lunes, 27 de agosto de 2007

Jesús relee las Escrituras (III): en el camino a Emmaús (Lc 24.13-35)



Lucas 24.13-35





26 de agosto, 2007

1. La interpretación cristológica de las Escrituras
Luego de la muerte y resurrección de Jesús, dos discípulos en camino hacia la aldea de Emmaús ensayan, ante el propio Jesús (en un relato casi a la manera de Borges, dado el enigma de fondo), ante la pregunta de la razón de su tristeza (v. 17), una interpretación de los sucesos, pero mediante una clave hermenéutica un tanto desencaminada: primero, su valoración de Jesús como profeta es correcta; segundo, su afirmación de que fue entregado por los líderes religiosos y políticos a la muerte, también; pero la falla interpretativa aparece en tercer lugar, cuando comentan que esperaban que “él redimiría a Israel” y han pasado pocos días; y más aún, cuando en cuarto término, descalifican el testimonio de las mujeres y ponen en entredicho el milagro de la resurrección (vv. 22-24). Hasta ahí llegó la paciencia del Jesús oculto, pues en ese momento procedió a exhortarlos sobre su tardanza para comprender e interpretar cristológicamente lo sucedido a partir de la enseñanza profética.
La primera pregunta retórica de Jesús se refiere al espinoso tema del sufrimiento del Cristo como ¿condición? para entrar en su gloria (v. 26). La teología contemporánea aún sigue explorando estas relaciones para evitar la conclusión de un Dios sádico que se solaza en el sufrimiento humano. Cristo padeció para alcanzar su gloria: semejante afirmación paradójica coloca a la cristología dentro de una escala de valores en la que el sufrimiento humano es desdoblado en una suerte de motor de la historia intradivina para la recuperación de la misma Trinidad en el reencuentro del Padre y el Hijo. Éste carga con la humanidad hasta las raícez, con un abajamiento cada vez mayor que lo lleva hasta el submundo y la negación total.
Como ha explicado el teólogo reformado Jürgen Moltmann, seguido luego por muchos latinoamericanos, se trató, más bien, de un Dios crucificado, un Dios que afronta y redime el sufrimiento desde la experiencia radical de la muerte injusta y violenta, sin motivo (como si hubiera alguna vez un motivo válido para deshacerse de alguien). Sólo Dios, al pasar literalmente por la cruz, podrá imponer sus condiciones. La pregunta del Jesús ignoto pone en el centro del debate y de la fe la realidad de una muerte prematura que sólo es redimida desde el trono divino para ser, sólo así, motivo de esperanza al imponerse la vida como principio dominante.

2. El Resucitado reinterpreta la historia de la salvación
Luego de la mesa eucarística (“partir el pan”, vv. 30-31, 35) a la que invitaron al supuesto desconocido (en una indispensable apertura de la fraternidad para el otro), los ojos de los discípulos son abiertos: un simbolismo transparente acerca de la función cristológica del sacramento. Ahora reconocen a Jesús como el Resucitado, pero él desaparece. Los dos discípulos, entonces, se interrogan mutuamente y encuentran cómo “ardió su corazón” cuando Jesús les interpretó las Escrituras (v. 32). Esta experiencia de exaltación y fuego existencial por la labor hermenéutica de Jesús representa toda una lección para hoy, cuando parecería que hemos dejado de creer en la eficacia de la Palabra interpretada con vigor profético para el presente, es decir, en el espíritu de Jesús y nos contentamos en ocasiones con panoramas superficiales que pálidamente confrontan la revelación escrita con los sucesos del día a día.
El reencuentro con Jesús, mediado por la interpretación fresca de las Escrituras, preparó a estos discípulos para la comprensión cabal de la resurrección como triunfo de los planes divinos en medio de la desolación y para el reencuentro con sus hermanos y hermanas (¿cómo podrían ver a la cara a las discípulas luego de dudar de su testimonio pues los hombres sólo creyeron hasta que Jesús se le apareció a Pedro (v. 34)?). Se trataba, también, de la reconstrucción de la comunidad. Todo esto quiere decir que una sana interpretación de las Escrituras debe conducir siempre a un encuentro efectivo con el centro de las mismas, Jesucristo, pero siempre en el contexto de la situación humana apelante e inevitable y en la gestación, a veces conflictiva, de una comunidad. En suma, ver a Cristo en la Biblia y aprender a dialogar con la realidad de muerte e injusticia en el mundo. Lo uno y lo otro, lo uno por lo otro. De ahí que cuando Jesús reaparece con los once, todavía se requiere una interpretación de los textos y de los sucesos, al mismo tiempo: ante el Resucitado y por él mismo, ¡sigue siendo necesaria la exégesis!
Al simbolismo de la comida física, constatación de la resurrección, le sigue otra cadena interpretativa llevada a cabo por Jesús mismo (vv. 44-48). Toda la Escritura está llena de su testimonio: la Ley, los Profetas y los Escritos, las tres partes de las Escrituras hebreas. La apertura del entendimiento interpretativo (v. 45) se basa en la intensa y audaz relectura bíblica de Jesús, quien traza líneas gruesas sobre el sentido de la historia de la salvación, tal como lo había hecho en la sinagoga de Nazaret (Lc 4): nuevamente la interpretación de sus padecimientos y muerte violenta es el punto de partida. La perspectiva lucano-paulina del texto subraya el carácter universal del mensaje del Jesús resucitado (v. 49). Ahora los discípulos están preparados para ser testigos efectivos.
René Krüger concluye:

El mensaje peculiar de este capítulo consiste en este salto de la situación de muerte, derrota y frustración a la vida, el testimonio y la alegría del testimonio; el salto de la finitud de la muerte a la apertura del Reino de Dios. Lo que empezó con la tumba de un crucificado, culmina con la alabanza de Dios por el Señor glorificado […] Hay un progreso cualitativo en la superación de la incredulidad y el miedo. Los tres grupos de discípulos son testigos “cada vez más complejos”. Las mujeres se convierten en anunciadoras por las palabras de los enviados de Dios; los discípulos de Emmaús quedan convencidos por el encuentro personal […]

Sin faltar la relación entre segmentos de las Escrituras:

El AT por sí mismo no pudo llevar a los discípulos al reconocimiento de la necesidad del camino del Mesías a través de la pasión y muerte a resurrección y gloria. El Crucificado-Resucitado los condujo a la comprensión de las Escrituras. De esta manera quedó establecido un círculo: del Resucitado al AT y del AT —gracias al Resucitado— a la aceptación de la relación Pasión-Resurrección. El Resucitado mismo inculca la necesidad divina de este camino (v. 44). Se trata de una necesidad histórico-salvífica, no de un mero cumplimiento mecánico de hechos profetizados en el pasado.

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