LOS TEÓLOGOS QUE TENEMOS EN MENTE desearon ser teólogos cristianos, y en la manera particular en la que fue presentada su doctrina de la predestinación quería ser una interpretación de la Escritura, y por lo tanto un testimonio a la revelación del Dios Trino. No había, por lo tanto, la pregunta de una especulación arbitraria sobre un absoluto concebido arbitrariamente, sino, en su lugar, un obediente estar-de-acuerdo con a Quien Jesús Cristo llamaba Su Padre y quien llamaba a Jesús Cristo su Hijo. En tanto mantengamos su intención, pensamos que podríamos estar de acuerdo con ellos cuando agreguemos que la libertad, el misterio y la justicia de Dios en la elección de la gracia deben ser entendidos en términos de teología cristiana. Sólo entendidos así ellos son la verdad que debe ser proclamada en la Iglesia.
No nos formamos al azar el concepto de la elección de la gracia. En él describimos la opción de Dios que, precediendo cualquier otra opción, se cumple en su voluntad eterna de la existencia del hombre Jesús y de las personas representadas en él. Si vamos a entender y a explicar la naturaleza de este acto primario y básico de Dios, no podemos pararnos, entonces, en la característica formal de que esta es una opción. Debemos resistir la tentación de absolutizar en algún grado el concepto de optar o elegir. No debemos interpretar la libertad, el misterio y la justicia de la elección de la gracia meramente como las definiciones y atributos de una forma suprema de elegir tomada como absoluta. No debemos encontrar en esta forma suprema como tal la realidad de Dios. De otra manera estaríamos haciendo lo que no debemos hacer. Estaríamos falsificando y construyendo (con esta misma característica) un ser supremo. Y es difícil imaginarse cómo la descripción de la actividad de este ser puede alguna vez convertirse en Evangelio. Si la última y distintiva característica de Dios es una absoluta libertad de elección, o una elección libre absoluta, entonces será difícil distinguir Su libertad del capricho o Su misterio de la ceguera de tal capricho. Será no menos difícil mantener su justicia en alguna forma excepto en la de una mera aseveración. Será entonces muy difícil dejar claro que Dios no es meramente un tirano que vive de sus antojos, que Él no es meramente un ciego destino, que Él es otra cosa que la inescrutable esencial de todo el ser.
En contra de eso debemos tomar como nuestro punto de partida el hecho de que esta opción o elección divina es la decisión de la voluntad divina que fue cumplida en Jesús Cristo.
No debemos buscar la base de esta elección en ningún lugar excepto en el amor de Dios. Si la buscamos en otro sitio ya no estamos hablando de esta elección. Ya no estamos hablando de la decisión de la voluntad divina que fue cumplida en Jesucristo. Estamos mirando más allá de esta a una supuesta mayor profundidad en Dios (y eso indudablemente significa la nada, o en su lugar la profundidad de Satanás). Lo que pasa en esta elección es siempre que Dios está por nosotros.
No nos formamos al azar el concepto de la elección de la gracia. En él describimos la opción de Dios que, precediendo cualquier otra opción, se cumple en su voluntad eterna de la existencia del hombre Jesús y de las personas representadas en él. Si vamos a entender y a explicar la naturaleza de este acto primario y básico de Dios, no podemos pararnos, entonces, en la característica formal de que esta es una opción. Debemos resistir la tentación de absolutizar en algún grado el concepto de optar o elegir. No debemos interpretar la libertad, el misterio y la justicia de la elección de la gracia meramente como las definiciones y atributos de una forma suprema de elegir tomada como absoluta. No debemos encontrar en esta forma suprema como tal la realidad de Dios. De otra manera estaríamos haciendo lo que no debemos hacer. Estaríamos falsificando y construyendo (con esta misma característica) un ser supremo. Y es difícil imaginarse cómo la descripción de la actividad de este ser puede alguna vez convertirse en Evangelio. Si la última y distintiva característica de Dios es una absoluta libertad de elección, o una elección libre absoluta, entonces será difícil distinguir Su libertad del capricho o Su misterio de la ceguera de tal capricho. Será no menos difícil mantener su justicia en alguna forma excepto en la de una mera aseveración. Será entonces muy difícil dejar claro que Dios no es meramente un tirano que vive de sus antojos, que Él no es meramente un ciego destino, que Él es otra cosa que la inescrutable esencial de todo el ser.
En contra de eso debemos tomar como nuestro punto de partida el hecho de que esta opción o elección divina es la decisión de la voluntad divina que fue cumplida en Jesús Cristo.
No debemos buscar la base de esta elección en ningún lugar excepto en el amor de Dios. Si la buscamos en otro sitio ya no estamos hablando de esta elección. Ya no estamos hablando de la decisión de la voluntad divina que fue cumplida en Jesucristo. Estamos mirando más allá de esta a una supuesta mayor profundidad en Dios (y eso indudablemente significa la nada, o en su lugar la profundidad de Satanás). Lo que pasa en esta elección es siempre que Dios está por nosotros.
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