lunes, 6 de agosto de 2007

La experiencia de la (re)lectura bíblica, L. Cervantes-Ortiz

Lucas 10.21-37
5 de agosto, 2007

Es un lugar común la afirmación de que la Biblia es uno de los libros más traducidos y leídos a nivel mundial. La promoción generalizada de su lectura en busca que su contenido permanezca accesible en cualquier circunstancia y responda a cualquier tipo de necesidad humana. Lamentablemente, su presencia generalizada y las altas ventas de ejemplares no garantizan que su lectura sea realizada con la seriedad que su estatus religioso y espiritual reclama porque, al menos en nuestro país, no se encuentra ajena al escaso aprecio por los libros motivado, entre otras cosas, por el limitado poder adquisitivo de la mayoría de la población. En las iglesias evangélicas, tradicionales portadoras y divulgadoras de una cultura bíblica, ésta sufre un preocupante déficit a causa de múltiples factores.


La lectura de la Biblia en la Iglesia es un fenómeno cuyas aspectos individuales y colectivos merecen ser analizados a partir de la necesidad de mantener la frescura de la presencia de la Palabra de Dios en su medio natural, justo ahí donde debe ser valorada como el centro de la vida y acción de las comunidades. El vigor profético de la Iglesia depende directamente de la forma en que las comunidades cristianas aprecien la herencia histórica de la Biblia como legado de fe para interpretar la historia de la salvación, es decir, la acción de Dios en el mundo.

1. La relectura, experiencia que brota de la Biblia
La relectura es un ejercicio de búsqueda persistente en un texto, pues el “depósito o reserva de sentido” es prácticamente inagotable sobre todo por su relación directa con los sucesos vitales, de ahí que se hable también de la exigencia de aprender a interpretar la vida junto con la interpretación de los textos bíblicos. Severino Croatto explica: “Los acontecimientos que dan origen a un pueblo no se agotan en su primera narración sino que ‘crecen’ en sentido por sus proyecciones en la vida de aquel”.
[1] La relectura bíblica comenzó en la redacción misma de los textos de las Escrituras porque “la palabra del acontecimiento lo redimensiona y reelabora: la vocación de Moisés, las plagas de Egipto, la pascua apresurada, el cruce del mar no son episodios del acontecimiento de liberación sino expresiones de su sentido como proyecto y actuación de Dios, o como memoria festiva”.[2] Toda relectura bíblica es una exploración del sentido de los textos a la luz de las nuevas preguntas existenciales que plantean las realidades vividas. “Releer no es evacuar el sentido sino explorar su sobreabundancia”.[3]


Uno de los casos más llamativos de relectura bíblica en el Antiguo Testamento es, por supuesto, el que se practicó en relación con la salida de Egipto. El éxodo se instaló de tal forma en la memoria y en la fe de Israel que vino a ser el motivo dominante de su reflexión e interpretación de la acción de Dios en la historia. Este suceso fue el modelo de la intervención divina para favorecer a su pueblo. Los capítulos 40 a 55 del libro de Isaías, conocidos como el Segundo Isaías, constituyen una sólida revisión de los acontecimientos del éxodo, aplicados a la nueva situación que el pueblo enfrentó durante su estancia en Babilonia: el retorno hacia Palestina fue interpretado según la clave del éxodo como una repetición de lo que había sucedido varios siglos antes. De ahí que al releer o interpretar nuevamente alguna porción de las Escrituras no situamos en línea directa con una larga tradición de exploración del significado de los textos. Y es que la Biblia es un conjunto de capas y capas acumuladas de relectura y reinterpretación constante de los textos que la conforman.

2. ¿Cómo lees (interpretas) o relees?: la pregunta acuciante de Jesús
La famosa historia de “el buen samaritano” comienza en Lucas con la presencia de un especialista, un intérprete de la Ley, quien a diferencia de lo sucedido en Marcos y Mateo, se enfrasca con Jesús en un debate hermenéutico: la pregunta consiste en saber qué debe hacerse para heredar la vida eterna, a lo que Jesús responde con un par de interrogantes demoledoras, que podían responderse en el nivel de lo enunciado. Primero, acerca del contenido de la Ley, esto es, de la palabra de Dios, lo cual remite, por un lado a la existencia de un canon reconocido y, por otro, al grado de familiaridad con los textos. Segundo, acerca de la perspectiva predominante en nuestra lectura, relectura o interpretación, pues nunca hay una lectura inocente o desprejuiciada de ningún texto bíblico, pues cualquiera puede poner en entredicho nuestra posición, lugar social, afición política, problemática presente, etcétera.



La pregunta ¿cómo lees? Nos remite inevitablemente a un método de relectura o interpretación, sin que necesariamente seamos especialistas en los idiomas bíblicos para practicar acercamientos interesados a los textos. Por ello, la relectura se ha establecido en las últimas décadas como una búsqueda cada vez más consciente e informada de los riesgos que corremos y de los intereses que entran en juego a la hora de leer e interpretar porque no será igual nuestra lectura si somos hombres o mujeres, ricos o pobres, indígenas o mestizos, empleados o desempleados, negros o blancos, etcétera. Si ahora mismo fuéramos cuestionados por la misma pregunta de Jesús, nuestra respuesta estará en función del momento que vivimos y del tipo de persona que seamos.

3. Del texto a la acción (Paul Ricoeur): la fuerza de la palabra
“Lo decisivo más bien es la praxis que genera la lectura”, afirma Croatto.
[4] A la respuesta tan formal y ortodoxa del estudioso de la Ley sobre el mandamiento del amor a Dios sobre todas las cosas y el amor al prójimo, Jesús reacciona con un reconocimiento y una exhortación: “Haz esto y vivirás”. El problema fue que el estudioso volvió a preguntar sobre la naturaleza del prójimo y, entonces, Jesús recurre a la historia del hombre salvado por el samaritano, especie de enemigo racial, ideológico y cultural del intérprete de la Ley, cuya deficiencia en la lectura o interpretación de la Ley es evidenciada por Jesús al plantearle este relato. Eso quiere decir que la sana comprensión de los textos por sí misma no garantiza que se lleve a cabo la acción que orienta el mensaje del texto o que se espera que produzca el mismo. Hace falta, más bien, una ruptura vital, una conversión a la realidad, una especie de cortocircuito entre los textos y la realidad, situación que se aprecia en todo lo relacionado con la lectura, pues ésta tendrá efectos reales en la medida que resulte significativa para el lector en cuestión.


Por ello a veces surge cierta desesperación cuando pensamos que la Biblia es lo suficientemente clara para transformar nuestros hábitos y mentalidades en relación con situaciones que ponen en entredicho intereses creados como el machismo, la homofobia, la discriminación, el racismo, la intolerancia, la injusticia, pecados que se siguen practicando dentro y fuera de la Iglesia porque no creemos, lamentablemente, que la Palabra de Dios siempre es obedecida en la Iglesia… Sólo nos resta llevar a cabo una fuerte introspección con la pregunta de Jesús: ¿cómo releemos e interpretamos la palabra divina? Y si esa relectura nos conduce a la obediencia o más bien a una resistencia rebelde a su voluntad.


Notas
[1] J.S. Croatto, Hermenéutica bíblica. Para una teoría de la lectura como producción de sentido. Buenos Aires, La Aurora, 1984, p. 45.
[2] Ibid., pp. 45-46.
[3] Ibid., p. 63.
[4] Ibid.,p. 47.

No hay comentarios:

Apocalipsis 1.9, L. Cervantes-O.

29 de agosto, 2021   Yo, Juan, soy su hermano en Cristo, pues ustedes y yo confiamos en él. Y por confiar en él, pertenezco al reino de Di...