sábado, 10 de octubre de 2009

Exilio, liberación y salvación: las nuevas acciones de Dios, L. Cervantes-O.

23 de agosto de 2009
1. Las historias de salvación, individuales y colectivas
Como libro sagrado de carácter universal, la Biblia tiene la capacidad de dirigirse a todo ser humano en una situación histórica determinada e interpelarlo con un mensaje que ha pasado la prueba del tiempo en innumerfables ocasiones. Las diversas etapas de la historia religiosa de Israel, primero, y de la naciente Iglesia cristiana, después, ponen en juego una serie de recursos teológicos y espirituales que brotan de unas condiciones humanas paradigmáticas susceptibles de interpretarse posteriormente en términos actuales para responder a nuevas situaciones. En el caso del Antiguo Testamento, la experiencia comunitaria del exilio marcó para siempre la espiritualidad de un pueblo que debió abandonar no solamente su tierra de manera involuntaria, sino que además de eso, se vio conducido, en el esquema del pacto con Yahvé, hacia la transformación y el progresivo abandono de muchas certezas que conformaban su imaginario religioso, sociopolítico y cultural. En el primer caso, debió llevar a cabo un total reajuste espiritual para sobreponerse a la desaparición del entramado representado por la organización del templo de Jerusalén, pues alrededor de él giraba toda su fe luego del esfuerzo oficial de David y Salomón para centralizar la religión en ese lugar y relativizar la existencia de los santuarios locales. Por el lado político, la relativa seguridad que le ofreció la existencia del Estadol monárquico para lo más que sirvió fue para proyectar las esperanzas mesiánicas en los pálidos recuerdos de los pocos buenos gobernantes. Ahora, con la pérdida de la tierra y la desaparición de la monarquía, debían comenzar de nuevo y, en la vertiente cultural debían reconstruir su identidad y plantearse nuevos horizontes de vida.
Para resolver o, al menos, canalizar el primer problema, una vez más la profecía desempeñó un papel relevante, debido a que como parte del proceso de reacomodo de la fe y la esperanza, hombres como el denominado “Segundo Isaías” cumplieron una función de análisis y reconstrucción de la espiritualidad de la comunidad. La interpretación profética del exilio atravesó por las etapas equivalentes a las del luto: primero, el rechazo (y el desconsuelo,como en Jeremías) y luego la progresiva aceptación y acompañamiento (como en Ezequiel), para luego ofrecer alternativas para el presente y futuro. Walter Brueggemann sugiere que la espera de nuevas acciones de Dios en la historia dependen, inevitablemente, de las que realizó previamente y que, en el núcleo de aquéllas es donde hay que buscar los necesarios puntos de partida. Las pistas de análisis para nuestra vida presente proceden de la interacción entre los tiempos bien entendidos y nuestra actitud hacia ellos, pues con frecuencia nos quedamos atrapados en la idealización de sucesos que dejan de servir como fuentes de sentido y proyección para el futuro. Dice Brueggemann:

Los recuerdos de la Biblia no se orientan al pasado sino que miran hacia el futuro. Los temas centrales de las Escrituras se encaminan en dirección al futuro porque el Dios de la Biblia nos ha hecho una serie de promesas que seguro que va a cumplir. Dios se orienta hacia el futuro, es decir, está más interesado en las promesas que quedan por cumplir que en lo que ya ha sucedido. Las promesas que ha hecho Dios (y de las cuales está pendiente para que lleguen a cumplirse) no nos permiten fantasear o desear todo lo que se nos ocurra. Nuestro pasado no puede ser fijado y medido, porque se precipita hacia el futuro. Nuestro futuro no puede ser indisciplinado y romántico, porque el pasado determina la forma del porvenir y la dirección de lo que esperamos de Dios. La Biblia presenta una delicada interacción entre el pasado y el futuro: el futuro potencia el pasado y el pasado disciplina y modela el futuro.
[1]

Experimentamos el pasado y el presente de manera muy indisciplinada, es decir, nos relacionamos con ellos de forma enfermiza, patológica, y por eso, plantea el profeta, no hallamos cómo imbuir nuestro acceso al futuro de nuevas fuerzas y esperanzas. O soñamos con restaurar situaciones o formas de vida irrecuperables (como el templo y la monarquía para Israel) o suponemos que el en el futuro podremos practicar los mismos vicios de los años pasados, para renovar nuestra comodidad y el estilo de vida que más nos convenía. “ Cuando nuestros recuerdos son separados de nuestras esperanzas, éstas se convierten en algo fijo y establecido y ya no nos comunican nada. Cuando nuestras esperanzas son separadas de nuestros recuerdos, se vuelven incontrolables, egoístas e irreales” (Idem). Las promesas de Dios no están ahí para engolosinarnos en la nostalgia del pasado sino para ver hacia delante de otra manera. Estamos, efectivamente, en espera de nuevas maneras de trato con Dios.

2. Lecciones del exilio para todos los tiempos
Las primeras palabras de Isaías cap. 40 son intensas y pertinentes: “Consolaos, consolaos, pueblo mío”. Es a partir de ellas que el profeta, como resultado de una sólida reflexión, va a confrontar al pueblo con la palabra eterna de Dios. La premisa para el nuevo trato con Dios es el perdón y la posibilidad de alcanzaqr el consuelo en medio de circunstancias que el pueblo más pobre, el más sufrido siempre, jamás había experimentado. Las diversas etapas históricas tenían que haberle enseñado a loos creyentes de Israel otros rostros de Dios que progresivamente contribuyeran a enriquecer su fe y su práctica cotidiana. Israel se encontraba nuevamente en el desierto (v. 3), era verdad, pero con el recuerdo del éxodo, de los jueces y de la monarquía. Esa cadena histórica debía producir frutos espirituales, teológicos y prácticos. La soledad del desierto debía producir formas nuevas de relación y comunión, con Dios y con los semejantes: ésa era la exigencia de estas nuevas condiciones. La precariedad más honda es el escenario para las nuevas acciones y palabras de Yahvé que el profeta prepara para que esta bueva generación del pueblo no tenga más falsas esperanzas y su actitud se modele en función de nuevas condiciones de trato con su Dios, el mismo que lo había sacado de la esclavitud algunos siglos atrás.
José S. Croatto resume muy bien la perspectiva del Segundo Isaías:

Es muy diferente leer Isaías 40-55 como el mensaje de un profeta “misionero” que convoca a los “paganos” a convertirse a Yavé, que leerlo como una propuesta hacia adentro, al propio Israel. En el primer caso, el profeta habla desde la superioridad de una fe que los otros no tienen; en el segundo, lo hace desde la nada, desde el sufrimiento. La lectura tradicional hace del Déutero-Isaías un profeta universalista, que propone un Gran Israel mundial al que se incorporan “religiosamente” los otros pueblos, dejando a sus propios Dioses. La lectura empero que corresponde mejor al texto y su contexto de producción considera a este profeta como un reconstructor utópico “de Israel”, sacándolo de en medio de las naciones, donde vive desmembrado y sin identidad”.
[2]

Al clamor de Is 40.27, el Segundo Isaías responde con una utopía basada en las acciones pasadas de Dios, que son garantía de un nuevo principio. Los vv. 6-7 colocan, paradójicamente, un contraste que será la base de estas nuevas esperanzas: la precariedad humana frente a la eternidad de la palabra divina. Ella es la garantía de un nuevo presente, de un nuevo futuro, y hasta de un nuevo pasado, pues las lecciones de la historia alcanzan para mirar retrospectivamente y valorar lo sucedido como parte del diálogo con Dios. La función de la palabra divina es suscitar nuevas experiencias de fe y relación con Él: “Dios posee el poder y la voluntad de convertir el caos en creación y la oscuridad vacua en luz vibrante , de enfrentarse a las fuerzas de la muerte y dar vida. Y Dios lo hace, no a través de la magia o la misitificación, sino mediante la palabra poderosa o señorial que llama a la existencia a criaturas diseñadas para escuchar, responder y vivir en consonancia con la alianza sellada con Dios mismo”.
[3]
En medio de la desolación y la derrota, Dios se levanta mediante las palabras del profeta para transformar el destierro en una posibilidad de reinicio de relaciones rotas, para dejar atrás un supuesto pasado de esplendor y verlo cómo realmente fue, y así comenzar de nuevo hacia un futuro en el que, lejos de actitudes triunfalistas o llenas de falsas superioridades, el pueblo encuentro senderos nuevos para transitar hacia la paz, la justicia y la estabilidad. La esperanza de liberación se encduentra, efectivamente, en el futuro, pero se construye cotidianemente en apego a la palabra divina que viene como un bálsamo, sí, pero también como fuente de criterios para asumir que la existencia no está cerrada a las intervenciones del Señor de la historia, quien siempre viene al encuentro con nuevas propuestas de vida y acción.
Notas
[1] W. Brueggemann, La Biblia, fuente de sentido. Barcelona, Claret, 2008, p. 67.
[2] J.S. Croatto, “El Déutero-Isaías, profeta de la utopía”, en Revista de Interpretación Bíblica Latinoamericana, núm. 24, 1996, www.claiweb.org/ribla/ribla24/el%20deutero%20isaias.html.
[3] W. Brueggemann, op. cit., p.72.

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