domingo, 5 de abril de 2020

El Señor se manifiesta a su pueblo, L. Cervantes-O.

Procession in the Streets of Jerusalem by James Tissot | Domingo ...

James Tissot, Procesión en las calles de Jerusalén (1886/1894)


5 de abril, 2020


Mucha gente empezó a extender sus mantos sobre el camino por donde iba a pasar Jesús. Algunos cortaban ramas de los árboles del campo, y también las ponían en el suelo como alfombra. Y toda la gente, tanto la que iba delante de Jesús como la que iba detrás, gritaba:

¡Sálvanos!
¡Bendito tú, que vienes en el nombre de Dios!
¡Que Dios bendiga el futuro reinado
de nuestro antepasado David!
Por favor, ¡sálvanos, Dios altísimo!
Marcos 11.8-10, Traducción en Lenguaje Actual

Algunos de los planteamientos más inquietantes acerca del propósito y la estructura del evangelio de Marcos tienen que ver con la forma en que expone los conflictos ideológico-religiosos que debió enfrentar Jesús de Nazaret, así como con la decisión de mantenerse en la clandestinidad hasta el momento en que decidió llegar a la ciudad de Jerusalén para enfrentar un destino que preveía como sumamente adverso. A sabiendas de que la oposición hacia su labor crecía progresivamente en los polos del poder político y religioso, este evangelio muestra cómo optó por trasladarse a la capital de Judea y protagonizar uno de los episodios más provocadores para la presencia imperialista romana y para la ortodoxia religiosa que controlaba el templo y toda la oficialidad espiritual del momento.

Los anuncios que el propio Jesús hizo acerca del rechazo y la violencia que viviría allí (Mr 8.31-9.1; 10-32-34) han sido leídos casi siempre desde una clave determinista y profética que le hace poca justicia a su inquebrantable decisión de hacer frente a lo que el biblista católico mexicano Carlos Bravo Gallardo (1938-1997) denominó, en un libro memorable (Jesús, hombre en conflicto, 1976), el Centro del poder político, militar y religioso. Los cuatro evangelios dan fe de la siempre aludida “entrada triunfal a Jerusalén”, aunque la primera versión es precisamente la de Marcos y en ella, como explica Bravo Gallardo, se resta, para empezar, el protagonismo de Pedro y sólo se menciona que Jesús encargó a dos discípulos preparar los pormenores de su llegada a la ciudad.

Se subraya, además, de manera muy importante, que la llegada a Jerusalén forma parte de un conjunto de acciones simbólico-proféticas (junto con la maldición de la higuera, vv. 12-14; 20-26, y la “limpieza” del templo), todas ellas encaminadas a denunciar la falsedad de la autoridad religiosa en el marco de las controversias que lo enfrentarán directamente a sus adversarios en las secciones siguientes. La enorme ambigüedad del episodio de la entrada a la ciudad procede de lo que significó, diferenciadamente, para sus seguidores y para sus enemigos. Los primeros, que aparecen en un auténtico delirio al integrarse a la romería que acompañó a Jesús en una imagen calcada del libro de Zacarías y que avivó enormemente la imaginación del pueblo (sobre todo el más pobre) al ver cómo se cumplía la visión idealizada de un fuerte aspirante a mesías (libertador, recepción como rey al extender sus mantos, anticipo palpable del reino divino tan anhelado), con las características de humildad y con todos los simbolismos propios de las proyecciones proféticas antiguas.

Los adversarios, a su vez, vieron en esa acción tan audaz la provocación más directa y la confirmación de que la fama que precedía a Jesús como milagrero y exorcista no era una ficción sino un auténtico llamado a la subversión, así fuera solamente espiritual, pero con tintes de rebelión contra el imperio romano y sus colaboradores locales. Asimismo, los habitantes de Jerusalén no tenían una posición tan antagónica ni eran quienes responderían contra la dominación romana, ni los que responderían “con más entusiasmo a un movimiento mesiánico; por eso, no es arriesgado suponer que los que acompañaron a Jesús en su entrada a Jerusalén no fueron precisamente los de la capital”.[1]

Con estas acciones, explica Bravo Gallardo, Jesús se definió claramente como un profeta alternativo, completamente opuesto a las prácticas de manipulación de la Ley por parte de los dirigentes religiosos aliados al poder extranjero invasor. Sucesivamente, y con el episodio de la entrada como pórtico de lo que vendría después, a) negó al Centro judío toda autoridad para pedirle cuentas sobre lo que hacía (11.27-33); b) desenmascaró su responsabilidad en la muerte de los profetas (12.1-12); c) desautorizó las pretensiones romanas sobre Israel (12.13-17), d) desautorizó también la sabiduría tradicionalista de los saduceos (12.18-27); y e) afirmó la centralidad de la Ley de la Alianza (12.28-34b). Dicho de otra manera: con su llegada a Jerusalén, Jesús se definió firmemente ante las expectativas mesiánicas que había en el ambiente.

Al aclarar públicamente su posición, consiguió que todo el aparato político-religioso lo enfocase directamente para acabar violentamente con él. Con su intención de celebrar la Pascua, y luego de una muy escasa presencia en Jerusalén (a diferencia de Jn, que registra varias visitas), la expectación creada por sus acciones (a veces, mal entendida: 6.14-15; 8.27-29) se ubica en el horizonte de las expectativas mesiánicas mencionadas, por lo que se haría presente allí para “alertar al pueblo contra la manipulación que aquellos [el poder, el Centro] hacen de Dios. Tiene que enfrentarse, pues, con el Centro en el Centro mismo; tiene que definirse claramente frente a tantas interpretaciones falseadas del Proyecto de Dios sobre la vida del pueblo y sobre su propia identidad”.[2]

Se trató, entonces, de una confrontación con esos sectores en su propio terreno, adonde, evidentemente, Jesús enfrentaría fuertes desventajas. No obstante, cumplió puntualmente su propósito: denunciar el secuestro de la alianza y su acceso para la mayoría del pueblo creyente, así como señalar que el Centro religioso era el principal obstáculo para la movilización del pueblo. Si bien no atacó directamente a Roma, el contubernio entre el Sanedrín y los invasores fue determinante para la escalada en su contra. La entrada misma a la ciudad contiene una serie de elementos que debían ser leídos en clave religiosa y teológica, pues se basaban en la tradición profética e histórica antigua: “Entra en un burro, para mostrar al pueblo que no es el líder guerrero que buscan; su asunto es contra el Centro religioso y por eso irá ‘directamente hasta el Templo’ (11.11), para desenmascarar su injusticia y esterilidad y para que sepa el pueblo que ya nada debe esperar del Templo en lo referente a Dios, la vida, la Promesa”.[3]

El recuerdo del reino davídico seguía muy presente en la conciencia judía, por lo que las alusiones explícitas al mismo manifestaron la conexión e interpretación (ambigua y en cierto modo equivocada) del proyecto de Jesús como parte de una recuperación nacionalista del poder por parte de la nación sometida al imperio romano. La cita del Salmo 118.25-26 (“¡Sálvanos! / ¡Bendito tú, que vienes en el nombre de Dios!”, v. 9, RVR1960: ¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!”) se complementa con la esperanza sobre “el futuro reinado / de nuestro antepasado David”, expresada inmediatamente (10a; RVR1960: “¡Bendito el reino de nuestro padre David que viene!”), y a la que sigue una nueva petición de salvación dirigida al Dios altísimo (10b, RVR1960: “¡Hosanna en las alturas!”).

Apenas en 10.46-52 Jesús fue interpelado por el ciego Bartimeo como “hijo de David”, lo que ubica la petición de salvación de 11.9-10 como una súplica definitivamente mesiánica. La visión del ciego (simbólica en sí misma) y la del pueblo para identificar a Jesús como representante de Dios fue una intuición precisa que la palabra Hosanna concentró en su sentido de súplica profunda y alabanza.[4] “Cuando Jesús está a punto de entrar en Jerusalén, la multitud que lo rodea lo aclama como Aquel que viene en el nombre del Señor, quien es el portador del reino venidero de su padre David”.[5] Reino de Dios, mesías y esperanza: es una fórmula infalible que, en medio de los tiempos que corren, pueden funcionar de manera efectiva para mirar hacia adelante y esperar las acciones divinas de socorro y apoyo.

Versión breve en video:
www.youtube.com/watch?v=p1klFFKhB_A






[1] C. Bravo Gallardo, Jesús, hombre en conflicto. El relato de Marcos en América Latina. 2ª ed. corregida y aumentada. México, CRT-UIA, 1996, p. 186.
[2] Ibid., p. 194.
[3] Ibid., p. 195.
[4] Cf. Vincent Taylor, Evangelio según san Marcos. Madrid, Cristiandad, 1979, p. 547.
[5] Jack Dean Kingsbury, Conflict in Mark. Jesus, authorities, disciples. Minneapolis, Fortress Press, 1989, p. 6. En castellano: Córdoba, El Almendro, 1991.

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