lunes, 27 de agosto de 2007

Rostro de hombre, Gastón Soublette

En realidad, la metrópoli entera se inquieta cuando aparece el bienaventurado.
Aquel que no aprieta la garganta para hablar
Y cuyas palabras le brotan desde los talones
Que no se alza sobre la punta de los pies, ni emplea frases abusivas.
Aquel que defiende al pueblo de la publicidad
No con una buena televisión
Ni siquiera con una buena literatura
Sino con milagros
Se me ocurre que todavía anda por ahí merodeando como antes
Rodeando ciudades, mendigando peces y mascando trigo crudo, para calmar su hambre.
Apareciendo cuando nadie lo esperaba
En compañía de indeseables
En permanente compromiso con los marginados
Aquellos que se alejan del centro, por sus dolencias a sus pobres quehaceres
Con los delincuentes comunes y los melenudos impávidos
Los mendigos y los organilleros sentimentales
Lo cierto es que al término de todo está Él
Descalificado por todas las universidades del mundo
Como la pobre Juana por la Sorbona
De nada sirven ya los tratados que desarrollan el interesantísimo tema de "El problema de Jesús"
Ni esos folios venerables así llamados "sumas teológicas"
De nada sirve la coherencia misma del pensamiento escrito
Ni la autopsia de las civilizaciones.
De nada sirve la ordenación de la vida al tenor de las más recientes investigaciones.
Ni la virtud ni la solidaridad de los Estados
Ni aquella asamblea interburocrática propuesta por los gobiernos para la administración de la paz.
Los caminos del Señor resultaron no ser nuestros caminos
Los desvíos del Señor resultaron no ser nuestros desvíos
La primavera sólo sabe responder con flores e insectos
Y los volcanes con fuego y cólera
La vida sólo sabe responder con la vida
¿No era eso lo único que deseamos a través de nuestra azarosa existencia?
Pues la vida se manifestó
y Pedro y Juan la vieron.

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