domingo, 30 de marzo de 2014

Desarrollamos creativamente los dones del Espíritu, L. Cervantes-O.

30 de marzo, 2014

Son distintas las actividades, pero el Dios que lo activa todo en todos es siempre el mismo. […] Todo lo realiza el mismo y único Espíritu, repartiendo a cada uno sus dones como él quiere.
I Corintios 12.6, 11, La Palabra (Hispanoamérica)

Nada más contrario al mensaje del Nuevo Testamento que promover algo así como “la privatización del Espíritu”. La forma en que se presenta la acción del Espíritu Santo en la iglesia y en el mundo corresponde a una comprensión diáfana del cumplimiento de la promesa antigua (Joel 3): el impacto igualitario, comunitario y transformador de su presencia debía invadir todas las áreas de la existencia humana para contribuir profundamente a la extensión del Reino de Dios. Al expandirse el Evangelio de Jesucristo por los diversos territorios del imperio romano, la experiencia del derramamiento del Espíritu tuvo que pasar por los diversos filtros culturales y religiosos que complicaron la manifestación anunciada del mismo para beneficio de las comunidades y del mundo. En el caso de Corinto, una ciudad plagada de prácticas religiosas resultó particularmente difícil consolidar una visión equilibrada de la obra del Espíritu. En ese auténtico laboratorio religioso, las muestras de la presencia del Espíritu tuvieron que ser explicadas en medio de conflictos de interpretación  y práctica. A las exhortaciones acerca de la mejor manera de celebrar la Cena del Señor (I Co 11) le sigue una respuesta muy específica acerca de los carismas espirituales que muchos cristianos corintios experimentaban ya, pero con el riesgo de algunos excesos.
Lo primero que advierte San Pablo a quienes hicieron la pregunta específica (7.1) es que su estatus ha cambiado: la capacidad de dirigirse a Jesús como Señor les ha sido otorgada +única y exclusivamente por el Espíritu. Al ser incorporados al nuevo pueblo de Dios, su origen racial o religioso pasa a un segundo término, aun cuando la problemática planteada por ambas cosas subsista. Así resume Irene Foulkes el horizonte pastoral desarrollado por el apóstol:

El énfasis puesto en la diversidad de los dones, repartidos por un Dios que es también pluriforme (Espíritu-Señor-Dios, 12.4-6), hace suponer que algunos cristianos abogan por una clasificación restringida y rígida de los carismas. La metáfora del cuerpo (12.12-27), que pone de relieve la unidad y la complementariedad que deben caracterizar a la congregación al ejercer sus diversos dones, refleja una situación de rivalidades internas y de sobreestimación de algunos carismas en detrimento de otros. Antes de ofrecerle a la iglesia una corrección y reorientación en cuanto al uso de los dones de profecía y lenguas en sus asambleas (capítulo 14), Pablo instruye a los cristianos sobre el amor que debe caracterizar todas sus acciones, insertando un gran himno acerca del amor (capítulo 13), no menos práctico por ser poético.[1]

La diversidad de dones obedece a la apertura divina a la diversidad presente en la comunidad, aunque la unidad del Espíritu debe ser preservada a toda costa a las vista de que esa diversidad no se aparta ni del Espíritu ni de Dios mismo (vv. 4-5). Las personas dotadas del Espíritu no pueden tener proyectos personales aislados para su propio beneficio, pues su propósito es esencialmente comunitario: “La manifestación del Espíritu en cada uno se ordena al bien de todos” (v. 7). Uno de los problemas nuevos es que “la iglesia enfrenta la irrupción en su medio de fenómenos que podrían proceder de otra fuente y no de Dios” pues no sólo “en el cristianismo se conoce la glosolalia (el hablar en lenguas) y la profecía (la comunicación de mensajes recibidos de Dios), como tampoco es exclusiva de la fe cristiana la oración o las sanidades”.[2] El criterio de autenticidad no puede ser más que cristológico: “el mensaje inspirado por el Espíritu de Dios señala [siempre] a Jesús como el Señor”.[3] Lo que está en juego también es la relación de los cristianos/as carismáticos con el Señor de su vida, por lo que las manifestaciones extraordinarias del Espíritu no pueden romper la cadena de bendiciones comunitarias para centrarse sólo en la persona en quienes se hagan presentes.
La variedad de dones o carismas es expresada por el apóstol con una buena variedad de términos: “carismas” (12.4), “ministerios, servicios” (12.5), “operaciones, actividades” (12.6). “manifestación” (v. 7) (correspondientes, respectivamente, a: jarismata, diakoniai, energemata y fanerosis). Exaltar unos dones y despreciar otros era un peligro constante para la comunidad, pero no se trataba de colocar formas de superioridad entre quienes los ejercían. La constancia en la práctica de la fe y el testimonio derivado de la misma se relacionaba con la necesidad profunda de conducir todo el espectro de la acción del Espíritu hacia un mismo fin: “hablar con sabiduría” (¿teología o doctriona?), “expresarse con un profundo conocimiento de las cosas” (discernimientro, v. 8), “fe”, “ curar enfermedades” (v. 9), “hacer milagros”, “comunicar mensajes de parte de Dios”, “ distinguir entre espíritus falsos y el Espíritu verdadero”, hablar en un lenguaje misterioso”, “interpretar ese lenguaje” (v. 10). Todo ello lo hace el mismo Espíritu, que se hace presente de manera soberana en la comunidad /v. 11).
El conjunto de carismas en la iglesia ha sido instalado para que cada quien, mediante un uso responsable y guiado por la dirección divina, sea capaz de desarrollarlos de forma creativa, pero siempre en consonancia con los proyectos comunitarios, jamás para adornarse o producir orgullos individuales que chocan radicalmente con las intenciones divinas de transformar la existencia humana en un espacio de gracia y transformación. De ahí que algunos excesos en las apreciaciones que se conocen y practican hoy rompen frecuentemente la orientación hacia el Reino que debe tener todo lo que suceda en las comunidades. La percepción del Espíritu en los diversos movimientos pentecostales, neopentecostales, carismáticos o neocarismáticos tiene que ser confrontada continuamente con las enseñanzas del Nuevo Testamento.[4]



[1] I. Foulkes, Problemas pastorales en Corinto. Comentario exegético-pastoral a 1 Corintios. San José, Departamento Ecuménico de Investigaciones-Seminario Bíblico Latinoamericano, 1996, pp. 341-342.
[2] Ibid., p. 343.
[3] Ibid., p. 344.
[4] Cf. Leonildo Silveira Campos, “Pneumatologías en conflicto. ‘Pentecostales clásicos’ y ‘neopentecostales’ brasileños”, en Concilium, núm. 342, 2011, pp. 587-600.

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