1 Estamos, pues, rodeados de una ingente muchedumbre de testigos. Así que desembaracémonos de todo impedimento, liberémonos del pecado que nos cerca y participemos con perseverancia (jupomonês) en la carrera que se nos brinda. 2 Hagámoslo con los ojos puestos en Jesús, origen y plenitud de nuestra fe. Jesús, que, renunciando a una vida placentera, afrontó sin acobardarse la ignominia de la cruz y ahora está sentado junto al trono de Dios. 3 Tengan, por tanto, en cuenta a quien soportó una oposición tan fuerte de parte de los pecadores. Si lo hacen así, el desaliento no se apoderará de ustedes.
4 En
realidad, aún no han llegado ustedes a derramar sangre en su lucha contra el
pecado, 5 pero sí han olvidado la exhortación paternal que les
dirige la Escritura: Hijo mío, no desprecies la corrección del Señor ni pierdas
el ánimo cuando él te reprenda, 6 pues el Señor corrige a quien ama y castiga a quien
reconoce como hijo. 7 Acepten ustedes la corrección, que es señal de que
Dios los trata como a hijos. ¿Hay, en efecto, algún padre que no corrija a su
hijo? 8 Pero si quedan privados de la corrección que todos
reciben, es que son bastardos y no hijos legítimos.
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