jueves, 9 de agosto de 2007

Letra 36, 12 de agosto de 2007

LA BIBLIA, LIBRO DE LIBROS (I): LA LITERATURA BÍBLICA, LEGADO ESPIRITUAL Y CULTURAL DE LA HUMANIDAD
Anuario de las Sociedades Femeniles Presbiterianas 2000

1.1. La literatura bíblica

Referirse al contenido de la Biblia en términos de literatura bíblica no representa un atentado contra su integridad como libro sagrado, espiritual; implica, más bien, la aceptación de su valor como conjunto de documentos que expresan su mensaje acerca de Dios y de la redención, valiéndose de las más variadas formas literarias conocidas en las diferentes épocas de su redacción. Estas épocas o periodos manifiestan la voluntad divina de hacerse conocer por medio de un proceso sistemático en el que el esfuerzo literario cumplió una función insustituible.
En Lucas 24.44, el Señor Jesucristo expone la historia de salvación que se consuma con su persona en términos teológicos, históricos y literarios cuando resume, al recordar el esquema de partes en que se divide la Biblia hebrea: Ley, Profetas y Escritos. Esa simple enunciación es una evidencia sólida del desarrollo de una literatura religiosa encaminada a proclamar, interpretar y celebrar las acciones de Dios en medio de la historia de su pueblo. La literatura, así, es puesta al servicio de dicha proclamación, interpretación y celebración, haciendo uso de las características del idioma (hebreo y arameo en el Antiguo Testamento, griego en el Nuevo), de la gramática y el estilo.
La literatura bíblica, entonces, se coloca históricamente en el devenir de la humanidad, sirviendo como vehículo para la revelación del Dios vivo y verdadero, de modo que, con ello, es posible ser testigos de una doble constatación: por un lado, la autorrevelación de Dios (el deseo de ser conocido por la humanidad) se sirve de un instrumento valioso, artístico, y levanta de ese modo a la literatura en general, para hacerse accesible a cualquier persona; por otro lado, la literatura coloca a la revelación en un plano de comprensión que no es solamente intelectual, puesto que el designio divino pretende llegar a todas las zonas de la existencia humana.
El pueblo de Dios en la Biblia celebra con frecuencia la excelsitud de la la Palabra revelada al referirse, implícita o explícitamente, a su expresividad. El salmo 19, de manera notable, se sitúa justamente en los planos de lo que la doctrina cristiana denomina revelación general (vv. 1-4a, los cielos y la expansión, que sin palabras hablan de la gloria de Dios) y revelación especial (vv. 4b-6), para afirmar que ésta última, la revelación escrita, vaciada en un molde literario, es “rica como la miel y más deseable que el oro refinado” (vv. 7-10). Se trata de una expresión que recoge las perspectivas teológica (o espiritual) y literaria que se sitúa en la línea del profeta Ezequiel y de Juan (en su Apocalipsis), quienes literal y simbólicamente gustan de la Palabra divina y dan testimonio de su sabor, identificándolo con el mensaje que transmiten.

1.2 La Biblia, legado espiritual
El pueblo de Dios recibe, acoge y se expresa también en la mayor parte de los documentos bíblicos, aunque ciertamente hay secciones en las que la afinidad e identificación de los y las creyentes con la palabra revelada son más intensas y transmiten de ese modo un patrimonio, una herencia (o tradición, en el buen sentido del término), que constituyen un auténtico legado de fe, de esperanza y de fidelidad hacia el contenido de la revelación: la vivencia de la relación histórica con el Dios vivo y verdadero que se deposita en las páginas bíblicas.
Un ejemplo extraordinario de la transmisión colectiva de este patrimonio son precisamente los Salmos, debido a su capacidad de evocación, es decir, de la fuerza espiritual y humana que tienen para provocar en sus lectores nuevas y enriquecedoras experiencias. La oración sálmica se formó (y se sigue formando) con las lecturas y apropiaciones sucesivas de la fe que trasluce cada salmo, creando una especie de cadena inspiracional que conecta a cada creyente con la experiencia espiritual que transmiten estos textos poéticos. Cuando fue posible, en la antigüedad, agregar nuevos elementos a algunos salmos, quienes tuvieron el don poético no dudaron en hacerlo y contribuyeron así al desarrollo y consolidación de este legado que se siguió transmitiendo invariablemente en todas las etapas de la historia.
Asimismo, la inmensa gama de matices en el ánimo, en la expresividad, presentes en las situaciones descritas por los Salmos, ya sean positivas o negativas, se convirtieron, con el paso del tiempo y la sedimentación de semejante caudal de vida, en una fuente interminable de la que siguen bebiendo los y las creyentes de todas partes, judíos, cristianos o incluso de otras religiones y tradiciones espirituales. La interacción que manifiestan entre la acción de Dios y la existencia humana, con sus aciertos y errores, pecados y tentaciones, e incluso con su desesperación y reclamos, proyectan intensamente el verdadero sentido de la revelación divina que, lejos de ser una invasión impersonal, abstracta o dogmática de la realidad, se encarna en vidas humanas auténticas, necesitadas de la mano misericordiosa y justa del Señor.
Además, la manera tan militante y comprometida con que se inserta Dios en la historia a favor de los pueblos más desfavorecidos impulsó también su estructuración dentro de la Biblia a través de las leyes divinas y de la proclamación de los profetas.
Esta tradición de denuncia y de rechazo de la injusticia, de la idolatría y de la violencia contra los débiles, grita abiertamente su oposición en gran parte de los testimonios bíblicos. Tomar en serio la vigencia de los ideales bíblicos por medio de una dinámica en la que recibir, apropiarse y transmitir, sucesivamente, los elementos principales de este legado sigue siendo una tarea inexcusable para los lectores actuales de la Biblia.
Redescubrir y vivir este patrimonio es una de las razones por las que la Biblia espera más lectores y hacedores de su mensaje.

1.3 La Biblia, legado cultural
De una manera muy similar a lo mencionado en el punto anterior, el acercamiento continuo (muy protestante) a la literatura bíblica nos brinda la posibilidad de tener acceso a un universo literario que ha permeado (no siempre para bien, lamentablemente) la vida y el pensamiento de la humanidad. Cuando, a partir de las reformas religiosas del siglo XVI, más gente comenzó a leer la Biblia en su propio idioma, la cultura popular se impregnó de muchos elementos bíblicos, aunque a decir verdad la interacción fue mutua. Gracias a ello, las tradiciones protestantes, en particular, tuvieron la posibilidad de transmitir su mensaje y su espiritualidad a mayorías de otro modo inaccesibles.
Las diversas traducciones de la Biblia comenzaron a generar culturas específicas en espacios geográficos impensables. Así, mientras la España católica se trasplantó violentamente al Nuevo Mundo y enfrentó el desafío de adaptar el mensaje cristiano a las nuevas situaciones que vivía, las minorías protestantes perseguidas de ese país aportaban al mundo uno de los esfuerzos misioneros y culturales más notables de su época: la versión de Casiodoro de Reina (1569), revisada más tarde por Cipriano de Valera (1602) llegó a ser, a mediados del siglo XIX, el fundamento de la cultura evangélica en los nuevos países hispanoamericanos. La importancia de esta traducción, cuya familiaridad para los protestantes les impide a veces mirarla con una perspectiva más amplia y crítica, está documentada incluso por críticos poco amables hacia la disidencia religiosa, como es el caso de Marcelino Menéndez y Pelayo, quien en un tomo de su enciclopédica Historia de los heterodoxos españoles (publicada en México por la editorial Porrúa de su colección “Sepan cuantos...”) describe los pormenores de la vida de ambos traductores y las inmensas dificultades que enfrentaron para publicar y hacer circular dicha obra en su propio país.
Antonio Alatorre se refiere también a la importancia de esta traducción, cuando afirma: “La lectura de la Biblia quedó prohibida en el imperio español desde el siglo XVI. Si hubiera sido autorizada la hermosa traducción de Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera, protestantes españoles del siglo XVI, la historia de nuestra lengua sería sin duda distinta a la que es” (Los 1,001 años de la lengua española. México, Fondo de Cultura Económica, 1989, p. 189). Existen otras fuentes protestantes que permiten saber más acerca de esta versión tan querida y memorizada.
La Biblia, como legado cultural, ha influido con sus historias, personajes, motivos y mensaje en general, a formar mentalidades y hábitos, a generar pensamiento y reflexión crítica acerca del mundo pasado y presente. Muchos escritores han reconocido la benéfica influencia de la Biblia (y de esta versión de la Biblia en particular) en la cultura hispanoamericana. El periódico La Jornada dedicó el 14 de abril de 1995 una página para presentar la opinión de algunos de ellos. Entre las más sobresalientes, podemos citar la siguiente, del novelista poblano Sergio Pitol:

Literariamente, la Biblia es la madre de todos los libros. El lenguaje bíblico es como la sedimentación de grandes literaturas. Yo me explico la gran literatura norteamericana del siglo XIX, ese surgimiento del nivel del suelo a los niveles más altos debido a que, para los protestantes, la Biblia era un libro de lectura diaria. En cambio, nosotros, la literatura de nuestro siglo XIX no puede comprarse porque nuestra tradición de la lengua era entonces a base de sermones de curas. Leo la traducción de Casiodoro de Reina (publicada en Basilea en 1569, si no me equivoco). Es un texto que la Inquisición consideró como heterodoxo [...] Es la tradicional que comencé a leer y sigo leyendo: es en donde el lenguaje me parece prodigioso.


La tradicional relación de los protestantismos con la literatura bíblica se ha expresado en la conformación de un estilo de vida reconocible por propios y extraños, tal y como lo testifica el reconocido escritor mexicano José Emilio Pacheco, al referirse a su relación juvenil con Carlos Monsiváis, antiguo lector de la Biblia: “En la feliz ignorancia del porvenir combinamos sin saberlo alta cultura y cultura popular: programas triples en viejos cines ya también desaparecidos, lecturas de la Biblia en la versión de Reina y Valera [sic] que yo ignoraba como buen niño católico, del mismo modo que me había mantenido a distancia de los poetas rojos como Neruda y Vallejo” (La Jornada, 17 de enero de 1993, p. 38).

(LC-O)

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