12 de abril de 2020
Angelo Celsi, Resurrección
Éste es el “primer final” del evangelio de
Marcos en el que el rumbo de los acontecimientos parecía sombrío y poco
alentador. Los conflictos enfrentados por Jesús lo llevaron a una muerte
injusta, violenta e ignominiosa que sumió a sus seguidores en la tristeza más
absoluta. Todo había terminado para ellos/as y ahora había que retomar la
cotidianidad casi como si nada hubiera pasado. Aparentemente la injusticia, la
impunidad y la muerte habían impuesto, una vez más, su dominio: “Para las
mujeres, Jesús es un muerto. A un muerto se le encuentra en el sepulcro, que es
el lugar que encierra su memoria, y el sello que clausura su existencia, su práctica,
su presencia en la historia. Lo único que se puede hacer con él es ungirlo, es
decir, concluir los ritos funerarios que cierran el ciclo de la existencia
humana, para que pueda descansar adecuadamente en el sheol”.[2]
Hasta el final de su vida Jesús había sido marginado por la ley de la
pureza y todo lo relacionado con su cadáver extendía la impureza, pero aun así
las mujeres corrieron el riesgo y se acercaron a la tumba para ungirlo con
perfume, lo que ya se había hecho con él antes de morir (14.3, 8-9). El ritual
se rompe con la presencia inesperada de alguien vestido de blanco que les
anuncia la ausencia de Jesús en la tumba (16.6b), lo impensado,
aunque anunciado por Jesús, la superación de la muerte. Ellas debían avisar lo
sucedido a los discípulos que habían escapado, pero “no dijeron nada a nadie
porque estaban dominadas por el miedo” (16.8b), es decir, no hicieron lo que se
les pidió, guardaron un silencio total.
Pero Dios les cambia
su proyecto limitado a ver ungir a Jesús. No pueden hacer nada, porque no hay
nadie a quien ungir. El sepulcro está abierto y vacío y no es posible verlo
allí. No es lugar de encuentro con él porque no tenía poder para clausurar su
presencia en la historia; porque nada de él ha quedado allí encerrado.
Es inútil quedarse allí. Para encontrarlo hay que salir del sepulcro. Porque el
ausente aquí va caminando de nuevo por Galilea.[3]
La enseñanza del suceso es clara: a Jesús no
se le encuentra en el reino de los muertos sino en el espacio de la vida, en la
cotidianidad transformada (Galilea) por la influencia del reino de Dios. Sólo
allí podrían verlo nuevamente, pues él se ha anticipado: “va a Galilea para
llegar antes que ellos. Allí podrán verlo, tal como les dijo antes de morir”
(7b). ¿Cuál es la razón de un relato incompleto hasta el v. 8? ¿Acaso la
práctica truncada violentamente exigía un relato también incompleto, atravesado
por el miedo de las mujeres y la cobardía de los discípulos?
No se insiste en
la resignación, se busca más bien que los lectores/as se encarguen de proseguir
en el camino, en busca de Jesús. Sólo en la experiencia de Galilea (en
el camino, en retomar la vida cotidiana con nueva esperanza) sería posible
reencontrarse con él. Marcos pospone los relatos de apariciones para marcar el
nuevo rumbo de la fe de sus seguidores: “Marcos pone al lector en su justo
lugar, que es el de las mujeres que recorren cierto itinerario [...] El
sepulcro empuja hacia afuera [...] es preciso ir allá, pero para ser
arrebatado por otro proyecto”.[4]
[1] Carlos Bravo Gallardo, Jesús, hombre en conflicto. El relato de Marcos desde América Latina. 2a. ed. México, CRT-UIA, 1996, p. 241.
[2] Ídem.
[3] Ibid., p. 242.
[4] Xavier
Léon-Dufour, Resurrección de Jesús y mensaje pascual. Salamanca,
Ediciones Sígueme, 1973 (Biblioteca de estudios bíblicos, 1), p. 201ss. Énfasis
de C. Bravo Gallardo.
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