domingo, 2 de marzo de 2014

Miramos fijamente la meta, L. Cervantes-O.

23 de febrero, 2014

Así que desembaracémonos de todo impedimento, liberémonos del pecado que nos cerca y participemos con perseverancia (jupomonês) en la carrera que se nos brinda. Hagámoslo con los ojos puestos en Jesús, origen (archegon) y plenitud (teleioten) de nuestra fe.
Hebreos 12.-1b-2, La Palabra (Hispanoamérica)

Luego de hacer un impresionante recuento de las vidas de los “héroes” y “heroínas” de la fe de la antigüedad en su capítulo 11, el autor de la carta a los Hebreos obtiene como consecuencia que dichos modelos de fe y constancia pueden ser realizados ahora por las nuevas generaciones del pueblo de Dios en el mundo. De ahí que no sean sólo meros ejemplos de lo que es posible lograr cuando se practica la constancia y la perseverancia sino que constituyen auténticas posibilidades efectivas de realizar los propósitos divinos desde una fe sólida y consistente, capaz de sobreponerse a todas las adversidades. Y es como si la “iglesia triunfante” estuviera observando a la “iglesia militante” en medio de sus luchas y animándola con su ejemplo de vida y testimonio. A cada paso de la historia de la salvación, subraya el texto, hubo una fe coherente que sostuvo sus esfuerzos y les ayudó a alcanzar sus metas del momento. Dado el énfasis cristológico de la carta, hasta Moisés, por ejemplo, miró hacia Cristo (11.26, su “vituperio”) cuando tomó la fundamental decisión de compartir el dolor de su pueblo antes que los placeres y las ventajas de seguir siendo egipcio.
En Heb 12.1-2, cuatro aspectos están bien delineados: primero, la exhortación a “desembarazarse”, a quitarse de encima todos los lastres o cargas que sean impedimento. Preocupaciones, fidelidades cuestionables, ideologías, aficiones, gustos malsanos, distracciones. Todo ello mediante un continuo ejercicio de introspección que permita quitar progresivamente esas amarras que pueden impedir que cumplamos con la constancia requerida el plan que se ha preparado para cada quien. En el contexto original de la carta, había que quitarse de encima, sobre todo, la influencia judía en el sentido de seguir requiriendo un sacerdocio o un sacrificio para cumplir las exigencias divinas. “Hebreos busca que la comunidad de Roma abandone toda forma de adherencia al judaísmo y busca impedir una judaización levítica del culto y de la teología de la comunidad cristiana”.[1] Sobre este tema, sin ser tan radical como el Cuarto Evangelio, va más allá que la carta a los Romanos. Esta carta buscó “detener los posibles efectos negativos de la caída de Jerusalén sobre los judeo-cristianos de Roma, [pero] sobre todo impedir una rejudaización del culto cristiano”. Esta carga ideológica o cultural debía ser removida para mirar hacia adelante.
La segunda exhortación consiste en “liberarse del pecado que nos cerca”, que nos acecha permanentemente y ante el cual hay que mantener una firmeza ejemplar para seguir en la carrera. Es preciso replantear la relación con el pecado, pero sin falsas actitudes de superioridad ni el desprecio por algo que, eventualmente, podría volver a tomar el control de la vida. Es cierto que ya se maneja una nueva manera de ver las cosas, pero lidiar cotidianamente con el asedio del pecado es una tarea interminable que no se puede soslayar. Si mirar hacia el pasado puede ser un obstáculo, es necesario marcar con exactitud nuestra apreciación de él para no distraerse.
La tercera exhortación, “participemos con perseverancia” coloca el uso de la palabra jupomoné en una dimensión diferente a la paulina, pues aquí su objetivo es esperar el cumplimiento de la promesa (10.36: “Pero es preciso que sean constantes en el cumplimiento de la voluntad de Dios, para que puedan recibir lo prometido”). Con la fe totalmente orientada hacia el futuro, la perseverancia “se refiere a la capacidad de sobrellevar todas las cargas y amenazas que inevitablemente lleva consigo la existencia en el mundo visible, ya que Dios ha puesto un término a todas ellas y su palabra se cumplirá. Se puede soportar con paciencia el despojo de los bienes terrestres, ya que el creyente sabe que tiene un patrimonio mejor en los cielos (10.32); el que quiere alcanzar la victoria está dispuesto a soportar las dificultades del momento presente (12.1); la auténtica amenaza de la fe es la impaciencia, la pérdida de la esperanza, que es el pecado por antonomasia: ‘Y nosotros no somos de los que se echan atrás’ (10.39)”.[2] Para Hebreos, además,  “la tribulación no es un elemento constitutivo, sino que más bien se impone con una intención educativa y ha de ser soportada para alcanzar así la salvación prometida”.
Finalmente, todo deberá hacerse sin apartar la mirada de la persona que es la meta de la fe, Cristo Jesús, origen y plenitud de la forma en que ahora vemos e interpretamos todo. Cualquier cosa que pensemos o hagamos, entonces, deberá pasar por el filtro cristológico para obtener una valoración y considerar si es que hemos de actuar en un sentido o en otro. Jesús es el guía de nuestra carrera y el perfeccionador de la misma. Él nos quiere guiar en esta carrera vital para que con constancia y seguridad busquemos siempre la meta, la recompensa, el sí de Dios para nuestra vida. Esto concuerda muy bien con lo expresado en 2.10 (“Convenía, en efecto, que Dios, que es origen y fin de todas las cosas y que quiere conducir a una multitud de hijos a la gloria, hiciera perfecto por medio del sufrimiento a quien tenía que encabezar la salvación de los demás”) y en 6.20, como un líder que nos abre el camino por donde debemos transitar.[3] La metáfora atlética sirve entonces para subrayar que, basándonos en Jesús, tenemos garantizada la constancia que necesitamos para continuar en la carrera y concluirla fielmente.



[1] Pablo Richard, “Los orígenes del cristianismo en Roma”, en RIBLA, núm. 29, www.claiweb.org/ribla/ribla29/los%20origines%20del%20cristianismo%20en%20Roma.html.
[2] U. Falkenroth, “Paciencia”, en L. Coenen et al., eds., Diccionario teológico del Nuevo Testamento. III. 3ª ed. Salamanca, Sígueme, 1993, p. 240.
[3] Myles M. Bourke, “Hebreos”, en R. Brown et al., eds., Comentario Bíblico San Jerónimo. Tomo IV, Nuevo Testamento II, Madrid, Cristiandad, 1972, p. 371.

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