1. Jesús en la sinagoga de Nazaret
La verdadera narración de Lucas comienza en Nazaret, el pueblo adonde se había criado Jesús, luego del vistazo a la genealogía, el bautismo y la tentación. Lucas toma su relato y comienza a darle un perfil propio, el de una reconstrucción marcada por una distanciación étnica o racial y también cultural y religiosa. Es el comienzo de lo que Girardet denomina “la historia de las luchas de Jesús por la liberación de su pueblo”.[1] Los capítulos precedentes han sido un preámbulo pues ayudan a comprender las condiciones de sufrimiento y opresión del pueblo y a conocer sus esperanzas.
Jesús practica la tradición de su pueblo y sigue sus costumbres: esta idea no entra en contradicción alguna con la práctica subversiva y revolucionaria con que Jesús asume su condición de Hijo de Dios que introducirá el Reino de su Padre en el mundo. Pareciera más bien que a veces quisiéramos ser más radicales que Jesús y dejamos de lado la importancia de las costumbres del pueblo. Jesús se sitúa en estricta continuidad con los hábitos religiosos de su pueblo y se presenta el sábado a la liturgia de la Palabra, como parte de una comunidad de lectores e intérpretes de largo recorrido.
Guardar el sábado para Jesús no representaba una carga, aunque más tarde su postura se radicalizará bastante. El sábado, para Jesús, era el día del encuentro con la Palabra divina concentrada en los ancestrales rollos de la Ley. En este sentido, Jesús respeta la tradición, el día de reposo y la forma en que su pueblo sentía que se encontraba con la Palabra de su Dios. Y es que el ambiente natural de la palabra divina, en la posibilidad de impactarla proféticamente, es la comunidad, igual que hoy, cuando a veces parece que nos engolosinamos con una serie de repeticiones rutinarias de actos en los que la frescura de la Palabra se niega a aparecer. La expectativa por recibir una palabra nueva en ocasiones como que se difumina y se esconde en las tantas acciones, gestos, rituales o actividades que llevamos a cabo. Y Jesús toma su turno para leer las Escrituras...
2. Jesús relee al profeta Isaías en medio de la rutina del culto
Jesús va a practicar una lectura habitual y una relectura inesperada: toma las palabras del profeta, las encarna en su voz, recuerda aquel viejo programa profético en que la esperanza del pueblo de Dios es relanzada en un nuevo ambiente y época, y lo enuncia con una simplicidad rotunda y efectiva. El hecho mismo de darle vida a los textos pone delante del mundo y la comunidad la posibilidad de acceder a una nueva aplicación de las Escrituras. El culto semanal no deparaba ni garantizaba que una lectura de las promesas de los profetas sería diferente y se acudía para asegurarse de que todo estaba y seguiría en orden, con la sencilla seguridad de que Dios estaba de parte del pueblo.
Sobra decir que los habitantes de Nazaret no necesariamente comprendían las profecías que escuchaban cada sábado. Podría decirse que estaban atrapados por su cotidianidad elemental, al mismo tiempo que por una cierta aceptación pasiva de la presencia de los poderes de turno: militares y religiosos. La lectura de las Escrituras antiguas se enmarcaba, por lo tanto, en un esquema de conservación religiosa y social que servía para asegurar la estabilidad, con lo que las palabras proféticas eran algo así como un explosivo desactivado. La fuerza de la rutina funcionaba como una suerte de sopor que adormecía el potencial impulso renovador de los textos sagrados.
3. Jesús se aplica la profecía a sí mismo
Pero quienes lo escucharon lo observaban detenidamente porque esperaban que sucediera algo y, sí, efectivamente, sin saber exactamente que sucedería, de pronto Jesús los sorprende afirmando el cumplimiento de la profecía en ese momento. Se trataba de un gran atrevimiento que hoy juzgaríamos y de hecho juzgamos en esa línea de análisis: ¿quién puede atreverse hoy a hablar del cumplimiento exacto de alguna profecía sin caen en el descrédito y la burla? Jesús era un blasfemo que relanza un programa profético de recuperación comunitaria en función del beneficio directo de las capas más desprotegidas de la población, aquellas que soportaban el peso directo de la ocupación romana y que no tenían la posibilidad, como tampoco otros sectores medios (artesanos, intelectuales y pequeños propietarios), quienes bajo la guía de los fariseos recibían una interpretación de las Escrituras a modo para que las cosas siguieran como estaban.[2] Además, no debe olvidarse que la interpretación de los textos tenía ya desde entonces una larga tradición que no podía violentarse tan fácilmente. Cualquier novedad era vista sospechosamente.
El discurso original estaba teñido de elementos subversivos y se había dirigido a los pequeños y oprimidos de Israel. Ahora, en la nueva circunstancia que experimentaba el propio Jesús, la palabra clave es resignación, porque las esperanzas populares no encontraban forma de canalizarse operativamente para transformar en alguna medida el statu quo. Pero Jesús va a decir, más o menos, lo siguiente, aplicándose a sí mismo la reinterpretación y relectura de los textos de Isaías 61:
Todos sabemos que en el pasado Dios liberó a nuestros padres, que él es un Dios liberador [¿lo sabemos hoy también?]: todos los escritos de la Biblia lo atestiguan. Pero esa liberación no está embalsamada en nuestros libros, encerrada en nuestros rituales: es un acontecimiento siempre vivo y presente. El día de la liberación (mencionado en la frase: “El año aceptable del Señor”) ha llegado hoy. El cambio anunciado en las relaciones humanas, económicas y políticas, ha comenzado hoy. Yo estoy aquí para llevarlo a cabo.[3]
¿Ah, sí? ¿Y cómo? ¿Con unas cuantas palabras ligeras sobre el cumplimiento de una profecía?: no, con un programa efectivo de trabajo al servicio de las mayorías pobres. No se rechazará la palabra de Isaías sino la de Jesús, pues las resistencias al cambio siempre son intensas. Se busca “edificación” no un llamado a la “revuelta”. Jesús aplica las palabras de Isaías a la coyuntura de su momento, tal como debemos hacerlo hoy.
Notas
[1] Giorgio Girardet, A los cautivos libertad. La misión de Jesús según San Lucas. Trad. de Diana Vignolo. Buenos Aires, La Aurora, 1982, p. 28.
[2] Cf.
[3] G. Girardet, op. cit., pp. 29-30.
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