Todo este salmo es una continuada oración de David a Dios, suplicándole lo ayude y lo favorezca contra los que, siendo impíos, le eran enemigos; y siéndole enemigos, lo perseguían con malignidad de ánimo.
En el verso primero entiendo que, desconfiando David de saber exprimir con la lengua lo que tenía en el ánimo, no se contenta con demandar a Dios que le oiga lo que le quiere decir, y demanda que entienda lo que teniendo en su ánimo querría decir, si lo supiese exprimir. Y entiendo, que en esto demanda lo que es propio en Dios conceder a los que son píos. De los impíos no oye las palabras, ni entiende los pensamientos. Diciendo en el verso segundo, porque a ti oraré, entiendo que dice, porque no apartándome de la piedad, siempre mis oraciones irán enderezadas a ti. En el verso tres entiendo que dice David: Todas las mañanas te llamaré a voces, porque todas las mañanas aplicaré mi ánimo a llamarte; y estaré atento, como quien está en atalaya esperando qué es lo que me responderás; y en decir de mañana, entiendo que quiere decir desde la mañana. De manera que significa continuación por todo el día.
Biografía del reformador Juan de Valdés (1490-1541)
Nació en CUenca (España) alrededor de 1490. No se sabe casi nada de su juventud, sólo que, en la adolescencia, estuvo al servicio del marqués de Villena en el castillo de Escalona (Toledo), donde escuchó la predicaciones de Pedro Ruiz de Alcaraz, maestro de los “alumbrados” españoles, que encendió en él la dedicación al estudio de la Biblia en general, y de san Pablo en particular. Tras el arresto del mencionado Ruiz de Alcaraz parece que regresó a su ciudad natal donde dispuso de unos tres años para entregarse a profundas meditaciones teológicas y lecturas bíblicas (1524-26).
En 1529 publicó Diálogo de doctrina cristiana en Alcalá de Henares (Madrid), donde el autor llevaba dos años y pasaría otros dos estudiando artes liberales. Allí aprendió hebreo y griego, que tan útiles le resultarían para su obra posterior de traducción, exégesis y meditación de las Escrituras, en las que tenía sus bases la reforma de la cristiandad, que creía muy necesaria y por la que abogaba en su Diálogo.
La obra circuló rápidamente y fue aceptada mucho más allá de los círculos “alumbrados”, donde había madurado, o de los seguidores erasmistas. Sólo la poderosa maquinaria de la Inquisición, española primero y romana después, consiguió detener su avance y reducir el número de los que aceptaban su “protesta”, netamente española, independiente de la de Lutero y sólo coincidentes por tener ambos como maestro al apóstol Pablo. A Valdés le costó dos procesos y tener que marcharse a Roma y Nápoles. Para María Cazalla, una de sus lectoras, actuó como testigo de cargo en su proceso ante los inquisidores. En 1551 el Diálogo pasó al Indice los libros prohibidos de la Iglesia católica.
Los puntos principales de la reforma que Valdés propone, desarrollados por él mismo en Nápoles, entre su distinguido círculo de amigos, y luego asumidos por Constantino Ponce la Fuente (v.), en la Suma de Doctrina Cristiana (1543), y que le convirtieron en el fremento más destacado de los orígenes de la reforma en España e Italia, se pueden resumir así: Un no rotundo a una Iglesia institucional, embriagada de poder; no al sacramentalismo; no a la devoción de la Virgen o de los santos; no a fuentes extrabíblicas. Por contra, sí a una religión teocéntrica, basada en las Sagradas Escrituras. Se puede decir que no buscaba, o abandonó por imposible, una reforma institucional de la Iglesia y se dedicó más bien a abogar en pro de una reforma interna y espiritual de un grupo selecto de creyentes (así lo ve J.L. González).
En Roma y Nápoles ejerció diversos cargos políticos en calidad de agente imperial, desde 1531 a 1541, fecha de su muerte. Con su traslado definitivo a Nápoles (1535), comienza su más fecunda etapa religiosa y literaria, que, aunque él no llegó a verla publicada, sus discípulos se encargaron de editarla, traducirla y difundirla por Europa y América.
Los inquisidores romanistas españoles, italianos y portugueses atentaron contra él y su obra. Y ya que no pudieron meter su cuerpo en cárceles y fuego, destinaron sus libros a las llamas y los Indices de libros prohibidos. Personajes famosos que leyeron sus obras fueron Constantino Ponce de la Fuente, el Arzobispo de Toledo Bartolomé Carranza, Juan de Ribera y Miguel de Cervantes.
Su amistad con Julia Gonzaga, sobrina del Cardenal Gonzaga y condesa de Fondi, “permitió a Valdés introducirse en un selecto grupo de personalidades receptivas a sus reflexiones teológicas e interpretación de la Biblia” (J.C. Nieto), entre quienes estaban Pedro Mártir Vermegli, Pier Paolo Vergerio, Benardino Ochino y Pietro Carnesecchi. En 1542, la reactivación de la Inquisición romana dispersó a sus discípulos. Unos prefirieron ser como Nicodemo; otros, se identificaron con Lutero y Calvino; su fiel Carnesecchi terminó en la hoguera el año 1567. Se calculan en 3.000 sus seguidores sólo en Venecia.
El pensamiento de Valdés se conoció pronto en América, al utilizar fray Juan de Zumárraga la Suma de Constantino para su Doctrina Cristiana (México, 1545). Pedro Correia, evangelizador del Brasil, pidió a otros jesuitas que le enviaran libros, especificando que tenía interés en “uno que se llama Doctor Constantino”. Francisco Javier lo recomendó a misioneros portugueses para la evangelización de China; y éstos lo llevaron hasta tierras de la India, apareciendo en portugués, en la recopilación que hizo fray Luis de Granada, para su Compendio de doctrina cristiana (Lisboa, 1559).
Un aspecto sorprendente de V. es que durante cuatro siglos ha estado interesando a todas las confesiones cristianas: anglicanos, calvinistas, luteranos, cuáqueros, metodistas y católico romanos.
“En Juan de Valdés se ven retratadas las aspiraciones y anhelos de España, que sería una restauración cristiana y una vuelta al cristianismo primitivo, no sólo en el sentido teórico y dogmático, sino mucho más en sentido moral, ético y místico. Juan de Valdés representa la armonía entre la fe y la razón, la cultura y la piedad.
En 1529 publicó Diálogo de doctrina cristiana en Alcalá de Henares (Madrid), donde el autor llevaba dos años y pasaría otros dos estudiando artes liberales. Allí aprendió hebreo y griego, que tan útiles le resultarían para su obra posterior de traducción, exégesis y meditación de las Escrituras, en las que tenía sus bases la reforma de la cristiandad, que creía muy necesaria y por la que abogaba en su Diálogo.
La obra circuló rápidamente y fue aceptada mucho más allá de los círculos “alumbrados”, donde había madurado, o de los seguidores erasmistas. Sólo la poderosa maquinaria de la Inquisición, española primero y romana después, consiguió detener su avance y reducir el número de los que aceptaban su “protesta”, netamente española, independiente de la de Lutero y sólo coincidentes por tener ambos como maestro al apóstol Pablo. A Valdés le costó dos procesos y tener que marcharse a Roma y Nápoles. Para María Cazalla, una de sus lectoras, actuó como testigo de cargo en su proceso ante los inquisidores. En 1551 el Diálogo pasó al Indice los libros prohibidos de la Iglesia católica.
Los puntos principales de la reforma que Valdés propone, desarrollados por él mismo en Nápoles, entre su distinguido círculo de amigos, y luego asumidos por Constantino Ponce la Fuente (v.), en la Suma de Doctrina Cristiana (1543), y que le convirtieron en el fremento más destacado de los orígenes de la reforma en España e Italia, se pueden resumir así: Un no rotundo a una Iglesia institucional, embriagada de poder; no al sacramentalismo; no a la devoción de la Virgen o de los santos; no a fuentes extrabíblicas. Por contra, sí a una religión teocéntrica, basada en las Sagradas Escrituras. Se puede decir que no buscaba, o abandonó por imposible, una reforma institucional de la Iglesia y se dedicó más bien a abogar en pro de una reforma interna y espiritual de un grupo selecto de creyentes (así lo ve J.L. González).
En Roma y Nápoles ejerció diversos cargos políticos en calidad de agente imperial, desde 1531 a 1541, fecha de su muerte. Con su traslado definitivo a Nápoles (1535), comienza su más fecunda etapa religiosa y literaria, que, aunque él no llegó a verla publicada, sus discípulos se encargaron de editarla, traducirla y difundirla por Europa y América.
Los inquisidores romanistas españoles, italianos y portugueses atentaron contra él y su obra. Y ya que no pudieron meter su cuerpo en cárceles y fuego, destinaron sus libros a las llamas y los Indices de libros prohibidos. Personajes famosos que leyeron sus obras fueron Constantino Ponce de la Fuente, el Arzobispo de Toledo Bartolomé Carranza, Juan de Ribera y Miguel de Cervantes.
Su amistad con Julia Gonzaga, sobrina del Cardenal Gonzaga y condesa de Fondi, “permitió a Valdés introducirse en un selecto grupo de personalidades receptivas a sus reflexiones teológicas e interpretación de la Biblia” (J.C. Nieto), entre quienes estaban Pedro Mártir Vermegli, Pier Paolo Vergerio, Benardino Ochino y Pietro Carnesecchi. En 1542, la reactivación de la Inquisición romana dispersó a sus discípulos. Unos prefirieron ser como Nicodemo; otros, se identificaron con Lutero y Calvino; su fiel Carnesecchi terminó en la hoguera el año 1567. Se calculan en 3.000 sus seguidores sólo en Venecia.
El pensamiento de Valdés se conoció pronto en América, al utilizar fray Juan de Zumárraga la Suma de Constantino para su Doctrina Cristiana (México, 1545). Pedro Correia, evangelizador del Brasil, pidió a otros jesuitas que le enviaran libros, especificando que tenía interés en “uno que se llama Doctor Constantino”. Francisco Javier lo recomendó a misioneros portugueses para la evangelización de China; y éstos lo llevaron hasta tierras de la India, apareciendo en portugués, en la recopilación que hizo fray Luis de Granada, para su Compendio de doctrina cristiana (Lisboa, 1559).
Un aspecto sorprendente de V. es que durante cuatro siglos ha estado interesando a todas las confesiones cristianas: anglicanos, calvinistas, luteranos, cuáqueros, metodistas y católico romanos.
“En Juan de Valdés se ven retratadas las aspiraciones y anhelos de España, que sería una restauración cristiana y una vuelta al cristianismo primitivo, no sólo en el sentido teórico y dogmático, sino mucho más en sentido moral, ético y místico. Juan de Valdés representa la armonía entre la fe y la razón, la cultura y la piedad.
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