18 de octubre de 2009
1. Las paradojas de Isaías 6
Los relatos de llamamiento de los profetas contienen algunas de las paradojas más provocadoras sobre el comportamiento divino en relación con la humanidad dentro del proceso de salvación, Así como Yahvé le explica a Jeremías como había pensado en él desde antes de su concepción, a Isaías le detalla la forma contradictoria en que actúa con el pueblo a causa de sus veleidades hacia Él: “Ve y dile a este pueblo:/ Por más que oigan no van a entender;/ por más que miren no vcan a comprender./ Confunde la mente de este pueblo,/ que no pueda ver ni oír/ ni tampco entender./ Así no podrá arrepentirse/ y yo no lo pedonaré” (Is 6.10). Esta imagen de un Dios que se enreda con el pueblo en una especie de juego de “escondidillas” coloca el tema de la predestinación en el centro de un debate que no se resuelve apelando simplemente a postulados dogmáticos sino que tiene que prestar atención al pathos divino y profético, es decir, al apasionamiento con que Dios a través de sus representantes intenta que el pueblo entienda sus designios y los ponga por obra.
Esta especie de parodia existencial o paradoja inexplicable quiere funcionar como un revulsivo en la labor del profeta Isaías, quien se encontrará entre la espada y la pared a causa de un envío tan contradictorio que complica doblemente su misión. Dios busca purificar a su pueblo mediante un procedimiento que se le presenta al profeta como si estuviera invertido, pues la predicación a la que es llamado imkplica que habrá quien la tome en serio, pero la actitud dominante será de rechaqzo e incredulidad. Yahvé anticipa la reacción ante el mensaje y, por decirlo así, “prepara el escenario” para el juicio a causa de la injusticia y de la falta de conformidad con su voluntad. La percepción psicológica del ambiente coloca al pueblo ante la mirada divina que lo atraviesa y advierte sus intenciones de no cambiar su rumbo: de este modo, pues como explica J.S. Croatto, “1) la acusación profética es para prevenir el castigo; 2) que el juicio no es, en definitiva, para aniquilar; 3) en caso de ruina, siempre es posible brotar de nuevo o renacer (ver las imágenes vegetales de 6,13b y 11,1.10)”.[1] La predestinación, así, oscila entre una forma de llamamiento basado en el pre-conocimiento de Dios, ajena a la historia y el tiempo, y los vaivenes de la realidad. Allí, en esa confluencia, muchas veces conflictiva, el encuentro entre la voluntad eterna y las decisiones guiadas por la orientación humana, deriva en experiencias de salvación o rechazo atribuibles únicamente a la segunda, desde la perspectiva profética. Hay que recordar el gran ejemplo del salmo 44 para tenmer suficientes referencias.
Jesús de Nazaret retoma el espíritu de estas palabras para confrontar el rechazo de que es objeto por parte del pueblo de su época y actualiza su mensaje en relación con su propia labor de expositor del mensaje divino mediante parábolas. Él habló con ese estilo literario “para que viendo no vean, y oyendo no oigan ni entiendan” (Mt 13.13). El Israel de su época no estaba predestinado para condenación, pero su disposición ante la presencia de Jesús, como introductor del Reino de Dios, los coloca al borde de la condenación, aunque Dios siempre deja una puerta abierta, una nueva posibilidad de reorientar el camino. En el proyecto de Mateo, el rechazo de Israel abre la puerta para los no judíos, es decir, para quienes sin participar de una predestinación abiertamente manifiesta tienen ahora ante sí el favor divino que se les muestra inesperadamente como una vía de salvación. La poredestinación, entonces, no implica una marginación étnica, cultural o religiosa y está más allá de los criterios humanos de clasificación de las personas, con todo y que algunos han señalado cierta elitización de la acción de Dios al elegir a unos y reprobar a otros.
2. La predestinación en I Pedro: consecuencias éticas y espirituales
Según el sociólogo alemán Max Weber, intérprete de la llamada “ética protestante”, la angustia de asegurarse que viven los creyentes ante la duda sobre su predestinación para salvación, los hace buscar señales externas que confirmen semejante decisión divina. De este modo, la riqueza, el bienestar o la prosperidad obtenidos a través de un trabajo incesante, vendría a garantizar el decreto divino para cada elegido. Pablo y Pedro seguramente sonreirían, con cierta incomodidad ante este tipo de observaciones, pues lo que mueve a los elegidos hacia el rumbo ético y espiritual que se espera de ellos no es la falta de certeza sobre la elección, sino la fe misma que será probada en medio de las adversidades de todo tipo, las mismas que viven todos los demás, aunque experimentada con otros criterios de interpretación para colocarlas en el marco del trato cotidiano con el Señor, en el esquema del pacto de redención. Eso les hizo afirmar, de manera doxológica, como lo hace Pedro, al dirigirse a “los expatriados de la dispersión”, que fueron “elegidos según la presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo” (I P 1.2).
El libre acto de la voluntad redentora de Dios es cristológico dice el apóstol, y coloca a los llamados/as ante la posibilidad de alcanzar, mediante la fe, “la salvación que está preparada para ser manifestada en los últimos tiempos” (I P 1.5), es decir, que ha sido cuidadosamente planeada por Dios en sus decretos inmutables y eternos. Es, ciertamente, un lenguaje menos “técnico” que el de Pablo, pues está guiado por otras preocupaciones, dado que mientras aquél discute el dilema de la salvación de los judíos, Pedro quiere estimular a los creyentes con la certeza de la salvación que ha preparado Dios desde su eternidad. ¿Habrá dudas y vacilaciones en este tránsito humano hacia la consumación de los tiempos? Obviamente, pero en la búsqueda de un balance ético y espiritual, porque, lamentablemente, casi siempre se antepone lo espiritual a lo ético y para el NT ambas exigencias son simultáneas. Por eso, un comentario como el de Marta García Alonso es tan atinado: “No se puede imputar a Calvino el razonamiento pietista —recuperado por Weber—, según el cual, uno puede eliminar las dudas de su elección con el trabajo incesante. Eso sería hacer de la predestinación el motor de la ética calviniana, cuando el verdadero motor lo constituye la fe. Es la fe en Cristo la que permite eliminar la angustia psicológica, pues toda acción se guiará por su enseñanza, y no por el éxito social o económico, ni por el cumplimiento de las normas en abstracto”.[2]
El trabajo, el ahorro y el ímpetu empresarial o emprendedor (como se le llama hoy) han sido vistos como algunas consecuencias éticas de la predestinación. Pero lo que hay que señalar es que esas actitudes, cuando son vistas como resultados eminentemente espirituales, constituyen auténticos postulados éticos con un peso social y comunitario específico capaz de conformar nuevas formas de convivencia humana. En su edición del libro clásico de Weber, La ética protestante y el espíritu capitalista, el politólogo mexicano Francisco Gil Villegas resume admirablemente, desde su neutralidad académica, el motor espiritual y teológico, incluso con un toque abismal, del comportamiento puritano, tal como aparece condensado en los documentos de Westminster que fueron los que estudió, a fin de cuentas, el sociólogo alemán:
¿Cómo interpretaba el mundo el tipo ideal del calvinista puritano del siglo XVII? Respuesta: Dios es un ser omnipotente y omnisciente que ya sabe de antemano quienes en este mundo se salvarán y quienes están condenados a ser reos del fuego eterno; no podemos saber con certeza si estamos dentro de los predestinados a la salvación, pero sí podemos minimizar las señales externas que nos identificarían como predestinados a la condenación. Debemos trabajar en este mundo tanto para aliviar la angustia de nuestra posible condena, como para que los frutos de nuestro trabajo sirvan de ofrenda para glorificar al Señor. No podemos tener ningún tipo de contacto místico con Dios porque él es todo pureza y nosotros somos inmundos; tampoco podemos buscar la salvación mediante rituales mágicos como el de la eucaristía, ni componendas de contador por partida doble de nuestros pecados y su absolución mediante sacramentos, a semejanza de cómo resuelve mágicamente tal problema el catolicismo. [...] Nuestra conducta debe ser la de trabajar mucho, ahorrar nuestras ganancias, y no gastarlas en bienes suntuarios o en lujos, porque eso podría ser una señal inequívoca de estar predestinados a la perdición. En todo caso, nuestro ahorros deben invertirse en obras que sirvan para honrar y enaltecer la gloria del Señor.[3]
De este modo, como explica Moltmann, los campos de acción de una ética genuinamente basada en la fe en la predestinación divina, son: la vida personal, la ética económica y la ética política, lo que se encuentra en germen en varios lugares del Nuevo Testamento, envueltos en el lenguaje simbólico y religioso que espera ser aplicado por cada creyente en su situación concreta.
Los relatos de llamamiento de los profetas contienen algunas de las paradojas más provocadoras sobre el comportamiento divino en relación con la humanidad dentro del proceso de salvación, Así como Yahvé le explica a Jeremías como había pensado en él desde antes de su concepción, a Isaías le detalla la forma contradictoria en que actúa con el pueblo a causa de sus veleidades hacia Él: “Ve y dile a este pueblo:/ Por más que oigan no van a entender;/ por más que miren no vcan a comprender./ Confunde la mente de este pueblo,/ que no pueda ver ni oír/ ni tampco entender./ Así no podrá arrepentirse/ y yo no lo pedonaré” (Is 6.10). Esta imagen de un Dios que se enreda con el pueblo en una especie de juego de “escondidillas” coloca el tema de la predestinación en el centro de un debate que no se resuelve apelando simplemente a postulados dogmáticos sino que tiene que prestar atención al pathos divino y profético, es decir, al apasionamiento con que Dios a través de sus representantes intenta que el pueblo entienda sus designios y los ponga por obra.
Esta especie de parodia existencial o paradoja inexplicable quiere funcionar como un revulsivo en la labor del profeta Isaías, quien se encontrará entre la espada y la pared a causa de un envío tan contradictorio que complica doblemente su misión. Dios busca purificar a su pueblo mediante un procedimiento que se le presenta al profeta como si estuviera invertido, pues la predicación a la que es llamado imkplica que habrá quien la tome en serio, pero la actitud dominante será de rechaqzo e incredulidad. Yahvé anticipa la reacción ante el mensaje y, por decirlo así, “prepara el escenario” para el juicio a causa de la injusticia y de la falta de conformidad con su voluntad. La percepción psicológica del ambiente coloca al pueblo ante la mirada divina que lo atraviesa y advierte sus intenciones de no cambiar su rumbo: de este modo, pues como explica J.S. Croatto, “1) la acusación profética es para prevenir el castigo; 2) que el juicio no es, en definitiva, para aniquilar; 3) en caso de ruina, siempre es posible brotar de nuevo o renacer (ver las imágenes vegetales de 6,13b y 11,1.10)”.[1] La predestinación, así, oscila entre una forma de llamamiento basado en el pre-conocimiento de Dios, ajena a la historia y el tiempo, y los vaivenes de la realidad. Allí, en esa confluencia, muchas veces conflictiva, el encuentro entre la voluntad eterna y las decisiones guiadas por la orientación humana, deriva en experiencias de salvación o rechazo atribuibles únicamente a la segunda, desde la perspectiva profética. Hay que recordar el gran ejemplo del salmo 44 para tenmer suficientes referencias.
Jesús de Nazaret retoma el espíritu de estas palabras para confrontar el rechazo de que es objeto por parte del pueblo de su época y actualiza su mensaje en relación con su propia labor de expositor del mensaje divino mediante parábolas. Él habló con ese estilo literario “para que viendo no vean, y oyendo no oigan ni entiendan” (Mt 13.13). El Israel de su época no estaba predestinado para condenación, pero su disposición ante la presencia de Jesús, como introductor del Reino de Dios, los coloca al borde de la condenación, aunque Dios siempre deja una puerta abierta, una nueva posibilidad de reorientar el camino. En el proyecto de Mateo, el rechazo de Israel abre la puerta para los no judíos, es decir, para quienes sin participar de una predestinación abiertamente manifiesta tienen ahora ante sí el favor divino que se les muestra inesperadamente como una vía de salvación. La poredestinación, entonces, no implica una marginación étnica, cultural o religiosa y está más allá de los criterios humanos de clasificación de las personas, con todo y que algunos han señalado cierta elitización de la acción de Dios al elegir a unos y reprobar a otros.
2. La predestinación en I Pedro: consecuencias éticas y espirituales
Según el sociólogo alemán Max Weber, intérprete de la llamada “ética protestante”, la angustia de asegurarse que viven los creyentes ante la duda sobre su predestinación para salvación, los hace buscar señales externas que confirmen semejante decisión divina. De este modo, la riqueza, el bienestar o la prosperidad obtenidos a través de un trabajo incesante, vendría a garantizar el decreto divino para cada elegido. Pablo y Pedro seguramente sonreirían, con cierta incomodidad ante este tipo de observaciones, pues lo que mueve a los elegidos hacia el rumbo ético y espiritual que se espera de ellos no es la falta de certeza sobre la elección, sino la fe misma que será probada en medio de las adversidades de todo tipo, las mismas que viven todos los demás, aunque experimentada con otros criterios de interpretación para colocarlas en el marco del trato cotidiano con el Señor, en el esquema del pacto de redención. Eso les hizo afirmar, de manera doxológica, como lo hace Pedro, al dirigirse a “los expatriados de la dispersión”, que fueron “elegidos según la presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo” (I P 1.2).
El libre acto de la voluntad redentora de Dios es cristológico dice el apóstol, y coloca a los llamados/as ante la posibilidad de alcanzar, mediante la fe, “la salvación que está preparada para ser manifestada en los últimos tiempos” (I P 1.5), es decir, que ha sido cuidadosamente planeada por Dios en sus decretos inmutables y eternos. Es, ciertamente, un lenguaje menos “técnico” que el de Pablo, pues está guiado por otras preocupaciones, dado que mientras aquél discute el dilema de la salvación de los judíos, Pedro quiere estimular a los creyentes con la certeza de la salvación que ha preparado Dios desde su eternidad. ¿Habrá dudas y vacilaciones en este tránsito humano hacia la consumación de los tiempos? Obviamente, pero en la búsqueda de un balance ético y espiritual, porque, lamentablemente, casi siempre se antepone lo espiritual a lo ético y para el NT ambas exigencias son simultáneas. Por eso, un comentario como el de Marta García Alonso es tan atinado: “No se puede imputar a Calvino el razonamiento pietista —recuperado por Weber—, según el cual, uno puede eliminar las dudas de su elección con el trabajo incesante. Eso sería hacer de la predestinación el motor de la ética calviniana, cuando el verdadero motor lo constituye la fe. Es la fe en Cristo la que permite eliminar la angustia psicológica, pues toda acción se guiará por su enseñanza, y no por el éxito social o económico, ni por el cumplimiento de las normas en abstracto”.[2]
El trabajo, el ahorro y el ímpetu empresarial o emprendedor (como se le llama hoy) han sido vistos como algunas consecuencias éticas de la predestinación. Pero lo que hay que señalar es que esas actitudes, cuando son vistas como resultados eminentemente espirituales, constituyen auténticos postulados éticos con un peso social y comunitario específico capaz de conformar nuevas formas de convivencia humana. En su edición del libro clásico de Weber, La ética protestante y el espíritu capitalista, el politólogo mexicano Francisco Gil Villegas resume admirablemente, desde su neutralidad académica, el motor espiritual y teológico, incluso con un toque abismal, del comportamiento puritano, tal como aparece condensado en los documentos de Westminster que fueron los que estudió, a fin de cuentas, el sociólogo alemán:
¿Cómo interpretaba el mundo el tipo ideal del calvinista puritano del siglo XVII? Respuesta: Dios es un ser omnipotente y omnisciente que ya sabe de antemano quienes en este mundo se salvarán y quienes están condenados a ser reos del fuego eterno; no podemos saber con certeza si estamos dentro de los predestinados a la salvación, pero sí podemos minimizar las señales externas que nos identificarían como predestinados a la condenación. Debemos trabajar en este mundo tanto para aliviar la angustia de nuestra posible condena, como para que los frutos de nuestro trabajo sirvan de ofrenda para glorificar al Señor. No podemos tener ningún tipo de contacto místico con Dios porque él es todo pureza y nosotros somos inmundos; tampoco podemos buscar la salvación mediante rituales mágicos como el de la eucaristía, ni componendas de contador por partida doble de nuestros pecados y su absolución mediante sacramentos, a semejanza de cómo resuelve mágicamente tal problema el catolicismo. [...] Nuestra conducta debe ser la de trabajar mucho, ahorrar nuestras ganancias, y no gastarlas en bienes suntuarios o en lujos, porque eso podría ser una señal inequívoca de estar predestinados a la perdición. En todo caso, nuestro ahorros deben invertirse en obras que sirvan para honrar y enaltecer la gloria del Señor.[3]
De este modo, como explica Moltmann, los campos de acción de una ética genuinamente basada en la fe en la predestinación divina, son: la vida personal, la ética económica y la ética política, lo que se encuentra en germen en varios lugares del Nuevo Testamento, envueltos en el lenguaje simbólico y religioso que espera ser aplicado por cada creyente en su situación concreta.
Notas
[1] J.S. Croatto, “Composición y querigma del libro de Isaías”, en RIBLA, 35-36, http://www.claiweb.org/ribla/ribla35-36/compisicion%20y%20querigma.html
[2] M. García Alonso, Calvino. Madrid, Ediciones del Orto, 2009.
[3] F. Gil Villegas M., “Introducción del editor”, en M. Weber, La ética protestante y el espíritu del capitalismo. Trad. de L. Legaz Lacambra. México, FCE, 2003, pp. 30-31.
[1] J.S. Croatto, “Composición y querigma del libro de Isaías”, en RIBLA, 35-36, http://www.claiweb.org/ribla/ribla35-36/compisicion%20y%20querigma.html
[2] M. García Alonso, Calvino. Madrid, Ediciones del Orto, 2009.
[3] F. Gil Villegas M., “Introducción del editor”, en M. Weber, La ética protestante y el espíritu del capitalismo. Trad. de L. Legaz Lacambra. México, FCE, 2003, pp. 30-31.
No hay comentarios:
Publicar un comentario