lunes, 6 de abril de 2020

Letra 665, 5 de abril de 2020

CORONAVIRUS, FE Y ESPERANZA
Alfonso Ropero Berzosa
Palabras de Esperanza, CLIE, 2020, pp. 3-4.


E
stamos viviendo un hecho inédito en la historia reciente de la humanidad, que nos ha pillado de sorpresa a todos, y ante la cual todavía no sabemos bien cómo reaccionar. De momento, atender y cumplir las recomendaciones del gobierno y de las autoridades sanitarias. Aquello que parecía un brote infeccioso en un país asiático lejano, China, hoy es una realidad en todo el mundo, una pandemia de la que muy pocos se van a librar.
El coronavirus, COVID-19, está afectando a la salud de nuestros pueblos, a nuestra economía, a nuestros trabajos, a nuestras costumbres y a nuestra vida privada, obligados a no salir de casa, excepto en casos de primera necesidad. Museos e iglesias por igual han cerrado sus puertas, hasta el punto de suspender los cultos religiosos, cosa que no había ocurrido ni en tiempo de guerra. No es extraño que algunos se pregunten: “¿Dónde está Dios ahora?” “¿Qué tiene que ver Dios con el coronavirus?
Hace ya un buen número de años escribí un libro sobre el tema de Salud, enfermedad y fe (CLIE 1999), tratando de responder y aclarar un tema muy actual en aquel tiempo como era el don de sanidades y las curas milagrosas. Para ello tuve que estudiar a fondo la naturaleza de la enfermedad y sus causas, entre ellas los agentes biológicos patológicos de carácter vírico. Así fue como me sumergí en un mundo invisible al ojo humano, pero tan inmenso y complejo como el que tenemos ante la vista. El universo microbiano supera nuestra capacidad de comprensión, aunque cada vez sepamos más del mismo. Sabemos que los virus son las causantes de la mayor parte del sufrimiento y de las muertes del mundo, sobre todo en los países pobres. Como creyentes es lógico que nos hagamos preguntas y cuestionemos la providencia divina. Por naturaleza nos rebelamos contra el mal y el dolor que observamos o del que tenemos noticia, rebeldía que se vuelve dramática y agónica en quien confiesa un Dios bueno y providente.
En mi caso fue un verdadero shock. A medida que profundizaba en mi conocimiento del mundo microbiológico de los virus y de las enfermedades atribuidas a ellos, la historia de las epidemias causadas a lo largo de la historia, con sus secuelas de dolor, miedo y muerte, quedé totalmente perplejo y con muchas inquietudes. Si Dios es el creador, o fundamento último de todo lo que existe, ¿a qué razón obedece la creación de ese universo diminuto de galaxias y agujeros negros, de microbios y de virus? ¿Qué sentido puede tener la creación de esos virus infecciosos causantes de tanto sufrimiento, de tanto dolor, de tantas muertes, que en tiempo de epidemia han diezmado naciones enteras y reducido a veces a un tercio la población mundial? ¿Qué sentido puede haber en sacrificar, no ya a una, sino, a millones de personas a un ser microscópico cuya existencia no parece obedecer a ninguna otra razón que parasitar y destruir todo aquello que toca? ¿Qué gloria puede dar a Dios la existencia de ese universo infinitamente pequeño de microbios, virus, bacterias que deciden la vida y la muerte de los seres superiores: hombres y animales? ¿No es terrible ver que hombres, mujeres, niños, con su inteligencia y proyecto de vida, perezcan dolorosamente por culpa de un ser repugnante, o tan primitivo como el coronavirus, que no llega ni siquiera a la categoría de organismo vivo? En un mundo controlado por el azar todo es posible y nada es extraño, pero en un mundo de orden y diseño inteligente resulta incomprensible, aunque hay algunos conatos de respuesta.
Hoy sabemos más de esta cuestión, que nunca antes; en nuestras universidades existen cátedras de Microbiología y cada día se avanza más en el estudio del microbioma humano. La explicación del misterio de la vida todavía sobrepasa a la inteligencia humana, pero nos ofrece algunas pistas. El ser humano es un milagro del universo. Si Dios es el creador, o fundamento último de todo lo que existe, ¿a qué razón obedece la creación de ese universo diminuto de galaxias y agujeros negros, de microbios y de virus? Todo cuanto existe en el espacio intergaláctico, conspiraba, contribuía a la aparición del ser humano en el tiempo y en el espacio. A esto se conoce como “principio antrópico”.
No todos los virus ni microbios, capaces de sobrevivir en lugares extremos, son dañinos para la vida humana. Desde que los primeros investigadores aspirantes a microbiólogos, mostraron a sus incrédulos colegas la existencia de un mundo poblado de seres infinitamente pequeños, descubrieron que “algunos de ellos son feroces y capaces de ocasionar la muerte; pero otros son beneficiosos y útiles y, en su mayoría, más importantes para la Humanidad que cualquier continente o archipiélago” (Paul de Kruif, Cazadores de microbios (Barcelona, Salvat, 1995). El universo microbiano es nuestro enemigo, como se pensó en el siglo XIX, el cuerpo humano alberga billones de microbios que conforman todo un mundo en simbiosis con su entorno. Estos microscópicos y multitudinarios compañeros vitales no solo moldean nuestros órganos, sino que nos protegen de enfermedades e influyen en nuestro comportamiento (Ed Yong, Yo contengo multitudes. Barcelona, Debate, 2020). Por desinformación o ignorancia, lo ponemos en peligro mediante el consumo abusivo de antibióticos. Sin darnos cuenta, la extinción de los microbios desencadenaría graves consecuencias para nuestra salud (Martin J. Blaser, SOS microbios. Barcelona, Debate, 2019).
Nos guste o no, somos microbios, o como alguien ha dicho, “un envoltorio con microbios”. En nuestro cuerpo viven unos 100 billones de microbios. Imagínense que ocurriría si se rebelaran contra nosotros por culpa de nuestro mal proceder. Los microbios nos ayudan a construir nuestro propio sistema inmunitario. Tienen, pues, una razón de ser muy importante para nuestra vida, y nuestra salud. “Mantenernos sanos es imposible sin ellos”, asegura la bióloga Alanna Collen (10% humano: por qué los microbios de tu cuerpo son la clave de tu salud. Barcelona, RBA, 2019).
Por tanto, tenemos que reajustar nuestro enfoque de la naturaleza, de la creación, de Dios, y aunque no podamos comprender todo, sí podemos al menos agarrarnos a lo que ya sabemos y que se manifestó en la persona y obra de Jesucristo, aquel que nos reveló a Dios como Padre. La fe consiste en confiar que esa revelación es digna de confianza, la cual nos dice que Dios, en la persona de su Hijo, se preocupa por la enfermedad y el dolor de sus criaturas. A Dios le importa el sufrimiento humano y por eso se encarnó en la persona de Jesús. Las curaciones y milagros de sanación ocupan un lugar muy importante en la vida de Jesús; son como señales de la calidad de vida nueva que él trae y que nos otorga como una fuente de Agua viva. Los virus nos pueden enfermar, y en algunos casos matar, pero, como se está demostrando en esta pandemia, el espíritu solidario y de sacrificio brota en muchas personas dispuestas a darlo todo por atajar este mal. Lo que nos confirma que el espíritu es más fuerte que la carne y que la vida no consiste en la cantidad de cosas que poseemos sino en esa disposición al amor, la fe y la esperanza que nos ayuda a vencer todo mal.
A los científicos toca averiguar la procedencia del COVID-19, a nosotros nos toca creer y esperar el triunfo de la vida, haciendo todo lo posible por respetar el equilibrio de la creación y no traspasar sus límites, procurando llevar vidas responsables, sanas y agradecidas, como corresponde a hijos de Dios, templos vivos de su presencia en Espíritu (1 Cor 6.19). Ante la incertidumbre y alarma que se vive, opongamos la fe y la esperanza, como corresponde a aquellos que creen en el Dios y han conocido en la persona de su Hijo las virtudes de la vida nueva.
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LA REFORMA DE LA IGLESIA INVISIBLE (II)
Raúl Méndez Yáñez

A
la iglesia invisible no la convoca un espacio, sino un servicio. Es corresponderse en una visión o causa que funciona como llamado para actuar en común. El grupo pastoral, por lo tanto, se debe de pensar ahora en un sentido más que de convocatoria a un evento, en términos de un mismo llamado a la acción. Tenemos que buscar que nuestras comunidades se sientan partícipes de un mismo espíritu de misión evangélica.
Sin duda esto es una pérdida, no es algo sencillo, no es algo fácil. Vamos a atravesar un duelo por la comunidad de antaño. También un duelo por nuestros espacios. Desde luego no significa que nuestros templos se vayan a quedar vacíos. Van a seguir existiendo los cultos, los retiros, los eventos, una vez que retornemos al exterior. Vamos nuevamente a intentar llenar las bancas, pero ya no será lo mismo. Va a quedar una zozobra en nosotros, y, poco a poco, esto irá dispersando a las personas. Por eso, desde ahora, debemos comenzar a pensar en este cambio.
Porque si aspiramos a que, una vez terminada la contingencia, retornaremos a nuestras comunidades como estábamos antes, vamos a tener una pastoral insuficiente. Tenemos que adelantarnos al porvenir que ya es presente y pensar en términos de iglesia invisible.
El concepto de iglesia invisible puede desanclarse, incluso, de lo estrictamente religioso. Una iglesia o ekklesia es una asamblea, no necesariamente de fe. Es un grupo de personas con una misma causa. Entonces, va a pasar tanto en grupos religioso como en las empresas, en organizaciones de la sociedad civil, en grupos deportivos, de amistades. Sentiremos mayor confianza y mayor seguridad con el que está lejos y no con el que está cerca. Y eso, evidentemente, nos está representado un desafío pastoral muy importante.
Paradójicamente fue Nietzsche, quien en Así habló Zaratustra, parece haber profetizado esta pastoral de la iglesia invisible: “¿Os aconsejo yo el amor al prójimo? ¡Prefiero aconsejaros la huida del prójimo y el amor al lejano!”.[4]
Tenemos que convertirnos en agentes pastorales de la iglesia invisible. No se trata, simplemente, de conectarse a Zoom o transmitir en vivo el culto. Este no es un cambio tecnológico, sino, primeramente, teológico y reforzado por la tecnología. Una pastoral de iglesia invisible es una pastoral de la escucha: no de la enseñanza, sino del diálogo. Ya se venía trabajando en estos modelos no centralizados de pastoral,[5] y es el momento en el que tenemos que implementarlos desde las comunidades invisibles o no-localizadas.
La iglesia invisible no tiene membresía denominacional, sino identidad de fe. No tiene un liderazgo emblemático, sino conversaciones significativas. En tanto iglesia invisible se trata de crear estrategias de solidaridad y no mecanismos de proselitismo. El número no es lo importante, sino el valor de las experiencias de fe.
Tan hermano cercano será quien se sienta a mi lado en la banca (cuando esto pueda volver a ser posible) como quien está escuchando el culto por teléfono o conexión web, o con quien, quizá no está en el culto pero participa de mi causa.
Nuestras comunidades locales, que representan la iglesia visible y localizada, seguirán operando y actuando en misión evangélica. Sin embargo, el nuevo paradigma teológico y eclesiológico consiste en articular estas comunidades locales con todos aquellos que en todo tiempo y lugar adoran al Señor.
La iglesia invisible es, por tanto, profundamente escatológica, es el anuncio del Reino en todas las naciones y en toda parte del mundo como señal del fin. Y es que algo está terminando en el mundo, quizá nos resistimos a verlo. Una era está colmando su tiempo sobre la tierra para dar paso a una nueva, ante la cual debemos estar atentos, como siervos fieles y prudentes esperando lo que tanto tiempo anunciamos y que, ahora está ocurriendo.
Es la Reforma de la iglesia invisible, la era de la eclesiología escatológica, no ya como anticipo del futuro, sino como realización presente. Una iglesia transdenominacional, ecuménica e interreligiosa. En este ánimo escatológico, terminemos escuchando a otro profeta, a Karl Barth, quien ya avizoraba esta Reforma.
Dios puede hablarnos a través de un pagano o un ateo —desde un púlpito o una red social puede acotarse—, y de esa forma nos hace entender que los lazos entre la iglesia y el mundo profano permanente y repetidamente toman un curso muy distinto del que hasta la fecha creemos observar […] No obstante, los esfuerzos tradicionales pueden permanecer junto con aquellas indudables posibilidades del lado externo de Dios, en la iglesia, o en una nueva iglesia con un área mayor que el de la iglesia visible (Barth, 1960: 60-61).[6]

Bibliografía
[1] Hall, Edward, La dimensión oculta. México, Siglo XXI Editores, 2003.
[2] Douglas, Mary, Estilos de pensar. Ensayos críticos sobre el buen gusto. Barcelona, Gedisa, 1998.
[3] Méndez, Raúl, "Dios te ha confirmado como amigo. Narratividad y religiosidad identitaria juvenil en las redes sociales Hi5 y Facebook", en Alberto Hernández, coord., Nuevos caminos de la fe. Prácticas y creencias al margen institucional. México, COLEF, 2011.
[4] Nietzsche, Federico, Así habló Zaratustra. Valladolid, Maxtor, 2007.
[5] Dias, Zwinglio, Discusión sobre la Iglesia. México, Casa Unida de Publicaciones, 1981.
[6] Barth, Karl, The doctrine of the Word of God: Prolegomena to Church Dogmatics. Vol. I.I. [1936] Edimburgo, T & T Clark, 1960.

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