Anuario de las Sociedades Femeniles Presbiterianas 2000
2.1. Los géneros literarios en la Biblia: un universo fascinante
Un género literario es una forma fija de expresión que se reconoce de manera constante por sus características. Así, es posible distinguir, incluso de manera superficial la prosa de la poesía, por la forma en que se presentan visualmente en la página; no obstante, en la prosa existen varios géneros bien diferenciados (novela, cuento, ensayo, etcétera), al igual que en la poesía (épica, lírica, dramática, etcétera).
Con todo, la distinguir entre verso y prosa es útil como un primer paso para llegar al objetivo de este subtema. En la Biblia, cada libro y sección contiene amplias combinaciones de géneros literarios. Si se pasa revista al Pentateuco (de Génesis a Deuteronomio), se verá que en el Génesis se narran historias antiguas, casi legendarias (como la creación del universo y de la humanidad, la historia de la caída o el diluvio) y, al mismo tiempo aparecen poemas épicos (de guerra) como el del hijo de Caín e incluso algunas genealogías.
Más adelante, las historias patriarcales (sobre todo las de Jacob y José) alcanzan casi la forma de novelas por la consistencia de su trama y de sus personajes. Al entrar al libro del Éxodo, se hallarán, lado a lado, relatos históricos junto con poemas (como el cántico de Moisés) y, más tarde, hasta bien avanzado el Levítico, amplias secciones legales. El libro de los Números lleva ese nombre por la gran cantidad de registros genealógicos que contiene, aun cuando también tenga grandes segmentos narrativos. Deuteronomio representa una síntesis de todo lo que aparece en los cuatro libros anteriores.
Desde Josué hasta Ester, la prosa narrativa incorpora algunas secciones poéticas, como en el caso del salmo de arrepentimiento que canta David después del pecado que cometió en el caso de Betsabé. La mayor parte del libro de Job pertenece al género de la poesía dramática, puesto que el prólogo y la conclusión están en prosa.
Los Salmos son un conjunto de poemas que mezclan diversos subgéneros (lírica, los más personales; épica, los relativos a la historia del pueblo; imprecatorios, los dirigidos a Dios de manera más intensa y exigente; de alabanza, en otra variedad muy amplia). El libro de los Proverbios mezcla refranes con prosa reflexiva y alegórica (sobre todo en los capítulos 8 y 9, referentes a la sabiduría como una mujer).
Eclesiastés rompe profundamente con los géneros conocidos al introducir una prosa reflexiva cercana a lo que ahora se conoce como ensayo de tipo filosófico. Ambos libros forman parte de lo que se ha denominado literatura sapiencial. El Cantar de los Cantares es un poema erótico con porciones dramáticas donde interviene el diálogo de los personajes. Los llamados libros poéticos, con esta variedad, no representan una franja uniforme ni mucho menos.
La casi totalidad de los libros proféticos (un género en sí mismo) está escrita en verso, con porciones históricas redactadas en prosa narrativa (como en el caso de Isaías, Jeremías, Amós y Jonás, entre otros libros). Los expertos han identificado una variedad impresionante de subgéneros dentro de la literatura profética, lo que amplía aún más el horizonte literario del Antiguo Testamento. Entre ellos se pueden mencionar el bloque conocido como los Cánticos del Siervo Sufriente, en Isaías 42-49 o las porciones apocalípticas de Isaías, Ezequiel y Joel. Precisamente dentro de este otro género, la literatura apocalíptica, se encuentra en su totalidad el libro de Daniel, que aun cuando contiene segmentos narrativos, despliega las características peculiares del género en las visiones del personaje.
El Nuevo Testamento se abre con un género totalmente distinto a las biografías de origen griego o romano, el Evangelio, con cuatro variantes: Mateo a Juan, los cuales contienen, a su vez, elementos propios de otros géneros como las bienaventuranzas en Mateo, los cánticos en Lucas o el prólogo del evangelio de Juan. o las oraciones y sermones de Jesús. La historia de la pasión, muerte y resurrección del Señor, recogida al final de cada evangelio en una proporción significativa de texto, es todo un subgénero.
El libro de los Hechos, con su fuerza narrativa, se coloca en la línea de lo que se conocía en el mundo grecolatino como praxis (palabra griega que significa precisamente “acciones” o “hechos”), pero incorpora la fuerza querigmática (de kerygma, “proclamación [del Evangelio de Jesucristo])” y misionera propia de la Iglesia cristiana en sus inicios, así como elementos de otros géneros ya desarrollados. Las epístolas de Pablo, que respetan los lineamientos del género epistolar antiguo, introducen una variación notable al transformarse en auténticos tratados teológicos que desarrollan ampliamente la doctrina cristiana. Estos textos incluyen también oraciones, doxologías (alabanzas), confesiones de fe y fórmulas doctrinales utilizadas por las comunidades, e incluso segmentos apocalípticos, como en la II Tesalonicenses. Algo parecido ocurre con las demás cartas apostólicas, algunas de las cuales, como la de Judas o Santiago, incluyen elementos muy ligados al estilo judío. El caso de la carta a los Hebreos es aparte: se trata de un sermón cristológico vaciado en el molde de una epístola muy singular.
Finalmente, el Apocalipsis de Juan lleva señalado en su nombre el tipo de género del cual forma parte, pero incluso este libro incorpora elementos propios de otros géneros, especialmente los cánticos litúrgicos.
2.2. Utilidad del reconocimiento de los géneros literarios para la lectura de la Biblia
Relacionar los géneros literarios que aparecen en la Biblia con su mensaje es un ejercicio muy saludable a través del cual es posible percibir las conexiones entre fe y literatura. Estas conexiones, que con frecuencia son rechazadas, contribuyen a que el mensaje bíblico adquiera la profundidad que le caracteriza.
Con el propósito de aplicar el reconocimiento de los géneros literarios a la lectura de la Biblia, se estudiarán brevemente un par de fragmentos del libro de Job. La estructura literaria de este libro es toda una lección literaria y de fe: el prólogo y el epílogo del libro están en prosa; el centro, el cuerpo, la sustancia del libro está en verso. ¿No plantea eso ya una interrogación?
El primero de los fragmentos, correspondiente al capítulo inicial del libro, escrito en prosa narrativa, cuenta la historia del trato que llevan a cabo, en la esfera divina, Jehová y Satán respecto a la vida de Job, quien no parece darse por enterado. Es justamente esta ignorancia la que plantea, desde el inicio del libro, el problema humano con todo su dramatismo: por un lado, Job desconoce por completo que su vida está siendo negociada por Satán y, por el otro, se ve obligado, por las circunstancias adversas, a reaccionar. Podría decirse que lo narrado en prosa es lo más prosaico de la historia: se trata del nivel divino en el que los seres humanos no podemos intervenir, donde se decide el destino, donde nadie puede penetrar o imaginar algo.
Así, el prólogo se constituye en un pórtico formidable que no sólo nos introduce en el ambiente de la historia que vendrá, proporcionando el escenario del drama, sino que nos coloca desde un principio en la realidad lejana, del designio divino, incomprensible para los mortales, puesto que la aparición del sufrimiento aquí abajo, en medio de las realidades cotidianas, no encuentra una explicación inmediata, accesible por medio de especulaciones superficiales. La prosa narrativa está al servicio, entonces, de una voluntad teológica sólida que busca la verdad más allá de las apariencias, aun cuando no deje de manifestar la perplejidad ante el sufrimiento que más tarde atormentará al protagonista principal. Además, el lector, a quien se busca implicar directamente en el drama, va a conocer ambas perspectivas: la de arriba y la de abajo, por decrilo así, participando de un punto de vista privilegiado, que sólo la literatura puede construir, puesto que en la realidad humana esto es prácticamente imposible.
El segundo fragmento, el capítulo 3 del libro en cuestión, escrito en verso, marca el inicio del cuerpo del libro, es decir, del núcleo literario en el que se hace presente el sufrimiento humano con toda su intensidad. La poesía, en la extensa exposición de la reacción inicial de Job, en el diálogo con sus amigos y en la exigencia de respuesta por parte de Dios, se convierte en el vehículo privilegiado de la revelación que este libro contiene. Al parecer, no se trata de ninguna casualidad el hecho de que el verso dramático (que es la forma literaria específica) marque el ritmo del desarrollo de la tragedia humana expuesta. Job se expresa, desgarradoramente, delante de Dios y de los testigos humanos, con una profundidad cada vez más abismal.
El libro ha subrayado, desde el inicio, que Job no busca explicaciones ajenas al trato familiar que ha tenido con Dios: sólo de parte de él espera una explicación razonable, aun cuando su persona y su fe han sido objeto de un atatque hasta los más hondos cimientos. Su fe permanece inalterable y va y viene, en un ejercicio de oración y desahogo impresionantes, de la denuncia y la apología de su inocencia, a la diatriba más encendida en contra de sus interlocutores, quienes no comprenden hasta dónde puede llegar la prueba que Dios envía a sus fieles.
Comparar la prosa con la poesía, en este caso, coloca el mensaje bíblico en una dimensión apenas perceptible si no se toman en cuenta los géneros literarios. Para colmo, las Biblias antiguas reproducían el texto de este libro completamente en prosa, limitando el acceso del lector a las riquezas escondidas en la forma literaria, profundamente tejida con el mensaje que se desea transmitir. (LC-O)
Un género literario es una forma fija de expresión que se reconoce de manera constante por sus características. Así, es posible distinguir, incluso de manera superficial la prosa de la poesía, por la forma en que se presentan visualmente en la página; no obstante, en la prosa existen varios géneros bien diferenciados (novela, cuento, ensayo, etcétera), al igual que en la poesía (épica, lírica, dramática, etcétera).
Con todo, la distinguir entre verso y prosa es útil como un primer paso para llegar al objetivo de este subtema. En la Biblia, cada libro y sección contiene amplias combinaciones de géneros literarios. Si se pasa revista al Pentateuco (de Génesis a Deuteronomio), se verá que en el Génesis se narran historias antiguas, casi legendarias (como la creación del universo y de la humanidad, la historia de la caída o el diluvio) y, al mismo tiempo aparecen poemas épicos (de guerra) como el del hijo de Caín e incluso algunas genealogías.
Más adelante, las historias patriarcales (sobre todo las de Jacob y José) alcanzan casi la forma de novelas por la consistencia de su trama y de sus personajes. Al entrar al libro del Éxodo, se hallarán, lado a lado, relatos históricos junto con poemas (como el cántico de Moisés) y, más tarde, hasta bien avanzado el Levítico, amplias secciones legales. El libro de los Números lleva ese nombre por la gran cantidad de registros genealógicos que contiene, aun cuando también tenga grandes segmentos narrativos. Deuteronomio representa una síntesis de todo lo que aparece en los cuatro libros anteriores.
Desde Josué hasta Ester, la prosa narrativa incorpora algunas secciones poéticas, como en el caso del salmo de arrepentimiento que canta David después del pecado que cometió en el caso de Betsabé. La mayor parte del libro de Job pertenece al género de la poesía dramática, puesto que el prólogo y la conclusión están en prosa.
Los Salmos son un conjunto de poemas que mezclan diversos subgéneros (lírica, los más personales; épica, los relativos a la historia del pueblo; imprecatorios, los dirigidos a Dios de manera más intensa y exigente; de alabanza, en otra variedad muy amplia). El libro de los Proverbios mezcla refranes con prosa reflexiva y alegórica (sobre todo en los capítulos 8 y 9, referentes a la sabiduría como una mujer).
Eclesiastés rompe profundamente con los géneros conocidos al introducir una prosa reflexiva cercana a lo que ahora se conoce como ensayo de tipo filosófico. Ambos libros forman parte de lo que se ha denominado literatura sapiencial. El Cantar de los Cantares es un poema erótico con porciones dramáticas donde interviene el diálogo de los personajes. Los llamados libros poéticos, con esta variedad, no representan una franja uniforme ni mucho menos.
La casi totalidad de los libros proféticos (un género en sí mismo) está escrita en verso, con porciones históricas redactadas en prosa narrativa (como en el caso de Isaías, Jeremías, Amós y Jonás, entre otros libros). Los expertos han identificado una variedad impresionante de subgéneros dentro de la literatura profética, lo que amplía aún más el horizonte literario del Antiguo Testamento. Entre ellos se pueden mencionar el bloque conocido como los Cánticos del Siervo Sufriente, en Isaías 42-49 o las porciones apocalípticas de Isaías, Ezequiel y Joel. Precisamente dentro de este otro género, la literatura apocalíptica, se encuentra en su totalidad el libro de Daniel, que aun cuando contiene segmentos narrativos, despliega las características peculiares del género en las visiones del personaje.
El Nuevo Testamento se abre con un género totalmente distinto a las biografías de origen griego o romano, el Evangelio, con cuatro variantes: Mateo a Juan, los cuales contienen, a su vez, elementos propios de otros géneros como las bienaventuranzas en Mateo, los cánticos en Lucas o el prólogo del evangelio de Juan. o las oraciones y sermones de Jesús. La historia de la pasión, muerte y resurrección del Señor, recogida al final de cada evangelio en una proporción significativa de texto, es todo un subgénero.
El libro de los Hechos, con su fuerza narrativa, se coloca en la línea de lo que se conocía en el mundo grecolatino como praxis (palabra griega que significa precisamente “acciones” o “hechos”), pero incorpora la fuerza querigmática (de kerygma, “proclamación [del Evangelio de Jesucristo])” y misionera propia de la Iglesia cristiana en sus inicios, así como elementos de otros géneros ya desarrollados. Las epístolas de Pablo, que respetan los lineamientos del género epistolar antiguo, introducen una variación notable al transformarse en auténticos tratados teológicos que desarrollan ampliamente la doctrina cristiana. Estos textos incluyen también oraciones, doxologías (alabanzas), confesiones de fe y fórmulas doctrinales utilizadas por las comunidades, e incluso segmentos apocalípticos, como en la II Tesalonicenses. Algo parecido ocurre con las demás cartas apostólicas, algunas de las cuales, como la de Judas o Santiago, incluyen elementos muy ligados al estilo judío. El caso de la carta a los Hebreos es aparte: se trata de un sermón cristológico vaciado en el molde de una epístola muy singular.
Finalmente, el Apocalipsis de Juan lleva señalado en su nombre el tipo de género del cual forma parte, pero incluso este libro incorpora elementos propios de otros géneros, especialmente los cánticos litúrgicos.
2.2. Utilidad del reconocimiento de los géneros literarios para la lectura de la Biblia
Relacionar los géneros literarios que aparecen en la Biblia con su mensaje es un ejercicio muy saludable a través del cual es posible percibir las conexiones entre fe y literatura. Estas conexiones, que con frecuencia son rechazadas, contribuyen a que el mensaje bíblico adquiera la profundidad que le caracteriza.
Con el propósito de aplicar el reconocimiento de los géneros literarios a la lectura de la Biblia, se estudiarán brevemente un par de fragmentos del libro de Job. La estructura literaria de este libro es toda una lección literaria y de fe: el prólogo y el epílogo del libro están en prosa; el centro, el cuerpo, la sustancia del libro está en verso. ¿No plantea eso ya una interrogación?
El primero de los fragmentos, correspondiente al capítulo inicial del libro, escrito en prosa narrativa, cuenta la historia del trato que llevan a cabo, en la esfera divina, Jehová y Satán respecto a la vida de Job, quien no parece darse por enterado. Es justamente esta ignorancia la que plantea, desde el inicio del libro, el problema humano con todo su dramatismo: por un lado, Job desconoce por completo que su vida está siendo negociada por Satán y, por el otro, se ve obligado, por las circunstancias adversas, a reaccionar. Podría decirse que lo narrado en prosa es lo más prosaico de la historia: se trata del nivel divino en el que los seres humanos no podemos intervenir, donde se decide el destino, donde nadie puede penetrar o imaginar algo.
Así, el prólogo se constituye en un pórtico formidable que no sólo nos introduce en el ambiente de la historia que vendrá, proporcionando el escenario del drama, sino que nos coloca desde un principio en la realidad lejana, del designio divino, incomprensible para los mortales, puesto que la aparición del sufrimiento aquí abajo, en medio de las realidades cotidianas, no encuentra una explicación inmediata, accesible por medio de especulaciones superficiales. La prosa narrativa está al servicio, entonces, de una voluntad teológica sólida que busca la verdad más allá de las apariencias, aun cuando no deje de manifestar la perplejidad ante el sufrimiento que más tarde atormentará al protagonista principal. Además, el lector, a quien se busca implicar directamente en el drama, va a conocer ambas perspectivas: la de arriba y la de abajo, por decrilo así, participando de un punto de vista privilegiado, que sólo la literatura puede construir, puesto que en la realidad humana esto es prácticamente imposible.
El segundo fragmento, el capítulo 3 del libro en cuestión, escrito en verso, marca el inicio del cuerpo del libro, es decir, del núcleo literario en el que se hace presente el sufrimiento humano con toda su intensidad. La poesía, en la extensa exposición de la reacción inicial de Job, en el diálogo con sus amigos y en la exigencia de respuesta por parte de Dios, se convierte en el vehículo privilegiado de la revelación que este libro contiene. Al parecer, no se trata de ninguna casualidad el hecho de que el verso dramático (que es la forma literaria específica) marque el ritmo del desarrollo de la tragedia humana expuesta. Job se expresa, desgarradoramente, delante de Dios y de los testigos humanos, con una profundidad cada vez más abismal.
El libro ha subrayado, desde el inicio, que Job no busca explicaciones ajenas al trato familiar que ha tenido con Dios: sólo de parte de él espera una explicación razonable, aun cuando su persona y su fe han sido objeto de un atatque hasta los más hondos cimientos. Su fe permanece inalterable y va y viene, en un ejercicio de oración y desahogo impresionantes, de la denuncia y la apología de su inocencia, a la diatriba más encendida en contra de sus interlocutores, quienes no comprenden hasta dónde puede llegar la prueba que Dios envía a sus fieles.
Comparar la prosa con la poesía, en este caso, coloca el mensaje bíblico en una dimensión apenas perceptible si no se toman en cuenta los géneros literarios. Para colmo, las Biblias antiguas reproducían el texto de este libro completamente en prosa, limitando el acceso del lector a las riquezas escondidas en la forma literaria, profundamente tejida con el mensaje que se desea transmitir. (LC-O)
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