23 de febrero, 2014
Así que desembaracémonos de todo impedimento, liberémonos
del pecado que nos cerca y participemos con perseverancia (jupomonês) en la carrera que se nos brinda. Hagámoslo con los ojos
puestos en Jesús, origen (archegon) y
plenitud (teleioten) de nuestra fe.
Hebreos 12.-1b-2, La
Palabra (Hispanoamérica)
Luego
de hacer un impresionante recuento de las vidas de los “héroes” y “heroínas” de
la fe de la antigüedad en su capítulo 11, el autor de la carta a los Hebreos obtiene
como consecuencia que dichos modelos de fe y constancia pueden ser realizados
ahora por las nuevas generaciones del pueblo de Dios en el mundo. De ahí que no
sean sólo meros ejemplos de lo que es posible lograr cuando se practica la
constancia y la perseverancia sino que constituyen auténticas posibilidades efectivas
de realizar los propósitos divinos desde una fe sólida y consistente, capaz de
sobreponerse a todas las adversidades. Y es como si la “iglesia triunfante”
estuviera observando a la “iglesia militante” en medio de sus luchas y
animándola con su ejemplo de vida y testimonio. A cada paso de la historia de
la salvación, subraya el texto, hubo una fe coherente que sostuvo sus esfuerzos
y les ayudó a alcanzar sus metas del momento. Dado el énfasis cristológico de
la carta, hasta Moisés, por ejemplo, miró hacia Cristo (11.26, su “vituperio”)
cuando tomó la fundamental decisión de compartir el dolor de su pueblo antes
que los placeres y las ventajas de seguir siendo egipcio.
En Heb 12.1-2, cuatro aspectos están bien
delineados: primero, la exhortación a “desembarazarse”, a quitarse de encima
todos los lastres o cargas que sean impedimento. Preocupaciones, fidelidades
cuestionables, ideologías, aficiones, gustos malsanos, distracciones. Todo ello
mediante un continuo ejercicio de introspección que permita quitar
progresivamente esas amarras que pueden impedir que cumplamos con la constancia
requerida el plan que se ha preparado para cada quien. En el contexto original
de la carta, había que quitarse de encima, sobre todo, la influencia judía en
el sentido de seguir requiriendo un sacerdocio o un sacrificio para cumplir las
exigencias divinas. “Hebreos busca que la comunidad de Roma abandone toda forma
de adherencia al judaísmo y busca impedir una judaización levítica del culto y
de la teología de la comunidad cristiana”.[1] Sobre este tema, sin
ser tan radical como el Cuarto Evangelio, va más allá que la carta a los
Romanos. Esta carta buscó “detener los posibles efectos negativos de la caída
de Jerusalén sobre los judeo-cristianos de Roma, [pero] sobre todo impedir una
rejudaización del culto cristiano”. Esta carga ideológica o cultural debía ser
removida para mirar hacia adelante.
La segunda exhortación consiste en “liberarse
del pecado que nos cerca”, que nos acecha permanentemente y ante el cual hay
que mantener una firmeza ejemplar para seguir en la carrera. Es preciso replantear
la relación con el pecado, pero sin falsas actitudes de superioridad ni el
desprecio por algo que, eventualmente, podría volver a tomar el control de la
vida. Es cierto que ya se maneja una nueva manera de ver las cosas, pero lidiar
cotidianamente con el asedio del pecado es una tarea interminable que no se
puede soslayar. Si mirar hacia el pasado puede ser un obstáculo, es necesario marcar
con exactitud nuestra apreciación de él para no distraerse.
La tercera exhortación, “participemos con
perseverancia” coloca el uso de la palabra jupomoné
en una dimensión diferente a la paulina, pues aquí su objetivo es esperar
el cumplimiento de la promesa (10.36: “Pero es preciso que sean constantes en
el cumplimiento de la voluntad de Dios, para que puedan recibir lo prometido”).
Con la fe totalmente orientada hacia el futuro, la perseverancia “se refiere a
la capacidad de sobrellevar todas las cargas y amenazas que inevitablemente
lleva consigo la existencia en el mundo visible, ya que Dios ha puesto un
término a todas ellas y su palabra se cumplirá. Se puede soportar con paciencia
el despojo de los bienes terrestres, ya que el creyente sabe que tiene un patrimonio
mejor en los cielos (10.32); el que quiere alcanzar la victoria está dispuesto
a soportar las dificultades del momento presente (12.1); la auténtica amenaza
de la fe es la impaciencia, la pérdida de la esperanza, que es el pecado por
antonomasia: ‘Y nosotros no somos de los que se echan atrás’ (10.39)”.[2] Para Hebreos, además, “la tribulación no es un elemento
constitutivo, sino que más bien se impone con una intención educativa y ha de
ser soportada para alcanzar así la salvación prometida”.
Finalmente, todo deberá hacerse sin apartar la
mirada de la persona que es la meta de la fe, Cristo Jesús, origen y plenitud
de la forma en que ahora vemos e interpretamos todo. Cualquier cosa que
pensemos o hagamos, entonces, deberá pasar por el filtro cristológico para
obtener una valoración y considerar si es que hemos de actuar en un sentido o
en otro. Jesús es el guía de nuestra carrera y el perfeccionador de la misma.
Él nos quiere guiar en esta carrera vital para que con constancia y seguridad
busquemos siempre la meta, la recompensa, el sí de Dios para nuestra vida. Esto
concuerda muy bien con lo expresado en 2.10 (“Convenía, en efecto, que Dios,
que es origen y fin de todas las cosas y que quiere conducir a una multitud de
hijos a la gloria, hiciera perfecto por medio del sufrimiento a quien tenía que
encabezar la salvación de los demás”) y en 6.20, como un líder que nos abre el
camino por donde debemos transitar.[3] La metáfora atlética
sirve entonces para subrayar que, basándonos en Jesús, tenemos garantizada la
constancia que necesitamos para continuar en la carrera y concluirla fielmente.
[1] Pablo Richard, “Los orígenes del
cristianismo en Roma”, en RIBLA, núm.
29, www.claiweb.org/ribla/ribla29/los%20origines%20del%20cristianismo%20en%20Roma.html.
[2] U. Falkenroth, “Paciencia”, en L. Coenen
et al., eds., Diccionario teológico del Nuevo Testamento. III. 3ª ed. Salamanca,
Sígueme, 1993, p. 240.
[3] Myles M. Bourke, “Hebreos”, en R. Brown et al., eds., Comentario Bíblico San Jerónimo. Tomo IV, Nuevo Testamento II, Madrid,
Cristiandad, 1972, p. 371.
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