha gente empezó a
extender sus mantos sobre el camino por donde iba a pasar Jesús. Algunos
cortaban ramas de los árboles del campo, y también las ponían en el suelo como
alfombra. Y toda la gente, tanto la que iba delante de Jesús como la que iba
detrás, gritaba:
¡Sálvanos!
¡Bendito
tú, que vienes en el nombre de Dios!
¡Que
Dios bendiga el futuro reinado
de
nuestro antepasado David!
Por
favor, ¡sálvanos, Dios altísimo!
Marcos 11.8-10, Traducción en
Lenguaje Actual
Algunos de los planteamientos más inquietantes acerca del propósito y la
estructura del evangelio de Marcos tienen que ver con la forma en que expone
los conflictos ideológico-religiosos que debió enfrentar Jesús de Nazaret, así
como con la decisión de mantenerse en la clandestinidad hasta el momento en que
decidió llegar a la ciudad de Jerusalén para enfrentar un destino que preveía
como sumamente adverso. A sabiendas de que la oposición hacia su labor crecía
progresivamente en los polos del poder político y religioso, este evangelio
muestra cómo optó por trasladarse a la capital de Judea y protagonizar uno de
los episodios más provocadores para la presencia imperialista romana y para la
ortodoxia religiosa que controlaba el templo y toda la oficialidad espiritual del
momento.
Los anuncios que el propio Jesús hizo acerca del rechazo y la
violencia que viviría allí (Mr 8.31-9.1; 10-32-34) han sido leídos casi siempre
desde una clave determinista y profética que le hace poca justicia a su
inquebrantable decisión de hacer frente a lo que el biblista católico mexicano
Carlos Bravo Gallardo (1938-1997) denominó, en un libro memorable (Jesús,
hombre en conflicto, 1976), el Centro del poder político, militar y
religioso. Los cuatro evangelios dan fe de la siempre aludida “entrada triunfal
a Jerusalén”, aunque la primera versión es precisamente la de Marcos y en ella,
como explica Bravo Gallardo, se resta, para empezar, el protagonismo de Pedro y
sólo se menciona que Jesús encargó a dos discípulos preparar los pormenores de
su llegada a la ciudad.
Se subraya, además, de manera muy importante,
que la llegada a Jerusalén forma parte de un conjunto de acciones
simbólico-proféticas (junto con la maldición de la higuera, vv. 12-14; 20-26, y
la “limpieza” del templo), todas ellas encaminadas a denunciar la falsedad de
la autoridad religiosa en el marco de las controversias que lo enfrentarán
directamente a sus adversarios en las secciones siguientes. La enorme
ambigüedad del episodio de la entrada a la ciudad procede de lo que significó,
diferenciadamente, para sus seguidores y para sus enemigos. Los primeros, que
aparecen en un auténtico delirio al integrarse a la romería que acompañó a
Jesús en una imagen calcada del libro de Zacarías y que avivó enormemente la
imaginación del pueblo (sobre todo el más pobre) al ver cómo se cumplía la
visión idealizada de un fuerte aspirante a mesías (libertador, recepción
como rey al extender sus mantos, anticipo palpable del reino divino tan
anhelado), con las características de humildad y con todos los simbolismos
propios de las proyecciones proféticas antiguas.
Los adversarios, a su vez,
vieron en esa acción tan audaz la provocación más directa y la confirmación de
que la fama que precedía a Jesús como milagrero y exorcista no era una ficción
sino un auténtico llamado a la subversión, así fuera solamente espiritual, pero
con tintes de rebelión contra el imperio romano y sus colaboradores locales. Asimismo,
los habitantes de Jerusalén no tenían una posición tan antagónica ni eran
quienes responderían contra la dominación romana, ni los que responderían “con
más entusiasmo a un movimiento mesiánico; por eso, no es arriesgado suponer que
los que acompañaron a Jesús en su entrada a Jerusalén no fueron precisamente
los de la capital”.[1]
Con estas acciones, explica Bravo Gallardo,
Jesús se definió claramente como un profeta alternativo, completamente opuesto
a las prácticas de manipulación de la Ley por parte de los dirigentes
religiosos aliados al poder extranjero invasor. Sucesivamente, y con el
episodio de la entrada como pórtico de lo que vendría después, a) negó
al Centro judío toda autoridad para pedirle cuentas sobre lo que hacía
(11.27-33); b) desenmascaró su responsabilidad en la muerte de los
profetas (12.1-12); c) desautorizó las pretensiones romanas sobre Israel
(12.13-17), d) desautorizó también la sabiduría tradicionalista de los
saduceos (12.18-27); y e) afirmó la centralidad de la Ley de la Alianza
(12.28-34b). Dicho de otra manera: con su llegada a Jerusalén, Jesús se definió
firmemente ante las expectativas mesiánicas que había en el ambiente.
Al aclarar
públicamente su posición, consiguió que todo el aparato político-religioso lo
enfocase directamente para acabar violentamente con él. Con su intención de
celebrar la Pascua, y luego de una muy escasa presencia en Jerusalén (a
diferencia de Jn, que registra varias visitas), la expectación creada por sus
acciones (a veces, mal entendida: 6.14-15; 8.27-29) se ubica en el horizonte de
las expectativas mesiánicas mencionadas, por lo que se haría presente allí para
“alertar al pueblo contra la manipulación que aquellos [el poder, el Centro] hacen
de Dios. Tiene que enfrentarse, pues, con el Centro en el Centro mismo; tiene
que definirse claramente frente a tantas interpretaciones falseadas del Proyecto
de Dios sobre la vida del pueblo y sobre su propia identidad”.[2]
Se trató, entonces, de una confrontación con
esos sectores en su propio terreno, adonde, evidentemente, Jesús enfrentaría
fuertes desventajas. No obstante, cumplió puntualmente su propósito: denunciar
el secuestro de la alianza y su acceso para la mayoría del pueblo creyente, así
como señalar que el Centro religioso era el principal obstáculo para la
movilización del pueblo. Si bien no atacó directamente a Roma, el contubernio
entre el Sanedrín y los invasores fue determinante para la escalada en su
contra. La entrada misma a la ciudad contiene una serie de elementos que debían
ser leídos en clave religiosa y teológica, pues se basaban en la tradición
profética e histórica antigua: “Entra en un burro, para mostrar al pueblo que
no es el líder guerrero que buscan; su asunto es contra el Centro religioso y
por eso irá ‘directamente hasta el Templo’ (11.11), para desenmascarar su
injusticia y esterilidad y para que sepa el pueblo que ya nada debe esperar del
Templo en lo referente a Dios, la vida, la Promesa”.[3]
El recuerdo del reino davídico seguía muy
presente en la conciencia judía, por lo que las alusiones explícitas al mismo manifestaron
la conexión e interpretación (ambigua y en cierto modo equivocada) del proyecto
de Jesús como parte de una recuperación nacionalista del poder por parte de la
nación sometida al imperio romano. La cita del Salmo 118.25-26 (“¡Sálvanos! / ¡Bendito
tú, que vienes en el nombre de Dios!”, v. 9, RVR1960: ¡Hosanna! ¡Bendito el que
viene en el nombre del Señor!”) se complementa con la esperanza sobre “el
futuro reinado / de nuestro antepasado David”, expresada inmediatamente (10a; RVR1960:
“¡Bendito el reino de nuestro padre David que viene!”), y a la que sigue una
nueva petición de salvación dirigida al Dios altísimo (10b, RVR1960: “¡Hosanna
en las alturas!”).
Apenas en 10.46-52 Jesús fue interpelado por el ciego
Bartimeo como “hijo de David”, lo que ubica la petición de salvación de 11.9-10
como una súplica definitivamente mesiánica. La visión del ciego (simbólica en
sí misma) y la del pueblo para identificar a Jesús como representante de Dios fue
una intuición precisa que la palabra Hosanna concentró en su sentido de
súplica profunda y alabanza.[4] “Cuando Jesús está a
punto de entrar en Jerusalén, la multitud que lo rodea lo aclama como Aquel que
viene en el nombre del Señor, quien es el portador del reino venidero de su
padre David”.[5] Reino de Dios, mesías
y esperanza: es una fórmula infalible que, en medio de los tiempos que corren,
pueden funcionar de manera efectiva para mirar hacia adelante y esperar las
acciones divinas de socorro y apoyo.
Versión breve en video:
www.youtube.com/watch?v=p1klFFKhB_A
Versión breve en video:
www.youtube.com/watch?v=p1klFFKhB_A
[1] C. Bravo Gallardo, Jesús, hombre en
conflicto. El relato de Marcos en América Latina. 2ª ed. corregida y
aumentada. México, CRT-UIA, 1996, p. 186.
[2] Ibid., p. 194.
[3] Ibid., p. 195.
[4] Cf. Vincent Taylor, Evangelio según
san Marcos. Madrid, Cristiandad, 1979, p. 547.
[5] Jack Dean
Kingsbury, Conflict in Mark. Jesus, authorities, disciples. Minneapolis,
Fortress Press, 1989, p. 6. En castellano: Córdoba, El Almendro, 1991.
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