sábado, 15 de marzo de 2014

Nos animamos mutuamente, L. Cervantes-O.

16 de marzo, 2014

Porque no nos ha destinado Dios al castigo, sino a obtener la salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo que murió por nosotros a fin de que, tanto en vida como en muerte, vivamos siempre con él. Por tanto, dense ánimo mutuamente y ayúdense unos a otros como ya lo hacen.
I Tesalonicenses 5.9-11, La Palabra (Hispanoamérica)

En los inicios mismos del Nuevo Testamento, cuando Pablo de Tarso inaugura las Escrituras cristianas, aparece una serie de exhortaciones relacionadas con la necesidad de ser constantes a la luz de la esperanza postergada por el retraso de la segunda venida de Cristo. Así resume Néstor Míguez el horizonte espiritual de esta carta fundadora:

Frente al horizonte cerrado del poder imperial, hegemónico en todos los campos, la comunidad del crucificado aparece como una empresa ridícula, integrada por marginales, despojada de todo acceso a los lugares del “saber” y del “poder” oficial. Y sin embargo, no renuncia a la esperanza. El primer documento escrito de esta “razón de la esperanza” de la naciente comunidad cristiana es la más antigua de las cartas de Pablo: 1 Tesalonicenses. Inspirada por la apocalíptica judaica y por el trasfondo de algunos cultos populares de salvación en Macedonia, y afirmada por la promesa del Crucificado que resucita, levanta su esperanza como espacio de vida frente a las fuerzas de la opresión y la muerte. Prefiere renunciar a la “razón” y no a la esperanza.[1]

Y Senén Vidal comenta: “Toda la carta testifica esa gran tensión de la esperanza mesiánica, que animaba a todo el movimiento cristiano de los primeros tiempos”.[2] Luego de reconocer que los creyentes de Tesalónica han sido un modelo de fe (I Tes 1.7), y de recordar la estancia entre ellos como fructífera y estimulante en medio de la hostilidad de la gente (2.2), les insiste en la necesidad de “corregir [personalmente] las deficiencias de la fe de ustedes” (3.10b). En el cap. 4 se reconoce su disposición para el amor fraternal y ante el problema de la muerte de algunos de sus familiares cercanos, aparece una de las frases clave de este primer documento cristiano es: “…y no como aquellos que no tienen esperanza” (4.13b) ante la muerte de algunos de sus familiares. En ese contexto, se les exhorta a animarse mutuamente con base en la enseñanza de la certeza de la nueva venida de Cristo por los suyos/as. “La ‘deficiencia’ más general y básica era, al parecer, la tentación del abandono de la fe, a causa de la grave hostilidad que estaba sufriendo [la comunidad] por parte de sus conciudadanos”.[3]
En esta carta se utiliza también la palabra jupomoné para referirse a la constancia y la paciencia: “…recordamos ante Dios, nuestro Padre, qué activa es la fe que ustedes tienen, qué esforzado su amor y qué firme la esperanza que han depositado en nuestro Señor Jesucristo” (1.3). La segunda también lo hará un par de veces (1.4: “…nos sentimos orgullosos de ustedes en medio de las iglesias de Dios; orgullosos de su entereza y de su fe ante el cúmulo de persecuciones y pruebas que soportan”, y 3.5: “Que el Señor, pues, encamine sus corazones para que amen a Dios y esperen a Cristo sin desfallecer”). Ese lenguaje exhortativo domina el conjunto del texto y ya en el cap. 5, al especificar las medidas espirituales que deben tomarse ante la posposición de la venida del Señor, se llama la atención al hecho de que, la sorpresa con la que acontecerá se verá precedida por ambiguos anuncios sobre la “paz y la seguridad”, que recuerda “el motivo de la pax romana de la ideología y del culto imperiales, a los cuales tenía que enfrentarse el cristianismo de aquel tiempo”.[4] El tono apocalíptico advierte sobre la falsedad de tal propaganda.
A la “deficiencia general”, el riesgo de abandonar la fe, le seguía la “deficiencia concreta”, esto es, la tristeza por el destino de las muertos de la comunidad. Se exhorta, por ello, a la vigilancia atenta y a permanecer fieles mediante una serie de contrastes entre pares: oscuridad-luz (5.4-5, 8a), dormir-estar despiertos (5.6) y borrachera-sobriedad (5.7b). Detrás de todo esto se encuentra también la consabida oposición entre lo apolíneo y lo dionisiaco, que el autor se cuida bien de no mencionar directamente. Finalmente, la esperanza común en el premio que ha otorgar el Señor ala fidelidad desemboca en el llamado a animarse en la comunidad y a persistir en la práctica del apoyo: “Dense ánimo mutuamente y ayúdense unos a otros como ya lo hacen” (5.11). Se trata de sostenerse mutuamente y no de sabotear la fe de los demás, porque el destino de la fidelidad de la comunidad es responsabilidad de todos. Ésa será la base de la constancia para las personas y los grupos cristianos, una exhortación cuya vigencia permanece hasta hoy.





[1] N. Míguez, “Para no quedar sin esperanza. La apocalíptica de Pablo en 1 Ts como lenguaje de esperanza”, en RIBLA, núm. 7, www.claiweb.org/ribla/ribla7/para%20no%20quedar%20sin%20esperanza.htm.
[2] S. Vidal, El primer escrito cristiano. Texto bilingüe y comentario de 1 Tesalonicenses. Salamanca, Sígueme, 2006 (Biblioteca de estudios bíblicos minor, 9), p. 17.
[3] Ibid., p. 27.
[4] Ibid., p. 108.

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