lunes, 27 de agosto de 2007

Letra 39, 2 de septiembre de 2007

LA BIBLIA, LIBRO DE LIBROS (IV): LA LECTURA COMUNITARIA DE LA BIBLIA, DIÁLOGO CON LA PALABRA
Anuario de las Sociedades Femeniles Presbiterianas 2000


4.1. La lectura comunitaria de la Biblia y sus diferentes niveles
En el subtema anterior se revisó la lectura cotidiana de la Biblia desde el ángulo de la espiritualidad y la cultura. Ahora, entrando a un estudio más cercano al mensaje bíblico sobre Dios y sobre la responsabilidad de la comunidad de fe, se analizará brevemente la forma en la que ésta, al reunirse continuamente, entabla un diálogo con la Palabra divina. Para introducir el asunto es necesario distinguir los diferentes niveles en los que se da la lectura comunitaria de la Biblia.
El primer y más constante nivel es el de la lectura litúrgica, la cual, a su vez, se desdobla en varios momentos: dedicación, confesión, alabanza, lectura, predicación, ofrendas, bendición. En cada uno de ellos, el uso de los textos bíblicos sirve a un fin determinado por lo que se dice que a cada momento en que la Biblia aparece dentro del culto cristiano se lleva a cabo una proclamación; por ello a la predicación se le denomina proclamación profética, es decir, aquella proclamación verbal que busca responder a las exigencias históricas del presente, para aplicar la voluntad de Dios e invitar a responder a ella con acciones concretas y actos de conversión.
La lectura catequética (de catequesis, aprendizaje de los catecismos o creencias básicas de la iglesia), habitualmente identificada con la educación cristiana o con la escuela dominical. Teóricamente, es en este tipo de lectura en la que se puede profundizar en las características y relaciones de los pasajes, textos, libros o secciones de la Biblia, y en donde también se puede estudiar más ordenadamente, es decir, con un cierto sistema o plan trazado de antemano.
La lectura devocional, que busca encontrar aplicaciones directas a la vida espiritual de los creyentes a través de un diálogo muy personal con la Palabra. Tratándose de una lectura edificante, no debe ser confundida con una lectura moralizante, basada solamente en la búsqueda de moralejas de aplicación práctica inmediata. El carácter individual de esta lectura tiene el inconveniente de que no es valorable tan fácilmente. Para facilitar este tipo de lectura se publican manuales o libros devocionales que sugieren lecturas diarias pero que, igualmente, no siempre canalizan el interés de los lectores hacia un plan de estudio regular.
La lectura teológica, que intenta situar a los textos en todos los contextos posibles con el fin de recuperar el mensaje bíblico y hacerlo dialogar con las corrientes de pensamiento prevalecientes. Naturalmente, esta es la forma menos socorrida porque presupone un buen manejo de los elementos introductorios de cada porción o libro (autor, fecha de redacción, contexto original, lectores originales, estructura, características lingüísticas y gramaticales, etcétera). Estando al servicio de la predicación formal, este nivel de lectura representa la culminación de un proceso que articule, de la mejor manera, elementos de los niveles anteriores con el fin de integrarlos a un conjunto armónico que permita apreciar el mensaje bíblico de una manera más completa.
Los puntos que siguen no se limitarán a explorar lo que sucede en la lectura litúrgica, la que frecuentemente es entendida como la única forma de lectura comunitaria. Superar esta idea es uno de los objetivos del presente estudio, dado que, al reconocer como comunitaria a cada una de las demás formas de lectura, se podrán colocar los cimientos para el esfuerzo interpretativo que las iglesias locales necesitan para poder afirmar con seguridad que esa lectura se está llevando a cabo

4.2. La tarea interpretativa de la comunidad cristiana
Toda lectura es una forma práctica de interpretación, esto es, cuando aplicamos criterios para valorar o enjuiciar un suceso o una acción, llevamos a cabo una lectura. De ahí que sea posible preguntarse: ¿cuál es nuestra lectura de este fenómeno o circunstancia?, o ¿qué otras posibles lecturas se pueden hacer del mismo?, e incluso, qué conflictos pueden darse entre las diferentes formas de leer un texto o una realidad?
Un ejemplo bíblico de este concepto de lectura aparece en la respuesta de Jesús a aquel intérprete de la ley judía que lo interroga sobre la vida eterna para probarlo: “¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo lees?” (Lucas 10.25-26). Esta interrogación trae a colación el problema implícito en todo acto de lectura y/o interpretación: cada lector antepone su experiencia y sus ideas previas a la lectura que lleva a cabo, modificando o confirmando sobre la marcha algunas de ellas. El lector participa, así, de forma activa en la construcción del significado de lo que lee, planteándose la posibilidad de no coincidir necesariamente con lo que el autor de una obra quiso decir. Dicho de otra manera: cada quien encuentra lo que quiere encontrar en su lectura.
Las comunidades cristianas de todos los tiempos han practicado siempre la tarea interpretativa de la Biblia. No es privilegio de unas cuantas personas ilustradas o instruidas que han aprendido a descubrir cuál es el mensaje de la Biblia. Todos los cristianos participamos en la construcción de los significados de los textos bíblicos, aunque a primera vista no sea tan clara dicha participación. Participar continuamente en la vida comunitaria se constituye en un taller que permite a los miembros de las iglesias incorporarse a la tarea interpretativa. Cada sermón escuchado, cada plática sobre algún tema bíblico, hacen posible que por constancia o por frecuencia se desarrollen opiniones más o menos firmes sobre el sentido de los textos bíblicos. Estas opiniones acumuladas forman, en su conjunto, un criterio que se aplica continuamente, en cada nuevo asedio a los textos.
La antigua crítica protestante a la prohibición católica de leer ampliamente la Biblia se sostenía histórica, cultural y espiritualmente, porque apuntaba hacia un fenómeno que Carlos Mesters (biblista holandés que trabaja en Brasil desde hace muchos años) ha estudiado muy bien: el pueblo más sencillo renunciaba a leer la Biblia porque la veía como un libro ajeno, extraño, alejado de su realidad y de su lenguaje. Esta situación no se daba en el protestantismo puesto que allí la gente siempre ha experimentado una estrecha cercanía con los textos bíblicos. Para constatarlo, hay que ver cómo se siguen memorizando fragmentos enteros. Lo que resulta cuestionable, a estas alturas, es si dicha familiaridad con la Escritura contribuye a desarrollar entre los lectores una actitud interpretativa seria además de intensa. Las comunidades católicas de base han progresado tanto en su interpretación colectiva de los textos que, para algunos observadores, tal esfuerzo se asemeja al de la Reforma Protestante del siglo XVI. Por el contrario, para otros, las comunidades evangélicas se han rezagado en los útlimos tiempos en este campo.
En Hechos 17.10-15 encontramos un modelo de interpretación colectiva: los judíos de Berea, con una actitud saludable hacia la Palabra, al escuchar el mensaje cristiano predicado por Pablo, verificaron por sí mismos en las Escrituras la validez de sus afirmaciones. Con ello, acompañaron la recepción del Evangelio con un empeño crítico, informado, deseoso de participar en el aprendizaje del mensaje que llegaba a transformar su manera de pensar y de entender la relación con Dios. El acercamiento interpretativo al Antiguo Testamento les permitió encontrarse con la realidad salvadora de Jesucristo, es decir, el estudio y la interpretación colectivos fueron la puerta de acceso para vislumbrar la centralidad de Jesucristo en la historia de la salvación. Siendo judíos conocedores de los textos, este conocimiento bien canalizado pudo abrirse hacia la recepción de la novedad representada por Jesús.



4.3. El diálogo con la Palabra en la comunidad cristiana
Vivimos, actualmente, en una época de inflación de la palabra humana, de excesos verbales y de bombardeo informativo y comunicativo. Es tal la cantidad de mensajes que buscan capturar nuestra atención que resulta muy complicado distinguir la calidad de los mismos. Ante esa situación, la necesidad de dialogar con la Palabra, la única que merece escribirse con mayúscula, se reduce al mínimo. Muchas palabras compiten con la Palabra de Dios para llegar al oído y al corazón de la humanidad. Como lo expresó el poeta inglés T.S. Eliot en Los coros de La Roca:

El infinito ciclo de las ideas y los actos,
infinita invención, experimento incesante,
trae conocimiento del cambio, pero no de la quietud;
conocimiento del habla, pero no del silencio;
conocimiento de las palabras e ignorancia del Verbo.
Todo nuestro conocimiento nos acerca a nuestra ignorancia,
toda nuestra ignorancia nos acerca a la muerte,
pero la cercanía de la muerte no nos acerca a Dios.
¿Dónde está la vida que hemos perdido en vivir?
¿Dónde está la sabiduría que hemos perdido en conocimiento?
¿Dónde está el conocimiento que hemos perdido en información?
Los ciclos celestiales en veinte siglos
nos alejan de Dios y nos aproximan al polvo.

Y es que, efectivamente, la explosión de los medios de comunicación, la diversificada oferta de opciones políticas, ideológicas y religiosas, produce confusión y, sobre todo, banalidad, es decir, la incapacidad de tratar, pensar o reflexionar sobre asuntos verdaderamente trascendentes. El acceso a la palabra divina en las iglesias y congregaciones debe considerarse como un remanso real, por medio del cual, sea posible iluminar con la Palabra las oscuridades y la desesperaciòn humana. Asimismo, la Iglesia debe funcionar también como un espacio de resistencia en donde Dios sea escuchado y su palabra atendida como fuente de paz, como bálsamo para las necesidades humanas, y también como juicio sobre los pecados y los excesos.
El diálogo con la Palabra a través del contacto cotidiano con la Biblia es una de las cosas que la Iglesia debe ofrecer, no como un privilegio, sino como manifestación de su obediencia a la voluntad del Creador.

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