LUTERO LUCHA APASIONADAMENTE CONTRA LA LEY Y EL moralismo, contra la actividad, contra el servil espíritu mercantilista y toda clase de auto-justificación y auto-salvación y los rastrea en todos los escondrijos. Éste es su "descubrimiento" del Evangelio, valioso como "correctivo" en el sentido kierkegaardiano del cristianismo siempre amenazado por la ley y de una relación con Dios ensombrecida por ella. Pero, llevado por su desconfianza contra la Iglesia católica, llega finalmente a descubrir moralismo y ley donde no existen, a equipar la Iglesia católica con sus peligros y, por ellos, rechazarla totalmente.
Calvino ataca al catolicismo casi con más acritud; pero no lo considera, en primer plano, como autojustificación del hombre, sino como idolatrización de la criatura y superstición. Calvino es el gran obsesivo del Dios absoluto, de la trascendencia incapaz de ser reducida a imágenes, que exige celosamente "venerar su majestad, extender su gloria y obedecer sus mandamientos". En su celo por la pureza de la liturgia, limpia los templos de la irrupción de «ídolos» paganos, supersticiosos, mágicos, estetizantes, de "toda pompa ceremonial", de toda obra y culto humanos.
Si para Lutero el punto central lo ocupa la graciosa condescendencia de Dios, para Calvino su absoluta y mayestática trascendencia es el punto de partida y final de todo pensamiento. Esta acentuación distinta en planteamientos originales iguales (no se trata del hombre, sino de Dios) ha desembocado en la diferencia de, sobre todo, dos puntos esenciales: la doctrina de la predestinación y la de la Cena; con ello se produjo una división del protestantismo en luterano y reformado, que originariamente no estaba así en la intención de los reforma-dores. […]
Calvino reconoció con razón que la doctrina de Lutero sobre la justificación exigía, como última consecuencia, la idea de una doble predestinación. Lo que en Lutero sólo sonaba como teología vivencial sistemática, cálida, pero nunca llegó a una fría definición de la eternidad de los condenados, Calvino lo formula y define sin miedos. La veneración ockhamista de la voluntad divina encuentra su fruto último y más maduro en la concepción calvinista de la absoluta majestad de Dios. […]
Asegurando que la elevaba Sabiduría divina, más que de conocimiento, sólo puede ser objeto de oración, con su metodología de análisis juridicista, distribuye las relaciones entre Dios y el hombre, reduciéndolas a la siguiente alternativa: voluntad humana o decreto divino, Dios o el hombre. Para ello aduce, pero llevando razón sólo a medias, argumentos de San Agustín. Pues mientras que éste acentúa el carácter gratuito, de don, de la gracia, para Calvino la predestinación se reduce principalmente a una cuestión de prestigio divino, una cuestión de honor de la autoridad de Dios, que no está sometida a ninguna otra causa. […]
Calvino ataca al catolicismo casi con más acritud; pero no lo considera, en primer plano, como autojustificación del hombre, sino como idolatrización de la criatura y superstición. Calvino es el gran obsesivo del Dios absoluto, de la trascendencia incapaz de ser reducida a imágenes, que exige celosamente "venerar su majestad, extender su gloria y obedecer sus mandamientos". En su celo por la pureza de la liturgia, limpia los templos de la irrupción de «ídolos» paganos, supersticiosos, mágicos, estetizantes, de "toda pompa ceremonial", de toda obra y culto humanos.
Si para Lutero el punto central lo ocupa la graciosa condescendencia de Dios, para Calvino su absoluta y mayestática trascendencia es el punto de partida y final de todo pensamiento. Esta acentuación distinta en planteamientos originales iguales (no se trata del hombre, sino de Dios) ha desembocado en la diferencia de, sobre todo, dos puntos esenciales: la doctrina de la predestinación y la de la Cena; con ello se produjo una división del protestantismo en luterano y reformado, que originariamente no estaba así en la intención de los reforma-dores. […]
Calvino reconoció con razón que la doctrina de Lutero sobre la justificación exigía, como última consecuencia, la idea de una doble predestinación. Lo que en Lutero sólo sonaba como teología vivencial sistemática, cálida, pero nunca llegó a una fría definición de la eternidad de los condenados, Calvino lo formula y define sin miedos. La veneración ockhamista de la voluntad divina encuentra su fruto último y más maduro en la concepción calvinista de la absoluta majestad de Dios. […]
Asegurando que la elevaba Sabiduría divina, más que de conocimiento, sólo puede ser objeto de oración, con su metodología de análisis juridicista, distribuye las relaciones entre Dios y el hombre, reduciéndolas a la siguiente alternativa: voluntad humana o decreto divino, Dios o el hombre. Para ello aduce, pero llevando razón sólo a medias, argumentos de San Agustín. Pues mientras que éste acentúa el carácter gratuito, de don, de la gracia, para Calvino la predestinación se reduce principalmente a una cuestión de prestigio divino, una cuestión de honor de la autoridad de Dios, que no está sometida a ninguna otra causa. […]
El protestantismo. Naturaleza y evolución. Madrid, Studium, 1971.
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