"EXISTE GRANDEZA EN ESTA concepción de que la vida fue original-mente alentada por el Creador en una o varias formas, y que, mien-tras en este planeta ha ido girando según la constante ley de la gravitación, se han desarrollado y están desarrollando, a partir de un comienzo tan simple, infinidad de formas cada vez más hermosas e impresionantes". Esta cita, extraída nada menos que de El origen de las especies (1859) muestra cómo Charles Darwin consideraba con seriedad y hasta con ciertos rasgos poéticos la actuación de Dios en el proceso biológico de diversificación de los seres vivos. Porque habitualmente se supone, desde ambos bandos (el "creacionista" y el "evolucionista") que resulta imposible el diálogo entre estas posturas aparentemente irreconciliables. Las Escrituras hebreas proponen, como testimonio de una mentalidad antigua ligada estrechamente a postulados religiosos, que la divinidad creadora partió de cero para establecer el cosmos y la vida como resultado del poder de su palabra. Además, del libro del Génesis, amplias secciones poéticas y sapienciales desarrollan el tema de la creación desde una perspectiva de fe que se da por descontada para los lectores. En ningún momento los autores de los textos pretenden entrar en polémica con otras visiones o teorías sobre el mismo asunto.
El pretendido conflicto entre fe y ciencia, o entre las creencias bíblicas y las teorías sobre la evolución dejan de lado, en ocasiones, que ambos discursos, el teológico y el científico, responden a preguntas distintas. La teología parte de la fe y busca profundizar en ella, siempre desde las matrices culturales de los creyentes. La ciencia, como derivación positiva de la seculari-zación promovida en parte por la Reforma protestante y, como tal, producto de la modernidad, intenta dar una explica-ción coherente, sistemática y crítica del mundo, más allá de los impulsos dominados por la superstición y ciertas creencias mágicas. Por ello, la fe y la ciencia pueden articularse armóni-camente hasta el punto en que sea posible un diálogo que respete sus respectivos ámbitos de influencia y origen. Suponer, por ejemplo, que los textos bíblicos tienen validez científica o que las teorías científicas descalifican por completo los dogmas es una manera fácil de aplicar o trasladar los resultados de un campo de reflexión y acción a otro. Cuando los redactores bíblicos hablaron de la creación, sus palabras entran más en el esquema de los "credos" o "confesiones de fe" que en la exposición de una explicación sistemática del origen de las cosas.
Las intuiciones de las tradiciones teológicas acerca de la creación dan fe de un conjunto de creencias que se desarrollaron a través de siglos de reflexión y son una respuesta a las explicaciones religiosas e ideológicas de los pueblos vecinos de Israel. Con estos criterios en mente, es posible abordar un asunto tan relevante para la vida humana, pues cerrar los ojos o negarse a dialogar es una actitud un tanto inmadura que puede esconder tendencias intolerantes o autoritarias, en nombre de una supuesta fidelidad a las enseñanzas bíblicas, las cuales no le cierran en ninguna parte las puertas al conocimiento científico. (LC-O)
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